Empezar por lo fácil y aumentar el conocimiento de modo paulatino puede ser pedagógico y una vía excelente para desenmascarar asuntos de enorme enjundia analítica. Comprender sucintamente el todo ayuda bastante a adentrarse en el detalle de estructuras prolijas y complicadas, muy esquivas a mostrar sus relaciones más oscuras o soterradas en la maleza dialéctica […]
Empezar por lo fácil y aumentar el conocimiento de modo paulatino puede ser pedagógico y una vía excelente para desenmascarar asuntos de enorme enjundia analítica. Comprender sucintamente el todo ayuda bastante a adentrarse en el detalle de estructuras prolijas y complicadas, muy esquivas a mostrar sus relaciones más oscuras o soterradas en la maleza dialéctica donde se esconden.
Tal vez estas líneas que no pretenden ser eruditas ni dogmáticas puedan servir de acicate para elaborar un discurso fuerte y coherente que sirva de debate productivo a las múltiples sensibilidades de izquierda que hoy mismo se pierden en lo pequeño o en minucias secundarias o parciales sin ver lo grande que aplasta nuestros esfuerzos por entender la escurridiza realidad capitalista.
Empecemos por lo grande para atisbar cuando menos qué sentido tienen las pequeñas escaramuzas que habitamos cotidianamente, alejándonos lo suficiente de los alrededores más próximos para dotarnos de una atalaya con perspectiva de mayor hondura analítica. Vayamos a ello sin ínfulas demasiado intelectuales.
Las multinacionales y grandes empresas compiten entre sí en el mercado, estando objetivamente interesadas en la permanencia del régimen capitalista, razón por la cual crean lobbys sectoriales o grupos de presión que financian bajo cuerda (dinero negro) a los partidos políticos que defienden mejor sus posturas particulares y legislan a su favor bajo las premisas falsas del pluralismo y el interés público general.
Suelen ganar las elecciones, salvo ocasiones excepcionales, las candidaturas u opciones con mayor presencia mediática, que son aquellas formaciones que más financiación ilegal reciben y que tienen un espacio preeminente en los medios de comunicación. Jamás hay que olvidar que los mass media son empresas que buscan como las demás la rentabilidad máxima de las inversiones de sus socios capitalistas, que por ende están directamente involucradas en magnificar y alentar a los partidos políticos afines a sus tesis ideológicas.
El político profesional de perfil corrupto completa sus ingresos a través de actuaciones de facto y decisiones normativas que dan cobertura a los intereses de las empresas en liza por un concurso público, una subvención concreta o por una legalidad acorde a sus directrices y metas empresariales que le permitan desarrollar su actividad con menores trabas burocráticas, exenciones fiscales y en un entorno laboral de flexibilidad casi absoluta.
El pago por los emolumentos ilícitos o irregulares los percibe el político mediante dinero contante y sonante o a través de prebendas en especie. Las mordidas son el leit motiv, el nexo común entre políticos testaferros y poder financiero. Ambos actores se necesitan mutuamente, aunque es el capital el que sugiere u ordena en silencio las pautas a seguir y los marcos de actuación coyunturales o de largo recorrido.
Los partidos de izquierda, radicales o antisistema tienen mucho más difícil acceder a este pacto tácito entre políticos venales y poder económico o financiero. Si entraran en él, como lo ha venido haciendo históricamente la izquierda nominal o complementaria del sistema parlamentario, sus ideas se irían diluyendo ante la opinión pública o automáticamente serían borradas del mapa por falta de apoyos reales en la sociedad inducidos por editoriales y noticias contrarias a sus tesis políticas e ideológicas.
Un político corrupto de la auténtica izquierda es un traidor a sus ideas y a sus principios éticos, mientras que su contrincante de derechas mantiene un margen de maniobra moral más ancho: la política es así, todos los políticos son iguales y solo sigo la tendencia social normalizada o estereotipada de la mayoría son sus mantras favoritos para exculparse por sus conductas delictivas o punibles desde un punto de vista estrictamente ético.
Además, el corrupto de derechas, salvo en situaciones puntuales que exigen una hipócrita condena del pillado con las manos en la masa, cuenta con el apoyo velado de los medios de comunicación, con los recursos económicos suficientes para una eficaz defensa ante instancias judiciales y con un espacio jurídico ambivalente por donde hallar una escapatoria factible para sus responsabilidades civiles o penales proclive a interpretar sus desafueros de manera blanda o exoneratoria.
El ruido mediático sobre algunos políticos de alto nivel no es más que la tapadera de la hipocresía política del sistema. En realidad, todos los políticos venales y el sistema en su conjunto están inextricablemente unidos. El sacrificio aparente de uno se neutraliza con las dosis de miedo adecuadas de los que permanecen en la sombra ante posibles cantadas o confesiones vengativas que pongan en cuestión todo el complejo entramado de la estructura política. El miedo, la amoralidad y la complicidad entre delincuentes, por tanto, guardan la viña de la impunidad.
Lograr la independencia financiera en las sociedades capitalistas de la competitividad extrema es prácticamente imposible, sobre todo para organizaciones críticas con el sistema. Y sin autonomía propia, la capacidad para ser un actor principal en el teatro político casi nula o irrelevante. Lo que no tiene presencia o resonancia mediática mínima alberga escasas o nulas opciones para llegar y convencer a la masa (el granero de votos y de voluntades comprometidas o activas más allá de los recurrentes comicios electorales de diverso signo).
El terrible dilema de los sindicatos de clase y otras organizaciones como oenegés y fundaciones de carácter político presuntamente críticas con el capitalismo es mantener una línea independiente y optar legítimamente a ayudas oficiales para sufragar sus estructuras propias. Sin embargo, la amenaza latente de subir o bajar las subvenciones puede influir pasivamente en las opiniones y acciones efectivas de los receptores de las mismas o, al menos, modular su intensidad, a veces de modo subliminal.
Igual se puede señalar de los medios de comunicación que quieren establecer con sinceridad un estilo objetivo de información y crítico con la realidad política, incluso con acusada vertiente izquierdista o plural en sus contenidos. Dependen de la publicidad para sobrevivir. También de las discrecionales ayudas públicas. Y ya hemos reflejado antes que las empresas invierten en los proyectos de comunicación si las noticias son benévolas hacia sus intereses estratégicos y también a corto o medio plazo en función del ambiente político de la actualidad inmediata.
Es difícil para la izquierda real la remota posibilidad de abrir una brecha amplia, convincente y útil en el escenario parlamentario capitalista. Estamos ante un círculo vicioso donde el discurso hegemónico intenta eludir los conflictos reales (laborales y sociales), exacerbando en paralelo controversias de segundo orden (nacionalismos periféricos, dicotomía extranjero-autóctono, lucha contra el enemigo externo terrorista, mujer-hombre y pugnas similares) para dividir y confundir a la clase trabajadora en su conjunto, incluyendo aquí el veleidoso y antiguo concepto de clase media y también el más posmoderno de mayoría pasiva o silenciosa.
Ese pluralismo provocado por ideologías falaces hace que las elites continúen en posesión de un discurso adaptado a las cambiantes circunstancias sociopolíticas que explica las diferencias estéticas o superficiales como verdaderas confrontaciones sociales y políticas. Tal complejidad teñida de adornos superfluos con el apoyo inestimable de estudios y análisis sociológicos ad hoc crea de la nada adversarios y enemigos ficticios que dirigen la atención y las energías a problemas de importancia relativa.
Mientras que la gente o multitud se recrea en reivindicaciones individuales, parciales o sectoriales, la estructura capitalista permanece en pie sin que nadie procure una crítica total o radical de su funcionamiento. Sin discurso propio y sin planteamientos profundos de ruptura con el orden establecido, no habrá izquierda alternativa que pueda sofocar los males e injusticias del mundo occidental y de la globalidad neoliberal. Siempre irá a la zaga de los acontecimientos, con palabras deslavazadas que inciden en la parte olvidando el todo que otorga consistencia a la estructura hegemónica del capitalismo.
Interiorizar sintéticamente las simples verdades del régimen capitalista ya es un paso adelante. Y quedarse en el mero comentario sesudo y técnico acerca de sus efectos perversos no es más que hacerle el juego a la complejidad inducida por el capitalismo posmoderno.
Construir discurso radical es urgente para una izquierda que desee de verdad convertirse en una alternativa a la derecha de siempre y a la izquierda conciliadora que le ofrece sentido a la defectuosa pluralidad parlamentaria. De lo grande a lo pequeño, sin huir de las batallas sociales pegadas al terreno. Ambos viajes se complementan y se refuerzan entre sí, pero comprender lo grande es hoy prioritario porque permite tener una perspectiva más amplia y coherente de la realidad que habitamos.
Como dejara dicho Ludwig Feuerbach, «las verdades más sencillas son aquellas a las que el ser humano llega más tarde». Por tanto, todo es cuestión de tiempo, paciencia y muchas dosis de razón crítica.
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