En una sexagésima parte de una hora se puede leer un breve artículo como este, o simplemente pasar… y olvidarse.
La palabra minuto proviene del latín, pars minuta prima y significa ‘parte diminuta primera’. Minuto, a su vez, tiene la misma etimología que «menor», mientras que segundo era denominado pars minuta secunda, es decir, la ‘parte diminuta segunda’ en que se dividía la hora. El minuto, forma parte de una hora, la cual a su vez, forma parte de un día, una semana, un mes… y así sucesivamente hasta llegar a un todo, en este caso nuestro tiempo.
Según el informe Siria-Mediterráneo que ACNUR publicó en junio, cada minuto una media de 24 personas -de entre ellos, más de la mitad niños y niñas – tienen que huir de su hogar, lo que equivale a 1.440 la hora, 34.560 al día, 241.920 a la semana, 1.036.800 al mes… y así sucesivamente hasta llegar al todo, en este caso nosotros, la sociedad que construimos entre todos y que se cruza de brazos mientras los refugiados siguen llamando a las puertas de nuestros muros.
Los refugiados vivencian permanentemente la experiencia de estar perseguidos y discriminados mientras que a pesar de que prefieran estar cerca de su patria para estar cerca de los hechos y de la información, se ven obligados a alejarse cada vez más. A pesar de que a los ojos occidentales forman una marea monocroma, ésta es heterogénea, de distintos tiempos y lugares. Entre ellos hay hombres y mujeres de todas las edades y condiciones, si bien, todos tienen en común provenir de «instantes congelados».
Ante ellos, nosotros nos empeñamos en poner muros físicos y muros psíquicos, unos de alambre, escudos y porras y otros de miedo, rechazo y egoísmo. Nuestra sociedad parece continuar impertérrita ante la cantidad de desplazados que alberga el mundo. Afanados en trepar económicamente mientras seguimos con centrarnos en nuestro ombligo, sin darnos cuenta que mientras trepamos adoptamos la misma postura que para arrastrarnos y que nuestro ombligo, en realidad no llega a ser ni el apéndice del mundo.
El tiempo es subjetivo, el nuestro parece continuar dentro de nuestros muros, mientras que fuera, el tiempo se congela, sin futuro posible. Afuera se vive en un eterno presente, en un día a día bajo la esperanza de un cambio. Allí el tiempo es el de un orden no estatal, de ahí que se ponga muros a esas sombras que llegan, llenas de infancias perdidas, obligadas a permanecer en tierra de nadie sin imposibilidad de retorno…esas sombras que se alargan sobre nuestras conciencias y que por mucho que lo queramos negar, son de carne y hueso, como nosotros. Sin duda alguna, en nuestros «moralistas días», como pars minuta que somos, nos configuramos como piezas de un sistema, cuando no, somos cómplices de él, mientras nos empeñamos en que nuestra visión del tiempo no se contamine.
Como se sabe la ética tiene como centro de atención las acciones humanas, centrándose en aquellos aspectos de las mismas que se relacionan con la idea de los actos morales y cómo estos se aplican a nivel individual y social. Bajo esta perspectiva y ante la política de indiferencia que la Unión Europea parece esgrimir respecto al drama de los refugiados, el sistema moral de nuestra sociedad es, en el mejor de los casos y al margen de cómo se pueda pretender justificar, profundamente inmoral. Negar que nosotros también somos parte del problema es seguir apostando por una política de muros.
Toda pars minuta es importante en la configuración del tiempo… de una sociedad. La cuestión estriba en saber qué sociedad estamos construyendo y que tiempo queremos construir, el sustentado con muros… o con cimientos éticos que permitan incluir un presente y un futuro.
José Antonio Mérida Donoso (profesor asociado de la Universidad de Zaragoza y profesor de secundaria de historia, lengua y literatura).
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