Con la colaboración de varias instituciones (Gobierno vasco, Ayuntamiento de Bilbao) y asociaciones vascas (Cultura abierta), Mikel Toral coordina este libro, del que he de decir que me ha gustado, interesado y emocionado. Colaboran en él, por una parte Mikel Alonso (que aporta un valioso archivo fotográfico de la época), Antonio Rivera, Santiago Burutxaga y […]
Con la colaboración de varias instituciones (Gobierno vasco, Ayuntamiento de Bilbao) y asociaciones vascas (Cultura abierta), Mikel Toral coordina este libro, del que he de decir que me ha gustado, interesado y emocionado. Colaboran en él, por una parte Mikel Alonso (que aporta un valioso archivo fotográfico de la época), Antonio Rivera, Santiago Burutxaga y Gaizka Fernández Soldevilla. Mikel Toral y Mikel Alonso son antiguos militantes de la ORT, como puede comprobarse por el contenido de la mayoría de sus fotos, y Santiago Burutxaga era militante de la EMK. Antonio Rivera era un luchador anarquista y todos ellos por lo tanto, petenecían a lo que muy ampliamente podríamos llamar la extrema izquierda. Lo interesante es que hablan desde una distancia que, sin desvalorizar el entusiasmo juvenil de la época pero con una buena dosis de realismo,, aportan reflexiones muy interesantes.
Antonio Rivera Sus artículos «Jóvenes y revolucionarios» y «No estábamos solos y no lo vimos» me parecen que centran muy bien el planteamiento del tema. Se trata de buscar un punto de vista amplio y justo entre el péndulo que fue de idealizar la transición a desacreditarla de manera absoluta. Porque aunque no hubo ruptura sino reforma lo cierto es que hubo una transformación de las instituciones que nos llevó de una dictadura a una democracia parlamentaria. No fue un cambio cosmético, aunque la iniciativa la llevaran los sectores renovadores del franquismo y no la oposición antifranquista. Lo cierto es que fueron los movimientos sociales los que estaban, en una buena parte, detrás de este cambio. También es importante el señalar que el entusiasmo y la energía de los jóvenes revolucionarios fue fundamental, pero que afortunadamente se equilibró con una mayoría que solo quería mejorar sus condiciones de vida y una sociedad más democrática y no llevar a cabo los sueños revolucionarios de aquellos jóvenes que si se hubieran llevado a la práctica hubieran sido una pesadilla.
Finalmente Santiago Burutxaga escribe un epílogo interesante sobre la transición cultural. Pero el cuerpo del libro está a cargo de Gaizka Fernández Soldevilla, que debe ocuparse de sintetizar de la manera más clara y objetiva (en la medida en que esta es posible, claro) los puntos clave de esta transición, siempre en la tensión entre movimientos sociales y cambios institucionales, aunque dando prioridad a los primeros. Gaizka es un historiador que se ha atrevido con la historia más reciente y espinosa del País Vasco. Ha publicado excelentes trabajos, desde la historia de Euskadiko Ezkerra hasta la de ETA y su entorno abertzale. Y lo ha hecho sin concesiones hacia el fenómeno terrorista. Como lo hace aquí en el capítulo dedicado a las víctimas, tanto de la extrema derecha, de la represión policial o de ETA. Divide la etapa en cuatro períodos, lo cual es una distinción convencional pero operativa: 1977-1979 (El tardofranquismo. Estertores del régimen), 1975-1977 (Franquismo sin Franco. Reforma o ruptura), 1977-1979 (Libertad, amnistía, estatuto de autonomía),1979-1982 (Crisis económica, amenaza de involución y cambio democrático). Se resaltan por una parte los movimientos obrero, vecinal, por la amnistía, antinuclear y feminista, con dos huelgas generales como culminación de sus movilizaciones reivindicativas. Explica también los cambios institucionales, que empezaron con la reforma política y acabaron en las elecciones generales de 1982, pasando por la aprobación de la Constitución y del estatuto de autonomía. Las graves dificultades del proceso: la matanza de Atocha, el terrorismo de la extrema derecha y de ETA, los excesos policiales, la crisis económica.
Todo ello enmarcado en la cuestión nacional y su radicalización con ETA y el movimiento abertzale. El resultado me parece acertado: es imposible profundizar en todo lo que merece hacerlo porque no es este el objetivo del libro. Pero frente a tantos relatos distorsionados vale la pena mantener una visión clara y objetiva sobre lo que realmente ocurrió. Entender el proceso nos permite saber mejor donde estamos. Y nos cura de los enterados del parchís que quieren explicarnos a los que lo vivimos lo que realmente ocurrió. Yo formo parte de esta generación de ex-militantes de la extrema izquierda que, como dicen Mikel, Antonio y Santiago, pusimos nuestro entusiasmo en un sueño imposible y poco deseable pero que constituyó una de las energías básicas que hicieron posible una transformación que, con todas sus limitaciones, nos llevó de una dictadura a una democracia liberal. Y hay que haber vivido una y otra para apreciar las diferencias.
Este libro vale la pena. Y valdría también el esfuerzo que entre los catalanes nos animáramos a escribir una obra similar sobre la transición en Cataluña (1973-1982). Teníamos de fondo la cuestión nacional, pero de una manera diferente. Existía el nacionalismo conservador pero el PSUC ( que en Cataluña si era mayoritario en CCOO y en el movimiento antifranquista) supo integrar a la población inmigrante que venía de España en la reivindicación del catalán y del Estatut de Autonomía. Lo hizo con el lema: «es catalán quién vive y trabaja en Cataluña». También el Partit del socialistes de Catalunya (PSC-PSOE) supo plantear un catalanismo integrador. Vale la pena leer los libros de Martin Alonso editados por el viejo Topo) para entender cómo se ha llegado a la polarización y al despropósito actual. También habría que señalar lo que ocurrió aquí con la CNT, que supo en el inicio del postfranquismo agrupar a todos los sectores disidentes con la transición tal como se estaba llevando.
Como nota puntual pero que por conocimiento e implicación he de decir es que falta entre los partidos citados la Liga Comunista, diferente de la LCR-LKI. Era el partido en el que yo militaba, presente en el País vasco, que me parece que aunque muy minoritario vale la pena resaltar porque fue de los que denunciaron de una manera muy tajante a ETA en el marco de la extrema izquierda. En algún momento en el libro se dice que esta expresión no le parece adecuada. Yo diría grupos izquierdistas, entendiendo por izquierdismo la enfermedad infantil del comunismo ( que podemos traducir por la izquierda).
Mis felicitaciones, en definitiva, a los que han hecho posible esta exquisita edición. Y mis ánimos a cualquier ciudadano interesado por la política ( ¿ cómo iba a ser de otro modo ) a leerlo.
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