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Yo no soy el árbitro

Fuentes: Rebelión

Hay frases que resumen toda una filosofía. Así, a bote pronto, me vienen éstas a la mente: «Sólo sé que no sé nada» (Socrates, escepticismo), «El hombre es la medida de todas las cosas» (Protágoras, relativismo), «La religión es el opio del pueblo» (Marx, materialismo), «Pienso luego existo» (Descartes, racionalismo). Pues bien, el otro día, […]

Hay frases que resumen toda una filosofía. Así, a bote pronto, me vienen éstas a la mente: «Sólo sé que no sé nada» (Socrates, escepticismo), «El hombre es la medida de todas las cosas» (Protágoras, relativismo), «La religión es el opio del pueblo» (Marx, materialismo), «Pienso luego existo» (Descartes, racionalismo). Pues bien, el otro día, Thierry Henry, un señor completamente ajeno al mundo académico y a los círculos intelectuales (su profesión es delantero de fútbol), pronunció la siguiente frase después de que su selección se clasificara, merced a un gol ilegal, para la fase final del Mundial de Sudáfrica: «Hay mano, pero yo no soy el árbitro. Lo importante es habernos clasificado». No me digan que no es verdaderamente una sentencia lapidaria, digna de figurar en cualquier antología de sentencias lapidarias. En esas pocas palabras se aglutinan dos de las corrientes de pensamiento predominantes en nuestra época. Vayamos por partes, como Jack el destripador:

«Hay mano, pero yo no soy el árbitro». En otras palabras: el árbitro es el responsable de que el gol sea valido. Él es el que no ha percibido que el delantero se ha llevado el balón con la mano. Esta primera sentencia denota el infantilismo de la sociedad actual, en la cual nadie admite sus responsabilidades. Ante cualquier contrariedad, nunca buscamos nuestra posible responsabilidad. Los demás siempre tienen la culpa de todo. Principalmente, el gobierno es el culpable. Como dicen los italianos: «piove, porco governo». Al parecer en Estados Unidos, una señora ganó un juicio a una empresa de electrodomésticos porque en el libro de instrucciones no figuraba que era peligroso secar al gato en el microondas. Pero no se trata sólo de que nadie se haga cargo de haber roto las reglas de juego. Se trata de que ni siquiera reconocemos unas reglas de juego comunes. El árbitro (esto es, la ley) es la fuente primera y última de autoridad. Si el árbitro (esto es, la ley) no señala una infracción, ésta, en puridad, no existe. Únicamente acatamos las leyes porque nos lo mandan. No llegamos a interiorizar, a hacer nuestro, ningún principio de convivencia. Como dijo Dostoievski, «si Dios no existe, todo está permitido».

«Lo importante es habernos clasificado». Esta segunda sentencia refleja el positivismo avasallador e inmisericorde de nuestros días. Todo lo que cuenta son los hechos, los resultados. Lo demás (por ejemplo, los medios empleados para su consecución, o los daños colaterales ocasionados) son detalles sin importancia. Actualmente, es un lugar común, una obviedad, la famosa afirmación: «el fin justifica los medios». Casi no se concibe que pueda ser de otra manera. (Esa frase, por cierto, aunque atribuida a Maquiavelo, él nunca llegó a pronunciarla). De esta forma de pensar (o de no pensar) derivan dos grandes lacras actuales. La primera de ellas son las intervenciones armadas de las tropas occidentales en otros países bajo el pretexto de cualquier causa noble: principalmente, implantar la democracia. No importa que, para ello, haya que destruir las infraestructuras del país en cuestión y ocasionar innumerables bajas entre la población civil. La segunda lacra es el comportamiento habitual de los agentes de financieros, quienes sólo se suelen fijar en la rentabilidad del dinero invertido, haciendo caso omiso de cualquier otra circunstancia. No importa que la rentabilidad provenga del uso de instrumentos financieros que, como en el caso de la hipotecas basura, han originado una crisis económica descomunal, sin precedentes desde el año 1929.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.