El profesor y escritor Jorge Majfud afirma al referirse a su libro: «La tercera generación, la de los niños como el protagonista de ‘El mismo fuego’, como la nuestra en las dictaduras militares de América Latina durante la Guerra Fría, conserva la conciencia de la brutalidad y trabaja para exponer los traumas de la generación anterior. El rescate de la memoria es su principal herramienta de rehumanización.»
La generación del silencio a modo de ficción y de reflexión
Raúl Fitipaldi: ¿En esta Patria Grande de exiliados políticos, sociales, económicos, por causa del imperialismo y el capitalismo, como fueron condenadas nuestras infancias?
Jorge Majfud: Como en cada una de las tragedias que han azotado diferentes pueblos en diferentes continentes, existe una generación marcada a fuego, con el mismo fuego con la que fue marcada la generación anterior, la que protagonizó y sufrió los hechos. Es la generación de los niños que debieron vivir y crecer en ese contexto de testigos obligados al silencio. Somos la Generación del Silencio, no sólo porque nuestros mayores siempre, por miedo a represalias, nos insistían de no hablar en la escuela o en público de todo lo que inevitablemente sabíamos, sino también por el silencio de la indiferencia de la mayoría de los medios postdictaduras, del aparato cultural y, más recientemente, por la indiferencia obligada de la nueva generación que se siente cansada de que sus padres o sus abuelos insistan en recordar.
RF: ¿Por qué esos cambios?
JM: Es algo natural hasta cierto punto, pero también, en un caso altamente político como lo es que el rescate de la memoria, ha estado bajo un estratégico ataque: lleva la marca de las agencias secretas (esos grandes narradores, esas verdaderas manos invisibles del mercado y de la política) y la marca de los capitales de los lobbies y las corporaciones, dioses inalcanzables por los simples mortales. No se dice, o es muy raro que se diga, que alguien que recuerda el holocausto judío de hace 80 años esté politizado, pero cualquier otra reivindicación de la memoria es desacreditada como un acto político y, peor aún, que es un acto de corrupción. La memoria no es algo que se rescata de una vez para siempre sino que hay que mantenerla viva o se muere. En Argentina, por ejemplo, hay una estratégica discusión de si fueron quince o treinta mil los desaparecidos, como si quince o diez mil desaparecidos mitigasen en algo la brutalidad a escala nacional e internacional, como fue el caso de Operación Cóndor.
RF: El dolor de los niños de ayer tampoco es tomado muy en serio.
JM: Como suele ocurrir con el dolor de los niños en general. Como cuando a las niñas le perforaban las orejas. “No sufrían”. Como los toros en las corridas, no pueden expresarse, entonces no sufren, o su sufrimiento no es real, tal como ocurría con el sufrimiento de la mujeres, de los pobres, de los indios y de los negros. Los niños, que toman cualquier experiencia, por brutal que sea, como algo normal, no podían quejarse, entonces su sufrimiento no era real, profundo, humano como el de un verdadero ser humano. No sin ironía, es precisamente la generación más vulnerable en sus emociones, en sus memorias, en sus miedos y ansiedades, la que menos se considera en las narrativas sociales, en los análisis históricos. La paradoja es múltiple, ya que esa Generación Cero es la que deberá lidiar con los traumas nacionales de una forma más profunda y duradera. Por si esa tragedia no fuese suficiente, la experiencia cronológica de un niño no tiene nada que ver con la de un adulto. De los cinco a los quince años, o de los diez a los veinte, el tiempo existencial equivale a toda una vida. De los 45 a los 55, por ejemplo, es un tiempo diferente, menos extenso, apenas una etapa, a veces breve, raras veces tan profunda como para dejar alguna marca indeleble en los individuos.
RF: ¿Han sido las dictaduras algo así como un permanente que retroalimenta nuestros recuerdos y los mantiene como una alerta ante todo brote fascista?
JM: Solo de forma relativa. Aunque los países latinoamericanos comparten una historia similar de despojo, colonización y brutalidad imperialista, no todos sufrieron de igual forma ni en la misma medida. Los pueblos que tuvieron la desfortuna de nacer sobre un suelo rico en recursos necesarios para desarrollar los imperios noroccidentales a lo largo de la Era Moderna, fueron quienes sufrieron más, por más tiempo y quienes terminaron más pobres, más corruptos y con más violencia económica, política y social. Por otor lado, una dictadura financiera puede ser brutal en el despojo de todo un país y del mundo entero (como lo es el Ultra capitalismo de hoy, como fase previa al Post capitalismo), pero rara vez se experimenta a un nivel emocional, traumático, debida a su alto nivel de abstracción, razón por la cual la resistencia a su dominio es mínima, casi imposible, y solo se puede experimentar a través de sus consecuencias que rara vez son atribuidas a su causa. Entonces, tanto el trauma como el aprendizaje no son algo inevitable sino que depende de una militancia de la memoria.
RF: Hoy te dedicas a enseñar y cultivar la memoria a través de la literatura. ¿Piensas que la infancia y los jóvenes del presente entienden los mensajes fascistas que traen figuras como Trump, Bolsonaro, Meloni, Milei, Bukele, entre otros?
JM: Siempre hay un grupo que lo entiende, que revindica la memoria, pero para responder a esa pregunta veamos por un momento el problema en términos generales, sociales, históricos.
Un individuo, básicamente, reproduce las esperanzas y los miedos ancestrales de sus antepasados como si fuesen algo nuevo. Lo que sentimos ahora lo sintieron cientos de generaciones antes de nosotros. También El mismo fuego integra este factor ahistórico. El fuego de ayer y el de hoy son los mismos fuegos. Por otro lado, las generaciones no experimentan, políticamente hablando, lo mismo que sus predecesores. Diferente a la condición existencial, ahistórica del individuo, desde una dinámica social, histórica, sospecho que las generaciones experimentan tres niveles diferentes sobre un mismo trauma, sobre una misma tragedia. Como lo he desarrollado en otro momento, tenemos que:
1. Una generación es seducida por la violencia fascista para resolver sus profundas frustraciones.
2. La generación siguiente sufre un profundo trauma debido a una guerra masiva o a dictaduras fascistas (por lo general, los fascismos son dictaduras funcionales a los imperios capitalistas, pero no es imposible encontrar ejemplos de fascismo pretendidamente de izquierda o en forma de democracias liberales; básicamente, el fascismo es nacionalista, anti intelectualista, añora el pasado, es reaccionario, necesita controlar la vida publica y privada y suele hacerlo a través de la censura, el miedo y la fragmentación del trabajo y de los conceptos privilegiando la fe, la propaganda y el sermón apasionado por sobre la crítica y el análisis complejo.)
3. La tercera generación, la de los niños como el protagonista de El mismo fuego, como la nuestra en las dictaduras militares de América latina durante la Guerra Fría, conserva la conciencia de la brutalidad y trabaja para exponer los traumas de la generación anterior. El rescate de la memoria es su principal herramienta de rehumanización.
4. La cuarta generación repite la primera. Si no olvida o si no niega la tragedia de la segunda generación, al menos no la siente. Está más dispuesta a olvidar o restarle importancia a los hechos históricos y a la memoria de sus abuelos, algo que claramente estamos viendo hoy en muchos países, tanto satélites como Argentina, con el ataque contra la educación ilustrada, contra quienes insisten en recordar a los desaparecidos de la última dictadura, como en los imperios mismos (es el caso de Estados Unidos y su reacción cultural y policíaca a las revisiones históricas, “antipatriotas”). Entonces, esta generación comienza a jugar con el fascismo una vez más, como lo hizo la generación que antecedió a la de sus abuelos, hasta que la generación siguiente debe sufrir y repetir la catástrofe y los traumas de la segunda generación.
RF: ¿Puedes explicar un poco más lo que entiendes por historia y por memoria?
JM: Claro, historia y memoria no son la misma cosa. La primera, sobre todo las historias oficiales, las historias fosilizadas por la industria cultural como el cine, la literatura comercial, la prensa, las narrativas sociales en general, están hechas de olvidos estratégicos. El poder nunca podrá narrar su historia sin olvidos, sin desmemoria. Por ejemplo, cuando en la icónica película El Álamo de John Wayne se dramatiza la heroica resistencia de los colonos anglos en Texas, se omite el detalle de que no estaban luchando por la libertad sino para reinstaurar la esclavitud donde los mexicanos la habían ilegalizado. Lo mismo la Teoría de los dos demonios o de “Estábamos en guerra” que impuso la CIA a través de sus narradores militaristas de América latina. La historia oficial es siempre mitológica, desde su narrativa hasta sus monumentos, con héroes yendo a una batalla vestidos como para un baile de gala y montados en un carísimo caballo blanco, que era como ir a la guerra de Ucrania en un Lamborghini.
Ahora, cuando alguien aparece realizando un esfuerzo de rescate de la memoria enterrada junto con los cadáveres de los gloriosos hechos históricos, es acusado de antipatriota, de hereje o de peligroso radical que quiere destruir Occidente.
Pero eso no es todo. Los olvidos de las historias oficiales se realizan también de formas muy sutiles y efectivas, como cuando, en el mejor de los casos, un periódico cuenta todos los hechos pero le dedica un titular a lo que dijo un político y una nota de letra pequeña en la quinta página sobre un genocidio. Es decir, aún cuando la historia no oculte hechos relevantes, fácilmente define qué es importante y qué es irrelevante, con una consistencia que hace que lo irrelevante termine por desaparecer de la conciencia colectiva.
Otra forma es a través de las narrativas simplificadoras pero demagógicas de los políticos. Hace dos o tres días la Primer ministra de Italia, Giorgia Meloni, afirmó: “En Europa se está produciendo un proceso de islamización que está muy alejado de los valores de nuestra civilización”. Millones aplaudieron esta misma lógica que criticamos en “El lento suicidio de Occidente” cuando, en 2002, contestamos a otra italiana célebre con las mismas ideas, Oriana Fallecí.
Lo más obvio no se ve, como no solemos ver nuestras narices por estar demasiado próxima a nuestros ojos. Occidente se levanta con “rabia y orgullo” ante la islamización de Occidente por ser algo que está “muy alejado de los valores de nuestra civilización” cuando ha sido Occidente el que ha invadido todos los rincones del mundo a lo largo y ancho de Asia, África y América durante los últimos cinco siglos y hasta ayer, con sus ejércitos y sus misioneros para imponer a fuerza de espada, de látigo, de cañón y de bancos la estratégica cristianización de todo lo demás que no era ni cristiano ni tenían “nuestro valores”. Es decir, no se trata solo de olvido estratégico, sino también de la eterna presunción de que nuestras leyes, nuestras políticas, nuestra religión, nuestra raza, nuestra cultura y nuestra moral son superiores, especiales, por lo cual deben ser aplicadas a la fuerza y con sangre a los demás (en nombre del amor y la libertad), pero nunca al revés. La regla de oro de las relaciones internacionales e interculturales, la reciprocidad, nunca se aplicó cuando significó un peligro para los intereses del poderoso.
Luego los despojados, oprimidos y masacrados reaccionan y los demonizamos para seguir masacrándolos, como hicimos con los nativos de todo el mundo y seguimos haciendo con cualquier rebelde independentista.
RF: ¿Qué miedos el adulto Jorge Majfud vuelve a recrear como herederos del período del Plano Condor, de los Trujillo, Ríos Montt, Somozas, Pinochet, Videla, “Goyo” Álvarez y otros monstruos más recientes como Janine Agnes?
JM: Son los miedos de volver a la segunda generación, la que debe sufrir los traumas y la brutalidad del fascismo, como te decía antes. A mi edad no tengo muchos miedos personales. Ni la muerte me preocupa. Me preocupa el sufrimiento de la nueva generación, nuestros hijos, que deberá pagar no sólo las deudas masivas que las generaciones han creado para beneficio de una micro elite y me preocupa las consecuencias de esa injusticia global que, tarde o temprano, termina con una revolución o una rebelión dolorosa, aunque necesaria e inevitable, con la tragedia multiplicada por la reacción de fascistas como los que acabás de mencionar, que en definitiva son solo cipayos funcionales, generales bananeros que realizan el trabajo sucio que nuestra generación fue testigo directo, como el secuestro, la tortura, la violación, el asesinato y la desaparición, nada que tenga lugar en un campo de batalla donde se enfrentan dos iguales sino en las cobardes mazmorras de los “salvadores de la patria” o en los campos de refugiados pobres que son masacrados sin emociones por las inteligentes y multimillonarias bombas de los poderosos psicópatas de siempre.
RF: ¿Por qué precisamos leer tu nuevo libro El mismo fuego?
JM: Bueno, no creo que nadie precise leer ninguno de mis libros, sean del género que sea. Yo sólo propongo problemas, a veces posibles soluciones cuando se trata de algún libro de análisis o ensayo. Cuando se trata de novelas, propongo muchas cosas menos soluciones o diversión. Si hay alguien allí que le interese, bien. Si no, tampoco hay drama.
Lo que la gente necesita (y siempre dese mi punto de vista, que no es el punto de vista de ningún elegido, sino todo lo contrario) creo que los pueblos necesitan ser menos sumisos y más decisivos en su propia búsqueda de la verdad, desde lo social a lo individual, desde la ética a la estética, dese el sentido de justicia hasta el sentido de la dignidad y valor.
***************
https://editorialcuatrolunas.com/libros/narrativa/el-mismo-fuego/