Los medios de comunicación de masas deciden en gran medida de qué se habla y cómo se habla de lo que se habla; es decir, marcan la agenda. Ya hemos abordado aquí en otras ocasiones el papel de la agenda setting, la teoría del establecimiento periodístico de los temas: su buen manejo facilita la imposición […]
Los medios de comunicación de masas deciden en gran medida de qué se habla y cómo se habla de lo que se habla; es decir, marcan la agenda. Ya hemos abordado aquí en otras ocasiones el papel de la agenda setting, la teoría del establecimiento periodístico de los temas: su buen manejo facilita la imposición de un debate público determinado, en detrimento de otras realidades, a menudo más urgentes.
En este sentido, un ejemplo de libro fue la estrategia marcada por el Gobierno estadounidense de George W. Bush en 2003. Mientras en Bagdad y en todo Irak la gente construía refugios bajo tierra en sus jardines, mientras quienes podían huían del país, mientras las familias acumulaban alimentos sabiendo que la guerra podría durar semanas o meses, mientras el Ejército estadounidenses se disponía a atacar a todo un país sin amparo legal ni justificación moral, las portadas de buena parte de la prensa internacional dedicaban, día tras día, amplios espacios a un debate impuesto por la agenda de Washington, sobre la presunta cantidad de armas de destrucción masiva que tenía el régimen de Sadam Hussein.
Los periodistas que estábamos en la capital iraquí nos veíamos obligados a hablar en nuestras crónicas de las ruedas de prensa casi diarias que ofrecían los estadounidenses y la ONU sobre el desarme iraquí. Estados Unidos presentaba cada semana nuevas exigencias en una escala que comenzó por asuntos comprensibles hasta llegar a un lenguaje técnico en el que se entremezclaban ojivas y muelles de misiles con extraños agentes nerviosos, extravagantes camiones supuestamente portadores de armas químicas y los kilómetros de alcance de los misiles Al Samud.
Azuzada por la agenda de Estados Unidos y de Naciones Unidas, la prensa internacional fue prisionera de un debate trampa, centrado en el número de misiles iraquíes, en las armas que el régimen presuntamente ocultaba, en las escenificaciones. Solo se buscaba una respuesta: ¿Coopera Irak lo suficiente con los inspectores para acabar con las armas de destrucción masiva? Una pregunta de imposible respuesta, pues como se supo a posteriori era imposible demostrar la inexistencia de lo que no existe.
Mientras, las preguntas imprescindibles se quedaban fuera del debate dominante: ¿Supone Irak una amenaza real para el mundo? ¿Tiene armas de destrucción masiva? ¿Es legal la invasión de Irak? Todas esas respuestas eran negativas, pero eso no importaba: el debate era otro, la agenda impuesta por Washington ganaba, a pesar de la oposición a la guerra de la sociedad civil en varios países occidentales.
Aquí en España la agenda marcada por el poder logra imponer en el debate público asuntos secundarios que desplazan el análisis y la denuncia de cuestiones urgentes. Mientras se acumulan los casos de corrupción, mientras se siguen aplicando políticas que nos afectan de lleno porque provocan el aumento de la desigualdad y la precariedad, el Partido Popular y su prensa buscan cómo desviar la atención de sus escándalos, y para ello están dispuestos a todo. La derecha española nunca ha llevado bien los resultados democráticos cuando no es ella la que gana, y a las pruebas históricas más y menos recientes podemos remitirnos.
Cuatro tuits han provocado más críticas negativas, más portadas y más peticiones de dimisión que grandes escándalos de corrupción o que medidas políticas terriblemente injustas. ¿Cuántas preguntas molestas y repetitivas se le ha hecho al PP por insultar a las familias de las víctimas del franquismo? ¿Cuántas dimisiones ha habido por los escándalos de Gürtel, Púnica, Bankia o por la financiación ilegal del PP?
Los mismos que estos días pedían la dimisión del concejal Guillermo Zapata, de Ahora Madrid, dijeron hace unos meses «somos Charlie Hebdo», defendiendo así un humor dirigido contra la población musulmana, con chistes sobre, por ejemplo, la matanza de más de 700 personas en Egipto el pasado año. Personalmente rechazo el humor dirigido contra los más débiles, contra las minorías, contra las víctimas. Así como los chistes sobre el poder son sátira y además valiente, los chistes sobre las víctimas son simplemente vulgares y de mal gusto. En un escenario dominado por privilegiados, en un mundo marcado por una enorme desigualdad, vale la pena preguntarse qué heridas agregamos a los chistes.
Pero no nos engañemos: el meollo de la cuestión aquí es otro. El Partido Popular, el que legitima el maltrato e incluso la muerte de personas migrantes, el que insulta a las familias de las víctimas del franquismo, el que organiza homenajes a la División Azul, se frota las manos porque comprueba que puede seguir marcando la agenda, hasta el punto de lograr la dimisión de un concejal por unos tuits que escribió dos años, algunos entrecomillados y enmarcados dentro de un debate sobre los límites del humor.
El PP y sus súbditos comprueban así que siguen siendo capaces de imponer el debate público y, crecidos con los resultados de su campaña, impulsan nuevos «escándalos». En un mundo idílico, la dimisión de Zapata sería interpretada por todos como un gesto de ejemplaridad moral: se equivocó, pidió perdón y se aparta asumiendo el error. Pero no vivimos en un mundo idílico y muchos no tienen la misma talla moral que Manuela Carmena.
Quienes no han querido digerir su derrota en las urnas hacen otra lectura de esta dimisión y ven en ella la prueba de que pueden marcar agenda e incluso llevar la batuta. La artillería mediática aumenta. Por eso ahora piden otras dimisiones y tratan de elevar a la categoría de escándalo el pasado activista y comprometido de personas que ahora han entrado en las instituciones. Es sorprendente que el PSOE de Madrid, a través de Carmona, también pida la dimisión de la portavoz de Ahora Madrid, Rita Maestre -a quien la Fiscalía de Madrid pide un año de cárcel por participar en una reivindicación pacífica y legítima favor del laicismo en 2011-, como si una imputación por haber formado parte de una protesta fuera comparable con una imputación por corrupción. Como ha dicho Maestre, «que se acostumbren, llega gente con pasado de compromiso».
También es sorprendente que, ante la apertura de una investigación judicial contra Zapata -sin base alguna para prosperar- sea el propio ministro de Interior el que anuncie dicha investigación, contra un opositor político. La campaña política y la parcialidad es evidente. Sorprenden también los ríos de tinta dedicados en artículos, editoriales y noticias a este asunto, frente al silencio o susurro que provocan otros que afectan de lleno al poder.
No nos enredemos hablando de ojivas, muelles y presuntos misiles, porque frente a nosotros o incluso dentro de nuestras propias casas, tenemos la guerra en forma de precariedad, de pobreza, de desigualdad, de corrupción y de impunidad, y es urgente hablar de ello, mucho. Ante los ataques con intereses partidistas, nada más eficaz que una agenda de políticas justas al servicio de la mayoría y un parte diario que dé cuenta de las medidas, dudas y decisiones que surgen en el Ayuntamiento de Madrid. Frente al ruido, nada mejor que contraprogramar con melodía e iniciativa.
Fuente original: http://www.eldiario.es/zonacritica/efecto-dimision-mundo-idilico_6_399370107.html