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1984 u Oceanía 2.0

Fuentes: Rebelión

Algunos de nosotros, cuando hace ya muchos años leíamos por primera vez la genial novela de Orwell que da título a este humilde artículo, nos sorprendíamos descubriendo, de forma casi incosciente, paralelísmos asombrosos entre aquella distópica sociedad futurista imaginada por Orwell, y la sociedad actual. Paralelismos que, si ya por aquel entonces resultaban bastante evidentes, […]

Algunos de nosotros, cuando hace ya muchos años leíamos por primera vez la genial novela de Orwell que da título a este humilde artículo, nos sorprendíamos descubriendo, de forma casi incosciente, paralelísmos asombrosos entre aquella distópica sociedad futurista imaginada por Orwell, y la sociedad actual. Paralelismos que, si ya por aquel entonces resultaban bastante evidentes, se han hecho aún más patentes en estos últimos años (espoleados por una crisis económica que no es sino una dura consecuencia de otra bastante más grave, más profunda, y de naturaleza ética y moral).

Porque, a pesar de que las actuales herramientas de control físico y mental pueden diferir de las allí descritas -en la forma pero no en el fondo-, en ambos casos están al servicio de un objetivo común. Y esas herramientas, que nadie lo dude, cumplen con su función. Han dejado profundas improntas en nuestro subconsciente que, lo sospechemos o no, están presentes en todos y cada uno de nosotros en mayor o menor grado.

Ahora bien, hasta hace no mucho, el control mental era suficiente per se, el sistema estaba tan bien montado que el control físico era innecesario, meramente anecdótico, gracias a que la alienación del pensamiento era prácticamente total, y en los contados casos en que no lo era, carecían de fuerza para lograr algo mínimamente significativo. Inclusive cuando una rara avis que escapaba a esa dinámica y que, además, había dado una lección de gestión pública ejemplar en la alcaldía de alguna capital de provincias se postuló como candidato a la presidencia del gobierno. Fracasó… pero no él, sino la sociedad en su conjunto, que optó por la vía fácil, por la vía inercial frente a la vía reflexiva, por el sendero que conducía a la autodestrucción. Habían sublimado el sistema y lo habían elevado a cotas de perfección que ni el mismo Orwell pudo imaginar, ya no necesitaban policía del pensamiento porque no tenían que controlar el pensamiento, habían llegado un paso más allá; lo habían erradicado.

Llegados a este punto cabe preguntarse: ¿pero cómo lograron llegar a ese grado de refinamiento del sistema sin hacer saltar las alarmas en algún punto del proceso?, ¿como lograron esa titánica tarea, que a priori se atojaba imposible, de eliminar la capacidad reflexiva propia del ser humano?… Pues gracias a la divulgación de una nueva religión, el Consumismo, que se universalizó y conquistó todo el planeta por medio de los más poderosos predicadores que la Historia haya conocido; los medios de comunicación de masas. Aunque, para ser más específicos, debemos reconocer a la televisión su papel preeminentemente protagonista en esta colosal tarea. En este caso, a las «telepantallas» orwellianas les bastó con la emisión, ni siquiera necesitaron que estas enviaran información en ambos sentidos.

La situación actual empieza a ser tan grave que se les ha escapado, de momento levemente, de las manos. El Ministerio de la Verdad, que funcionaba desde hacía décadas a pleno rendimiento conjuntamente con el Ministerio de la Paz (que en este caso emplea guerras deportivas: Eurocopas, Mundiales, Barças, Madriles…, pero que cumplen idéntico objetivo) y que obtenían y obtienen geniales resultados, empiezan a mostrarse, aunque sólo para una pequeña minoría que comienza a despertar, ligeramente insuficientes. Por su parte, el Ministerio de la Abundancia, aletargado durante años por la burbuja especulativa e inmobiliaria, ha ido despertando progresivamente desde la explosión definitiva de la crisis en 2008, incrementando su influencia en la población trabajadora de forma exponencial. Y finalmente, parecen haber deducido que incluso con los tres poderosos ministerios funcionando a todo trapo, su efecto sinérgico puede resultar insuficiente en un futuro próximo, por lo que han comenzado a intensificar la actividad del último eslabón, cuyo lado más duro espera a aquellos que no se dejen someter por los tres anteriores; el Ministerio del Amor, donde ministros de -lo que ellos llaman- justicia, de interior y delegadas de gobierno empiezan a proponer artillería pesada, ya sea en forma de amenazas o con represión física dura y directa.

Simultáneamente, y como resultado de todo lo anteriormente expuesto, las nuevas generaciones, víctimas del sistema en el que se encuentran inmersas colaboran activamente a las labores de empobrecimiento y deconstrucción del lenguaje. Empobreciendo el lenguaje, vehículo único del pensamiento, empobrecen, por extensión, la capacidad de desarrollar pensamientos complejos. En este punto también han dado otra vuelca de tuerca a la sociedad orwelliana reflejada en la novela, donde al menos debían trabajar intensamente en esta labor de deconstrucción, pero en esta sociedad actual, han logrado automatizar el proceso y convertirlo en inercial.

Todo ello, sin que se olviden nunca de dejar bien claro que existen varios y peligrosos traidores, tanto a nivel nacional como internacional (Rafael Correa, Hugo Chávez…) y a nivel colectivo (sindicatos, funcionarios…) como individual (el traidor depende del momento y los intereses del medio), todos ellos pérfidos Emmanuel Goldstein a los que interesa que la población dedique los 2 Minutos del Odio.

Puesto que le han dado varias vueltas de tuerca al modelo de sociedad orwelliana, creo que podríamos definir nuestra sociedad actual como Oceanía 2.0.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.