Si el mundo del nuevo siglo se perfila como multipolar, ante el fracasado intento estadounidense por imponer su hegemonía absoluta, es indudable que uno de los nuevos polos de poder que definitivamente ha emergido es el encarnado en la Alternativa Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA). Su presencia y protagonismo como nuevo bloque […]
Si el mundo del nuevo siglo se perfila como multipolar, ante el fracasado intento estadounidense por imponer su hegemonía absoluta, es indudable que uno de los nuevos polos de poder que definitivamente ha emergido es el encarnado en la Alternativa Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA). Su presencia y protagonismo como nuevo bloque revolucionario de poder en Nuestra América, sobre todo durante el pasado año 2009, han establecido un nuevo, sólido y esperanzador referente político y económico diferenciado que ya no pueden ignorar las diversas potencias mundiales, particularmente las comandadas desde Washington y Bruselas. Es más, ya voceros importantes de ambas dan señales de franco reconocimiento a la potente y singular voz que ha asumido el ALBA en torno a diversos asuntos internacionales críticos, con serias implicaciones estratégicas, aunque sea para exteriorizar su gran malestar y lanzar amenazas veladas contra sus estados miembros o intentar falsear sus posturas.
Así, el pasado 11 de diciembre, la jefa de la diplomacia estadounidense, Hillary Clinton, haciendo alardes de la tradicional autoridad imperial de su cargo, advirtió a Venezuela y Bolivia de que sus relaciones amistosas con el gobierno iraní pueden tener «consecuencias para ellos», así que «esperamos que se lo piensen dos veces». Por otra parte, la ministra española de Medio Ambiente, Elena Espinosa, prácticamente acusó a Bolivia y Venezuela de sabotear la posibilidad de llegar a un acuerdo en la reciente Cumbre del Cambio Climático realizada en Copenhague. La imputación pretende reducir las militantes posturas asumidas por ambos países a consideraciones de estricta defensa de su intereses particulares en el gas natural y el petróleo.
La declaración de la Clinton -hecha en el momento en que daba a la publicidad un Informe gubernamental sobre la situación política en la América Latina- es la típica prepotencia imperial con la que siempre ha reaccionado Washington ante cualquier intento de países de la América nuestra por ejercer una política internacional independiente. Incluso, en la aplicación selectiva de su crítica, denota cierto doble rasero igualmente típico, pues no se le ocurrió hacerle la misma advertencia a Brasil. Deja de tomar nota del hecho de que el gobierno de Lula se ha distanciado también de la agresiva diplomacia estadounidense hacia Irán. De ahí la acogida que recientemente le dispensó al presidente iraní, Mahmoud Ahmadinejad, y la firma de una serie de acuerdos de cooperación entre ambos países, al igual que lo habían hecho Venezuela y Bolivia. Pero aquí juega la nueva consideración estratégica que el gobierno estadounidense está otorgando crecientemente a Brasil, como una de las potencias emergentes que integran el Grupo de los 20, concertación global de países que crecientemente ha ido desplazando al menos representativo club de las grandes potencias conocido como el Grupo de los 7. Y a pesar de estar dirigido por un presidente de izquierda, éste es valorado como un izquierdista «bueno» y «moderado», sobre todo por la continuada adhesión de su gobierno a ciertas expresiones del neoliberalismo.
Los ricos son los responsables de la destrucción del planeta
En el caso de la fantasiosa imputación de la ministra española de Medio Ambiente, ésta queda meridianamente refutada por los hechos. En todo caso, fueron los gobiernos de Estados Unidos y la Unión Europea los que, pretendiendo evadir su responsabilidad histórica por el cambio climático que amenaza la supervivencia misma de la humanidad, descarrilaron los procesos deliberativos del importante evento, encabezados por el cada vez más desacreditado presidente estadounidense Barack Obama. Festinadamente impusieron una farsa a expensas del Protocolo de Kioto y las negociaciones que se desarrollaban bajo la coordinación de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), al no poder conseguir la aprobación de un régimen legal que les siguiese dando un trato preferencial discriminatorio a sus economías, en desconocimiento de las grandes desigualdades prevalecientes en la economía mundial.
De las voces que, sin embargo, destellaron por su hondo sentido de responsabilidad frente al sinsentido, el oportunismo e irresponsabilidad de los más poderosos, fue la del presidente boliviano, Evo Morales Ayma. Éste hizo un llamado a crear, bajo el auspicio de la ONU, un Derecho de la Madre Tierra que ponga fin a la producción y consumo irracional de las grandes potencias.
Al llamado del mandatario boliviano se unió, con igual pertinencia, el presidente venezolano Hugo Chávez Frías, al exigir un cambio del sistema capitalista si de verdad lo que se quiere es cambiar el clima. Si el clima fuese un banco, el sistema capitalista ya lo hubiese salvado, denunció. El mandatario bolivariano puntualizó que los ricos son los mayores responsables de los peligros que hoy se ciernen sobre el planeta. Ambos, Morales y Chávez, sacudieron así el cónclave de Copenhague con su discurso radical y consecuente, en contraste con la retórica crecientemente hueca e inconsecuente de Obama.
El que no aprenda del pasado está condenado a repetirlo
Ya desde la Cumbre de las Américas, celebrada en abril en Puerto España, la capital de Trinidad y Tobago, el gobierno estadounidense de Obama se ha visto continuamente emplazado por la voz del ALBA. Mientras Obama pedía a sus interlocutores al sur del Río Bravo y de las Antillas que no se quedaran empantanados en el pasado, reclamándole a su gobierno por los errores de pasadas administraciones estadounidenses, Chávez logró imponerse con el regalo que le hizo, el libro «Las venas abiertas de América Latina«, del uruguayo Eduardo Galeano. Con ello, Chávez quiso advertir al mandatario estadounidense de que ignorar el pasado, negándose a asumir las críticas y responsabilidades de rigor, en nada ayudaría a evitar su eterna repetición. Y así ha acaecido.
Éstos no han sido, sin embargo, los únicos ni los más críticos ejemplos, en el año recién concluido, en que los países del ALBA han cuestionado y confrontado decisivamente las ambiciones imperiales de Washington, desenmascarando de paso la esencial continuidad bajo Obama de las mismas actitudes y políticas imperiales del pasado, particularmente hacia la América nuestra. En dos ocasiones le volcaron en contra el otrora «Ministerio de Colonias», como la Revolución cubana bautizó a comienzos de los sesentas del siglo pasado a la Organización de Estados Americanos (OEA). A comienzos de junio, el ALBA, por voz de Manuel Zelaya, el presidente de Honduras y anfitrión de la reunión anual de la Asamblea General de la OEA, se encargó de consolidar lo que ya era un reclamo a gritos: poner fin a la ignominiosa resolución suya que, por imposición de Washington, expulsó a Cuba en 1962 de ese controvertible organismo interamericano. La empecinada y criminal injerencia estadounidense en relación a la Revolución cubana recibió así un golpe que le obligó, a regañadientes, a aceptar la resolución consensuada. No obstante, ni corto ni perezoso, Washington se encargó de poner suficientes trabas y condiciones para que no tuviera mayores efectos concretos en lo inmediato.
La guerra en Honduras contra el ALBA
Pero, no pasó mucho tiempo para que la OEA volviese a ser escenario de un nuevo choque de fuerzas a raíz del golpe de Estado cívico-militar en Honduras de finales del mismo mes de junio. El ALBA fue decisivo en la articulación de la condena unánime con la que dicho golpe fue recibido, tanto por la OEA como por otras organizaciones regionales, entre ellas el UNASUR y el Mercosur, e internacionales como, por ejemplo, la ONU. En este último caso, la Asamblea General estaba presidida en ese momento por el ex canciller nicaragüense Miguel D’Escoto Brockmann, siendo su país uno de los miembros destacados del ALBA.
La postura inicial adoptada por la OEA, a la que accedió con cierto remilgo el gobierno de Obama-Clinton, insistió en la restitución incondicional e inmediata del presidente constitucional de Honduras. Sin embargo, mientras más se iban conociendo los antecedentes del golpe, más se confirmaba la complicidad de Washington con sus fines. Ello quedó crecientemente corroborado cuando la Secretaria de Estado Clinton consiguió sumar al mandatario costarricense, Oscar Arias, a un esfuerzo diplomático para darle validez a los efectos del golpe a través de un acuerdo, finalmente suscrito entre las partes, del que Zelaya salió trasquilado y definitivamente depuesto.
El gobierno de facto se hizo cargo de controlar, con toda la fuerza bruta a su disposición, el proceso de selección del próximo presidente civil, el cual una vez «electo» en unos comicios viciados de raíz, recibió de inmediato el aval de Estados Unidos y algunos otros países aliados suyos como Costa Rica, Panamá y Colombia. De paso, el gobierno de Obama no ha ocultado mucho su parecer de que en Honduras se libra un conflicto de carácter estratégico por intermedio de terceros (el proxy war de la Guerra Fría), donde su verdadero adversario es el ALBA y su creciente influencia a través de la región.
La derrota de los golpistas medialuneros
El ALBA ejerció también un liderazgo decisivo al interior de la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR) para convocarle a auxiliar el presidente boliviano Evo Morales, recientemente refrendado por una mayoría amplia de los bolivianos, quien se enfrentaba en el momento a un proceso violento de desestabilización política, con fines golpistas. Dicho proceso sedicioso fue promovido por un grupo de prefectos de los departamentos que integran la llamada «media luna», auxiliados por la Embajada de Estados Unidos en La Paz, que amenazaban con la secesión, entre otras cosas. Fue la primera cumbre de la joven Unión, citada de emergencia por la presidente chilena Michelle Bachelet en Santiago de Chile. Al concluir, acordó solidarizarse con el gobierno de Evo Morales, pronunciarse inequívocamente a favor de la unidad nacional de Bolivia y rechazar firmemente cualquier intento de golpe contra el orden constitucional. La intervención de la UNASUR fue un elemento clave en la desarticulación y el fracaso de los planes golpistas.
Posteriormente, en noviembre, el ALBA alzó nuevamente su voz, sobre todo al interior del UNASUR, para denunciar los efectos desestabilizadores sobre la paz, la seguridad y la autodeterminación regional que tiene la instalación de siete bases estadounidenses en Colombia. En esta ocasión, sin embargo, la UNASUR se negó a actuar con la firmeza requerida frente a los gobiernos de Obama y Uribe, optando por la estrategia diplomática de baja intensidad de pedir garantías formales a ambos gobiernos de que dichas bases no se usarán para realizar actividades militares contra terceros países. Colombia se convierte así en una base potente de operaciones para la injerencia yanqui en nuestra región, sobre todo contra Venezuela, Ecuador y Bolivia.
Una integración y unidad poscapitalista
En sus cinco años de fundado, el ALBA proyecta un grado de poder e influencia que ha sorprendido a no pocos analistas internacionales que en sus orígenes la tachaban de un invento grandilocuente de Hugo Chávez y Fidel Castro, sus fundadores, que tendría escaso impacto sobre la política regional o mundial. Sin embargo, como iniciativa alternativa de integración y unidad de Nuestra América, con un carácter postcapitalista, sus logros positivos la han posicionado como un creíble bloque regional de poder que ha crecido, entre otras razones, a partir del giro decisivo a la izquierda que ha habido en los últimos años en la política regional .
De ahí que en 2006 se unió Bolivia al ALBA, como resultado del histórico triunfo electoral de Evo Morales. En 2007, el retorno de los sandinistas al gobierno en Nicaragua, llevan al ingreso de dicho país. En 2008 lo hizo Honduras, bajo el gobierno de Zelaya y en 2009 Ecuador, bajo la presidencia de Rafael Correas. Otras adhesiones al ALBA incluyen a Dominica, en 2008, y San Vicente y las Granadinas, así como Antigua y Barbuda, los cuales ingresaron en 2009. Los miembros del ALBA se han visto beneficiados significativamente con una serie de políticas de cooperación económica y social.
Uno de sus logros más importantes ha sido poner fin al analfabetismo en Venezuela, Bolivia, Nicaragua y Ecuador. Uniéndose a la puesta en marcha de otras importantes iniciativas, tales como el Banco del Sur y Telesur, así como una red de empresas comunes, el ALBA próximamente dará otro paso de históricas dimensiones cuando entre en vigencia su nueva moneda, el Sistema Unitario de Compensación Regional de Pago, mejor conocido como el Sucre, y que busca sustituir el uso del dólar en las transacciones comerciales y financieras entre sus miembros. Dicha iniciativa se enmarca dentro de un proceso que desembocará finalmente en la adopción de una moneda común, que operará de forma similar al euro. Ésta constituye una meta que el ALBA ha estado promoviendo también activamente al interior del UNASUR.
Sin embargo, seríamos ingenuos si dejáramos de reconocer que, ante los avances decisivos y ejemplares del ALBA, Washington no se ha quedado cruzado de brazos. Como muy bien advirtiera el líder histórico cubano Fidel Castro Ruz en una de sus más recientes reflexiones: «el imperio está de nuevo a la ofensiva». Y éste anda nuevamente haciendo de las suyas, «tratando de recuperar su patio trasero». Y frente a ese maldito empeño imperial por devolvernos a las tinieblas, se alza esperanzadoramente el ALBA.
El autor es Catedrático de Filosofía y Teoría del Derecho y del Estado en la Facultad de Derecho Eugenio María de Hostos, en Mayagüez, Puerto Rico. Es, además, miembro de la Junta de Directores y colaborador permanente del semanario puertorriqueño «Claridad«.