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68 francés, 40 mayos después

Fuentes: La Ventana

En 2008 han cumplido 40 años los sucesos que el mundo recuerda como la «Revolución de mayo 68», el «Mayo francés», la «revuelta de los estudiantes de 1968», simplemente «Mayo 68» y otros títulos análogos, la mayoría restrictivos, porque ni fue solamente mayo ni exclusivamente en Francia. También queda para el debate si lo podemos […]

En 2008 han cumplido 40 años los sucesos que el mundo recuerda como la «Revolución de mayo 68», el «Mayo francés», la «revuelta de los estudiantes de 1968», simplemente «Mayo 68» y otros títulos análogos, la mayoría restrictivos, porque ni fue solamente mayo ni exclusivamente en Francia. También queda para el debate si lo podemos definir, a la larga, como revolución, frustrada como muchas, o inconclusa como otras, si existió o no existió en algún lugar la «situación revolucionaria» que la propiciara. En la experiencia francesa o en alguna de las cuales se desarrollaron en Europa, u otras latitudes.

Las revoluciones son procesos sumamente complejos, imposibles de esquematizar en episodios tipificados o de enmarcar en etapas y tiempos y de ponderar como culminadas o inconclusas. Valorarlas como exitosas o fracasadas se convierte en una empresa sumamente polémica, frente a sus detractores, pero también entre quienes se reconocen en sus legados.

No hay por qué pretender, ni en lo que se escribió entonces ni en lo posterior, ni en lo que nos propongamos hoy, evaluaciones definitivas. Debemos comenzar que reconocer que el 40 aniversario de aquellos acontecimientos ha merecido mucha atención. Los sellos editoriales franceses más conocidos pusieron en circulación varios títulos dedicados al tema y muchas revistas, en todo el mundo, publicaron notas, artículos y hasta secciones completas. En nuestro dosier el lector encontrará textos seleccionados de las revistas francesas Inprecor y Contretemps y de la brasileña Margem Esquerda.

No me siento en condiciones de evaluar si la atención al tema es toda la que merecía. Pero evaluaciones definitivas tal vez nunca haya. Lo lamentable es que la mayoría de lo que ha visto la luz aparece impregnado por visiones sesgadas, incapaces de colocarse ante la Necesidad, con mayúscula, como se la planteaba Hegel. La necesidad histórica que trasunta a la inesperada explosión social que generó aquella revuelta estudiantil y la magnitud con que trascendió sus propuestas iniciales.

Las que han prevalecido son las visiones ajenas a la crítica de la modernidad que nos dejó el estallido del 68, visiones cargadas de reconocimientos disminuidos, omisos, reprobatorios. René Mouriaux nos habla de la tendencia prevaleciente a invisibilizar y a olvidar. El saldo positivo existe, sin embargo: ya sea que se escriba para criticar aventurerismo y romanticismo, o para explicar y reconocer razones históricas, se ha sacado a flote de nuevo el tema del 68, francés y mundial, en el momento en que el modelo neoliberal se sumergía en una crisis definitiva de credibilidad.

Una placa de bronce a la entrada de la iglesia del Sagrado Corazón, en la colina de Montmatre, en París, nos recuerda, en nombre de la burguesía francesa que la suscribe y que contribuyó a la elevación de aquel impresionante templo católico, que con ello pedía perdón a Dios por el pecado de los ciudadanos de París que le habían ofendido al permitir la Comuna. ¡Perdón por el asalto al cielo de los communards! París tenía que lavar su pecado. Al menos hasta ahora a nadie se le ha ocurrido que haya que pedir perdón de manera tan solemne a Dios por Mayo de 1968. Pero con la mayor frecuencia se sienten voces que suenan a arrepentimiento.

La debacle neoliberal se hallaba aún en proceso de incubación, cuando el auge de los movimientos sociales dio sus primeras muestras masivas de inconformidad hasta constituir, en el mismo año 2000, la que se volvió una verdadera tribuna de debate y lanzamiento: el Foro Social Mundial. Este catalizó los empeños de muchos movimientos aislados e inspiró, instruyó y promovió la constitución o el encauzamiento de otros. Una onda expansiva de rebeldía no violenta llegó a las urnas, dando lugar a que el siglo XXI se iniciara en la América Latina con la secuencia de cambios gubernamentales gestores del frente de resistencia antiimperialista que esperaban nuestros pueblos.

Lo que sucedió cuatro décadas atrás en Francia, y en otras geografías del planeta, no es ajeno a lo que vivimos hoy, ya que la ola de reclamos de los explotados tiene en el fondo las mismas causas, por distante que se nos haga su manifestación en el espacio y en el tiempo.

El número 2 de Ruth. Cuadernos de Pensamiento Crítico que llega hoy a manos del lector, se dedica a rendir homenaje precisamente a las cuatro décadas que cumple aquel Mayo al que me permito aludir, con toda intención, con mayúscula. Nuestro plan había sido, inicialmente, una recopilación de artículos sobre el complejo y vasto entorno de resistencia que se produjo ante los giros de dominación hacia la segunda mitad de los 60.

Digo «resistencia» asumiendo, con John Berger, que «resistir no solo significa negarse a aceptar la absurda imagen del mundo que se nos ofrece, sino también denunciarla». A lo que añadiría también que denunciarla no solo se traduce en un gesto de oralidad -en el grito- sino que abarca toda acción que se emprenda para hacer efectivo el rechazo.

Enseguida tuvimos la impresión de que esta aspiración se hacía tremendamente difícil de realizar, por ambiciosa, en un solo número de nuestro cuaderno. El espacio nos hubiera forzado a testimoniar por encima, de manera superficial, episodios muy disímiles, de distinta magnitud por su alcance y relevancia, acaecidos en distintas latitudes en el curso de 1968, antes y después. Algunos vinculados entre sí, y al Mayo francés, otros aparentemente ajenos, pero todos marcados por los signos de la resistencia a la explotación, a la opresión política, a la discriminación de raza, género, religión, a la represión del paternalismo generacional, a las distorsiones éticas de la modernidad. Por dondequiera que se extendiera, en suma, este clima de protesta que se respiraba entonces, como nítido denominador común, un clamor juvenil.

El mundo que, menos de dos décadas atrás había sorteado el fantasma pavoroso del nazismo, cuyo primer signo de renovación parecía vinculado a los procesos de revolución social y de descolonización en el Tercer Mundo, vivía ahora la inoculación del germen generacional de las transformaciones radicales.

No es una apreciación retórica, cifrada en coherencias del juicio, sino fincada en claras concatenaciones históricas. Los acontecimientos más significativos que siguieron a la guerra fueron la victoria de la Revolución China (1949), la derrota de Francia en Vietnam (1954) y las Revoluciones en Cuba (1959) y en Argelia (1963), por citar solo algunos de los que cambiarían el mapa político del mundo. Como en casi todos los escenarios críticos, la escisión entre las respuestas reformistas y las radicales se hicieron sentir también en los 60, en un crescendo que iba a alcanzar su clímax hacia el final de la década.

China Popular, el inmenso país cuyo cambio revolucionario hubiera podido introducir un giro decisivo en la bipolaridad, se confrontaba en tanto con un complejo de incompatibilidades que ligaba sus contradicciones internas a las pretensiones de competir con la hegemonía soviética. Este cuadro conflictual se tradujo internamente, en 1966, en el estallido de la Revolución Cultural, protagonizada por las generaciones más jóvenes, y alentada por el propio Mao Tse Tung.

La resistencia vietnamita a la invasión estadounidense haría sentir sus efectos incluso al interior de Estados Unidos, en especial en el movimiento pacifista, la lucha contra la discriminación racial y por los derechos civiles.

En la América Latina la victoria de la Revolución Cubana -la cual también viviría en su seno un periplo de radicalizaciones contradictorias- tuvo un impacto continental en el desarrollo de movimientos armados a lo largo de los 60, los cuales comenzaron a diluirse después del asesinato del Che Guevara en Bolivia, en octubre de 1967. La imagen del Che devino ícono obligado para el Mayo europeo y, desde entonces, para un signo de la rebeldía revolucionaria que anuncia el futuro mejor al que aspiran los pueblos oprimidos del mundo.

Desde el año que precedió al Mayo francés, fue el movimiento estudiantil alemán el que comenzó los actos de rebeldía que caracterizaron aquel momento de la historia, y el que contó también, en la figura de Rudi Dutschke, con un líder más definido. Tal vez fue la existencia del antecedente alemán -y del italiano, por añadidura- lo que hizo que el Mayo francés se desencadenara con una fuerza y una coherencia mayor para la cual, no existía, sin embargo, una verdadera preparación. Ni teórica ni práctica.

Pero lo que nos interesa para el futuro no se queda en las comparaciones, prelaciones y nexos entre los sucesos de entonces sino en su efecto de resonancia para los tiempos que vivimos. No se trata de buscar sus valores en la entrada de la utopía en la política, sino el significado, como han dicho Daniel Benasaïd y Alain Krivine, de «la interrupción, la brecha, el suceso, la puerta estrecha por la que se puede, en cualquier momento, acceder a lo posible».[1] Puertas que son todas distintas, con estrechamientos y sinuosidades laberínticas que siempre van a aparecer como obstáculos. Que pueden ser fatales y súbitas como el desvanecimiento que siguió a los sucesos de aquel verano, tan insólitos por la celeridad del dispositivo restaurador, si se recuerda que De Gaulle obtuvo mayoría absoluta en la nueva asamblea electa después de haber disuelto en junio a la que se hallaba en funciones.

El imperio no se ha vuelto invulnerable. Ni siquiera después del derrumbe del mundo que todavía se nos antoja identificar como bipolar, de las determinaciones de la detente. Pero sus lógicas de declive no son lineales y se cruzan con estrategias recuperativas que le son funcionales.

La manipulación del aparato gubernamental y las fuerzas armadas colombianas para involucrar a Ecuador y a Venezuela en escenarios de lucha contra las guerrillas colombianas, las campañas desde los medios masivos y las instituciones civiles bajo su influencia y financiamiento en Venezuela, para desestabilizar el proyecto bolivariano, y el respaldo y aliento de la oligarquía santacruceña en Bolivia contra la presidencia de Evo Morales y la nueva Constitución, ejemplifican los estrechamientos que tienen que sortear los movimientos de hoy.

La confrontación con las fuerzas de la derecha en el teatro europeo mismo, el debate y el desconcierto dentro de la izquierda, y las vacilaciones por titubeo, las claudicaciones por conformismo, o por falta de visión de lo posible, o por temor a las represalias: de todo eso se puede aprender en los escenarios de la segunda mitad de los 60, comenzando por el francés. Y por encima de todo, del miedo a no saber qué hacer con el poder cuando se tiene al alcance de la mano.

El debate sobre la «situación revolucionaria» se había puesto de nuevo sobre el tapete en el mapa europeo de 1968. ¿Cuándo y dónde se da la situación revolucionaria?

Definida, según la fórmula marxista clásica, como la que tiene lugar cuando los oprimidos no pueden soportar más la opresión ni los poderosos pueden retener ya el poder. En realidad los centros capitalistas del Occidente europeo vivían años de recuperación y fortalecimiento económico ascendente, como se muestra en el documentado examen de la situación que realiza Pinilla de las Heras, con el cual iniciamos nuestra compilación. Esta sacudida se produce en medio del período de prosperidad económica que algunos autores llamaron «los gloriosos 30», ya que cubre de 1945 a 1975 aproximadamente.

Desde entonces Jürgen Habermas caracterizó sin vacilar de «no revolucionaria» a la situación en las metrópolis, y excluyó del futuro previsible la posibilidad revolucionaria consistente en «hacer pedazos en la práctica el orden de poder dado».[2] En todo caso, se hizo evidente que la identificación de la «situación revolucionaria» no podía funcionar a partir de criterios economicistas.

Parece evidente que el movimiento que más se valió de un soporte teórico fue el alemán, y lo buscó en el marxismo de la escuela de Frankfurt. Herbert Marcuse, que había abandonado la socialdemocracia alemana después del asesinato de Karl Liebnecht y Rosa Luxemburgo, y emigró posteriormente a los Estados Unidos, fue tal vez quien más aportó a la oposición estudiantil berlinesa, en diálogos muy polémicos, aunque con una coincidencia sustancial en problemas de fondo. Su ensayo crítico de la relación entre lo racional y lo irracional en la modernidad, El hombre unidimensional (1964), se convertiría rápidamente en uno de los más leídos. Aunque la gran mayoría de la izquierda política de la época lo recibió con reticencia, y yo diría que incluso su comprensión se hizo elíptica o evasiva.

Pienso que más consistente resultó la influencia de La personalidad autoritaria (1950) de Adorno, Frenkel-Brunswick, Levinson y Sandford, que distingue como síndromes de esta condición autoritaria al convencionalismo, la sumisión a la autoridad idealizada, la hostilidad hacia quienes chocan con los valores convencionales y el rechazo de lo subjetivo, de la imaginación y de todo lo que vulnere las fronteras de la convención.

«Este fundamento de la personalidad fascista no se superó tampoco con la aparente derrota del fascismo en Alemania; más bien se transformó sustancialmente, sin soluciones de continuidad, en anticomunismo».[3] El rechazo a la personalidad autoritaria tocaba igualmente a la deformación que la burocracia estalinista introdujo en el proyecto revolucionario soviético.

Sin embargo, no se hace visible la presencia orgánica de una teoría revolucionaria tras estos movimientos en el escenario europeo, ni búsqueda seria de vínculos entre las experiencias y acciones, ni visión partidaria, ni signos de confianza en el sentido de una corporeidad política institucional. Un arco de diversidad marca a cada una de las experiencias de rebeldía de 1968. La «primavera de Praga», reprimida brutalmente en agosto por los tanques del Pacto de Varsovia, resulta la más violenta de las experiencias europeas de ese año, y la matanza de Tlaltelolco, en México, la más sangrienta que tendría lugar de este lado del Atlántico.

Nosotros decidimos, sin embargo, dedicar este dosier a Francia porque consideramos más efectivo concentrarnos en el escenario en el cual el movimiento mostró un proceso de ascenso más orgánico, con una participación más decidida de los trabajadores, que nos permite afirmar, con Jean-François Cabral y Charles Paz, que estamos hablando de un «movimiento clave en la historia de la lucha de clases», y que muestra, además, con claridad, las vacilaciones y pusilanimidad a que habían arribado los partidos comunistas.

Lo que sucedió en Francia nos ofrece el escenario más acabado. En Francia podemos estudiar, en una palabra, los elementos más relevantes del ascenso y los del fracaso. Por eso estimamos que, si bien es cierto que estamos obligados a releer, con la distancia de los años, todas las experiencias de aquellos acontecimientos de 1968, una saludable fórmula para comenzar la relectura resulta hacerlo desde el Mayo francés. Es exactamente lo que hemos intentado hacer en esta entrega de Ruth. Cuadernos de Pensamiento Crítico.

Comprender la correlación de las fuerzas de clases en la América Latina de hoy también se hace esencial para romper con el anquilosamiento de los patrones estancados de las definiciones y proyecciones clasistas tradicionales; tanto la sintonía espontánea de la movilización proletaria con el movimiento estudiantil como la incapacidad de la izquierda partidista para dar una comprensión política flexible y una reflexión novedosa al cambio que tenía lugar ante sus ojos.

El efecto del alzamiento en París del 3 al 10 de mayo desbordaba, con mucho, las demandas de los estudiantes universitarios, que tenían que ver originalmente, como es habitual en el movimiento estudiantil, con cuestiones disciplinarias restrictivas del reglamento y de los cánones y usos vigentes en la universidad en la época. Por primera vez en la historia francesa la juventud escolarizada aparecería como una fuerza social con alcance efectivo en el ámbito político.

Porque aquí radica lo singular del movimiento estudiantil tal como se desarrolló en Francia. Cuando la policía emprende la evacuación del Barrio Latino el 13 de mayo, aparecen como respuesta las barricadas. Sobresalen figuras que detentan un liderazgo en el movimiento, Daniel Cohn-Bendit y Jacques Sauvageot por ejemplo, y se percibe un marcado componente anticapitalista, con frecuencia más intuitivo que razonado.

A partir del 14 de mayo estalla una secuencia de huelgas obreras y de ocupación de fábricas que se produce mayoritariamente a contrapelo de las orientaciones del movimiento sindical: más de 50 fábricas importantes son ocupadas por los trabajadores; más de 200 000 trabajadores se levantan en huelga de manera espontánea. En tanto, la CGT rechaza llamar a la huelga general y se pronuncia por la conciliación con el gobierno y con la patronal. La juventud presente en la clase obrera facilitó que aflorara un clima de solidaridad estudiantil, matizado por el rechazo a la presión sindical.

El 22 de mayo llegaron a contarse entre seis millones y nueve millones de huelguistas, dentro de una población laboral de quince millones de asalariados en todo el país. Más de cuatro millones permanecieron tres semanas en huelga y dos millones llegaron al mes.

El Estado gaullista llegó a verse, como nunca antes, paralizado frente a un movimiento que resultó incapaz, por otra parte, de imponer una alternativa política, y que carecía por completo de apoyo de las fuerzas de la izquierda. Como en más de una ocasión en la historia, la victoria les pasó por delante sin que lograran percatarse de ello. El PCF cargaría para siempre con la responsabilidad histórica de haberse mostrado más preocupado por la discusión del liderazgo que por propiciar una fórmula de acción unitaria hacia el poder. En tales condiciones, Charles de Gaulle, que sí retenía una estrategia de retorno, recuperó la ofensiva.

El problema es que las fuerzas reaccionarias sí tienen una experiencia de ejercicio de poder y muy claros los esquemas de lo que quieren hacer con él, por lo que llegan a montar sus estrategias con mucha rapidez. Sus estrategias son fáciles de armar: barrer con todo lo que se les oponga. Y su reinstalación, después del conteo de los muertos, pocos o muchos, acaba por realizarse. Son las dinámicas que muestran los riesgos de moverse en política con incertidumbre. O con remilgos.

En los textos que podrán ser leídos a continuación, optamos por comenzar con las miradas retrospectivas. Las dos iniciales, la de Pinilla de las Heras -a la cual ya hice referencia-, escrita en 1970, y la de Régis Debray, que abre un opúsculo, discutible y ambiguo, dedicado al décimo aniversario (1978), aportan pistas, en confrontación en más de un aspecto, sobre el contorno social y económico en que se desencadenan los sucesos de Mayo.

Les sigue un acucioso estudio sobre la generalización de la huelga en mayo-junio, por Jean-François Cabral y Charles Paz, que nos muestra en la medida en que se rebasa la rebelión estudiantil, muy en sintonía con el análisis más integral de Jan Malewsky, tomados ambos textos de Inprecor.

Completamos la selección con valoraciones publicadas por Emir Sader, René Mouriaux, Michael Löwy y Alberto Verón, entre las que insertamos una presentación de Rafael Rodríguez Beltrán dedicada a la memoria de Mayo en la novelística francesa contemporánea.

Una segunda parte de nuestra compilación la centramos en acercar al lector a la época, con la reproducción de una muestra de las dos revistas cubanas que dedicaron entonces sendos números a reflejar, para el público interesado cubano, el importante episodio que vivía el pueblo francés: Pensamiento Crítico y RC. Aquí podrán leer testimonios de Cohn-Bendit y de Sauvegeot, protagonistas del alzamiento juvenil, y de intelectuales comprometidos como Jean-Paul Sartre, Herbert Marcuse, K. S. Karol y Richard Davy, así como algunas crónicas, indispensables para refrescar al menos el contacto con el día a día de los hechos.

No puedo recordar ahora de quién leí por primera vez la frase: «Después de las barricadas del 68 el mundo no fue el mismo», que siempre me pareció acertada, aunque su autor no se aventurara a pronunciarse en qué sería diferente. El mundo es, 40 años después, diferente, pero no se debe a las barricadas. Aunque también, en la inspiración, las barricadas aparecen como un reclamo.

Tomado de Ruth. Cuadernos de Pensamiento Crítico