Los 100 años de la publicación de La acumulación de capital, la obra económica más importante de Rosa Luxemburgo, dieron la ocasión para que la Facultad de Economía de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, en colaboración con otras instituciones, organizara del 23 al 25 de octubre un coloquio internacional para tratar la obra y […]
Los 100 años de la publicación de La acumulación de capital, la obra económica más importante de Rosa Luxemburgo, dieron la ocasión para que la Facultad de Economía de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, en colaboración con otras instituciones, organizara del 23 al 25 de octubre un coloquio internacional para tratar la obra y la vida de la pensadora y militante socialista polaca con el título de «Rosa Luxemburgo y La acumulación de capital. Cien años de reproducción, crisis, organización y resistencia». Hacía seguramente más de 30 años que no se realizaba en México una reunión académica con ese tema. El derrumbe del bloque soviético entre 1989 y 1991 y el pretendido triunfo intelectual de las ideologías del capitalismo tardío -que llevó incluso a proclamar el supuesto «fin de la historia»- afectaron por un largo periodo el debate político del socialismo y en particular al marxismo, incluso como método y como teoría crítica del modo de producción capitalista.
Las ideas del socialismo, en sus diversas variantes, es cierto, nunca desaparecieron; pero sí parecieron perder fuerza frente al avasallante discurso del neoconservadurismo encubierto de liberalismo, posicionado desde los gobiernos, la academia y los grandes medios de difusión. Pero la persistencia del imperialismo con su agresividad bélica en Afganistán, Iraq, Libia y Siria, y sus amenazas también guerreristas a Irán, así como la recurrencia de las crisis económicas catastróficas en diversos países de la Unión Europea y en los Estados Unidos han mantenido vigente en muy amplios sectores de la población mundial la idea de una transformación de fondo que elimine las terribles desigualdades sociales, la insultante concentración de la riqueza y la extendida miseria en que se debaten miles de millones. No ha tardado, desde la crisis de 2008-2009, en reposicionarse la crítica marxista del capitalismo, lo mismo en ámbitos académicos que en la movilización social.
Y dentro de la tradición marxista, no resulta sorprendente que la figura de Rosa Luxemburgo sea una de las primeras en ser recuperadas. Adelantada a su tiempo, sus posiciones políticas se adaptan de manera bastante natural a las necesidades teóricas de los nuevos movimientos sociales en estos inicios del siglo XXI. Luxemburgo, asesinada brutalmente en Berlín, en enero de 1919, sobrevive hoy por no haberse encuadrado en ninguna de las dos grandes corrientes del socialismo del siglo XX. Su crítica política se enfiló lo mismo contra la socialdemocracia en proceso de conciliación con el capitalismo monopólico (socialdemocracia hoy en crisis histórica, probablemente terminal) que a la de los primeros rasgos autoritarios de la Revolución Bolchevique, la cual se generarían más adelante una versión oficial del marxismo y un régimen burocrático hoy extinto en los que fueron sus principales centros de poder. La sentencia de la pensadora polaca: «La libertad sólo para los que apoyan al gobierno, sólo para los miembros de un partido (por numeroso que éste sea) no es libertad en absoluto. La libertad es siempre y exclusivamente libertad para el que piensa diferente», es cada vez más citada como bandera para enfrentar el autoritarismo y la censura de todo signo.
Más aún, la llamada Rosa Roja encuentra puntos de contacto con los movimientos sociales de la actualidad por haber sido, entre los pensadores del marxismo, una de los que más decididamente confiaba en que la movilización espontánea de las masas removería las estructuras burocratizadas y se haría cargo de la concientización y educación política de las mismas. La crisis de hoy de los partidos políticos de casi todo signo plantea nuevamente el tema no resuelto de la relación movimientos-sindicatos-partidos, que Luxemburgo abordó en una perspectiva distinta a la del leninismo (aunque compartía con éste el combate al economicismo espontáneo del movimiento obrero) y más aún a la vinculación corporativa característica del estalinismo y otras formas de régimen totalitario o autoritario.
Rosa Luxemburgo fue precursora, con su obra de 1913, en el tratamiento del imperialismo no meramente como una política expansionista del capital sino como una verdadera fase del desarrollo de éste, determinada por las necesidades de la acumulación. Si bien erró en ver en el agotamiento de los mercados periféricos un límite absoluto a la acumulación misma (error que fue criticado por autores como Bujarin, Lukács y Henrik Grossman), no son pocos los que hoy recuperan el método aplicado por ella para analizar la sociedad capitalista y el proceso de acumulación: el sistema capitalista tiene que ser enfocado como una totalidad, no fragmentariamente, y por tanto como una sola dinámica de conjunto en la que lo aparentemente externo no lo es y que no puede ser transformada paulatina o parcialmente sino sólo por medio de una ruptura radical con sus premisas de explotación y opresión.
Por si fuera poco, Rosa Luxemburgo fue precursora también en el análisis de fenómenos -que fueron abordados en el coloquio- tan actuales como el armamentismo y el señalamiento de que el capitalismo conduce a la humanidad a un dilema radical: el de la transformación de la realidad social por la acción consciente de las masas y particularmente de las clases subalternas o el retroceso histórico que ella sintetizó como «socialismo o barbarie». Desafortunadamente, las décadas siguientes a su asesinato y el resto del siglo XX le dieron la razón llenando su historia de destrucción, muertes masivas, miseria deshumanizante y destrucción sin precedentes de la naturaleza. En el coloquio de Puebla participaron, por ello, no sólo académicos sino diversas organizaciones sociales y comunitarias que se encuentran en resistencia al despojo, la injusticia social y la acción depredadora de las grandes empresas capitalistas, o que buscan nuevas formas de organización y subsistencia en la economía social y solidaria en diversos lugares del país.
Cada año, el segundo domingo de enero, el asesinato de Rosa Luxemburgo y el de su compañero de militancia Karl Liebknecht es conmemorado en Berlín con movilizaciones masivas de 40 o 50 mil personas provenientes de los grandes sindicatos, los partidos de izquierda y los movimientos sociales que, en pleno siglo XXI y desde la demolición del Muro, la han convertido en un símbolo de las luchas de hoy y del porvenir. Mujer, activista, marxista radical, polaca de origen judío, la Rosa Roja representó en su momento todo lo que la burguesía alemana despreciaba u odiaba; la misma burguesía que pocos años después de su crimen brutal engendró al nazismo como expresión extrema de la barbarie que la propia Rosa anunciara.
La tarea de reconstruir el pensamiento socialista en el siglo XXI no será fácil después de los fracasos que la centuria anterior nos dejara. Pero aparece como una necesidad urgente para los pueblos y los movimientos en lucha contra las diversas formas de explotación, depredación y opresión que el capital representa. Dentro de esa tarea, la recuperación de la tradición crítica y de sus exponentes como Rosa Luxemburgo es indispensable. Y ya hemos comenzado.