Estar de frente y recibiendo los mensajes de los medios de comunicación, es todo un reto. Tal acto, exige de mucha valentía y preparación. Valentía porque es un riesgo muy grande el que se corre de ser manipulado, engañado constantemente. Y preparación, porque justo después de aventurarse, para sobrevivir, se necesitan tener las herramientas para derrotar esos peligros. Y es que después de todo, o mejor dicho, antes que todo, los medios de comunicación son aparatos ideológicos.
Los medios ya no informan. Si alguna vez lo han hecho, al menos ahora lo hacen menos. Toman un fragmento de realidad, que incluso puede ser cierto-pero aislado-, y eso nos venden. Escogen bien la imagen, la que sirve como medio de reproducción y de apropiación de ideologías. No solo ideologías políticas, sino ideologías en el sentido amplio de sistema de ideas.
De ese devenir de mensajes de los medios, más que preparar, se nos van creando mitos. Mitos, desde los cuales pensamos la realidad; y que son parte indiscutible de la ideología. Esos mitos -la conciencia que se les hace corresponder-, junto con la conciencia teórica y cotidiana, nos producen la imagen. Si bien es cierto que las estructuras dominantes inciden sobre la conciencia teórica y la cotidiana, no es nada despreciable la conformación de mitos que estas engendran.
El mito ha sido considerado como expresión de «mentalidad primitiva», que excluye toda lógica posible Lévy-Bruhl (1). Tal forma de pensar la conciencia, establece sus puntos de contacto con la idea de los 3 estados del conocimiento. Además, muy cuestionable si vemos muchas agrupaciones humanas de la antigüedad, como puede ser la ciencia de los habitantes de Creta -mientras la Atenas que sería superior más adelante, era apenas una aldea-, o el desarrollo de la matemática de algunos antiguos a la par que reproducían mitos.
Por otro lado, se encuentran las ideas y seguidores de Levy-Strauss asociados a la cuestión del lenguaje. Desde ahí, se señalan puntos como la ausencia de autores de los mitos (2), y es que siendo consecuente con el juego -del lenguaje-, Derrida apunta que no existe una fuente absoluta del mito, sino que más bien se trata de «sombras o virtualidades inaprehensibles, inactualizables y, en primer término, inexistentes» (2).
Sin embargo, estos enfoques no son suficientes, o al menos, dejan el espacio a la existencia del mito en el hombre actual, y sobre todo, a la conformación de los mitos políticos.
Es Ernest Cassirer, quien nos ofrece una visión más lúcida sobre la cuestión del mito en su obra «Filosofía de las formas simbólicas», donde demuestra la existencia del pensamiento mítico, como forma de apropiación simbólica cultural de la realidad. Sostiene asimismo que se trata de «una objetivación de la experiencia social del hombre, no de su experiencia individual» (3).
A pesar de los retrocesos que se pueden obtener de una lectura apresurada de Cassirer -que terminen en la ponderación de la emocionalidad-, la idea de una objetivación social planteada por este, asumiendo un equilibrio entre lo emocional y lo racional, sin que estos se entorpezcan, es una herramienta superior. Y es precisamente ese equilibrio, lo que hace la lógica del mito impenetrable, y ese estar suscrito a dicha experiencia social en un contexto, que sea tan difícil de destruir, y a la vez, tan importante en y para la sociedad.
Así, poco importa la ausencia de una teoría de Marx del socialismo, de un método cartesiano, de unas naves que nunca fueron quemadas; esos mitos, históricos, culturales, teóricos, continúan. Y sí, se puede conocer lo que ocurrió realmente en la historia, pero será muy difícil borrar la versión mitificada socialmente aceptada.
Entonces, en el proceso de producción de apropiación de la realidad, el hombre depende de lo que piensa, y no de lo que «realmente» ocurre. Los mitos son parte clave de la imagen del mundo que nos hacemos. De ahí que la conformación de mitos determine mucho. El sistema de imágenes que nos conformen, será mediador en la apropiación de la realidad, por tanto, base de la información y la lógica con la que se tomen las decisiones y se asuma partido.
Pero la permanencia casi enquistada del mito, puede leerse de diversas posturas. De la misma manera en que la ideología fue asumida por Gramsci como factor de cambio y por Althusser como justo lo inverso, la presencia del mito puede pensarse como positiva o negativa.
Sería saludable quitarle la connotación de error y de la inclinación de lo emocional, que termina, por poner al mito como expresión de dominación-, como mecanismo de esta-, y por regresarlo a la lógica de idoelogías dominante y dominada.
El mito forma parte de esa deuda que tenemos con nuestra historia, con la pasada y la futura. Su cercanía a la emocionalidad y a la racionalidad le dan la solidez suficiente para construir una imagen del mundo, capaz sostener o cambiar las relaciones sociales imperantes.
Si los medios nos crean mitos, en su mayoría que sirven para manipular, y sobre todo, haciendo uso del mito político del estado, dirigirnos a sus intereses, no es razón para renunciar a los mitos. Estos han sido parte de la civilización humana, de las tradiciones. Una nueva generación de mitos del estado pro-dominación impulsada desde los medios, no debe confundirnos. No está mal construir mitos, nos alimentan el espíritu. Intentemos producir y apropiarnos de ellos en función de los desposeídos. Para ello, habrá que usar los medios.
Notas
(1) Llegando incluso a decir que era «a-lógica» o «pre-lógica» Ver Cf. Lévy-Bruhl, L. L’âme primitive. 1928, rééd. Paris, Retz, 1976, y también Les Fonctions mentales dans les sociétés inférieures.1910, rééd Paris, Retz , 1975, «Introducción»,) cuando simplemente se trata de una lógica distinta.
(2) Derrida, Jacques. La estructura, el signo y el juego en el discurso de las ciencias humanas. La escritura y la diferencia. Barcelona : Anthropos, 1989.
(3) Cassirer, E. El mito del Estado, FCE, México, 1972, p.68.
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