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Yo quiero políticos

Fuentes: Rebelión

«El mundo está fuera de juicio», decía Hamlet. Cuando la actualidad me desborda, leo. Y, una ocasión más, recurrí a Shakespeare. Porque, a pesar de los siglos, tampoco hemos cambiado tanto. Porque las páginas de los libros supuran aún las mismas debilidades y defectos de la raza humana. Hamlet refleja la seducción del poder que […]

«El mundo está fuera de juicio», decía Hamlet. Cuando la actualidad me desborda, leo. Y, una ocasión más, recurrí a Shakespeare. Porque, a pesar de los siglos, tampoco hemos cambiado tanto. Porque las páginas de los libros supuran aún las mismas debilidades y defectos de la raza humana. Hamlet refleja la seducción del poder que corrompe, un retrato de la ambición y la avaricia a cualquier precio, encarnada en el rey Claudio; y la necesidad de venganza por Hamlet, bajo una locura fingida de la que su amada Ofelia sería víctima real.

Con el caso Bárcenas, y con aquella ridícula rueda de prensa televisada cual retransmisión de la NASA, quedó patente el desprecio del Gobierno a los ciudadanos, a la prensa y a la democracia. Días de indignación donde se muestra la desafección a los políticos. (Cuidado… esos mismos votados por el pueblo). Aumenta el rechazo. Y leo frases con rabia. Con odio. El discurso de «todos son iguales». De que no merecen la pena. Pero la corrupción de una minoría no debe pasar factura al resto. Y basta leer un poco de historia de este país para llegar a la conclusión de que yo quiero que España sea gobernada por políticos. Porque hay alternativas a esta situación y ese cambio sólo puede ser impulsado desde la política y desde nosotros, con nuestro voto.

Lo que no quiero son políticos corruptos, débiles, incapaces, sin conciencia, que miren su propio beneficio, que repartan concursos a familiares o indultos a amiguetes. Pero sí quiero políticos honestos y con ideas, que hablen con los ciudadanos y los defiendan. Hemos llegado hasta aquí por una crisis de valores. Por una corrupción que creció al amparo de una burbuja inmobiliaria. Y creo en los políticos honrados. Lo que falta es determinación. Denuncia. Transparencia. Y justicia. Ideas. Y lucidez del pueblo a la hora de votar.

Todos estos casos nos han desvelado el trasfondo de todo: no hay corrupto sin corruptor. «En el proceder corrupto de este mundo, la mano dorada del delito puede aplastar las leyes», alertaba el rey Claudio, en Hamlet. Y eso es lo que ha ocurrido hasta ahora. ¿Por qué Finlandia o Nueva Zelanda registran menos corrupción que nosotros? Porque aún vivimos en el despotismo. Dominados por una oligarquía. Porque mantenemos estructuras heredadas del franquismo donde siempre se benefician los mismos y se protegen entre ellos. Porque no tenemos una tradición legislativa sólida, porque hay desigualdad de sexo, sueldos bajos que impulsan al fraude, muy poca transparencia y poca conciencia sobre el valor de la educación.

La corrupción no se produce sin financiación. Y esa financiación procede de empresas, principalmente, a las que después se agradecen y promocionan. Tengo conciencia de quién soy, de que pertenezco a la clase trabajadora. Y no quiero este empobrecimiento continuo. Porque es la democracia frente a los mercados. Yo lo que quiero es un cambio profundo donde los políticos no estén a las órdenes de empresas o instituciones. Donde, cual espectáculo de marionetas, al político no les manejen otros los hilos.

Por supuesto. Yo no acepto lecciones de políticos implicados en corrupción. Pero tampoco dejo que me dé lecciones Juan Roig (Mercadona), diciendo que trabaje como un chino para que presuntamente después ese dinero que vaya a financiar a un partido, como se recoge en los papeles de Bárcenas. Tampoco dejo que la CEOE me diga que es rechazable una huelga general, que ataque a los funcionarios o que el despido debe ser aún más barato, para que a ellos les salga el negocio. O que la patronal bancaria dijera que había que construir más viviendas mientras ocurren los desahucios. No dejo que me den lecciones de patriotismo quienes tienen sus cuentas en paraísos fiscales. Pero tampoco quiero que me dé lecciones de qué hacer con un embarazo o cree cargos de conciencia y pecado alguien de la cúpula eclesiástica que (salvo milagro) nunca será mujer ni podrá verse en esa situación. Porque tampoco quiero que me dé lecciones una monarquía con un miembro de la Casa Real imputado y cuya transparencia deja mucho que desear. Porque no quiero que me den lecciones desde la troika, a la que nadie ha votado. Ni lecciones de supuestos expertos (inexpertos) que nos han llevado hasta aquí. No quiero que desde el Banco Central Europeo me digan que hay que bajar los sueldos de la clase trabajadora para ser competitivos, para luego venir a nuestro Congreso a puerta cerrada y se rescate a quienes han causado el problema. No quiero escuchar del FMI que supone un riesgo que la gente viva más de lo esperado para que después se gasten un dineral en la comida de Navidad, cuando en verdad el sistema de pensiones se mantiene. También quiero escuchar quejas contra ellos. Contra esos que corrompen al político. Contra esos que nadie ha votado y que quieren imponer sus doctrinas y normas. Contra esos que quitan nuestro bienestar para que ellos lo disfruten.

La culpa no es sólo de los políticos. Hay un sistema de capital detrás, sin control, de lucro incontrolable donde matar de hambre a los ciudadanos parece que no cuenta, por mucha chaqueta y corbata que lleven quienes toman esas decisiones. Sin redistribución de la riqueza. En un expolio social, como demostraba Vincenç Navarro. Porque a todos esos que les importa poco explotarte, si te quedas incapacitado por un accidente ante la precariedad laboral o si te quedas sin empleo, es muy probable que les dé lo mismo que se vayan los políticos. Y yo no quiero un tecnócrata. Porque un país no es una empresa. Un país es una sociedad donde debe garantizarse la estabilidad y justicia social de sus ciudadanos por encima de la rentabilidad y de la competitividad. Porque mientras yo escribo esto las personas llegan a su casa diciendo que los han despedido, que se les agotó la prestación, que deben ir al banco de alimentos o que en unos meses le quitan su casa. Aprendamos de esos a quienes no les quedan nada. A quienes debilitan con sus imposiciones. A quienes condenan al hambre, a la depresión, a la enfermedad y a la falta de esperanzas.

Y por eso quiero políticos. Porque, a pesar de que la ley electoral no sea perfecta, tienen que ver que hablamos cuando nos toca en las urnas. Porque ahí sí puedes elegir. Por respeto a nuestros antepasados que lucharon y por respeto a las nuevas generaciones. Porque si dejamos nuestra conciencia política y democrática por ese discurso fácil, donde nos cargamos la política, dejamos que quienes manejan los hilos se coman nuestro terreno. Como decía Ofelia, «lo que somos, lo sabemos; no sabemos, sin embargo, lo que podemos ser». Queda en nuestras manos.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.