A través de una misiva enviada al director del diario El Mercurio, el académico y pensador Gastón Soublette, condenó las declaraciones emitidas por el historiador Sergio Villalobos a dicho medio. Fiel a sus postulados racistas, Villalobos aseguró en una entrevista el pasado domingo que los mapuche «vivían en el ocio o prepará ndose para la […]
A través de una misiva enviada al director del diario El Mercurio, el académico y pensador Gastón Soublette, condenó las declaraciones emitidas por el historiador Sergio Villalobos a dicho medio.
Fiel a sus postulados racistas, Villalobos aseguró en una entrevista el pasado domingo que los mapuche «vivían en el ocio o prepará ndose para la lucha y, por lo tanto, llenaban el tiempo entregándose al alcohol. En sus reuniones se emborrachaban hasta perder el sentido, cometían incestos y hasta los pequeños caían aplastados y morían».
Para Soublette, cuyo texto íntegro reproducimos a continuación, «es imperdonable en un historiador contemporáneo que ignore que la condición indígena es un valor en sí y no una carencia, como Sergio Villalobos sigue creyendo».
Señor Director:
Desde hace décadas que el profesor Sergio Villalobos viene escribiendo en la prensa y declarando en entrevistas que el pueblo mapuche no existe; que los actuales descendientes de los araucanos son un lastre para el progreso del país; que su cultura es poco menos que una nulidad; que su lengua es pobre y no aporta nada a nuestra cultura; que su antiguo coraje y pericia guerrera es un invento; que sus héroes no son tales, y así suma y sigue.
En la entrevista que concedió el domingo pasado a Artes y Letras de este diario, a estas invectivas agrega afirmaciones en las que los mapuches de hoy y de siempre aparecen como borrachos consuetudinarios. Según sus propias palabras, «vivían en el ocio o preparándose para la lucha y, por lo tanto, llenaban el tiempo entregándose al alcohol. En sus reuniones se emborrachaban hasta perder el sentido, cometían incestos y hasta los pequeños caían aplastados y morían».
Sean de él o de otro estas palabras, él las hace suyas, sin querer darse cuenta de que ellas constituyen una afrenta mayúscula no solo para el pueblo mapuche, sino para toda las nación chilena, pues una buena parte de nuestro pueblo es mestizo y en nuestra cultura como nación soberana siempre se ha tenido de los así llamados «araucanos» una imagen muy diferente a la que él se empeña en proyectar tan insistentemente hasta el punto de suscitar sospechas en quienes tenemos el disgusto de leer sus escritos sobre este tema (y hasta caemos en el error de polemizar con él). Un historiador carente de toda base antropológica para referirse a nuestros pueblos originarios, quien desde su sedentaria vida de escritorio, emite juicios sobre comunidades humanas que nunca ha visitado.
Él sostiene que los «pehuenches» no existen porque los mapuches los dominaron. A esta afirmación suya le respondí que es lo mismo que decir que los celtas (galos) de Francia dejaron de existir porque fueron dominados por los francos. O que el pueblo de Israel desapareció porque fue dominado por los romanos. Otra cosa es armarse de valor y ascender por la cordillera hasta la zona en que residen los pehuenches, y en terreno constatar que su cultura tiene un grado visible de singularidad frente a la cultura mapuche de las tierras bajas.
Con el aval de algunos conquistadores y misioneros honestos en sus juicios, tales como Alonso de Ercilla, Pineda y Bascuñan, padre de Félix de Augusta, y los estudios realizados en el siglo XX y XXI por antropólogos, arqueólogos, historiadores y lingüistas, sabemos que los así llamados «araucanos» constituían un pueblo caracterizado por un alto concepto de la dignidad humana, un desarrollado sentido de la libertad y del honor, un coraje a toda prueba y una sabiduría para habitar la tierra en comunidad de la que carecen las masas informes hacinadas en las ciudades modernas.
Es imperdonable en un historiador contemporáneo que ignore que la condición indígena es un valor en sí y no una carencia, como Sergio Villalobos sigue creyendo.
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