La escritora alemana Elena Galini escribió hace años el libro «Inselspringen im Ägäischen Meer – Rhodos und die Dodekanes», de isla en isla por el mar Egeo – Rodas y el Dodecaneso. El Dodecaneso es uno de los archipiélagos griegos del mar Egeo, cuyas islas principales son: Rodas, Cos, Kálimnos, Kárpatos, Kasos, Kastelorizo, Symi, Tilos, […]
La escritora alemana Elena Galini escribió hace años el libro «Inselspringen im Ägäischen Meer – Rhodos und die Dodekanes», de isla en isla por el mar Egeo – Rodas y el Dodecaneso. El Dodecaneso es uno de los archipiélagos griegos del mar Egeo, cuyas islas principales son: Rodas, Cos, Kálimnos, Kárpatos, Kasos, Kastelorizo, Symi, Tilos, Nísiros, Astipalea, Leros y Patmos. Pero hay más islas, el Dodecaneso lo forman un total de 163 islas y sólo 26 están habitadas.
Paseando por Kálimnos la bella Elena se encuentra con un pastor de cabras, sucio pero deseoso de echar un polvo con la guapa turista, que habla griego. Y luego de ratificarle que no tiene sida le acecha de modo pegajosamente insistente para que se anime. Ella rechaza la petición, observa al adán polvoriento, sucio, sin dientes y con un fuerte olor de días o meses a cabra. Ante su no él reitera una y otra vez la petición y el deseo de follar con ella rebajando el tiempo, si quiera un polvo de «diez minutos», «de un minuto»; insiste en que es un muy buen amante. Y ella, para librarse de él y de su calentura, le promete regresar otro día con más tiempo, y para entonces él deberá estar afeitado, lavado, limpio y sin vestir ese olor a cabra, que tanto le repugna a Elena Galini.
Periko era una flor de humanidad, olía a yerbabuena, era de trato fino. Observándole se veía pronto en él aquella perla de la que nos habla John Steinbeck y, sin embargo, siempre le vi acompañado de ese pastor de cabras de Kálimnos del que nos habla Elena Galini, de la mano con la gente que vive, sufre y padece en la periferia de la sociedad, en la trinchera del desprecio y el abandono. Rodeado de menesterosos, de gente necesitada de esperanza, de solidaridad, de compañía, de ayuda, de humanidad, de trabajo, de dinero…
Hacer poesía de ello delante de un ordenador un día de verano y sol es fácil, vivir 85 años así es mucho más que denuncia y acusación de deshumanización, de crítica institucional, es un reconocimiento y un descubrimiento sincero y profundo de la dignidad humana en el otro, es aflorar y explicar al viento y a la vida dónde radica la dignidad humana, el valor del hombre y la mujer sin detenerse en olores y corbatas. Sentía y siento envidia de su humanidad, de su grandeza de hombre…, a mí hay muchas barreras y muchos olores que me impiden ser así de humano, por eso a su muerte lloro su ausencia y maldigo mi miseria.
En nuestra sociedad lo normal es subirse el sueldo si eres nombrado alcalde como Asier Albizua en Arrigorriaga, pasar de ser diputado general de Bizkaia a vocal del tribunal de cuentas como José Luis Bilbao o cobrar, como los directivos de Euskaltel, 48 millones de euros como incentivos de empresa cargando sobre la espalda de los abonados. Norma es el abuso y la explotación, rareza es ver a un Periko por la vida, ¡tan dignamente hombre! Por eso lloro tu ausencia y maldigo mi miseria.
Y es que, como dice el escritor Koldo Campos, hay vidas que, de muertas, sólo son biografías, ambiguos prontuarios de cuentos y de cuentas, acaso un mal habido patrimonio y algunos herederos peor hallados, un perro que les ladre dolientes titulares, un alcalde de encargo, un cardenal de oficio y un par de funerales.
Pero apenas la tierra se sume al homenaje y los gusanos rindan honores al difunto, de aquel ilustre muerto va a quedar, si me apuran, la misa aniversario con que la Iglesia reconforta el luto mientras la viuda quiera pagar los honorarios, y una lápida triste que recuerde un olvidado nombre y un extraviado año.
Son vidas que se pierden en el tiempo sin un beso en la espalda ni una mano en el pecho, infelizmente muertas.
Hay muertes que, de vivas, nos dan las buenas horas, nos lustran la sonrisa, nos atan los zapatos con los que andar el día, nos rondan y nos cantan los sueños que aún amamos.
Son muertes tan poco moribundas que siempre están naciendo y así no tengan visa para el cielo o el aval de la ley para la gloria van a seguir estando con nosotros, memoria que respira y pan que se comparte, dichosamente vivas.
Periko, un eskerrik asko agradecido de corazón.
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