La muerte cruzada es un desenlace político contemplado en la Constitución de Ecuador. En la historia reciente habíamos tenidos algunos presidentes defenestrados, gente en las calles, protestas, gases lacrimógenos, muertos, heridos, para que, al final, el Congreso apele a la fórmula falsamente democrática y, con minoría de votos, sustituya a ese presidente. Para evitar semejante bochorno los constituyentes de Montecristi, pequeña ciudad de la costa ecuatoriana, tierra de Eloy Alfaro, propusieron que se podía invocar la «muerte cruzada». Se disuelve la Asamblea, pero se convoca inmediatamente a elecciones generales, incluida la de presidente, lo que en definitiva termina recogiendo el grito que desvela el hastío de la gente: ¡que se vayan todos!
Ahora Guillermo Lasso, banquero, neoliberal, fanático religioso, del Opus Dei, tendrá de 3 a 6 meses para preparar el camino de su propio abandono del poder, porque no le alcanzó el mercado de los votos y con la censura y destitución en sus ternillas, un bochorno para quien la presidencia era la cereza del pastel que, como otros ricachones de la región, Piñera en Chile, por ejemplo, se creían merecerlo por el solo hecho de haber acumulado enorme fortuna material. Huir hacia adelante, con la muerte cruzada, fue la salida. Engreídos, vanidosos, narcisos criollos.
Lasso lo intentó tres veces para por fin ganar, con estrecho margen, las elecciones de 2021. La campaña la hizo apelando a imágenes y dichos impactantes, frases cortas, más bien, vestimenta estrafalaria, zapatitos rojos. Atrás de semejante campaña estuvo un personaje harto conocido en Argentina: Jaime Durán Barba.
Fueron más de diez años demostrando voraz apetito por la casa presidencial. Algunos creyeron que había tenido tiempo suficiente para prepararse.
Llegada la hora de los hornos nos encontramos con un personaje lento, sin conocimiento alguno de lo público, o lo público como si fuera su banco, con empleados que no discuten, que solo obedecen órdenes. Nula capacidad para manejar el conflicto; torpe, rompiendo alianzas, él bastaba.
Se fue debilitando, apeló a la mentira, falseando datos, hasta que los datos de las distintas encuestadoras desvelaron que Lasso no tenía ni siquiera un 10 por ciento de apoyo popular.
Llegamos a febrero de 2023 y recibe una paliza electoral, la gente rechazó su consulta, ocho preguntas muy mañosas fueron todas despreciadas. Lasso nunca hizo un acto seriamente democrático de reconocimiento de su derrota que, al final, resultaba una revocatoria del mandato.
Y, otra vez, las mentiras, las acusaciones, sin prueba alguna, de que la oposición estaba financiada por el narcotráfico. Hasta que le estalló en su cara una trama de corrupción, de manejo muy doloso de la cuestión pública, con venta de cargos en sitios claves en empresas muy poderosas en el contexto ecuatoriano, y con operadores mafiosos que habían tenido, ellos sí, antecedentes de narcotraficantes y que habían estado en la cárcel, el más siniestro de ellos un día fue hallado muerto con tres acompañantes, como para que Netflix nos proponga una serie donde la bala, la corrupción, los proxenetas abunden. Muchos ministros renunciaron, otros funcionarios huyeron y alguno se ha escondido en Argentina también.
Ahora Lasso es personaje de la política que ya huele a formol y dejará un Ecuador desbaratado. Lo bueno es que su fracaso es del neoliberalismo también, como para que ya reconozcamos, de una vez por todas, como sucede en algunas partes de Europa, que la humanidad no puede escoger el camino de la pura especulación, que la política no puede ser tan cruenta, despiadada, indolente frente a la tragedia de los que nada tienen, que la educación no debe caer en tan grande deterioro, que la salud pública no debe darnos como única opción la funeraria. Es una gran paradoja que América Latina, la región más desigual de este planeta, todavía se deje tentar por la demagogia neoliberal. En Ecuador esa indolencia se mide en miles de vidas: masacres carcelarias, delincuencia desatada que nos hace llegar a la brutal tasa de casi 40 asesinatos por cada cien mil habitantes.
Ahora hay que moverse a ver si logramos recomponer la presencia de un Estado potente que ponga al mercado en su lugar: una variable a la que no se la puede dejar suelta para que nos domine y ponga al capital por encima del ser humano. La cuestión es exactamente al revés.
Las elecciones deben ser convocada en 7 días; en noventa se deben presentar candidatos, hombre y mujeres, para elegir a presidente y asambleístas que deberán concluir el periodo que a Lasso su cinismo e incapacidad le hizo abortar. Año y medio que nos deberá preparar para el 2025.
* Comunicador, cientista social y ex vicecanciller de Rafael Correa