Recomiendo:
2

27 de enero o por qué Auschwitz nos ha impuesto un nuevo deber moral

Fuentes: Rebelión

Cada 27 de enero se celebra el Día Internacional de Conmemoración del Holocausto, debido a que, en este mismo día, pero de 1945, se liberó el campo nazi de Auschwitz- Birkenau. Este campo de exterminio, ubicado en el sur de Polonia, estaba formado por casi treinta instalaciones industriales que conducían a la Solución Final. Aproximadamente 1.300.000 personas fueron enviadas allí, la mayoría de ellas judías, romaníes y gitanas de todas las áreas ocupadas por el Reich, y no volvieron a salir. Auschwitz fue el campo de exterminio más eficiente construido por los nazis.

Las cámaras de concentración, ¿el “mayor invento tecnológico” del siglo XX?

Theodor Adorno, filósofo y sociólogo alemán de la Escuela de Frankfurt, escribió extensamente sobre la cultura, el pensamiento crítico y la sociedad. Debido a que le tocó huir de la Alemania nazi y exiliarse en los Estados Unidos de América, Adorno abordó el tema del Holocausto y Auschwitz en sus reflexiones sobre la barbarie y la cultura después de la Segunda Guerra Mundial.

En su ensayo “Cultura y barbarie”, escrito en 1949, Adorno argumentó que la cultura europea, la misma que había producido grandes logros intelectuales, técnicos y artísticos, era el germen de la barbarie que culminó en las cámaras de gas. Esto significaba que la Ilustración y el “progreso de la razón”, aun logrando perfeccionar el dominio humano sobre la naturaleza y el desarrollo de herramientas tecnológicas y científicas que nos permitiesen un mayor bienestar, no nos condujo hasta el progreso moral y ético que cabría esperar. Debido a ello, la “razón instrumental”, aquella enfocada a mejorar las condiciones materiales a través de mejoras técnicas, tuvo consecuencias devastadoras al no contener una base ética que acotara la utilización de sus inventos. Los campos de concentración y las cámaras de gas, dos de los mayores inventos técnicos y logísticos del siglo XX, son sus más claros ejemplos.

Todo ello llevó a Adorno a insistir en la importancia de reflexionar sobre la multitud de causas que habrían conducido al Holocausto, con el objeto de evitar que tales atrocidades pudieran volver a repetirse. La estrecha relación entre cultura científica, acciones políticas y reflexión ética; la ausencia de meditación sobre los fines de los infinitos inventos tecnológicos que surgen cada día; la deshumanización de unos procesos que parecen estar fuera de nuestras manos; todo ello conforma el ensamblaje de un mundo que parece haber perdido la conciencia de adónde se dirige. Esta ausencia de rumbo le impone al mundo un nuevo deber: el deber de que Auschwitz -como campo de concentración, pero sobre todo como deshumanización simbólica, como utilización del conocimiento ilustrado hacia fines anti-ilustrados, como ausencia de una política humanística- no vuelva a repetirse.

El nuevo imperativo moral impuesto por Auschwitz

Adorno defendía que Auschwitz había impuesto un nuevo imperativo moral a la humanidad debido a la magnitud de su atrocidad. Así, en su obra “Cultura y barbarie”, Adorno argumentó que la barbarie nazi representaba una ruptura fundamental con los valores morales y éticos perseguidos por la civilización occidental hasta ese momento.

Se trataba de un antes y un después en la historia, puesto que todos los avances técnicos y el conocimiento científico logrado se habían puesto al servicio del extermino.

Anteriormente, las barbaridades cometidas eran en cierto sentido más “ingenuas”, ya que los medios disponibles eran más rudimentarios. Por ende, no se podían cometer atrocidades a una escala de tan grandes magnitudes. Auschwitz supuso una brecha al utilizar el conocimiento intelectual y científico acumulado desde los albores de la civilización para exterminar a una parte de la humanidad. Esto, según Adorno, desmentía la memorable creencia portada desde los tiempos de la filosofía griega clásica: que la inmoralidad era consecuencia de la falta de conocimiento, y que, a mayor cultura y educación, mejor comprensión, tolerancia y comportamiento ético.

Auschwitz, de esta forma, se convirtió en un hito que desafió las concepciones tradicionales de la moralidad. Para Adorno, la escala y la naturaleza sistemática del genocidio perpetrado por el régimen nazi evidenciaba la capacidad de la humanidad para llevar a cabo actos inimaginables de crueldad y deshumanización.

En este contexto, Adorno sostuvo que la humanidad debía enfrentar un nuevo imperativo moral que partiera de una profunda reflexión sobre la relación entre tecnología, política y ética. Consideraba que, ya que la cultura que había producido grandes logros intelectuales y artísticos también podían enfocarse a formas extremas de violencia y opresión, se necesitaba de una reflexión ética de los avances científicos para dirigir estos a fines humanamente deseables.

Este nuevo imperativo moral, según Adorno, requeriría una revisión crítica de las estructuras sociales y culturales existentes, comenzando por sus fines y siguiendo por sus dispositivos, mecanismos y normalizaciones. También requeriría un compromiso con la justicia y la solidaridad para prevenir la repetición de aquel horror.

La tragedia de Auschwitz, desde su perspectiva, obligaba a la sociedad a repensar los valores fundamentales de su civilización y a trabajar hacia una comprensión más profunda de la responsabilidad ética en un mundo marcado por la posibilidad de la brutalidad tecnológica, que como avanzábamos, es ampliamente más peligrosa que la brutalidad arcaica. Por todo lo dicho, Auschwitz nos enseña hoy dos cosas: que el progreso material no conlleva necesariamente un progreso moral, y que las innovaciones tecnológicas necesitan de una reflexión ética para no suponer un peligro para la humanidad.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.