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Todos los hombres: el hombre

Fuentes: Rebelión

A Javier Couso. ¿Existe tal cosa llamada gallegofobia? Existe, vaya si existe. Tan real como el cuervo de Poe. Gallegofóbico, dentro o fuera de las instituciones autonómicas, es todo sujeto que siente un miedo cerval a conocer Galicia en concreto, más allá de abstracciones simplificadoras o metáforas elaboradas en el departamento de in-comunicación del partido […]

A Javier Couso.

¿Existe tal cosa llamada gallegofobia? Existe, vaya si existe. Tan real como el cuervo de Poe. Gallegofóbico, dentro o fuera de las instituciones autonómicas, es todo sujeto que siente un miedo cerval a conocer Galicia en concreto, más allá de abstracciones simplificadoras o metáforas elaboradas en el departamento de in-comunicación del partido X. Gallegofóbico, dentro o fuera de las instituciones autonómicas, es quien pretende hacer inteligible la realidad que vive y le condiciona sin tener en cuenta aquello que Inmanuel Kant llamaba las formas a priori de la sensibilidad humana : el espacio y el tiempo.

Que en Galicia existen toneladas de auto-odio es una verdad silenciada casi a gritos, por mucho que no pueda demostrarse con cifras y estadísticas. Que existe, además, un evidente racismo de estado contra la expresión de toda alteridad lingüística, cultural e histórica que no pase por el tamiz del destino único en lo universal de la españolidad jurídico-política y cultural, es más que evidente. A ello contribuyen no pocas élites políticas, periodísticas e intelectuales cooptadas por el mismo, y sobre ello ya he escrito lo suficiente.

En contrapunto a todo esto, ¿existe tal cosa llamada gallegofilia? Existe, vaya si existe. Tan real como la maga de Julio Cortázar. Gallegofílico, dentro o fuera de las instituciones autonómicas, es todo sujeto que siente una desinteresada curiosidad por conocer Galicia en concreto, y sí, trascendiendo, evidentemente, toda abstracción simplificadora o metáfora elaborada en el departamento de in-comunicación del partido Y. Gallegofílico, dentro o fuera de las instituciones autonómicas, es quien pretende hacer inteligible la realidad que vive y le condiciona teniendo en cuenta, repito, las formas a priori de la sensibilidad humana: el espacio y el tiempo.

Todos, en última instancia, bregamos interiormente con nuestros ángeles y nuestros demonios, con nuestros cielitos y nuestros infiernos. Es más que evidente que la cuestión nacional, en la península ibérica, sigue siendo una herida tan profunda como la irresuelta causa de los pobres en el marco de una economía capitalista. Y, a día de hoy, no deja de sorprenderme cómo los viejos discursos aparentemente superados se repiten en las nuevas generaciones. Vivir en la península ibérica, ciertamente, para una persona política y culturalmente consciente, con dos gramitos de memoria, es como vivir en un deja vú constante, en un angustioso laberinto del minotauro para el que parece no haber salida racional y mesurada.

Odio recíproco y superficialidad calculada. Esto, y no otra cosa, desde que he vuelto de la diáspora a Suiza con mis padres, es lo que siempre he percibido en las inexistentes relaciones inter-culturales entre los pueblos de España. La mayor parte de las veces, por supuesto, esos odios han sido reproducidos por varones empoderados que reproducen los mismos discursos y las mismas pautas de conducta – patriarcales – de la política tradicional. No me extraña, a día de hoy, en absoluto : los estados-nación de las grandes potencias europeas, demostrado está, han sido intrínsecamente coloniales, belicistas, clasistas, sexistas, racistas y ecocidas, siempre.

En Galicia, sin ir más lejos, se han elaborado muchos – y fracasados – intentos de subvertir su lógica discursiva y sus prácticas institucionalizadas; a mi modo de ver, nunca hemos sido capaces de ir más allá del reactivo narcisismo identitario sin contenido que responde a la españolidad con clichés auto-estereotipadores, con voluntarismo acrítico y optimismo ingenuo, pero sin tener en cuenta que también realidades político-administrativas como Castilla y León, Andalucia y otras, en el marco del estado español, han sufrido – y sufren – histórica y culturalmente los mismos intentos de asimilación y el mismo abandono institucional, económico y financiero entre élites nativas y foráneas.

En Galicia no existe, como sí existe en otros países no-occidentales – que nuestra arrogante y eurocéntrica conciencia sigue considerando como nichos de barbarie -, un centro de estudios culturales gallegos con espíritu integrado e interdisciplinar. Estudios que, a mí modo de ver, en un proceso de globalización cuya dinámica se caracteriza por la fagocitación de las alteridades culturales de los pueblos, a mí se me antojan imprescindibles. Hemos vivido durante décadas de una sobredosis de política que no ha ido más allá del simbolismo y la declamación moral e identitaria : de aquellos polvos recientes, hiper-saturados de política, estos lodos que vendrán por la ausencia de pedagogía científica y cultural arraigada en nuestra realidad cotidiana. Y si no, al tiempo.

El odio entre lenguas y culturas, sea en su posición de hegemónicas, sea en su posición de subalternas, no es más que un lastre para una política de emancipación. La predisposición afectiva debe ser justamente la contraria : el deseo de conocer al otro para fortalecer el auto-conocimiento del nos-otros, en una tensión dialógica muy fructífera en la que, a ambos lados de la frontera, física y mental, acabamos cayendo en la cuenta de que, ni nos-otros eramos absolutamente diferentes con respecto a los otros, ni nos-otros eramos absolutamente iguales entre nosotros. Lo mismo que considero necesario para Galicia, un centro de estudios culturales integrados e interdisciplinares, lo considero para los pueblos del estado, y sin embargo, nadie parece moverse en esa dirección.

El odio entre lenguas y culturas jamás será capaz de construir puentes – seculares, esto es, políticos – de diálogo y reconocimiento mutuo. Jamás reconocerá al otro como un ser humano. La irracional voluntad de poder y homogeneización cultural del colonizador no es menos irracional que el rencor identitario del colonizado, con sus políticas de la venganza consecuentes. Hace años que estoy persuadido de la necesidad de caminar, sin miedo, y con persistente terquedad moral y cívica, hacia una visión intercultural de los derechos humanos.

En cierto modo, este artículo es un pequeño SOS con voluntad de anticipación. Tarde o temprano, nosotros, los gallegos, como el resto del mundo, tendremos que reflexionar seriamente sobre cómo construir y habitar el territorio desde una intransigente ética ecológica. Tendremos que reflexionar sobre interculturalidad y derechos humanos. Y, en verdad, no encuentro mejor instrumento intelectivo y afectivo para ello, además de los materiales clásicos de la pedagogía libertaria, que la antropología y la literatura comparada de las culturas ibéricas.

Dejando anticipaciones sociológicas a un lado, me gustaría estimular a los lectores a leer tres libros de reciente publicación : Otra idea de Galicia, de Miguel Anxo Murado, periodista, geógrafo e historiador, Master en Política internacional por el Centre Europeén de Recherches Internationales et Strategiques de Bruselas. Las novelas de la memoria: trauma y representación de la historia en la Galicia contemporánea, de John Thompson, en editorial Galaxia, y Sobre el racismo lingüístico, de María Pilar García Negro, en editorial Laiovento. Este último investiga, en cuatro ámbitos relacionados e integrados, lo que sería la génesis socio-lingüística, histórica, legal e ideológica del prejuicio lingüístico intrínseco en la españolidad cultural como destino único en lo universal. El segundo libro profundiza en las formas de representación literaria, en la novela gallega, de las memorias silenciadas de la guerra civil. El primero es un necesario recorrido desmitificador sobre este universal concreto que es mi país, Galicia, con pasajes que habría que leer en voz alta, en nuestro parlamento, a amnésicos de todos los colores e ideologías:

La biblia del galleguismo, «Sempre en Galiza», se escribió en Badajoz y se publicó por primera vez en Buenos Aires. El himno gallego se interpretó por primera vez en la Habana. Allí germinó la fundación de la Academia de la lengua gallega y también vio la luz «Follas Novas», de Rosalía de Castro, el poemario con el que se inicia la literatura gallega moderna. «Os vellos non deben namorarse», obra fundacional del teatro gallego, se estrenó en México D.F, y el cementerio bonaerense de La Chacarita es el lugar del mundo en donde descansan más gallegos difuntos. Más que en ningún otro camposanto de Galicia.

Estos libros, con sus referencias y referentes, son un buen punto de partida para la elaboración de un canon subalterno a la violenta epistemología discursiva de la españolidad político-cultural. Es interesante recordarlas y tenerlas en cuenta, a mi modo de ver, no porque sean referencias suficientes para una pedagogía emancipatoria y comunista, ni mucho menos, sino porque nos ayudan a entender, sin más, en qué medida incluso la sensibilitas colectiva más conservadora, liberal y republicana del pueblo gallego, expresada en el nacionalismo gallego, ha tenido que bregar con muchas contradicciones internas y a contracorriente en la épica historia contemporánea de Galicia. A partir de una lectura crítica de las mismas podremos ajustar con más precisión la complejidad que supone la elaboración de una política de emancipación desde y con óptica gallega.

Si queremos entender la cuestión social y de clase desde Galicia, debemos integrarla, también, con la irresuelta cuestión nacional en el marco del estado español. Ambas, con sus tensiones y contrapuntos, se retroalimentan y nos dan una visión más completa del complejo presente histórico que nos ha tocado vivir a las nuevas generaciones de comunistas gallegos.

Porque, sí, del género humano es la internacional, pero no del comité central. Y porque, sí, todos los hombres y todos los escenarios, en concreto, conforman este trágico y misterioso universal que es el hombre.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.