¿Cómo recordaremos el 2011 dentro de diez, veinte o treinta años? Esta pregunta, que bien podría ser indicadora de esperanza como de inquietud o preocupación, es un punto recurrente en las conversaciones de la juventud árabe, que lleva desde principios de año provocando cambios políticos y sociales radicales en unos países hastiados tras décadas de […]
¿Cómo recordaremos el 2011 dentro de diez, veinte o treinta años?
Esta pregunta, que bien podría ser indicadora de esperanza como de inquietud o preocupación, es un punto recurrente en las conversaciones de la juventud árabe, que lleva desde principios de año provocando cambios políticos y sociales radicales en unos países hastiados tras décadas de horror y pánico. Han sorprendido al mundo y a sí mismos. Quizás hayan sorprendido al mundo precisamente por haber encontrado la manera de sorprenderse a sí mismos. Queda mucho por luchar para que la sorpresa final sea la definitiva, y el camino no será fácil. Tampoco es imposible.
Otras movilizaciones sociales, aparte de la Primavera Árabe, están contribuyendo a que 2011 sea de verdad un año rebelde. El 15M en España, las movilizaciones juveniles y sindicales en Grecia, la rebeldía financiera de Islandia, Occupy Wall Street en EEUU, entre otras movilizaciones contra el sistema político y económico establecido, están haciendo correr ríos de tinta (y el sudor de la clase dirigente). Es curioso que haya tantas similitudes entre las protestas pese a tener lugar en escenarios muy diferentes, con condiciones dispares. No es lo mismo luchar contra una dictadura militar que defender derechos socio-económicos en una democracia liberal- capitalista. Sin embargo hubo demasiadas similitudes entre la plaza Tahrir y la Puerta del Sol. Existen los cimientos de una lucha global articulada y eficaz, pero hace falta mucho trabajo para montarla y hacerla posible.
Pese a que la jornada de 15O está llamada a ser una de las movilizaciones sociales más grandes de la historia, todavía no es posible decir que la Primavera Árabe forma parte orgánica de ella. Hay paralelismos simbólicos, simpatías, incluso conciencia de camaradería, pero todavía falta mucho por hacer para que exista una coordinación estable y fluida que unifique esfuerzos para ganarle terreno al sistema establecido.
Un pequeño repaso histórico y un recorrido informativo sobre la identidad y las relaciones de los actores político-económicos a nivel global bastaría para saber que todos los regímenes árabes, ya sean aliados manifiestos o aparentemente díscolos, han sido parte esencial del sistema global. La espesa red de relaciones y lealtades económicas y políticas en la zona, y no solo en materia de petróleo, es un componente esencial del sistema de irrigación de la globalización. Los cambios en el mundo árabe no son bienvenidos, y si son inevitables hay que hacer lo posible para que estos cambios sean controlados con el fin de que «cambie todo para que nada cambie». A la clase dominante le sobran motivos para no querer que haya democracias en los países árabes, y para ello se han tejido infinidad de teorías, como la incompatibilidad del Islam con la democracia, que servían para justificar el apoyo a las dictaduras (y el apoyo incondicional al belicismo agresivo de Israel), y para argumentar que temas como las libertades individuales y colectivas o los derechos humanos sean utilizables según convenga. Diez decapitados en plaza pública en Arabia Saudí no merecen repulsa y condena por parte de gobiernos y grandes medios de comunicación en occidente, en cambio sí lo merecerían si hubieran sido en Irán. Uno de los logros a conseguir por los movimientos sociales ha de ser liberar las causas de los derechos y las libertades humanas de la burda y descarada instrumentalización política.
La Primavera Árabe no ha sido solo fruto del desencanto con un dictador o un régimen, sino que es la expresión rotunda del rechazo de los pueblos árabes a seguir siendo meros espectadores de su destino, a ser sufridores pasivos de los abusos de sátrapas que a su vez cumplen con lo esperado de ellos por parte del sistema global para seguir siendo parte de la red de intereses regionales e internacionales. Los pueblos árabes están llevando a cabo una revolución por su dignidad y su libertad. Quieren ser amos y señores de sus vidas, y para conseguirlo han de derrotar a regímenes crueles y sanguinarios a la vez que evitan caer en las garras de un sistema global que hará todo lo posible para controlar todos aquellos cambios que no pueda evitar. Los pueblos árabes están sufriendo una auténtica contrarrevolución, feroz y poderosa. Los autores -a distancia- de esa contrarrevolución necesitan imperiosamente que ésta triunfe para poder seguir como hasta ahora, y estos autores son, precisamente, los mismos contra los que saldremos a manifestarnos mañana, 15 de octubre. Los movimientos sociales del 15O y la Primavera Árabe luchan en escenarios diferentes, pero sus enemigos están profundamente ligados, y solo juntando fuerzas esos enemigos serán derrotados.
Hace falta mucho trabajo para crear conciencia sobre la necesidad de coordinar esfuerzos. En tiempos en los que se vende a la OTAN como instrumento esencial para propulsar el cambio en el mundo árabe y se presenta a los mandatarios occidentales como amigos sensibles de los pueblos árabes hace falta mucho trabajo para evitar que la Primavera Árabe se ahogue en la contrarrevolución política y mediática, y evitar la fragmentación de las ansias de cambio en meras luchas locales es el camino. Por ello hay que conseguir que la camaradería entre los movimientos sociales en Europa y EEUU y la Primavera Árabe pase de lo simbólico y lo programático.
¿Cómo recordaremos el 2011 dentro de unos años? Todavía no lo sé, y me preocupa no saberlo. De lo que estoy seguro es que los hijos de la Primavera Árabe y los del 15O lo recordarán de la misma manera. Triunfarán o fracasarán juntos. Me ilusiona pensar que la primera opción es más que posible.
Fuente: http://yass1984.blogspot.com/2011/10/15o-y-primavera-arabe-cambioglobal.html