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Entrevista a Javier Mestre

«La libertad no es un concepto desvinculado de las condiciones de vida y trabajo»

Fuentes: Rebelión

«A los periodistas que aman su profesión y la ejercen contra viento y marea». Con esta dedicatoria se abre Fábricas de cuentos, la tercera novela de Javier Mestre, un relato sobre el periodismo y la precariedad, una novela necesaria que interpela sobre los vínculos entre la ideología y las premisas materiales de la libertad.   […]

«A los periodistas que aman su profesión y la ejercen contra viento y marea». Con esta dedicatoria se abre Fábricas de cuentos, la tercera novela de Javier Mestre, un relato sobre el periodismo y la precariedad, una novela necesaria que interpela sobre los vínculos entre la ideología y las premisas materiales de la libertad.

 

Javier, esta es tu tercera novela, tras Komatsu-430, publicada en 2011, y Made in Spain, editada en 2014. Con ella parece que cierras una trilogía sobre la precariedad y, al tiempo, un fresco sobre la España de la última década. ¿Qué continuidades y qué variaciones destacarías en esta novela respecto de las dos anteriores?

En cierto sentido, esta criatura se parece más a mi primer parto, Komatsu PC-340, que a Made in Spain. En el intento de mostrar todo un mundo social desde el punto de vista de las trabajadoras, recupera un tanto la tensión melodramática de los orígenes frente a la actitud narrativa más perspectivista y a la vez más racional, distanciada, de Made in Spain. Esto es así, en parte, porque las protagonistas son en apariencia más complejas y sentimentales que el Estaquirot en torno al que se articula el devenir de la verdadera protagonista de mi segunda novela, una fábrica de zapatos. 

La trama se construye a través de Luz y Luna, dos amigas que estudiaron periodismo juntas pero cuya trayectoria, tras la universidad, ha sido bien distinta. A través de Luz te aproximas al mundo del telemárquetin, a la cotidianidad de las «jornaleras del teléfono». ¿En qué medida ese sector es representativo de la precariedad y del capitalismo de nuestros días?

Bueno, hicimos una pequeña investigación acerca del telemárquetin y la realidad superó nuestras peores presunciones. A veces me angustio pensando cómo demonios muchas de las mujeres que trabajan en ese sector tan… cómo lo diría… tan molesto, pueden sacar adelante a sus familias con semejantes salarios y condiciones de trabajo. Trabajadoras pobres y bien jodidas. No pueden evitar recordarme a las de otro sector a que nos acercamos, esta vez para un detalle de la parte final de Komatsu: las cuidadoras de residencia de ancianos, que comparten miserias con las camareras de hotel y sectores similares. Toman las mismas pastillas, sufren de la columna por las horas interminables sentadas sin apenas tregua en una silla… El telemárquetin es un sector duro y mal remunerado, con profesionales que hacen muy bien su trabajo en condiciones con frecuencia lamentables… Y con lo que a veces conlleva moralmente hacer bien el trabajo. Al fin y al cabo, se trata de engatusar a cien por hora para engrosar la cuenta de resultados que disfrutan otros. Luz acaba teniendo que vivir los sinsabores de estas malas artes también en su trabajo como periodista. 

«¿Cómo podía derrotar un rabo de aire a una gran empresa? ¿Los iba a doblegar, si apenas podía echarles el aliento?» El personaje de Luz expresa en muchas ocasiones un sentimiento de frustración, muy generalizado en nuestro tiempo. En la novela parece que hay como una lucha continua entre la impotencia y la esperanza.

En Fábricas de cuentos se entrecruzan muchos conflictos. Uno de ellos es el que señalas. Y se muestra desde muchos puntos de vista, también desde el de Luna, que pelea con las limitaciones que impone el mercado mediático para intentar hacer conciencia sobre asuntos en los que está en juego la vida de muchas personas. En el caso de Luz, me atrevería a decir que se muestran algunos de los mecanismos adaptativos de la precariedad que tienen que ver con amoldarse a un cierto grado de desesperanza… Pero, como en Komatsu, dado que es una novela sobre personas, la esperanza se resiste, queda un poso resistente.

El marco de la novela y su temática central es el periodismo, el funcionamiento de los medios de comunicación, «nuestra querida y cotidiana fábrica de cuentos», como se dice en la contraportada. Tu abordaje se hace desde muchos costados. Uno de ellos es desde las condiciones de trabajo que sufren la mayoría de quienes se dedican al oficio. «Bienvenida al maravilloso club de los periodistas free-lance«, le espeta a Luz uno de sus compañeros, al inicio de su nueva peripecia profesional. ¿Por qué crees que es tan desconocida la situación de precariedad en este sector?

Se habla poco de ello, como es natural en el capitalismo. Compramos unos pantalones baratos y en la etiqueta no dice nada sobre los niños que los tejen en Bangladesh. La imagen del producto acabado elimina cualquier conexión con las condiciones de trabajo que lo han hecho posible. Como el producto de los medios son los relatos, es raro que hablen de la explotación increíble que sufren muchos periodistas. Más bien sucede lo contrario: cuando hablan de sí mismos hacen imagen de marca. Lo mismo que los anuncios de frigoríficos que muestran trabajadores falsamente felices. A los periodistas se los heroifica y se tiende a identificar la profesión con el puñado de rostros conocidos que disfrutan de un estatus muy privilegiado en contraste con la mayoría de sus compañeros.

Infoaldía, Zasca Diario y RTVE. No son los únicos, pero sí los tres principales medios de comunicación que aparecen en la novela. Los dos primeros, aunque inventados, están retratados de tal modo que casi podríamos identificar sus cabeceras correspondientes, e incluso a sus directores, en el panorama mediático actual. El periódico progre, el panfleto reaccionario-sensacionalista «que huele a cloaca» y la televisión pública, ¿los tres paradigmas representan modelos distintos?

Claro. La primera distinción que hay que hacer, y que creo que la novela explica con veracidad, es la de medios privados y medios públicos. Son campos de batalla distintos. La ventaja de los medios públicos es que permiten un margen de esperanza de que los podamos conducir democráticamente hacia su verdadero papel de garantes de la pluralidad y del derecho a una información independiente de toda servidumbre. En ellos, la precarización tiene, sin embargo, un papel que los acerca a los privados: es una privatización encubierta, un procedimiento para que el gobierno de turno pueda dirigirlos a su antojo, como los capitalistas privados dirigen sus medios de comunicación.

Por otro lado, los modelos de negocio y sus productos son muy diferentes entre los periódicos online progres y las cabeceras populistas de derecha. Para los primeros siempre es más difícil asentarse en el mercado y conseguir una posición económica firme; entre otras cosas, porque tienen mucho menos respaldo de los poderes económicos, que, en cualquier caso, tienen muchos caminos para marcar límites y hasta conducir la línea de los medios que se pretenden independientes y que aspiran a ser grandes. De esto se barrunta algo en la novela.

«¡Joder, Luna, tienes que elegir entre ser periodista o activista!», le grita el director de Infoaldía a la valiente periodista. «Luz, tú ya sabes dónde trabajas, tú decides. Tienes que elegir entre ser activista o periodista», le espeta más adelante el director de Zasca Diario a nuestra otra protagonista. ¿Cuál es en tu opinión la función social del periodismo hoy?

La verdad es que se repite esta frase dos veces en la novela a conciencia, porque ahí estaba yo contando algo sobre mi propia trayectoria personal en el periodismo. Es un ejemplo que enseña mucho sobre cuál es la función social de facto, no teórica, del periodismo hoy. A mí eso me lo soltó en una ocasión el director de un periódico en el que trabajaba. Fue uno de los detonantes de que decidiera huir de la profesión, hace ya muchos años. Lo curioso es que yo no estaba militando en nada, me limitaba a informar de lo que había pasado… solo que lo sucedido dejaba en muy mal lugar a la policía y el director decidió sustituir mi trabajo por la cita literal de la versión policial de los hechos, que era muy poco veraz si se miraba con un criterio periodístico mínimamente honesto. Mi crónica se limitaba a describir lo que yo, como periodista, había vivido y sufrido. Como me convertí en un testigo incómodo, tuve que elegir: o «periodista» o «activista». Hay que joderse: en todo caso, yo era, como cualquier periodista vocacional, un activista del derecho a la información.

«Opinar es un lujo que no me puedo permitir». En esa frase de Luz quizás se condensa la principal interpelación de la novela. ¿Cuáles son las premisas materiales de la libertad? ¿Luz y Luna representan dos respuestas distintas en la encrucijada?

Pues no quiero hacer, como se dice ahora, un spoiler, pero sí, estamos ante uno de los meollos de la novela. Me parece imprescindible disputar el significante libertad, pues se lo han apropiado fuerzas que se desarrollan como auténticas dictaduras privadas. La libertad no es un concepto desvinculado de las condiciones de vida y trabajo. Como tan bien explicaba Antoni Domènech en El eclipse de la fraternidad, el concepto republicano de la independencia civil es la clave de la verdadera ciudadanía. La independencia civil consiste, básicamente, en no depender de la voluntad de nadie para subsistir, y es el pilar sobre el que se sostiene el republicanismo democrático. Del mismo modo que creo que Made in Spain, como muestra Carlos F. Liria en su memorable reseña de 2014, explica con un ejemplo muy literario el libro primero de El Capital, tengo la esperanza de que Fábricas de cuentos pueda servir para ilustrar el imprescindible libro de Domènech. En este sentido, Luna disfruta en el ejercicio de la profesión, gracias a la protección de su familia, de una mayor libertad, de una mayor dignidad ciudadana que Luz, que está mucho más a la intemperie porque es madre soltera e hija de jubilados con una pensión escasa.

«Las luchas de clases, las luchas entre lo viejo y lo nuevo, se entablan también en el interior de cada uno», escribió Bertolt Brecht. Cooptación o miseria, oportunismo o incertidumbre laboral permanente, trepar, encontrar un lugar bajo el sol y, si es preciso incluso, «pasarse al lado oscuro». Luz expresa la honda fractura de la clase trabajadora, las contradicciones que la atenazan. ¿Cómo se sale del precariado; es tan fácil comprometerse en la transformación del mundo, como parece deducirse del discurso de Luna?

Otro de los meollos de Fábricas de cuentos. Cuando Constantino Bértolo leyó la novela, con su habitual lucidez me dijo algo así como que los enfrentamientos ideológicos de Luz con su entorno progre muestran cómo sectores importantes de la clase obrera se ven abocados a aceptar lecturas de la realidad que podemos considerar de derechas. El proceso de amoldamiento a las condiciones estructurales de la precariedad tiene mucha tela… Lo jodido es que con las cosas de comer no se juega y, como bien dice Luz, ¿no apoyó el alcalde de Cádiz, de Podemos, la producción de buques para Arabia Saudí? El miedo al paro es un poderoso imán para la brújula de la ideología. Solo quienes disfrutan de una seguridad económica suficiente e independiente de la voluntad de otros pueden tomar partido libremente sin graves riesgos.

El pueblo es «un páramo sin perspectivas», cavila Carlos, el hijo de Luz. El call center donde trabaja Luz -antes de irse a Madrid- está en Badajoz. Y los padres de la protagonista proceden de un pueblo extremeño. Retratas también la vida de provincias, pero tu visión sobre el mundo rural no parece ser tan arcádica como suele pintarla el relato hegemónico sobre la España vaciada.

No, claro. Creo que es una visión realista, sencilla, directa, de primera mano. Honesta. En la vida, como en la literatura, procuro no hacerme muchas pajas mentales. Yo, a Luz, la siento muy viva, tan real que muestra el carácter poliédrico de nuestro mundo. Una de sus caras es la de una mujer joven que no encuentra una salida en eso que has llamado la España vaciada y se ve abocada a emigrar a la ciudad central. Hay una novela pendiente sobre esto, creo yo, no de ensalzamiento de lo rural ni fantasías por el estilo, sino sobre el entramado miserable y desadaptado que rige la vida de provincias y acaba obligando a escapar a la gente formada… y a la que no lo está pero que quiere escapar del paro y la condición de mulo de carga.

En el relato se cuelan muchas astillas de la realidad social y política que no suelen tener demasiada presencia en los medios de comunicación convencionales y, aún mucho menos, en la narrativa al uso. Para empezar, el combate del pueblo baluche o la revolución democrática de Rojava, pero también, en un plano más cercano, la brega de la marea blanca, las movilizaciones por la renta básica universal o las luchas del movimiento feminista. ¿No te da miedo de que te acusen de prosaísmo, de acercarte en exceso al formato periodístico?

Lo cierto es que ya no me da miedo porque me ha pasado. El responsable de una importante editorial me aconsejó que renunciara al formato novela, que abordara los temas de Fábricas de cuentos como libro de reportajes, o algo así. Yo no estoy de acuerdo para nada con esta apreciación, y así se lo hice saber. Son muchas las novelas que cuentan cosas que podrían ser abordadas también como libro de Historia o como reportaje periodístico… pero claro, o bien no cuentan lo que nos está pasando, o bien lo cuentan con un trasfondo ideológico mucho más cómodo. La mía es una novela con todos los componentes del género: personajes complejos, conflicto, trama. Accedemos a la voz interior de las protagonistas, a su psicología, a sus afecciones más íntimas. Algo así solo se puede hacer con personajes de ficción. Y solo desde la ficción se puede llegar a contar a cualquiera (esta es la clave, creo yo) determinadas cosas de lo que nos está pasando como sociedad.

Kapuscinski, Rodolfo Walsh, John Reed… Háblanos de algunos de los que constituyan, para ti, los principales emblemas del periodismo crítico o alternativo.

Contra la neutralidad: en defensa de un periodismo libre es el libro de Pascual Serrano que resume las trayectorias de todos los que mencionas y alguno más. A mí me encantó ese libro y me decidió a leer a Reed y a Walsh. Hoy sigo leyendo a Kapucinski. Son grandes ejemplos de un periodismo cada vez más imposible.

«A mí esta novela me ha pasado por encima. La he escrito como un zombi, como una especie de médium poseído por los espíritus de los protagonistas, que son los que han decidido contarla así», declarabas en una entrevista en 2011, a cuento de tu primera novela. ¿Con Fábrica de cuentos, te ha ocurrido ahora algo parecido?

Como no podía ser de otra manera. Ya hace año y medio que la terminé y sigo hablando en sueños con Luz, sobre todo con Luz, más que con Luna. Las he dejado hacer. Les marqué un cierto camino y, como suele pasar, acabé en un lugar mucho mejor que aquel al que quería llegar en un principio. En este sentido, un personaje que me ha resultado particularmente poderoso, un auténtico Augusto Pérez, el que se le rebela a Unamuno en Niebla, es Carlos, el hijo adolescente de Luz, que acabó imponiendo sus condiciones y un final inesperado al relato.

Rafael Chirbes definía la novela como «ese pequeño juguete que ayuda a entender los mecanismos del gran juego de la vida». ¿Crees que, en un tiempo caracterizado por la lectura fragmentaria, y sometido a pantallas de todo tipo, la novela sigue siendo una herramienta útil para entender la vida y el mundo, como apuntaba el gran escritor valenciano?

Sin duda. Yo, a Chirbes, le estoy muy agradecido. Tuve el honor de conocerlo pocos años antes de su precipitada muerte y fue para mí a la vez impulso y maestro que daba consejos impagables. Coincidíamos en que la novela es instrumento para tratar de explicar cómo son las cosas y combatir el ofuscamiento al que se nos somete.

¿Cuáles consideras que han sido tus principales fuentes de formación literaria y cuáles son para ti hoy los principales referentes?

Pues figúrate, soy profe de literatura española de instituto… Te podría hacer una lista bien larga de nombres, posiblemente más en plan historia de la literatura que del mercado actual. Solo te diré cuatro títulos: La jauría, de Émile Zola; Año tras año, de Armando López Salinas; Los mares del sur, de Manuel Vázquez Montalbán, y Crematorio, de Rafael Chirbes.

¿Cómo definirías el realismo social o crítico, la corriente literaria en la que te reconoces? ¿Goza el realismo crítico hoy de buena salud?

Entiendo el realismo social como literatura que cuenta lo que nos está pasando de manera crítica, que pretende desvelar causas y abrir caminos para la reflexión y la acción transformadora.

No es que sea yo una persona muy informada de los vaivenes del mercado literario, pero mucho me temo que el realismo crítico no tiene mucho espacio en las grandes editoriales literarias. Está denostadísimo, lo han expulsado del canon, cuando creo que hace tanta falta, o más, que hace cincuenta años, dada la urgencia que tenemos por cambiar drásticamente la sociedad si no queremos que todo se vaya a la mierda. Los que hegemonizan comercialmente el espacio público de la literatura prefieren cuentos ahistóricos y atópicos, auténticos no lugares literarios, haciendo buena esa universalización cultural perversa que impone el capitalismo globalizado. No quieren saber nada de las estructuras del mundo real como fuerzas determinantes de la acción y el carácter de los personajes en la literatura. Al contrario, para ellos la realidad social solo puede ser una especie de trasfondo poco relevante, si es que tiene cabida en alguna novela; lo único que importa es algo así como la psicología de los personajes…

Eres una persona que, desde la juventud, has militado de forma activa tanto en luchas sociales como políticas. ¿Cómo ves la coyuntura actual? ¿Se ha cerrado el proceso de transformación que abrió el 15M, ha triunfado la restauración? ¿La conformación de un gobierno progresista abre un campo nuevo de posibilidades?

Soy bastante pesimista, me temo. No me cabe duda de que hemos sido derrotados y se ha restaurado una especie de régimen del 78 2.0. Lo que hace que se me lleven los demonios es saber que ha sido así gracias, en demasiada medida, a nuestros propios errores y miserias. Tenemos que arrimar el hombro para asentar posiciones, no seguir retrocediendo. Para empujar un nuevo y urgentísimo proceso destituyente. O renace toda la rebeldía del 15M o estamos abocados al desastre. Las urgencias del cambio climático no dejan margen, lo cambian todo. Quizás, si logramos que el gobierno progresista nos dé una tregua en la descomposición y nos permita reconstruir algo a partir de la puesta en movimiento de exigencias populares, podamos tener una nueva oportunidad histórica. En ese momento tendremos que demostrar que aprendimos la lección: lo principal no es ganar unas elecciones inmediatas y convertirnos en maquinaria electoral, sino acumular fuerzas, organizarse amplia y democráticamente, hacer pueblo, capitalizar las energías para proyectarlas en el tiempo, en estructuras vivas y duraderas que sean contrapoder y empujen hacia la hegemonía necesaria para un proceso profundo y urgente de transformación social.

Muchas gracias por todo, Javier. Y mucha suerte con esta magnífica novela.  

 

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.