Tres siglos antes del comienzo de nuestra era, la ciudad más famosa del mundo era Alejandría, situada en la desembocadura del Nilo y fundada por el emperador macedonio Alejandro Magno de quien lleva su nombre. Las frecuentes crecidas del río, las grandes dimensiones de su delta y la falta de señalizaciones marítimas provocaron frecuentes naufragios […]
Tres siglos antes del comienzo de nuestra era, la ciudad más famosa del mundo era Alejandría, situada en la desembocadura del Nilo y fundada por el emperador macedonio Alejandro Magno de quien lleva su nombre. Las frecuentes crecidas del río, las grandes dimensiones de su delta y la falta de señalizaciones marítimas provocaron frecuentes naufragios en ese frecuentado punto de la costa mediterránea. Para solucionar este problema, el rey de Egipto Ptolomeo II mandó construir sobre una pequeña isla llamada Pharos, de donde procede el nombre común de «faro», una gigantesca torre que se iluminaba por la noche y orientaba a los navegantes. Por la belleza de su traza y la grandiosidad de su estructura fue considerado este Faro de Alejandría la tercera de las siete maravillas del mundo.
Los principales historiadores antiguos, como Estrabón, Plinio, Herodiano y Josefo, ofrecieron referencias de este gran monumento. Tras la conquista de Egipto por los musulmanes a finales del siglo VII, los geógrafos e historiadores árabes le dedicaron también la atención que se merecía con descripciones siempre elogiosas y más o menos fidedignas. Los movimientos sísmicos afectaron parcialmente a esta construcción helenística en varias ocasiones a lo largo de la Edad Media, daños que fueron reparados por orden de los sultanes egipcios. Finalmente, un gran terremoto destruyó por completo el famoso Faro hacia mediados del siglo XIV, pues el conocido viajero y escritor magrebí Ibn Batuta nos da cuenta de su desaparición en la segunda visita que realizó a la zona de Alejandría el año 1349.
Lo sorprendente de esta historia es que la mejor y más precisa descripción de tal maravilla del mundo antiguo se la debemos a un ilustre paisano llamado Yūsuf Benaxeij al-Malaqí («el Malagueño»), olvidado a lo largo de los siglos y apenas mencionado por los eruditos hasta que el gran arabista español Miguel Asín lo rescatara hace años demostrando que había sido la mejor fuente histórica, tanto antigua como medieval, sobre el tema. Precisamente el año 2007 se cumplió el VIII Centenario de su muerte, ocurrida el año 1207 de nuestra era. Bueno será, pues, que recordemos ahora algo de su vida.
Un ilustrado piadoso y benefactor de su ciudad, Málaga
Vivió en el siglo XII, época de dominio almohade y de esplendor en el campo artístico y científico del que son una muestra los monumentos árabes de Sevilla, entre otros, y los grandes hombres de ciencia andalusíes como Averroes, Ibn Tufayl y Avenzoar. A los pocos años de morir tuvo lugar la batalla de las Navas de Tolosa y con ella el declive definitivo de al-Andalus que quedaría reducido hasta finales del siglo XV al pequeño reino de Granada.
Su magnífica descripción del Faro de Alejandría está contenida en la obra enciclopédica titulada en árabe Kitāb Alif Bā, es decir, Abecedario, dedicada a su hijo menor y en la que pretendía ofrecer un resumen de la cultura general, sobre todo literaria, disponible en su época. Todo indica que era curioso en el plano intelectual y meticuloso en su trabajo de escritor.
Su descripción está basada en observaciones directas del gran monumento a lo largo de varios meses que permaneció en Alejandría, donde aprovechó también para asistir a cursos especializados. En la misma isla de Pharos fue tomando notas detalladas y realizando mediciones con la ayuda de una cuerda. No se entretiene en contar historias o leyendas, y lo que no podía descifrar (como la inscripción en griego que indicaba el nombre del arquitecto o el espesor de los muros de la torre), confiesa ignorarlo. Por él confirmamos que el Faro se cimentaba sobre los arrecifes y que constaba de tres cuerpos: una ancha y sólida base cuadrada, un segundo cuerpo octogonal y un tercero circular y bastante estrecho, donde se encendía el fuego nocturno que guiaba a los marineros. El material de construcción utilizado fue piedra blanca de gran dureza cuyas piezas estaban unidas entre sí con plomo fundido. La subida interior de la torre era amplia y en forma de rampa para facilitar su acceso.
Los conocimientos enciclopédicos puestos de manifiesto en su libro indican una buena cultura literaria e histórica, y los datos técnicos descriptivos del Faro muestran una formación técnica más que aceptable para un autor medieval. Que el ilustre malagueño se interesó por su tierra demostrando tanto cariño como capacidad, nos lo confirma su biógrafo Ibn al-Abbār al informarnos de que intervino personalmente en la construcción de 25 mezquitas y en la excavación de 50 pozos en la ciudad de Málaga, habiendo costeado esas obras de su propio bolsillo, algo infrecuente antes e impensable ahora. Valga por ahora este breve apunte aunque este ilustre andalusí merece más atención que la prestada hasta hoy por los estudiosos.