Los particulares desconocemos nuestros pequeños destinos; los actuarios calculan los de los grupos sociales; los estrategas anticipan los de estados, naciones, imperios.
La disputa por la hegemonía mundial parece centrarse hoy en día entre tres grandes potencias cuya preeminencia fue anticipada por algunas mentes sagaces.
En su clásico libro La Democracia en América (1835) Alexis de Tocqueville profetiza que en dos siglos sólo habría dos potencias en el mundo: Estados Unidos y Rusia.
Poco antes Napoleón señaló que China era un gigante dormido y que cuando el gigante despertara el mundo se estremecería.
Los colosos que compiten por la hegemonía mundial comparten varias características: extenso territorio, vastas poblaciones, un pasado de reorganización revolucionaria.
La dinastía Ching unificó lo que hoy es China entre 230 y 212 A.C. El Imperio ruso fue consolidado por Iván el Terrible en el siglo XVI.
Estados Unidos surge, aunque parezca contradictorio, de una reorganización para entonces revolucionaria que desde 1783 abrió las puertas a la modernidad. Su Guerra de Independencia desechó las arcaicas constricciones de la monarquía hereditaria semifeudal inglesa, cediendo el paso al ideal republicano que a su vez sirvió de coto de caza de una naciente burguesía agrícola e industrial.
Rusia y China también requirieron drásticas reorganizaciones internas para ascender a potencias modernas: revoluciones socialistas que barrieron los antiguos feudalismos y los capitalismos externos o internos, para asignar al Estado el papel rector en la economía. Gracias a ellas, en décadas, y no en siglos, pudieron medirse con las antiguas hegemonías europeas y superarlas.
A potencia mundial se llega unificando e integrando vastas poblaciones y territorios y modernizándose con reformas revolucionarias.
En su clásico Dos contra uno: Teoría de las coaliciones en las Tríadas (1956), Theodor Kaplow señala que entre competidores de primer, segundo y tercer orden, la alianza más probable unirá a la de primer orden con la de tercer rango, pues nadie quiere un aliado inmanejable.
Las décadas siguientes confirmaron sus presunciones: Estados Unidos, para entonces primera potencia mundial, en 1971 pactó un transitorio armisticio con China, en esos días tercera potencia del mundo, para concentrarse en la Guerra Fría que la llevó a desintegrar a la Unión Soviética, derribándola de su pedestal de segundo poder planetario.
Así surgió el orden contemporáneo, en el cual Estados Unidos pretende a sangre, fuego y sanciones económicas e imponer su voluntad contra el resto del orbe ejerciendo la unipolaridad.
En su indispensable libro La escalada de Tucídides: hacia la Tripolaridad, el general Vladimir Padrino López analiza la creciente tensión entre las mencionadas potencias y su inevitable evolución hacia un mundo multipolar.
Señala Padrino que el objetivo final del conflicto lo definía Herfold Mckinder en su obra Democratic´s Ideas and Reality (1919) expresando que “quien gobierne en Europa del Este dominará el Earthland (Asia y Europa Central), quien gobierne el Earthland dominará la Isla Mundial (Eurasia y África), quien gobierne la Isla Mundial controlará el mundo”.
Para el control de la Isla Mundial, China y Rusia disfrutan de incontestables ventajas: no tienen que invadirla, están ya instaladas en ella. La lucha se centra entonces en las periferias tanto terrestres como marítimas. Ello explica la frenética carrera de Estados Unidos por intervenirlas, mantener en ellas dispendiosas guerras e instalarles más de setecientas bases militares extremadamente alejadas de sus fronteras nacionales.
Para tal política Estados Unidos disfruta de accesos amplios hacia dos grandes océanos, el Atlántico y el Pacífico, conectados por el canal de Panamá, y rodea los mares de Asia a través de alianzas con Australia, Japón y Taiwan.
Para equilibrar la situación las potencias asiáticas deben vencer sus limitaciones navales. Rusia dispone de difíciles accesos marítimos por el mar congelado del Ártico y los estrechos del Báltico, pero ha desarrollado la que es quizá la fuerza aérea y la cohetería más eficaz del mundo. China goza de amplias costas, pero bloqueables por el estrecho de Malaca. Vladimir Padrino López nos revela que compensó ese incómodo cerco desarrollando lo que es hoy la más poderosa flota naval del planeta.
Pero las guerras contemporáneas no se libran sólo con tanques, acorazados y aeroplanos. Se juegan en el plano económico de la producción, el avance tecnológico y el mercado; en el ideológico del dominio de la información, el diplomático de las alianzas y el invisible del sabotaje y el espionaje.
En este sentido, señala Vladimir Padrino que China es la segunda potencia del mundo. Es la misma posición que con modestia ejemplar se reconocían los miembros de su Comité Central del Partido Comunista cuando me invitaron a un seminario en Beijing y Shangai. Pero desde octubre de 2014 el Fondo Monetario Internacional reconoció que la República Popular China era la primera economía del mundo, con un PIB de 17,6 billones de dólares, que superaba los 17,4 billones del de Estados Unidos. La deuda pública de este último sobrepasa su PIB, mientras que la China apenas llega al 4% de su propio PIB. China lleva la delantera en las tecnologías 5G, 6G e Inteligencia artificial. Si seguimos el modelo de Kaplow, es fácil prever una victoriosa alianza entre China y Rusia contra la potencia que ahora ocupa el segundo lugar, Estados Unidos.
Al concluir el perspicaz estudio de Vladimir Padrino López nos preguntamos: ¿Cómo manejarnos ante este inminente choque de poderes mundiales? Recordemos que todas las revoluciones surgieron o se afianzaron en los resquicios de conflictos entre potencias. Así aparecieron la Revolución Francesa, la Soviética, la China, la Cubana, la Descolonización, el Socialismo del Tercer Milenio.
Integremos territorios y poblaciones latinoamericanas y caribeñas, reorganicémonos en un gran bloque socialista.
Ascendamos de instrumentos a protagonistas.