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El bajo nivel dialéctico español

Fuentes: Rebelión

Entre el esfuerzo titánico que las mentes despejadas deben hacer para desmontar el lastre que supone la lógica del dogma católico, y la energía que es preciso consumir para cuestionar si­quiera el fundamento de un dios antropomórfico, y, relacio­nada con ambos, la justificación de la monarquía y la figura de un rey. así como más […]

Entre el esfuerzo titánico que las mentes despejadas deben hacer para desmontar el lastre que supone la lógica del dogma católico, y la energía que es preciso consumir para cuestionar si­quiera el fundamento de un dios antropomórfico, y, relacio­nada con ambos, la justificación de la monarquía y la figura de un rey. así como más energía para evitar que el socialismo real sea visto como otra opción seria de organización social, el ni­vel dialéctico en este país es bajísimo. Tan bajo, que explicaría por sí mismo todo lo que viene sucediendo desde que se entro­nizó en España una democracia de circunstancias, y por consi­guiente falseada y fraudulenta, hasta el actual empeño de los sectores que gobernaron y pertenecieron a la izquierda nomi­nal, amortizados pero activos; empeño que muestra hasta qué punto son capaces, para que no toque siquiera poder la iz­quierda real y poder conservar ellos sus privilegios. Empeño que consiste en exigir a los dirigentes de su propio partido el apoyo a la derecha cavernaria de este país, permitiendo con ello que esta facción repleta de ladrones siga mangoneando y, de paso, sigan siendo soporte de la mentalidad general de la pobla­ción española el dogma católico, ese dios antropomórfico al que no hacen ningún caso, la figura del rey y los mecanis­mos económicos del capitalismo financiero o de casino propug­nado por los neoliberales…
 
Cuando, habida cuenta la deriva que van tomando las socieda­des articuladas en un capitalismo destructivo y atroz, y el rumbo que está tomado el mismísimo planeta como fuente y soporte de vida exigen una revisión del marxismo y del socia­lismo científico, si no como remedio definitivo sí como cauce de racionalización de la vida colectiva y de todo el planeta co­mo residencia de la especie humana, en España todo sigue siendo planteado y tratado por políticos, por medios de comuni­cación y por los millones de ciudadanos que se dejan arrastrar por ellos, como anécdota polítiquera y chismes de ve­cindario de bajos fondos…
 
A mí y a millones de españoles nos gustaría estar debatiendo, discutiendo, analizando las posibles alternativas al sistema y las débiles esperanzas en un mundo mejor vertebrado sobre ba­ses sólidas; al menos más sólidas, en las que la libertad indivi­dual (que entre nosotros, no nos engañemos, sólo disfrutan a ma­nos llenas los patricios y sus aduladores) se supeditase al bien universal de la paz, de la racionalidad aplicada a la convi­vencia y a la organización social, y a la praxis de una contabili­dad sin artificios espantosos como son los financieros, que mi­diese el Debe y el Haber colectivo por la producción y con­sumo de los bienes básicos (alimentación, techo y energías); ra­cionalización que no excluyese ni marginase de la vida y de la muerte dignas a ningún ciudadano del mundo, empezando, natu­ralmente, por los ciudadanas y ciudadanos españoles más ne­cesitados de protección.

Sin embargo, la puerilidad, la ambición, la cretinez, el mover feroz guerra ciegos reyes por un palmo más de poder o para rete­nerlo, entretan la suerte del pueblo español a ventajistas, a logreros, a arribistas, a gente sin escrúpulo y sin inteligencia;  a manos, en definitiva, de los peores individuos auto-selecciona­dos y auto-postulados de  toda la sociedad española.

Este estado de cosas que, por otra parte, no varía jamàs de una manera perceptible, sume en la desolación a millones de per­sonas que nos solidarizamos profundamente con los deshere­dados de la fortuna, con los que apenas sobreviven y pue­den formar una familia, y con tantas y tantas familias rotas por la voracidad, por la falta de escrúpulos y por el decidido propósito de no perder el protagonismo que tuvieron unas cuan­tas docenas de miserables septuagenarios, aliados a unos pu­ñados de facinerosos…

Jaime Richart,  Antropólogo y jurista.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.