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3 tesis políticas para abrir la discusión estratégica en la izquierda de intención revolucionaria

Fuentes: Rebelión

El realismo político consiste en que cualquier movimiento que aspire a tener un papel significativo en un proceso social concreto, debe ser capaz de elaborar, antes que anda, una lectura certera del momento histórico en el que se desenvuelve, de modo que sus tácticas y márgenes de acción adecúen armónicamente sus posibilidades materiales y horizontes […]

El realismo político consiste en que cualquier movimiento que aspire a tener un papel significativo en un proceso social concreto, debe ser capaz de elaborar, antes que anda, una lectura certera del momento histórico en el que se desenvuelve, de modo que sus tácticas y márgenes de acción adecúen armónicamente sus posibilidades materiales y horizontes estratégicos de corto, mediano y largo plazo.

Un rápido vistazo al campo de la izquierda chilena actual nos lleva a reconocer que estas condiciones elementales permanecen profundamente inmaduras. Las razones son diversas, pero entre ellas destaca la insuficiente elaboración y el pobre debate teórico y estratégico entre las izquierdas, que cuando no son sustituidos por acusaciones y chismes farandulescos, suelen ser reemplazados por fórmulas dogmáticas y vacías que, como si de conjuros se tratase, se repiten en cada panfleto sin el peso de demostración alguna. Es que los/as revolucionarios/as chilenos/as son prolíficos en tesis políticas extemporáneas, o importadas desde otras latitudes (lo que de por sí no las invalida, sino que exige un mayor rigor crítico), o que responden a una observación superficial de hechos y tendencias, sin contar un voluntarismo o un pesimismo ciego.

La carencia de un programa de lucha y un proyecto histórico mancomunados se traduce en marginalidad práctica. Pero entre este escenario de eternas monsergas y consignas revolucionarias que colorean las declaraciones que solo leerán los convencidos, a veces surgen de manera dispersa y subterránea algunas tesis y planteamientos que ofrecen lecturas novedosas para elaborar una práctica política que vaya más allá de los estrechos márgenes inmediatos de la población, el sindicato o la organización estudiantil en la que se sumerge la militancia.

En estas líneas, intentaré proponer, rescatar y discutir de forma breve 3 tesis que se han esbozado en el último tiempo entre algunas organizaciones de la izquierda de intención revolucionaria, con especial énfasis en el sector libertario. El objetivo no es otro que, tal como dice el título, entregar elementos para abrir el debate estratégico, asumiendo que existirán omisiones importantes, y será responsabilidad de otros/as compañeros/as llenar los vacíos según sus propias valoraciones políticas.

Tesis N°1: Las reformas y el reformismo en el Chile actual

Es tanto el odio y temor que despierta en amplios sectores de la «izquierda revolucionaria» el fantasma del reformismo, que no son pocas las ocasiones en que se ha acabado por desechar toda idea de reforma como un avance progresivo en sentido revolucionario. Pero desde luego, reformas y reformismo son cosas totalmente distintas. Una reforma en su sentido genérico es lisa y llanamente un cambio social; su profundidad y su carácter progresivo o regresivo para la correlación de fuerzas de determinada clase social se puede valorar solo a partir de una evaluación de su contenido y la situación histórica concreta. El «reformismo» es, en cambio, una expresión política con fundamentos teóricos propios que, en lo medular, entran en conflicto con los planteamientos de la tradición socialista de tipo revolucionaria. Entre los clásicos, se le ha distinguido fundamentalmente por asumir que una transición al socialismo es posible en el marco del capitalismo por medio de una sucesión de reformas sin la necesidad de un proceso de ruptura revolucionaria con la institucionalidad, es decir, sin resolver el problema de la construcción de un poder de clase antagónico al bloque dominante capaz de organizar una nueva sociedad. En consecuencia, el reformismo propende a la utilización del Estado burgués como un instrumento que, apoyado por el movimiento popular, haga viables las transformaciones que se plantea, siendo imperativo para ello subordinar la independencia del movimiento de masas a sus objetivos y despojarlo de sus propias capacidades y definiciones autónomas.

Pero también hay que tener claro que el movimiento popular en un espacio nacional puede tomar formas políticas reformistas en determinados momentos históricos, aun teniendo intenciones (o intuiciones) revolucionarias, presionado por una correlación de fuerzas desfavorable o por una conducción estratégica de «compromiso» a la que se intenta atar a las fuerzas sociales por parte de las organizaciones políticas con dicha orientación. Esto quiere decir que, en el seno del pueblo, es completamente natural que surja el reformismo, y la tarea específica de los revolucionarios es disputar y jalonar hacia la izquierda esa política mostrando sus contradicciones.

Dicho esto, la tesis a proponer es la siguiente: ante el ascenso experimentado por el movimiento de masas y la instalación pública de importantes demandas en los últimos años, el reformismo como fuerza política irá cobrando cada vez mayor fuerza, aplacando el potencial del proceso de rearticulación política, ideológica y orgánica del pueblo, y ante esta arremetida los sectores revolucionarios poco lograrán solo con refugiarse en poblaciones o en pequeños sindicatos haciendo una resistencia ideológica marginal. Por el contrario, es preciso que se articule una ofensiva y que se recoja un conjunto de reformas, las más determinantes, y que se levanten como banderas de la izquierda revolucionaria, empujadas por medio de la reactivación del movimiento de masas y en una perspectiva de ruptura con la posibilidad de que se zanje el carácter de éstas en el marco de un consenso entre el bloque en el poder, haciendo a su vez todo lo posible por darles una salida con un claro horizonte socialista. Solo de este modo, el momento actual dejará un saldo favorable para las posiciones que continuarán bregando por transformaciones radicales; de lo contrario, se arriesga echar por la borda la acumulación registrada en los últimos años.

Esto implica, en lo inmediato, que se deben acelerar los procesos de convergencia programática a nivel sectorial y multisectorial, para contar con definiciones precisas que le permitan a la IIR intervenir en el debate actual y establecer un trazado coherente entre las luchas actuales y las venideras.

Tesis N°2: La irreformabilidad estructural del modelo chileno y el «techo» de las movilizaciones sociales

Las movilizaciones del 2011, que sin duda son las mayores desde el retorno a la democracia, mostraron a un pueblo que era capaz de copar avenidas completas y poner sus exigencias ante el gobierno y en el debate público. La escala de las masas involucradas en estas protestas solo es comparable a la implacable obstinación de la que hizo gala el gobierno en aquel entonces. Y es que un movimiento de masas nunca antes visto parecía no atemorizar ni en lo más mínimo a un Presidente poco hábil y con escasa popularidad. De ahí que no sea extraño que algunos sectores de la izquierda concluyeran que el modelo no tenía chances de transformación en el marco de la actual institucionalidad. Pero a la par de estas razonables reflexiones surgió una tesis más atrevida aún: los pilares fundamentales del modelo chileno son estructuralmente irreformables pues la transformación de uno de ellos afectará ineludiblemente la estabilidad del sistema generando desequilibrios estratégicos en el conjunto restante.

La inmutabilidad del modelo chileno fue leída como un blindaje de la estructura económica que extendería su alcance hacia sus ámbitos políticos y sociales, con el objetivo de no ofrecer grietas que el movimiento popular pudiera aprovechar para generar reformas significativas. Y cuando esta tesis se instaló, surgió un complemento dudoso: las movilizaciones sociales chilenas en el actual periodo tocaron su techo el 2011, pues no sería posible superar su nivel de masividad, y al no haber logrado ningún cambio significativo en el sistema, algunos sectores subieron la apuesta ampliando el «abanico táctico» incorporando la disputa electoral, con la esperanza de ver traducidos los avances del movimiento de masas en una opción presidencial viable o con la fuerza suficiente para poner sobre la mesa un programa de lucha de izquierda[1].

Poner en duda y relativizar esta tesis no es un ejercicio escolástico; sin ir más lejos, es uno de los sustentos de la tesis de Ruptura Democrática que se revisará más abajo. En primer lugar una constatación obvia: es cierto que en los últimos años las movilizaciones lograron niveles de masividad que difícilmente serán superados. Pero no se puede soslayar que a nivel de cifras, el saldo sectorial es bastante pobre, con un movimiento sindical reducido a menos de un 14% de la fuerza de trabajo, un movimiento de pobladores totalmente disperso e insignificante y un movimiento estudiantil que estuvo concentrado más que nada en las universidades tradicionales y ciertas franjas de la educación municipal y subvencionada. Espacio para crecer a nivel sectorial y multisectorial, por tanto, existe y en abundancia.

Sin embargo, un análisis riguroso del movimiento de masas no puede limitarse a su dimensión cuantitativa, y aquí es donde se tiene que considerar el nivel de politización y radicalidad que alcanzaron los actores sociales involucrados, y por donde se les mire el balance también resulta muy precario pues las claridades políticas han escaseado, la centroizquierda ha podido tomar cómodamente algunas de las demandas para adaptarlas a un programa propio, y las formas de movilización se tendieron a convertir en un ritual más volcado a la celebración que a la protesta, y esto sin considerar los conflictos y divisiones internas.

Podría argumentarse que justamente estas carencias y debilidades están directamente relacionadas con las trabas y límites que impone la actual institucionalidad a los sectores sociales con capacidad de lucha. Esto es probablemente cierto, sin duda que cambios a nivel jurídico en determinadas áreas facilitarían el proceso de ascenso y rearticulación del movimiento popular. Más allá de los matices, el problema de esta tesis es que asegura que en sus propios marcos el modelo es estructuralmente irreformable, por lo que solo una aguda crisis política que lo afecte como totalidad permitirá abrir las reformas necesarias, que vendrán de la mano con profundos cambios sociales aunque no del socialismo[2]. Todo esto redunda en una subestimación de las capacidades del reformismo para articularse como una fuerza política que concrete reformas importantes en el marco del neoliberalismo chileno, e incluso desde dentro del bloque histórico que lo sustenta.

En efecto estas posibilidades son bastante altas, considerando que por un lado pueden contar con el apoyo mayoritario de la población, y por otro lado, con una burguesía dispuesta a ceder importantes prerrogativas de manera táctica para adecuarse a un nuevo contexto, a la espera de una situación más favorable a sus intereses. Para esto, el gran empresariado tiene bastante margen de maniobra (económica, social, cultural, etc.) y un nutrido prontuario de acomodamiento en los diferentes periodos de la historia de Chile.

Lo que afirmamos con esto es que el modelo sí es reformable en sus estructuras, que la burguesía puede ser suficientemente hábil como para no tensar a tal punto el conflicto de clases que la única salida sea una crisis orgánica que lo afecte en su totalidad, y que por ende lo que hay que establecer es el tipo de tácticas de lucha (existentes o por inventar) a potenciar para que el incipiente asedio al bloque en el poder genere efectivamente las brechas que permitirán tomarlo por asalto cuando se hayan generado las condiciones de poder de clase para ello. Por cierto, esto requiere ponernos de acuerdo respecto a cuáles son esas brechas.

Tesis N°3: La «urgencia» de una «ruptura democrática»

La Ruptura Democrática ha sido planteada por algunos sectores libertarios como una estrategia para el periodo actual de la lucha de clases en Chile. Dejemos de lado lo complejo que resulta que un sector de la IIR afirme tener una estrategia «no revolucionaria» para el periodo atendiendo la matriz habitual de este tipo de organizaciones, y también saltémonos la interesante discusión que podría darse acerca de si es teóricamente correcta la noción de «estrategia»[3] y de «periodo», para enfocarnos en el contenido concreto que tiene esta tesis y no optar por el camino fácil de impugnarla por tener una ‘forma’ incoherente de acuerdo a una particular matriz de análisis. La crítica, si cabe hacerla, debe ser política y respecto al ‘fondo’.

Tomaremos esta estrategia nada más que como una tesis y la definiremos, de acuerdo a quienes la han divulgado, como la creación de un escenario de ingobernabilidad política, económica y social que derive en un proceso de reorganización más o menos profunda del país, destruyendo los «cerrojos institucionales» heredados desde la dictadura y con la política de los consensos de la transición democrática, abriendo así un nuevo periodo en la lucha de clases con una correlación de fuerzas favorable al movimiento popular. Este resultado habría de cristalizar en una institucionalidad distinta, más abierta y receptiva a las demandas del pueblo ampliando su techo programático. ¿Cuenta la izquierda con las fuerzas como para llevar a cabo una tesis como ésta? ¿Qué tipo de institucionalidad es deseable que engendre? ¿Qué relación podrá establecer el movimiento de masas con una institucionalidad más «receptiva»? ¿Cómo resguardará su independencia y autonomía? Existe un sinfín de preguntas relevantes que se abren con este tipo de planteamientos y que, hasta el momento, nadie ha respondido seriamente.

De lo que sí hay algunos indicios (bastante vagos), es sobre cómo podría hipotéticamente llevarse a cabo una Ruptura Democrática. Se ha aludido a la necesidad de desarrollar tareas que abran un despliegue de masas multisectorial, a la importancia de la acción directa de masas, a la construcción de una vanguardia compartida, y de un movimiento político social amplio que lleve esta «estrategia» como bandera. No han faltado quienes aseguren que la «estrategia» es posible en la medida que se combine tácticamente con las disputas electorales habituales, ni quienes afirmen que una ruptura democrática requiere de un Gobierno Popular para Chile, entre otras cosas. Se trata de afirmaciones aventuradas y complementarias que sería interesante examinar en otro momento. Lo importante es tener presente que uno puede estar en desacuerdo con estos últimos medios (el «cómo»), pero eso no implica que el fin (el «qué») pierda toda validez.

A mi entender, esta tesis es más comprensible tomando prestado el concepto de crisis orgánica utilizado por Gramsci, que se refiere a aquellos fenómenos que afectan al conjunto de la vida social (no pueden ser reducidas a una esfera particular), y que engloban a las clases sociales fundamentales del capitalismo generando un conflicto al interior de la estructuración del bloque histórico, siendo necesarias adecuaciones más o menos importantes en los equilibrios de las fuerzas que le dan conducción. Una crisis de este tipo puede ser provocada desde abajo, cuando el movimiento de masas pasa de golpe a cierto nivel de actividad política planteando demandas que en su caótico conjunto decantan en una crisis, pero esto último no asegura para nada el surgimiento de un nuevo bloque histórico que le dé forma, sentido y conducción a una revolución.

Desde estas coordenadas, lo que se parece pretender con esta tesis es -retórica más retórica menos- generar una crisis orgánica del bloque histórico neoliberal aprovechando el acumulado social y político actual. Pero no una crisis cualquiera, sino una en la que se asume que las débiles fuerzas de izquierda no tendrán posibilidad de imponerse en la conducción de un nuevo bloque, conformándose con cambiar las reglas del juego y encontrar un escenario más «empático» hacia sus luchas, pero con un país controlado todavía por un proyecto histórico capitalista más progresista en manos de determinadas fuerzas sociales, del que quizás se intentará ser fuerza auxiliar o mantenerse como oposición.

Así planteada, no es de extrañar que se haya reparado en lo ambicioso de las expectativas que conlleva, y en los riesgos de un resultado regresivo para el movimiento popular si ocurriese un cierre por arriba de un nuevo ciclo histórico capitalista, aunque tampoco parecen muy comprensibles estos reparos entre una izquierda que por fuerza debe ser audaz para salir de su situación. Lo que no se puede negar bajo ningún concepto, es la posibilidad objetiva de que ocurra una crisis orgánica de envergadura en Chile, pero las crisis pueden tener muchas causas. Es fácil entender que si el resultado de esa hipotética crisis es un progreso para la clase trabajadora, eso no convierte en modo alguno esta tesis en una estrategia revolucionaria. Para ello, por ejemplo, tendría que considerarse la ruptura democrática como el inicio de un proceso prerrevolucionario que desembocará de algún modo en una revolución socialista. Y dar semejante paso requiere estar a la altura de las circunstancias; dejando de lado a las organizaciones políticas de IIR y sus ideas y estrategias, sean buenas o malas, lo que hay que preguntarse es lo siguiente: ¿existe en el pueblo un nivel de organización capaz de hacer frente a tamaño desafío exitosamente? Responder afirmativamente sería bastante irresponsable y difícil de creer si se toma en cuenta que justamente el objetivo de la ruptura democrática es quitar los «obstáculos» que impiden la reorganización de un pueblo todavía profundamente descompuesto.

Sintetizando un poco: a) una crisis orgánica del tipo «ruptura democrática» puede ocurrir objetivamente; b) sin embargo, difícilmente será generada, y mucho menos conducida, por el movimiento popular como actor principal, pues justamente se trata de generar condiciones para que éste pueda alcanzar algún tipo de protagonismo en las luchas futuras[4]; c) en ese sentido, no se trata de una estrategia revolucionaria, aunque sí pueda ser progresiva; d) y el resultado será con toda seguridad una especie de pacto social con un reacomodo político, económico e institucional de la burguesía, que no necesariamente irá acompañado de un nuevo proyecto histórico del capitalismo en Chile[5]. Con todo, no deja de ser más que una posibilidad (remota diría yo) ante la que cualquier organización seria de la IIR debiera estar atenta y tener una posición clara. Y decir «no me gusta» no es una posición.

Quizá sea justo partir de la base de que hay un diagnóstico correcto en todo esto: se ha alcanzado un nivel de acumulación significativo en el movimiento de masas durante los últimos años, y es crucial que se traduzca en un avance concreto en la lucha de clases; también es cierto que existen una serie de obstáculos que han bloqueado la capacidad de crecer organizativamente, y en ello el mejor ejemplo es el Código Laboral. El gran problema es que en la política no existen los atajos.

Como fuerza social, el reformismo toma cuerpo y posiciones poco a poco, sabiendo que su momento puede aproximarse ante un horizonte de reformas que está más cerca que nunca desde la transición; no ha tocado techo todavía la movilización de masas actual, y falta afinar la puntería con el programa de lucha y el tipo de acciones directas; el modelo no es irreformable, hay que asumir la flexibilidad táctica y hasta estratégica que puede mostrar un bloque histórico para pasar a la ofensiva o ceder cuando le hace falta con tal de que una crisis más profunda no amenace la totalidad de su proyecto de dominación. ¿Cómo apropiarse del horizonte de reformas? ¿Cómo robustecer al movimiento de masas? ¿Qué tipo de reivindicaciones y acciones necesita? ¿Cómo arrinconar a la burguesía obligándola a ceder espacio debilitando sus posiciones?

Hecha la crítica, la tesis que quiero esbozar es más simple y realista pero menos glamorosa. Las fichas en el tablero sugieren que el movimiento de masas continuará, aunque quizás con menos fuerza, reivindicando como piso mínimo las demandas hasta ahora planteadas, y eso está bien. No obstante, para salir del marasmo lo que realmente urge es quitar del foco la temática de la educación, y orientar especialmente sus esfuerzos a arrancarle a la legislación reformas que promuevan decididamente la organización y el fortalecimiento popular sectorial, especialmente en el ámbito comunal y sindical, donde los notables esfuerzos hechos hasta hoy no han dado los frutos esperados[6]; es imperativo aumentar las magras cifras de organización de los trabajadores para que estos efectivamente se constituyan en un actor protagónico en la política chilena, y también es imprescindible mejorar las condiciones de organización de tipo territorial, aprovechando el impulso de numerosas organizaciones y asambleas que reivindican el territorio como legítimo espacio de politización. En todo esto, no cabe duda que la organización y el despliegue multisectorial y mancomunado del movimiento de masas existente hoy por hoy, aprovechando al máximo las posiciones estratégicas de cada actor, es el único que puede generar brechas significativas en las posiciones del actual bloque histórico, abriendo paso a un ciclo de ofensiva en la rearticulación del movimiento popular.

Si todo resulta en un alza sostenida de los niveles de organización y combatividad populares, la idea de provocar una crisis orgánica en el bloque histórico neoliberal será una posibilidad cierta, y más aún, será posible que la clase trabajadora tenga una chance real de conducirla, con lo que podremos hablar del comienzo de un proceso muy distinto, que nos lleve con responsabilidad histórica hacia un horizonte socialista. Si en este camino se desarrolla una Ruptura Democrática, que así sea. El pueblo deberá estar preparado para obtener de dicho proceso los mayores avances posibles, y de reformular su estrategia si es necesario, atendiendo a nuevas variables y equilibrios de fuerzas. Pero no puede ser algo que nos quite el sueño, al menos no más que el deber que tenemos con nuestras tareas inmediatas.

***

Para cerrar, quiero recalcar que no espero que estas líneas hayan resuelto grandes problemas y debates políticos de la izquierda en Chile, que obviamente serán el resultado de la deliberación y construcción colectiva de sus militantes y organizaciones. Con haber estimulado algunas reflexiones y planteamientos que existen en la IIR ya se habrá cumplido el objetivo. Mal que mal, tarde o temprano este tipo de ejercicios serán urgentes para avanzar con un piso sólido hacia una eventual unidad de la izquierda, y abrir así la posibilidad de constituir un actor y un sujeto histórico de peso en el futuro próximo.



[1] Las valoraciones sobre el contenido que tuvo dicho programa exceden el interés de esta columna.

[2] Aunque algunos intelectuales como Carlos Lafferte afirmen lo contrario.

[3] ¿Hasta qué punto puede entenderse en este caso como una ‘táctica’? ¿Corresponderá más al concepto de ‘estrategia parcial’?

[4] Al respecto, es interesante comparar esta tesis con la estrategia de la Rebelión Popular de Masas acuñada por el Partido Comunista durante la dictadura y su despliegue. Al respecto, recomiendo el texto de Luis Rojas Núñez De la rebelión popular a la sublevación imaginada.

[5] Porque es imprescindible preguntarse si existe en Chile, un país a la vanguardia de la evolución del capitalismo, una alternativa que no signifique reciclar proyectos del pasado, como el Estado de Compromiso. Esto debiera ser tema de una reflexión más profunda que no se hará en estas líneas.

[6] Un ejemplo de cómo una reforma puede impulsar la organización abrupta de todo un sector social fue la Ley de Sindicalización Campesina, o la Ley de Promoción Popular, promulgadas por Frei Montalva.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.