Desde luego, Mayo del 68 no fue como la Comuna de París en 1871 (efemérides obrera que jamás recuerdan por el pánico que le tienen) A Izar y June Tal vez fue en abril de 1988 que Jon Ander Larreategi (hermano de Axulo e Izaskun) nos llamó a Joseba Macías y a este humilde compañero […]
Desde luego, Mayo del 68 no fue como la Comuna de París en 1871 (efemérides obrera que jamás recuerdan por el pánico que le tienen)
A Izar y June
Tal vez fue en abril de 1988 que Jon Ander Larreategi (hermano de Axulo e Izaskun) nos llamó a Joseba Macías y a este humilde compañero de viaje en el bar Artajo de la calle Ledesma de Bilbo donde, por cierto, se podía ver -como quien viera a un Nietzsche redivivo- a Federico Krutwig, cariacontecido, tomando una caña y con el diario «El Mundo» bajo el sobaco (entonces en plan cañero denunciando los «pelotazos» del PSOE), para, digo, escribir sobre el vigésimo aniversario del Mayo francés (o sea, parisino, pues París es media Francia) en un especial de la ya desaparecida revista «Punto y Hora».
Ahora se cumplen cuarenta años del Mayo parisino (y mejicano e italiano y alemán) y no veo yo a la burguesía muy entusiasmada en evocar, salvo los «progres», que, lejos de ser una revolución, fue una mutación, sire. Sarkozy hizo campaña presidencial proclamando que había que olvidarse del Mayo del 68, como si allí se hubiera guillotinado a algún cerdo burgués. No está bien asesorado. Si hubiera leído el libro del renegado Carlos Fuentes titulado «Los 68. París, Praga, México», editado en 2005, habría cambiado de táctica para afirmar que todas las reivindicaciones estudiantiles y obreras -y sus graffitis- fueron asimilados y fagocitados por las grandes tragaderas burguesas. Hoy se habla de ecologismo, feminismo, movimiento gay, etc., que está muy bien, y yo el primero por esa senda, pero de revolución nada. Tal vez porque no es moda y lo moderno -o posmoderno- sea acabar como acabaron los «líderes» de aquella «movida», o sea, engordando (supongo que dejaron de fumar).
En el portal «InSurGente» leo una breve entrevista que el donostiarra Iñaki Errazkin le hace al gaditano y genial dibujante Vázquez de Sola -que tantísimas anécdotas e historias te puede contar-, que sí estuvo en el Mayo parisino (hasta de guardaespaldas de J. P. Sartre), y no como otros cantamañanas, donde dice: «esta `revolución’ comenzó porque los estudiantes internos en la Universidad de Nanterre pretendían seguir en la cama con sus novias o ligues después de las diez de la noche, que era el límite vigente entonces (…). Los estudiantes, huelguistas o juerguistas no eran en el fondo sino unos minifachas (sic) vestidos de anarquistas de derechas. La prueba: dónde han acabado todos. Pero si los partidos políticos y los sindicatos hubiesen estado a la altura, viendo la respuesta popular (nota mía: París, a finales de mayo, estuvo paralizada), habrían podido hacer una verdadera revolución incruenta».
Son palabras que pueden parecer frívolas. ¿Qué ocurre, que Mayo no fue, en última instancia, sino una chufla y una farra de hijos de papá que veían que, luego de acabar la carrera, no iban a encontrar trabajo fijo? Una pintada decía que «no queremos ser los futuros explotadores de los obreros» (supongo que maoísta). Desde luego, no fue como la Comuna de París en 1871 (efemérides obrera que jamás recuerdan por el pánico que le tienen). Yo es que soy del plan antiguo. Y cuento los años por meses: mayo, junio, julio, agosto.