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12 de octubre de 1492, o el inicio de una conquista que todavía perdura

Fuentes: Rebelión

A Ernesto Che Guevara, que ayer cumplió 41 años de asesinado.  Dentro de unos pocos días se cumplirá un nuevo aniversario del arribo del Almirante Cristóbal Colón a tierras americanas. Lo hizo, como todo el mundo sabe, el 12 de octubre de 1492 por la pequeña isla de Guanahaní, Las Bahamas, arribando a Cuba cinco […]

A Ernesto Che Guevara, que ayer cumplió 41 años de asesinado.

 
Dentro de unos pocos días se cumplirá un nuevo aniversario del arribo del Almirante Cristóbal Colón a tierras americanas. Lo hizo, como todo el mundo sabe, el 12 de octubre de 1492 por la pequeña isla de Guanahaní, Las Bahamas, arribando a Cuba cinco días después, el 27, por la holguinera bahía de Bariay.

Los aportes científicos de aquel viaje, nadie lo duda, fueron realmente importantes. Pero no todo resultó positivo, pues, tras aquella histórica navegación, con el llamado «descubrimiento» llegaron asociados la conquista, la colonización, el exterminio y la esclavitud de no pocas personas.

A partir del encuentro -encontronazo más bien- los europeos cayeron sobre todo el continente como aves de rapiña, con el único y perverso objetivo de apropiarse de todo lo que tuviese interés para sus ansias expansionistas. Y vaya que sí se expandieron.

Eso significa que hubo vencedores y vencidos; y hoy, tantísimos años después, todavía los sigue habiendo con mayor diferencia entre unos y otros, si cabe. Vencedores obviamente los europeos -no sólo los españoles, porque también otros países se beneficiaron del «descubrimiento», incluido los Estados Unidos-, y vencidos los dueños naturales de aquellas tierras que fueron salvajemente diezmados y desposeídos de sus inmensas riquezas; aquellas que, como Carlos Marx hubo denunciado, contribuyeron de manera importante a la acumulación originaria del capital, ampliando la injusta y cruel división internacional del trabajo que caracterizó desde sus inicios al sistema capitalista en el mundo. «El capital viene al mundo chorreando sangre y lodo desde la cabeza hasta los pies, por todos los poros». Y a día de hoy todavía sigue chorreando los mismos ríos de injusticias, de violencia y dolor, fundamentalmente en los países del Tercer Mundo.

Entre 70 y 80.000.000 de indígenas pertenecientes a las civilizaciones azteca, maya, inca, aymará, tupí-guaraní, araucana, chibcha, timote, aruak y karib fueron exterminados a causa de la conquista y colonización española, portuguesa, francesa, inglesa, holandesa, y danesa, y, fundamentalmente, de la «evangelización» de la Iglesia católica, apostólica y romana, cuya terrorífica herramienta era la Inquisición establecida por los Reyes Católicos en 1478.

Aniquilados fueron también 45.000.000 de africanos que, secuestrados previamente en sus lugares de origen, fueron utilizados como mano de obra esclava. A esta elevada cifra debemos sumarle los 140.000.000 de africanos que perecieron durante sus capturas, fueron asesinados o arrojados vivos a las aguas del Atlántico durante las travesías entre el África occidental y el continente conquistado.

Toda forma de resistencia ofrecida por los colonizados y sus intentos emancipadores arrojaron no pocas cifras necrológicas para la historia. Haití, por ejemplo, fue el primer país en conseguir su independencia; la logró en 1804, pero ser la primera república negra del mundo le costó encajar la muerte de más de 150.000 personas. El suplicio que vivió en las cárceles francesas el líder independentista y antiesclavista haitiano, Toussaint Louverture (1743-1803), el asesinato de su sucesor en la lucha, Jean Jacques Dessalines (1578-1806), así como el cruento bloqueo económico, político y militar que fue impuesto contra toda la población, fueron intentos desesperados de los franceses -junto a la participación de Inglaterra y la connivencia de los Estados Unidos- de reconquistar -con éxito- y restablecer la esclavitud en el territorio haitiano. Hoy Haití, para vergüenza de la humanidad, es el país más pobre del continente americano, ya que se ahoga no sólo en las aguas que torrencialmente le envía bastante a menudo la climatología, sino también en las turbulentas aguas de la más absoluta y cruenta miseria.

Durante quince años -entre 1810 y 1825-, el alto precio que los independentistas debieron pagar, como consecuencia de sus luchas por la independencia de las colonias españolas en el continente, superan los 4.000.000 de muertos. También en aquellas luchas «asomó» la ayuda interesada de Inglaterra; los franceses adoptaron actitudes displicentes y los Estados Unidos una «neutralidad» harto hostil y sospechosa. Nada que sorprenda, sin embargo. En 1786, Thomas Jefferson ya había expresado que «era necesario posponer la independencia de los países hispanoamericanos hasta que la población estadounidense hubiera crecido lo suficiente para ir arrebatándoselos [a España] pedazo a pedazo». Y eso mismo es lo que hicieron los yanquis.

Cinco siglos de historia latinoamericana y caribeña dan para exponer muchísimos ejemplos más. Pero no me extenderé ahora con ninguno ellos, porque con lo expuesto ya es suficiente para ilustrar el ingente sufrimiento provocado por una única ley: la de la fuerza.

Salvando las distancias y los tiempos, el trato que la América Latina de hoy recibe por parte de los europeos no se difiere gran cosa al de antaño. Actualmente, las oligarquías del viejo continente siguen robando todo lo que pueden, y lo hacen apoyadas por sus respectivos Estados, que trabajan descaradamente para ellas. No hay más que ver la miserable actitud que estos últimos adoptan cuando la castigada población de algún país latinoamericano decide recuperar -ejercer más bien- su plena soberanía, o al menos intentarlo. Parece como si los «herederos» apelaran a unos «derechos adquiridos» que la verdad histórica se encarga de denunciar que no les corresponde.

Los actuales gobernantes europeos deberían ser menos soberbios, más humildes y comedidos; recordar de vez en cuando la sangrienta e imperialista historia de sus ancestros en lo que hoy es América Latina. También sus gobernados. No se vayan a creer que el nivel de vida que hoy en día poseen en sus respectivos «edenes» se debe a que son más inteligentes que los habitantes de los países subdesarrollados. A estas alturas no es conveniente ni saludable confundir la inteligencia con la rapiña.

Sería bueno recordar que, fundamentalmente, las balanzas se desequilibran porque de un lado se quita para ponerlo en el otro. Y para llevar a cabo tan despiadado y egoísta proceso, más que la inteligencia, lo que históricamente siempre se ha utilizado, insisto, ha sido la fuerza.

Lejos de resarcir, la opulenta Europa sigue «vomitando» nuevas formas de dominación e ilegítima «autodefensa». Quieren disfrutar la parte positiva de sus robos, pero no asumir las consecuencias negativas que estos generan. Este mismo año la Unión Europea ha aprobado la llamada Directiva del Retorno; aquel «vómito» insolidario que Evo Morales acertadamente llamó Directiva de la Vergüenza, y que reduce de manera humillante los hasta ahora escasos derechos de los inmigrantes -el presidente español, Rodríguez Zapatero, la defendió como progresista-. Paralelamente andan a vueltas con la creación de una Carta Azul, similar a la Carta Verde que Estados Unidos utiliza para apropiarse de la mano de obra cualificada procedente de terceros países. Como se puede observar, rechazan lo que les sobra y atraen lo que necesitan.

Con una resistencia cada vez más efectiva -ahí están los ejemplos de Cuba, Venezuela, Bolivia, Ecuador…-, el próximo domingo se cumplirán 516 años del arribo de Cristóbal Colón a tierras americanas, el inicio, sin duda, de una conquista que hoy todavía perdura.