En primer lugar agradecer la invitación que me hicieran las autoridades del Instituto Patria para participar en este panel en defensa de TeleSUR. Es un honor para mí poder decir algunas pocas palabras acerca de esta imprescindible señal informativa de Nuestra América. Y agradecer también las amables palabras de la coordinadora de esta mesa, Mariana […]
En primer lugar agradecer la invitación que me hicieran las autoridades del Instituto Patria para participar en este panel en defensa de TeleSUR. Es un honor para mí poder decir algunas pocas palabras acerca de esta imprescindible señal informativa de Nuestra América. Y agradecer también las amables palabras de la coordinadora de esta mesa, Mariana Moyano, que le agradezco de todo corazón.
Iba a comenzar mi exposición yendo directamente al grano, pero las acertadas palabras de Oscar Laborde a propósito del supuesto «fin del ciclo progresista» me incitan a abundar un poco más en este asunto antes de referirme a la censura ejercida por el gobierno macrista en relación a TeleSUR.
Sobre el «fin del ciclo progresista»
Efectivamente, la derecha y los voceros del imperialismo vienen agitando hace tiempo la bandera del «fin de ciclo». Lo que fue ya no está, y ahora viene otra cosa. Las políticas del pasado quedan relegadas al registro histórico y debemos aceptar resignadamente que otro ciclo ha comenzado: el ciclo del «neoliberalismo recargado» que por largos años estará presente y dominará nuestras vidas. La derecha ha regresado para «poner las cosas en su lugar».
Ante ello quiero primero decir que este discurso es falso, que es una estratagema ideológica para desmovilizar, desmotivar y desanimar a quienes quisimos y queremos una sociedad mejor, una sociedad más justa. Se nos dice, desde arriba, que esa tentativa fracasó y que ahora, agotado ese ciclo, se deberá «sincerar» la economía (eufemismo para designar un ajuste brutal, la famosa «terapia de shock») y reinstalar la sensatez en el reino de la política. En materia de política exterior esto quiere decir «regresar al mundo», del cual supuestamente la Argentina se habría marchado desde el momentos en que a comienzos del «ciclo progresista» abrazó la política latinoamericanista y participó activamente en el rechazo del ALCA, la creación de la UNASUR y la CELAC y, también, de TeleSUR. Es necesario rechazar de plano estas acusaciones y defender con fuerza el camino emprendido en aquellos años. Mismo, que, como no podía ser de otro modo, no está exento de críticas pero que, a la hora de efectuar un balance, sus aciertos históricos superan sus errores y desaciertos.
Quiero también decir que esta estratagema no es nada novedosa. Ya conocemos versiones anteriores de la misma. En los años sesentas la propaganda imperial que circulaba a través de los medios y las estructuras académicas insistía en que habíamos entrado en la época del «fin de las ideologías». Quienes por aquellos años éramos estudiantes de sociología debíamos afrontar el continuo diluvio de los divulgadores de las tesis de Daniel Bell y el discurso que exaltaba la neutra superioridad del saber técnico en la gestión de la vida económica y la obsolescencia de toda discusión en torno a la buena sociedad y los horizontes de la utopía.
Veinte años más tarde, en el contexto de la reconstrucción democrática, aparece otra variante de este discurso escatológico: en los años ochentas, la que ha pasado a mejor vida es la perturbadora «lucha de clases». Un institucionalismo ingenuo que reemplazaba el análisis de las inevitables contradicciones sociales por el aceitado rodaje de las instituciones democráticas penetró con fuerza en el imaginario público y, por un corto tiempo, hizo perder de vista al conflicto social. Pero no tardó en producirse aquello que Freud denominara «el retorno de lo reprimido» porque, a poco andar, la lucha de clases irrumpió nuevamente en la vida política de la mano de las políticas de ajuste estructural, estabilización financiera y el pago de la monstruosa deuda externa que frustró las expectativas populares en los años posteriores a la derrota de las dictaduras, dejando como saldo un lamentable vaciamiento del proyecto democrático.
Ya en la década de los noventas, con el neoliberalismo rampante instalado en toda la región, apareció un politólogo norteamericano de origen japonés, Francis Fukuyama proclamando ya no el fin de las ideologías y de la lucha de clases ¡sino de la historia! Según esta alucinada pero nada inocente concepción, la historia concluyó con un resultado inapelable y definitivo: triunfo de la democracia liberal como forma de organización política y victoria del libre mercado como modelo de organización económica. Al igual que los otros «fines» este, el de la historia, fue terminantemente desmentido por el devenir del proceso histórico, por la dialéctica incesante de los cambios que sin pausa modifican día a día el paisaje de nuestra vida social. Esta burda concepción quedó sepultada bajo los escombros de las Torres Gemelas el 11 de Septiembre del 2001.
Por lo tanto, y a los efectos de no desviarme del tema, debo decir que el discurso actual del «fin del ciclo progresista» es otra engañifa de la derecha que debemos rechazar resueltamente porque su propósito es que nos demos por vencidos, que bajemos los brazos y que abandonemos la batalla. Cosa que no debemos hacer jamás, recordando lo que dijera tantas veces el Comandante Hugo Chávez: «¡aquí no se rinde nadie!» Una mirada sobria a la escena política latinoamericana basta para demostrar la falacia de aquel discurso. ¿Fin de ciclo? Pero si en la Argentina, único caso en donde un gobierno progresista perdió una elección presidencial, el gobierno de Macri está lejos de haberse consolidado. Apelando a mi benevolencia podría decirse que es un gobierno «tambaleante», que gestiona a base de «ensayos y errores» y que, de no mediar una rápida recuperación de la economía corre el riesgo de sufrir una catastrófica derrota en las elecciones del próximo año. ¿Fin de ciclo en Brasil? Pero si el usurpador Michel Temer está enfrentando una denuncia por haber recibido sobornos corporativos por una cifra que supera los 41 millones de dólares, lo que puede detonar su fulminante eyección del Palacio del Planalto. Y si tal cosa ocurriera y hubiera que llamar a elecciones, que es lo que exige la ley brasileña cuando se produce la vacancia de presidente y vice, ¿qué dicen las encuestas, hoy? Dicen que Lula tiene una intención de voto del 21 %, contra 9 de su más inmediato rival, Aecio Neves. ¿Fin de ciclo? Y en Bolivia Evo Morales tiene mandato hasta comienzos del 2019; y en Ecuador cualquiera de los dos posibles candidatos de Alianza País le sacan más de veinte puntos de ventaja al mejor posicionado de la derecha. En Nicaragua Daniel Ortega está registrando una intención de voto cercana al ochenta por ciento, y en Paraguay se perfila con fuerza el posible retorno de Fernando Lugo. En suma: el discurso de «fin de ciclo progresista» es una trampa para desmovilizarnos y desmoralizarnos y que es necesario rechazar con energía.
Sobre la excepcional importancia de TeleSUR
Dicho lo anterior, ¿cómo explicar el brutal ataque del gobierno nacional a TeleSUR? ¿Por qué ese enfermizo empecinamiento para excluir a la señal informativa de América Latina de las pantallas argentinas?
Para responder a esta pregunta apelaré primero a lo que decía en una audiencia convocada por la Comisión de Relaciones Exteriores del Senado de Estados Unidos un miembro informante del Pentágono: «en el mundo de hoy la guerra antisubversiva se libra en los medios, no en las junglas y selvas o en los suburbios decadentes del Tercer mundo. Ese es el principal teatro de operaciones.» Dado que esto indudablemente es así se entiende el encono de la derecha vernácula y sus mandantes imperiales en contra de TeleSUR. La lucha de clases prosigue su curso, sólo que el escenario principal -se entiende que no el único-se ha trasladado a los medios. Y lo hizo porque, tal como lo dijera Fidel, la «batalla de ideas» es de suprema importancia. El neoliberalismo ha demostrado ser un fracaso rotundo en la arena económica porque ni garantizó el crecimiento económico y, mucho menos, la distribución progresiva de los ingresos. La famosa «teoría del derrame» es insanablemente falsa y más que una teoría científica un instrumento de propaganda de la derecha. Pero a pesar de esto, recordaba Fidel, el imperialismo se anotó grandes triunfos en la «batalla de ideas». Y para contrarrestar necesitamos armas como las que nos provee TeleSUR. La derecha también sabe esto y por eso la combate sin piedad e impide que se pueda ver sea en televisión abierta como por la vía del cable. Esto ocurre en Chile, en Colombia, en Brasil y en muchos otros países. No era el caso en la Argentina, pero por eso vino el gobierno de Macri para «corregir» ese error del anterior gobierno.
En ese crucial campo de la lucha antisubversiva que son los medios (y recordemos que quienes nos oponemos al capitalismo y al neoliberalismo somos caracterizados como «subversivos») se produjo en las últimas décadas un fenomenal proceso de concentración corporativa. En una intervención hecha un par de años atrás el cineasta y documentalista australiano John Pilger afirmó que este proceso de concentración remata en la instauración de un «gobierno invisible» e incontrolable, que no rinde cuentas ante nadie y que actúa sin ninguna clase de restricciones efectivas a su enorme poderío. Por supuesto, una estructura de este tipo, agregamos nosotros, es absolutamente incompatible con la democracia. Pero oigamos a Pilger: «Hay que considerar cómo ha crecido el poder de ese gobierno invisible. En 1983, 50 corporaciones poseían los principales medios globales, la mayoría de ellas estadounidenses. En 2002 había disminuido a sólo 9 corporaciones. Actualmente son probablemente unas 5. Rupert Murdoch (de la megacadena Fox) ha predicho que habrá sólo tres gigantes mediáticos globales, y su compañía será uno de ellos.»
Concentración mediática, oligopolios multimedia que medran también en Nuestra América: O Globo en Brasil, Televisa en México, Clarín en la Argentina y el duopolio massmediático en Colombia son exponentes regionales de esta tendencia que, por doquier, constituye una mortal amenaza a la democracia. Porque, ¿qué duda cabe?, no puede haber estado democrático, o una democracia genuina, si el espacio público del cual los medios son su «sistema nervioso» tiene una estructura profundamente antidemocrática, en cuyo vértice se encuentra un puñado de enormes corporaciones multimediáticas que dominan a su antojo la escena mediática. Gracias a los grandes avances de las ciencias de la conducta y las neurociencias un enorme intelectual norteamericano como Noam Chomsky asegura que los medios han adquirido una formidable capacidad para «formatear» la opinión política, imponer su agenda de prioridades y, en algunos casos -no siempre- son capaces de fabricar a los líderes políticos (caso de Silvio Berlusconi en Italia) que habrán gobernar. Y si no los inventan del todo ayudan a la emergencia de algunos, a los que brindan toda su protección y le ofrecen un «blindaje mediático» que los torna prácticamente inmunes a toda crítica, como lo comprueba, en estos días, el papel de los medios hegemónicos en la Argentina y Brasil. La amenaza a la democracia es enorme porque con la concentración de los medios y la instauración de una aplastante hegemonía se consolida en la esfera pública un poder oligárquico que, articulado con los grandes intereses empresariales, puede manipular sin contrapesos la conciencia de los televidentes y del público en general, instalar agendas políticas y candidaturas e inducir comportamientos políticos, todo lo cual desnaturaliza profundamente el proceso democrático.
De ahí la enorme importancia de TeleSUR, creada por obra de la sabia inspiración del Comandante Hugo Chávez, que percibió como pocos la gravísima amenaza que para el futuro democrático de Nuestra América representaban los medios controlados por una coalición absoluta e intransigentemente enemiga de cualquier proyecto democratizador. La situación exigía una lucha permanente en contra de esos bastiones del autoritarismo y la reacción, batalla que debía ser librada a escala continental. En las reuniones previas a la creación de TeleSUR Chávez recordaba una sentencia de Simón Bolívar más que apropiada para los tiempos actuales: «nos dominan menos por la fuerza que por la ignorancia y la superstición.» Precisamente, para combatir ambas fue creada TeleSUR. La beligerancia de la derecha no es casual si se tiene en cuenta la trascendental labor hecha por esta señal informativa desde el momento en que apareciera, once años atrás. Gracias a ella no sólo estamos informados, cuando antes estábamos desinformados; sino que estamos bien informados, con periodistas que comparten nuestra cultura y nuestros sueños, que nos muestran lo que las oligarquías locales y el imperialismo no quieren que veamos, como las infames maniobras perpetradas durante el golpe en Honduras o los crímenes perpetrados por la OTAN en Libia. Con haber hecho sólo esto TeleSUR habría justificado con creces su existencia.
Pero hizo mucho más: TeleSUR fue un factor importantísimo en la creación y consolidación de una conciencia nuestroamericana. Gracias a TeleSUR hoy todos los pueblos de la región somos más latinoamericanos que antes, hemos adquirido conciencia de que o somos una Patria Grande o no seremos nada. El gran proyecto bolivariano, relanzado por obra de Chávez, encontró en esta señal de noticias un instrumento irreemplazable para acelerar su concreción. TeleSUR nos mostró cada rincón de América Latina y el Caribe, tendió puentes entre pueblos que antes desconocían por completo lo que ocurría en otros países del área, su cultura, sus costumbres, su vida cotidiana, sus problemas y sus logros; fomentó por eso mismo la creación de esa nueva conciencia nuestroamericana que fue prerrequisito para la aparición de instituciones regionales como la UNASUR y la CELAC. Por eso TeleSUR atrae como un pararrayos las iras del imperio y el odio de sus lugartenientes y peones en América Latina y el Caribe. La verdad es intolerable, y TeleSUR muestra la verdad de lo que ocurre no solo en esta parte del mundo sino en todo el planeta. Muestra con esclarecedora sobriedad los estragos que el imperialismo perpetra día tras día. Al hacerlo, despierta a los pueblos y alienta su rebeldía en contra de un orden imperial que a diario acaba con la vida de decenas de miles de personas en todo el mundo. Por eso su voz debe ser acallada, y sus imágenes apagadas. Por eso la reacción del gobierno argentino, por eso la censura a que es sometida no sólo aquí sino también en Chile, Colombia, Brasil y tantos otros países. Pero, como dice el refrán popular, no se puede tapar al sol con un dedo. Más pronto que tarde TeleSUR, la única señal noticiosa de noticias de América Latina y el Caribe, será restablecida en Argentina y recibida en los países que, todavía hoy, permanecen sumidos en aquella «ignorancia y superstición» que tanto preocupara al Libertador y que la derecha se empeña en perpetuar.
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