Carolin Emcke (1967) es una filósofa y periodista alemana profundamente comprometida, con la democracia, la libertad y los derechos humanos. Y aquí estas tres expresiones tienen un sentido radical, no son elementos retóricos de un pensamiento políticamente correcto. Justamente lo que pretende (y consigue) Carolin Emcke es profundizar en estos conceptos para llevarlos a sus […]
Carolin Emcke (1967) es una filósofa y periodista alemana profundamente comprometida, con la democracia, la libertad y los derechos humanos. Y aquí estas tres expresiones tienen un sentido radical, no son elementos retóricos de un pensamiento políticamente correcto. Justamente lo que pretende (y consigue) Carolin Emcke es profundizar en estos conceptos para llevarlos a sus últimas consecuencias. Es ser capaz de llegar a la raiz de las cosas, tanto en el análisis como en las propuestas. El odio, como nos enseñó Spinoza es una de las principales y más destructivas pasiones humanas, pero para combatirlo debemos entender sus causas.
El libro es muy interesante, aunque algo desigual. La primera parte, «Visible/invisible», plantea la perspectiva adecuada sobre el origen del odio, que es el de la fabricación ideológica. Hay que entender el contexto específrico en el que nace y en el que surge. Pero el hilo conductor de este capítulo me parece algo confuso.
La segunda parte, en cambio, es la que me parece más sugerente. Por varias razones. En primer lugar por el análisis de la construcción de las identidades colectivas, de este nosotros que integra a unos y excluye a otros. Su título «Homogéneo, natural, puro», expresa muy gráficamente la peligrosa tendencia de los grupos identitarios. Aquí incluye los movimientos secesionistas y vale la pena analizar hasta que punto algunos (no todos) de los puntos que denuncia pueden aplicarse, por ejemplo, a los nacionalismos periféricos españoles.
Aunque está claro que lo que denuncia Carolin Emke es la ideología antidemocrática, xenófoba y agresiva de la extrema derecha alemana y europea hay elementos que están patentes en estos nacionalismos. Me refiero a la idea de «pueblo» como algo homogéneo que niega la diversidad interna, la cohesión interna definida por un chivo expiatorio que se presenta como enemigo, la distorsión de la historia y la manipulación a través de los medios de comunicación controlados.
Por otra parte, plantea de manera fecunda la defensa de los intereses, no solo de los gays y lesbianas, sino también de los transexuales y queer. Pero voy a plantear en este punto algunas reservas. Una es que, a veces, parece que en estos Carolin Emcke está construyendo identidades colectivas justificadas y forman una comunidad de la que podríamos hablar como un sujeto. Lo que sí presento es una reserva con la idea que defiende Carolin Emcke de que la identidad legal debe definirse en términos subjetivos: yo me registro con aquella identidad de género con la que me identifico. Es un problema complejo, como el de asumir que un deseo (cambiar de sexo) sea un derecho que el Estado deba garantizar con sus todos sus recursos.
Hay en el fondo un debate muy profundo sobre lo que significa la transexualidad o el movimiento queer. En el primer caso nos encontramos con una contradicción. Por una parte se afirma que el género es una construcción social que no viene determinado por la anatomía. Masculino-femenino son constructos sociales que se imponen como normalizadoras. Pero cuando alguien que tiene cuerpo masculino se siente mujer, ¿qué significa esto realmente? ¿que se identifica con el constructo social que se ha creado para los que tienen anatómicamente el otro sexo? Personalmente pienso que es desde el psicoanálisis, especialmente el lacaniano, desde donde podemos acercarnos a la vez criticamente y con respeto a estos sujetos y a esta problemática. La escritora denuncia que se considere un trastorno. De acuerdo, yo también estoy en contra del cuadro clínico que establece el DSM para catalogar a la población en el sentido biopolítico que cuestionaba Foucault. Pero no estaría en contra de considerarlo una psicopatología, que visto desde esta perspectiva psicoanalítica, no implica una voluntad de exclusión sino de comprensión de lo que hay detras de este sufrimiento, que no está ligado solo a la marginación social. Todo ello no quita que me parezca necesario su defensa clara, en los términos que lo hace en este libro, que es básicamente el del respeto.
La última parte, «Elogio de lo impuro» me parece muy sugerente, en un camino que va de la fecunda noción de «ser singular plural» de Jean-Luc Nancy a la del poder constructivo de Hannha Arendt, pasando por el de parrhesia de Michel Foucault. Hay una cuestión que aparece aquí que es fundamental, que es cuando el Estado debe garantizar los derechos subjetivos de los ciudadanos y prohibir determinadas prácticas de una comunidad religiosa o cultural. Tema muy espinoso que la autora, aún sin tener una fórmula para su solución, tiene el valor de plantear.
Me gusta del planteamiento de la autora es su defensa del «nosotros universal» formado por sujetos singulares que aceptan la pluralidad. Es decir, la combinación de un sujeto singular que sigue su camino ético en el marco de un reconocimiento político de la pluralidad. Quiero señalar la manera, a mi modo de ver muy postiva, en que la escritora recoge el término liberal, tan denostado por algunos sectores de la izquierda sin ver lo que hay de emancipador en este concepto.
Un libro valiente, oportuno y riguroso de Carolin Emcke, con una muy buena traducción Belén Santana. Podemos aplicar a Carolin Emcke otro concepto, al que dedica la última parte del libro, que es el de parrhesía. Es el coraje de decir la verdad, arriesgándose, jugándose a veces la vida, que recuperaba Michel Foucault.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.