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Entrevista con Josefina Ludmer

«Ya no creo en la categoría de autor. Imagino una suerte de escritura de la imaginación pública»

Fuentes: Diario Perfil

A cien años del nacimiento de Juan Carlos Onetti, se reedita un trabajo crítico sobre su figura y su obra, ausente en librerías desde hace años y firmado por Josefina Ludmer. En esta charla, la prestigiosa ensayista habla de este libro, del espíritu de los años 70 y de los clásicos de la literatura latinoamericana del siglo XX. Ludmer trabaja hoy sobre lo que ella denomina «literaturas post autónomas», y aquí no sólo se refiere a ello sino que también asegura: «Ya no creo en la categoría de autor. Imagino una suerte de escritura de la imaginación pública».

 

Hace calor y el tránsito por avenida Las Heras está más lento que de costumbre. El chófer del taxi resopla y sube el volumen de la radio, donde un locutor filosofa sin ningún talento. En una esquina se escucha a dos colectiveros conversar a gritos: cinco cuadras más adelante, dice uno. Y lo repite varias veces. Cuando llego al edificio donde voy a entrevistar a Josefina Ludmer, mientras espero el ascensor, el portero me cuenta que, hace apenas unos minutos, en la otra cuadra, un hombre que acababa de asaltar una joyería salió corriendo y al bajar a la calle lo aplastó un colectivo. Por eso está demorado el tránsito, explica. Subo los siete pisos pensando en lo que acabo de oír, sin imaginar que al salir de ese lugar ciertas respuestas de Ludmer me ayudarían a pensar de otro modo el relato del portero, la conversación entre los colectiveros, la filosofía barata del locutor e incluso el resoplido del taxista.

­En el prólogo que escribió para esta nueva edición de «Onetti«, usted dice: «Este libro es el fantasma de un mundo perdido». ¿Puede ampliar esa idea?

­Digo eso porque es un libro escrito en los años setenta, antes del golpe, cuando el mundo era otro para mí. Los setenta fueron una efervescencia de ideas políticas, de trabajo ideológico y literario, de experimentación, de vanguardias de todo tipo. Y este libro es un poco el producto de esa efervescencia cultural, de las novedades francesas sobre todo, del marxismo y la militancia.

¿Y por qué decide reeditarlo?

­Este año fui al acto central de los cien años del nacimiento de Onetti, en Montevideo, y ahí todos me preguntaban: «¿Por qué no se consigue tu libro? ¿Dónde se puede comprar?» Me sorprendió, porque me había olvidado de él. Para mí, mi obra empieza con El género gauchesco. Mis obras son las tres últimas, y al Onetti siempre lo pensé más bien como un ejercicio escolar. Pero en ese congreso me insistieron en que debía reeditarlo. Para mí fue todo como una sorpresa, porque pienso que este libro es un delirio de trabajo sobre el detalle microscópico, y hoy mis delirios son otros.

­En relación con su idea de la pérdida de autonomía del discurso ficcional a partir de los años noventa, ¿dónde estaría ubicado Onetti?

­Onetti es uno de los escritores máximos de la autonomía. Es un clásico del siglo XX, junto con Borges, Rulfo y García Márquez. Para mí los clásicos del siglo XX son ésos. Que son las cumbres de la autonomía, y a quienes yo pongo al lado de una muy importante industria editorial. Hay una correlación entre las industrias editoriales nacionales, de México y la Argentina, sobre todo, que editaban a estos autores, y los clásicos del siglo XX y la teoría de la autonomía. Van como enganchados los tres en la idea de nación también… El problema que se plantea acá es el siguiente: si los grandes textos autónomos, esos textos donde la literatura es como el centro -digamos: la gran literatura latinoamericana-, se leen con un análisis interno, o si ese análisis interno era solamente un avatar de la crítica literaria de los años sesenta y setenta.

­Hay otra frase del prólogo que dice: «Dime cómo lees y te diré cómo es la literatura de tu época»

­Sí, porque la lectura genera una ficción. Son correlativas: la ficción genera un tipo de lectura y la lectura genera un tipo de literatura. Esa gran literatura clásica, que se destaca por un trabajo de densidad verbal, solicita ese tipo de lectura microscópica, de la lengua misma. Aunque tal vez se podría decir que no, que no necesariamente esa literatura clásica tiene que leerse así, sino que puede ser leída de otro modo…

Pero fue leída así.

Sí, acompañó a un tipo de crítica que era la crítica inmanente.

También en el prólogo anota que las palabras de los años setenta eran «escritura, significante, producción, revolución, deseo y goce». ¿Cuáles son las palabras del presente?

Bueno, no lo pensé, pero te podría decir: entretenimiento. Esa sería una de las primeras. O sea, no aburrimiento, diversión. Y segundo: no densidad. Porque cuando uno dice que una cosa es densa, más bien te la sacás de encima, en cambio en esos años la densidad era un valor. Cierta ligereza en el buen sentido, que yo veo muy encarnada en la literatura de César Aira. Cierta liviandad, aunque después si uno profundiza el análisis no sea tanto así. Pero cierta impresión de liviandad, de fluidez, que en la obra de Roberto Bolaño se ve claro… Ligereza y entretenimiento, esas dos serían las palabras centrales… Ah, y agrego una más: cierta visualidad, que la obra haga ver cosas, que genere imágenes.

­En el ensayo «Contar el cuento» afirma que la fórmula que se puede rastrear en los libros de Onetti es: la llegada de lo insólito, la investigación, el cierre. ¿No es la estructura de los policiales?

Sí, la estructura de la obra de Onetti es policial. Cuando él narra, en general le da un tinte policial a la historia. Es una cuestión de la forma, y es más bien una insinuación, nunca es un policial directo. Es como un policial atenuado, como una reminiscencia del policial por la investigación, porque la idea de Onetti es que es el narrador el que no sabe. A veces dice: porque no sabemos, narramos. Muchas veces aparece un narrador colectivo en Santa María, que son «los notables»: el médico, el farmacéutico. En Onetti la narración es siempre una búsqueda de saber.

­Usted señala que cuando escribió este libro Onetti no era un autor consagrado, por lo que escribir sobre él constituía una toma de posición…

­Bueno, Borges tampoco lo era. Había peleas en torno a la figura de Borges. Cuando se transforman en clásicos ya nadie pelea, y eso no me gusta, ese pasaje a la estatua… Lo que debo decirte es lo siguiente: en esa época de la gran literatura del siglo XX, del análisis microscópico y verbal, yo creía en la categoría de autor. Y ya no creo más en eso. Hoy más bien lo que imagino es una literatura sin autor, una escritura que entra a funcionar en lo que yo llamo «la imaginación pública», una imaginación que nos constituye, que nos envuelve y que está en todas partes, tanto en los medios como en la literatura y en la televisión. Es una imaginación que circula, y para mí la literatura forma parte de eso.

­¿Como de un gran relato?

Como de un gran relato, o de miles de relatos que nos envuelven y en cierto modo nos constituyen, y en última instancia son nuestro destino. La literatura para mí forma parte de eso y, por lo tanto, lo que estoy haciendo ahora es más bien desapropiarla, en el sentido de sacarle el autor, y considerar los miles de relatos que circulan. Por eso digo en el prólogo que este libro, llamado Onetti, refuerza la categoría autor y la categoría obra, que van juntas. Hoy más bien eso para mí no tiene ninguna importancia. Ahora estoy terminando uno más de esta serie de trabajos sobre literaturas post autónomas, el tercero, donde digo que el autor desaparece y uno puede imaginar una literatura futura donde se encargue a ciertas personas la escritura de ficciones, y esas personas a su vez saquen el contenido de otros medios. Imagino que vamos hacia el autor como proveedor de contenidos, como un tipo que no tiene ninguna importancia pero que empieza a existir como autor a partir de su funcionamiento mediático. Es decir que el autor es autor cuando aparece en televisión o en cine, cuando se lo ve en imagen. Si no, no existe. No existe como entidad, que es una entidad que recorre los siglos desde el XVIII hasta el XX y que encarna las ideas de genio, creatividad y todo eso. Ahora para mí lo importante es esa imaginación que nos envuelve y donde la literatura aporta. Hoy se dice que no hay más obras maestras: no hay más obras maestras, no hay más autores, en el sentido en el que lo entendíamos como creadores y genios. Más bien hay relatos que circulan, ficciones que circulan en todas partes, y que para mí tienen el mismo estatuto, sean literarias o sean televisivas o sean periodísticas, no hay una prioridad. De golpe aparece una noticia en un diario que es una ficción increíble. Y para mí tiene tanto valor como una narración literaria. Pero es una opinión. No pretendo ningún tipo de verdad, no pretendo ningún tipo de idea original.

­Hace un tiempo, en una entrevista, César Aira dijo que los narradores jóvenes son demasiado conservadores para su gusto. ¿Comparte esa idea?

­Yo pienso que la cultura argentina es muy conservadora. Y lo digo pensando en México o en Brasil, sin ir necesariamente al Primer Mundo. Cuando uno vivió afuera y vuelve, viene como a la aldea. La cultura argentina es conservadora, pacata, con poco riesgo. No hay grandes apuestas, subversivas, transgresivas desde el punto de vista literario. Todo tiene como un tono de cuidarse.

Una literatura sin territorios

¿Qué piensa que aporta la lectura de la obra de Onetti a los escritores que están produciendo hoy?

Evaluar el aporte de Onetti hoy es difícil. A mí me fascinó en los años setenta, pero hace poco leí los últimos textos que salieron en sus Novelas cortas, la publicación de la Colección Archivos, y pensé: ¿esto se sostendrá hoy? Creo que lo mejor que tiene Onetti son sus climas: un clima denso, retorcido, como de desesperanza, muy rioplatense, muy uruguayo y argentino.

¿Le parece que es recomendable para un escritor que está produciendo en la actualidad crear un «espacio literario», como la Santa María de Onetti, o Yoknapatawpha de William Faulkner?

No, yo creo que precisamente los clásicos del siglo XX en América latina se caracterizan por la invención de territorios a lo Faulkner, es decir Macondo, Santa María, las orillas de Borges… Ahora creo que eso ha cesado totalmente. En las escrituras actuales lo que se ve son territorios provisorios, y ni siquiera nacionales. Lo que yo llamo «la isla urbana», que es el territorio general donde transcurren muchas de las escrituras y ficciones de hoy. Que por lo general es un territorio provisorio: la ficción se pone ahí, en ese territorio, y después se va, por lo general termina con el abandono del territorio donde transcurrió el relato. Estoy generalizando mucho, pero parece que ya no hubiera más identidades territoriales nacionales, que es lo clásico del siglo XX latinoamericano. Y estas escrituras post autónomas son escrituras que podrían transcurrir en cualquier parte. A veces en cualquier ciudad. Son urbanas. El territorio no constituye una identidad permanente.

Fuente: http://www.diarioperfil.com.ar/edimp/0414/articulo.php?art=17823&ed=0414