¿Por qué con los casos de corrupción hay gente que sigue sin cambiar su opinión, ni su voto? Una respuesta frecuente es que ello se debe a su falta de razón. Esto dicho en términos suaves, porque normalmente se les recrimina que son individuos ignorantes, paletos, cuñados e incluso «subnormales» (todavía se usa este término […]
¿Por qué con los casos de corrupción hay gente que sigue sin cambiar su opinión, ni su voto? Una respuesta frecuente es que ello se debe a su falta de razón. Esto dicho en términos suaves, porque normalmente se les recrimina que son individuos ignorantes, paletos, cuñados e incluso «subnormales» (todavía se usa este término para denigrar e insultar, sin respetar a las personas con capacidades diferentes). Persiste una forma de despotismo ilustrado con aires de superioridad moral, especialmente entre la progresía militante e intelectual, que echa la culpa de sus errores a otros sectores de la población como chivo expiatorio. En su desprecio, no obstante, ignoran lo que decía Spinoza en su Ética: «Nada de lo que tiene de positivo una idea falsa es suprimido por la presencia de lo verdadero, en cuanto verdadero».
En el guión de Paul Laverty para la película Pan y rosas de Ken Loach hay un relato que conviene no olvidar: Maya y Rosa, dos hermanas mexicanas inmigrantes, trabajan como limpiadoras en un edificio de oficinas del centro de Los Ángeles, bajo duras e injustas condiciones de explotación. La hermana menor, Maya, que lleva pocos meses en ese empleo, empieza a participar en diversas reuniones y actos reivindicativos por una mejora laboral. En un momento dado descubre que alguien les ha traicionado y delatado a la empresa. La culpable parece ser su hermana mayor, casada con un hombre enfermo de diabetes y con un hijo y una hija que cuidar. En una escena memorable, Maya se encara con Rosa. Esta reacciona contándole una verdad que no esperaba. Durante cinco años, siendo adolescente, se prostituyó en Tijuana para enviar dinero a su familia, incluida Maya. Todas las noches, «chúpale la polla a todo el perro mundo, blancos, negros, cochinos, marranos». Ni siquiera sabe quién es el padre de su hija, porque nació en un burdel. Y le confiesa otra verdad inesperada: también tuvo que prostituirse con su supervisor para conseguirle el empleo actual a Maya. Como dice Rosa de sí misma: sigue siendo una puta, lo hizo en Tijuana y también en Los Ángeles. En ese momento Maya se desmorona y, llorando, dice: «No lo sabía». Y no puedo añadir más, porque yo también ignoro muchas cosas. Demasiadas.
Publicado en: https://www.diagonalperiodico.net/culturas/30901-eres-ignorante.html
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