«Se alimentaban ahora pésimamente. Compraban cuarenta centavos de fiambre y un pan y con esto pasaban todo el día. César viajaba a la ciudad en busca de plata y trabajo. Hacía dos o tres viajes a pie por semana hasta el centro. Iba y venía sin resultado positivo. Entraron en un periodo de privaciones agudas, […]
«Se alimentaban ahora pésimamente. Compraban cuarenta centavos de fiambre y un pan y con esto pasaban todo el día. César viajaba a la ciudad en busca de plata y trabajo. Hacía dos o tres viajes a pie por semana hasta el centro. Iba y venía sin resultado positivo. Entraron en un periodo de privaciones agudas, sistemáticas, odiosas. Por último vino el desaliento y la anulación de la voluntad».ii
Estas líneas corresponden al libro Los malditos (1924) del escritor Elías Castelnuovo, donde relata los momentos previos a la llamada «Semana trágica» de 1919, donde el Gobierno y las fuerzas represivas del Estado más la voluntariosa asistencia de la Liga Patriótica, integrada por sectores medios y algunos apellidos ilustres de la sociedad rural argentina, ayudo a reprimir primero una huelga en la fábrica Metalúrgica Vasena y luego, durante una semana, persiguió a trabajadoras y trabajadoras de Buenos Aires causando más de 1.300 muertos y 4.000 heridos.iii
A cien años de aquel acontecimiento observamos que el Estado liberal de derecho no ha encontrado soluciones ni lugar para estos desclasados, estos seres «sin trabajo». Pero los malditos de hoy son otros, en el sentido de que no se enlazan directamente con aquellos de 1919. Aquellos malditos del siglo XX, observados por los funcionarios del Estado como «cuestión social», no eran más que las consecuencias no deseadas del proceso de incorporación definitiva de la economía agroexportadora argentina al mercado mundial (con su resultante de pobres, excluidos y desclasados ajenos a las bonanzas de la argentina «granero del mundo»). Los malditos de 1919 hacia mediados de los años cuarenta, con políticas económicas que fomentaron la industrialización y el consumo, como demuestran los índices económicos y los estudiosos del tema, fueron incorporados e instituidos con la constitución de 1949, en donde con una batería de derechos sociales, los malditos pasaban a ser parte de la sociedad argentina.
En la década del 1970, pero principalmente entre mediados de los años ochenta hasta el 2000, el proceso de desindustrialización fomentado desde los gobiernos que controlaron el Estado encendió nuevamente la fábrica de malditos. Los nuevos malditos que conocemos hoy en el 2019. Sólo en el conurbano bonaerense de 12.000.000 de habitantes, 4.500.000 son pobres, un conurbano que además alberga el 36% de la población total del país. Ahora bien, ¿qué ha hecho el Estado con estos nuevos malditos? El investigador del CONICET, sociólogo y sacerdote jesuita Rodrigo Zarazaga ha demostrado en su estudio que desde hace ya más de dos décadas dice: «El Estado en el Conurbano ha cedido parte de la provisión de servicios públicos básicos a las cuadrillas de planes de empleo. Hoy muchas tareas como el zanjeo, la limpieza de parques y plazas, el corte de césped, la construcción de aceras, no la realizan empleados municipales, sino cuadrillas de las llamadas cooperativas del programa Argentina Trabaja.»iv En otros lugares, el Estado simplemente se desatendió de sus habitantes y los malditos deben recurrir para sobrevivir a comedores populares y/o a la llamada economía popular, un mundo de actividades comerciales y productivas generalmente ambulantes organizadas y autogestionadas por la misma comunidad. Una economía en donde el Estado cuando llega aparece sólo para quitar parte de las ganancias generadas mediante el pedido de «un tributo», que como contraprestación permite poder seguir con aquello que el mismo Estado caracteriza como economía ilegal. Vale decir, a diferencia de lo que suele escuchar, que el Estado no está ausente, más bien se hace presente como cómplice y beneficiario de eso que cataloga como ilegalidad.
En síntesis, a pesar de que estos nuevos malditos son la consecuencia de políticas estatales que fomentaron la desindustrialización y el desarrollo productivo argentino desde fines de 1970 hasta el 2003 y de 2015 a la fecha, ellos son considerados como una amenaza. Lo que sí podemos afirmar es que hoy como en 1919 siguen siendo un peligro para «el orden social».
Volviendo a otro libro de Elías Castelnouvo: «Así como en los tiempos pasados a los esclavos no se les permitía averiguar las causas de su esclavitud, en los tiempos modernos, por lo que veo, a todos aquellos que padecen por culpa de todos los villanos contemporáneos, tampoco se les permite averiguar las causas de sus padecimientos«.v
En una nota del diario Clarín de Buenos Aires fechada el día 11 de septiembre de este año podía leerse:
«La amenaza estaba planteada desde la semana pasada, cuando distintas organizaciones sociales acamparon sobre la avenida 9 de Julio para reclamar, entre otras cuestiones, por la emergencia alimentaria. En un comunicado de Barrios de Pie, Silvia Saravia, coordinadora nacional de ese sector, sostuvo que la reunión con funcionarios del Ministerio de Carolina Stanley ha fracasado por completo porque el Gobierno no ha hecho una propuesta que responda a ninguno de los tres puntos centrales que las organizaciones venimos reclamando desde hace meses: apertura de programas, aumento de las partidas de alimentos, aumento en el monto de los programas actuales»».vi
El acampe en una de las avenidas más importantes e históricas de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires conmocionó, perturbó y transformó la agenda de los diferentes partidos políticos a días de la última contienda electoral. Los análisis de periodistas, polítólogos y demás aficionados a la opinión inundaron los medios de comunicación y redes sociales, sin embargo, no hemos observado que se intente responder en profundidad a las razones de la movilización, tampoco hemos encontrado indagaciones que crucen tres elementos que consideramos centrales para abordar el tema: la idea de pueblo, la naturaleza de la movilización y las respuestas o rol que el sistema de partidos políticos del Estado liberal de derecho ha asignado a estos grupos movilizados.
Volviendo una vez más al viejo y ponderado Aristóteles (384 – 322 a.c.)vii, uno podría preguntarse ¿Qué es una forma de gobierno? Y podría encontrar como respuesta, que es un sistema elegido por una cantidad de humanos para responder a los problemas que esa comunidad de humanos tiene. En otras palabras, los sistemas de gobierno surgen desde esta perspectiva como una respuesta a un problema que los humanos disgregados, individualizados, aislados, no pueden responder.
Aristóteles consideraba que los gobiernos se dividían en formas puras y en formas impuras. Para establecer su clasificación, tomó en cuenta el número de gobernantes y la manera de ejercer el poder. Así tenemos entre las formas puras, es decir, aquellas que buscan el bien común y practican rigurosamente la justicia, tres tipos de sistemas de gobierno: Monarquía, Gobierno de una sola persona para el bien de toda la comunidad; Aristocracia, Gobierno de los mejores para el bien de toda la comunidad y República o Politeia, Gobierno de todo el pueblo para el bien de la comunidad. Ahora bien, en esta medida, entendemos que las formas y características de los sistemas políticos trascienden las formulaciones teóricas ya que sí en todos los casos estos gobiernos deben atender a las necesidades y proyectos de la comunidad, estos son diferentes, tanto por su historia, tradición y costumbres como por el lugar (territorio, suelo, naturaleza) en el cual reside esa comunidad. En síntesis, pensar en abstracto en los sistemas políticos, designar, plantear o reflexionar sobre ¿qué es una República y que no es? sería totalmente absurdo si esas formulaciones no se ligan con las necesidades y proyectos de la comunidad. La República no debe estar antes que la comunidad, más bien todo lo contrario. En pocas palabras, no hay una republica a la cual salvar en realidad habría que detenerse a reflexionar sí el sistema republicano imperante garantiza el cumplimiento de las necesidades y proyectos de la comunidad a la cual debe responder.
Durante el siglo XIX, tras más de medio siglo de guerras por la emancipación y de conflictos civiles, se estableció qué el sistema de gobierno para toda la comunidad argentina era el de la República. Ahora bien, varias preguntas siguiendo con la definición planteada por Aristóteles, ¿nuestra República expresó la voluntad del pueblo? Y ligada a esta pregunta, si no expresó la voluntad del pueblo, ¿dónde y cómo expresa sus ideas, reclamos y demás inquietudes políticas nuestro pueblo? Y por último, ¿la República fue constituida para el bien de la comunidad? O deberíamos preguntarnos ¿el Estado liberal de derecho en Argentina expresa un sistema de gobiernos que se manifiesta para el bien de la comunidad?
La idea de pueblo
Un pueblo es, ante todo, una categoría histórica. Esto nos permite pensar que un pueblo es un cúmulo de experiencias de la historia de un país. Solo así entendemos por qué en los pueblos reside la sedimentación cultural de valores y, sobre todo, luchas de antaño. De allí que el filósofo argentino Rodolfo Kusch (1922- 1978) afirme que en el cabecita negra que se lavó los pies en la fuente de Plaza de Mayo aquél 17 de octubre de 1945, se reproduzca la misma carga valorativa de luchas anteriores: Atahualpa, Rosas, Yrigoyen, muestran un común denominador. ¿Cuál es? Tanto para nuestro país, como para el resto de los países latinoamericanos, las gestas populares perciben un único fin: la emancipación.viii
La emancipación, en un sentido amplio, no sería otra cosa que la liberación con respecto a la tutela de los poderes dominantes. De allí que a estos últimos los denominemos imperios, puesto que su etimología proviene del latín imperium que significa dominio. Vamos sumando elementos para nuestra caracterización de lo que entendemos por pueblo, un pueblo es una categoría histórica que en base a la experiencia adquiere una identidad propia otorgándole una «memoria» y es también el protagonista de las luchas de independencia frente a los proyectos imperialistas de dependencia.
Aquí agregamos un elemento más, estas luchas de emancipación nunca son llevadas adelante por una minoría. Un pueblo siempre estará representado por una mayoría que, en determinados momentos, toma conciencia de su condición de opresión saliendo de la pasividad y enfrentando al grupo opresor. Subrayamos, entonces, un nuevo elemento: un pueblo es siempre una identidad colectiva mayoritaria. En pocas palabras, un pueblo es el protagonista de las luchas de emancipación, definido por su historia y una identidad colectiva. Esto nos lleva a la siguiente pregunta, ¿el pueblo, así entendido, se encuentra apropiadamente representado por el Estado liberal argentino?
El liberalismo y la representación política
La ideología que sustenta el concepto de representación tradicional es el liberalismo; la raíz de esto es el individuo que consagra, y persigue, su libertad frente a las identidades colectivas. Aleksandr Dugin afirma que el liberalismo es la liberación del algo bien concreto, de toda identidad colectiva, y toda la historia puede ser entendida según este proceso de liberación.ix El individuo, así, arguye una supuesta dicotomía contra las expresiones generales. ¿Por qué nos interesa esto? Porque el liberalismo será el basamento de la Constitución de 1853. Su mentor, Juan Bautista Alberdi, considera que el individuo es éticamente anterior y superior a las instituciones sociales.
El artículo 22 de la carta magna estipula que el pueblo no delibera ni gobierna sino a través de sus representantes; estos representantes, de manera institucionalizada, asumen la forma de los partidos políticos. Ahora bien, ¿qué tipo de problema atañe este tipo de representación atomista? A nuestro entender, el vínculo que se suscita entre el electorado y los representantes carece de compromiso fáctico. Nos resulta elocuente mencionar la trágica coyuntura de nuestro país. Durante la campaña del año 2015, el actual Gobierno vertió sobre la agenda pública un conjunto de demandas reclamadas por una parte de la sociedad. El acuerdo explícito invitaba a los electores a inclinarse por esta propuesta con la certeza de que una vez en el gobierno serían satisfechas. Esa parte del electorado que optó por esta propuesta, hoy se asume como «estafada» por la alianza gobernante.
La representación para el peronismo
Un antecedente opuesto a lo que mencionamos anteriormente lo encontramos en el peronismo. Juan Domingo Perón, en La hora de los pueblosx, realiza una distinción, y diferenciación, entre democracia y liberalismo. El problema no reside en la representación sino en lo que se representa. O se representa al individuo aislado, egoísta y cuya finalidad está en las ansias de lucro o se representan los intereses de la comunidad.
Así nos encontramos con dos visiones representativas diferentes y antagónicas; por un lado el liberalismo, que tiene su sustancia en el individuo, y por otro el justicialismo, que lo tiene en las organizaciones libres del pueblo. ¿Qué quiere decir esto último? Pues que son organizaciones que nacen, no desde el Estado sino desde la propia comunidad, los ya conocidos sindicatos pero también aquello que los nuevos malditos han logrado generar con sus comedores y economías populares, organizaciones todas ellas en donde la representación se expresa de forma directa, «natural».
Estas organizaciones, que son definidas como organizaciones intermedias, tienen como bien común la felicidad del pueblo y la grandeza de la nación. Esto nos interesa porque implica unidad en la diversidad y de esta manera se contrapone a la versión liberal que proyecta una visión atomista de la sociedad.
Notas:
ii Castelnuovo, Elias, Los Malditos, Buenos Aires, Claridad, 1924, p. 78.
iii Bilsky, Edgardo, La Semana Trágica, Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1984.
iv Zarazaga, Rodrigo S.J., «Punteros, el rostro del Estado frente a los pobres», en Zarazaga, Rodrigo S.J. y Ronconi, Lucas, Conurbano infinito. Actores políticos y sociales, entre la presencia estatal y la ilegalidad, Buenos Aires, Siglo XXI Editores, 2018.
v Castelnuovo, Elías, Calvario, Buenos Aires, Claridad, 1949, p. 232.
vi Diario Clarin, Buenos Aires, 10-09-19.
vii Aristóteles, Política [2 tomos], Barcelona, Orbis, 1985.
viii Kush, Rodolfo, Obras completas [4 Tomos], Rosario: Editorial Ross, 2007.
ix Dugin, Alexandr, La cuarta teoría política, Barcelona, Edición Nueva República, 2013; Geopolítica existencial, Buenos Aires, Nomos, 2017; Identidad y Soberanía contra el mundo posmodernos, Buenos Aires, Nomos, 2017.
x Perón, Juan Domingo, La hora de los pueblos [1968], Buenos Aires, Editorial Volver, 1987.
Facundo Di Vincenzo. Profesor de Historia -Universidad de Buenos Aires, Doctorando en Historia- Universidad del Salvador, Especialista en Pensamiento Nacional y Latinoamericano- Universidad Nacional de Lanús, Docente de Historia Social y Política Latinoamericana, Historia Social y Política Argentina, Historia Moderna y Contemporánea, Historia Moderna y Contemporánea, Historia Social Latinoamericana, Procesos Históricos Mundiales, Seminario Manuel Ugarte «Pensador de la Nación Latinoamericana» e Investigador del Centro de Estudios de Integración Latinoamericana «Manuel Ugarte», Universidad Nacional de Lanús, Columnista Programa Radial, Malvinas Causa Central, Megafón FM 92.1.
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