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Entrevista a Francesc Martínez Gallego, profesor de Historia de la Comunicación Social en la Universitat de València

«Blasco Ibáñez construyó una religión popular a través del republicanismo»

Fuentes: Rebelión

Se conmemora el 150 aniversario del nacimiento del político, escritor y periodista Vicente Blasco Ibáñez (Valencia, 1867- Menton, 1928). Muchas de sus novelas -«Cañas y barro», «La barraca», «Arroz y tartana», «Entre naranjos» o «La catedral»- han alcanzado notable fama y reconocimiento. En ocasiones con ayuda de las series de televisión y también del cine, […]

Se conmemora el 150 aniversario del nacimiento del político, escritor y periodista Vicente Blasco Ibáñez (Valencia, 1867- Menton, 1928). Muchas de sus novelas -«Cañas y barro», «La barraca», «Arroz y tartana», «Entre naranjos» o «La catedral»- han alcanzado notable fama y reconocimiento. En ocasiones con ayuda de las series de televisión y también del cine, ya que Hollywood adaptó «Los cuatro jinetes del apocalipsis», «Sangre y arena» o «Mare Nostrum». No serían piezas menores cuando encumbraron a Rodolfo Valentino y en el reparto figuraban entre otros Tyrone Power, Anthony Quinn o Rita Hayworth.

El profesor de Historia de la Comunicación Social en la Universitat de València, Francesc Martínez Gallego, prefiere resaltar el valor político del legado «blasquista». Líder de masas, republicano, anticlerical, adalid de un populismo democrático que trascendió en mucho el ámbito local y lo enfrentó a las fuerzas conservadoras, Blasco y el «blasquismo» contaban con un periódico -«El Pueblo»- que a finales del siglo XIX y principios del XX utilizaba estrategias modernas de sensacionalismo y agitación. Gracias a este político carismático, el republicanismo derrotó a los partidos de la Restauración en la ciudad de Valencia y sentó un precedente para todo el estado español; consolidó, de hecho, holgadas mayorías municipales en las dos primeras décadas del siglo XX que anunciaban el final del «Turno». Éste se empezaba a quebrar por las grandes ciudades. Otro ejemplo del éxito: entre 1899 y 1923 los dos candidatos «blasquistas» resultaron diputados electos por la ciudad en todos los comicios salvo en dos. Martínez Gallego es coautor de «Historia de la Comunicación Social: Voces, registros y conciencias» (2014), «El humor frente al poder» (2015) y, junto al profesor Antonio Laguna, del catálogo «La transgresión como norma. ‘La Traca’ (1884-1938)», sobre el periódico satírico valenciano.

-¿Cómo interpretar la figura de Vicente Blasco Ibáñez desde la perspectiva -en el largo plazo- del historiador?

Blasco Ibáñez representa una coyuntura fundamental en la construcción democrática valenciana, y por extensión española. En 1891 se aprueba el sufragio universal en España y, tanto los Liberales como los Conservadores de la Restauración, pero particularmente estos últimos, creen que serán capaces de domeñarlo mediante el caciquismo, la organización del «encasillado» y los «pucherazos». Eran estos los procedimientos que servían para corromper las elecciones. Pero justo en ese momento -finales del siglo XIX- aparece en algunas ciudades un movimiento político republicano y radical-democrático que rompe con esa tendencia. En Valencia es el «blasquismo», sobre todo con la aparición del periódico «El Pueblo» en 1894. Se hace fuerte a partir de 1898, cuando se produce una reflexión nacional sobre la decadencia del poder hispano en el mundo. En este momento de crisis política y de conciencia, emerge con gran potencia -por su capacidad movilizadora- el republicanismo «blasquista».

-¿En qué se basa esta capacidad de movilización republicana y de masas?

La razón es que el liderazgo político de Blasco Ibáñez se ejerce sobre una ciudad -Valencia- con un gran desarrollo de las capas medias. Se hablaba de la «València dels botiguers» (tenderos), los sectores vinculados al comercio, el pequeño taller y la pequeña industria, que son muy importantes. Pero además en 1900-1901 el «blasquismo» imprime un giro programático que le acerca a las clases populares, y muy especialmente a la «clase». Me refiero a las asociaciones y «cajas de resistencia» al capital (sobre todo anarquistas, pero también socialistas), con las que viene a sellar un pacto no escrito. De hecho el «blasquismo» -y no el PSOE- construye la primera Casa del Pueblo en Valencia, que es la de las asociaciones obreras.

-¿Se produce esta expansión republicana en resultados electorales? 

En las elecciones municipales de 1901, tanto las capas medias como las clases populares -especialmente obreros- votarán en masa a las candidaturas del republicanismo «blasquista». A partir de ese momento, y prácticamente hasta la guerra civil, poseerá en el ámbito municipal una fuerza extraordinaria, que generará mimetismos en otras muchas ciudades españolas. Sin embargo, tras los comicios de 1901 no hay un alcalde «blasquista» en Valencia, porque en esa época a los primeros ediles los nombraba el Gobierno. Se da la paradoja, por tanto, de una mayoría de concejales republicanos que coexisten con un alcalde conservador o liberal.

-Son los años en que irrumpe la política de masas. ¿Se desarrollan en la época estrategias populistas con vigencia en la política actual?

Sí, totalmente. Sin embargo, el populismo presenta un problema conceptual para los historiadores y los politólogos, pues ofrece una cierta indefinición en sus contornos. El populismo puede ser dos cosas al mismo tiempo, y en ambos casos se da una apelación al pueblo. Hay por un lado un populismo que intenta insertar a las clases populares -tradicionalmente excluidas de la política- en la democracia participativa a través de la movilización y la vía «radical» (en el sentido primigenio del término); mientras que existe otro populismo -el fascista- que les dice a las clases populares dónde está su salvación. Al populismo siempre hay que adjetivarlo, en este caso nos referimos a un populismo de carácter democrático.

-Sin embargo, el populismo «blasquista» vira con los años a la derecha…

Lo comentado hasta ahora ocurre en las dos primeras décadas del siglo XX. Pero en efecto es a partir de la II República cuando mejor se aprecian estas contradicciones, que ciertamente ya se vislumbraban mucho antes. Me refiero a la competencia. El «blasquismo» se encuentra con duros competidores, sobre todo en el socialismo pero también en el anarquismo, que quieren hacer lo mismo pero que hablan con un lenguaje de «clase». En cambio, el «blasquismo» utiliza discursos populistas: el pueblo frente a la oligarquía. Esta competencia termina por derechizarlo, y progresivamente girará hacia posiciones más conservadoras. Y así, hasta acercarse a Lerroux, otro personaje populista que hizo en Barcelona algo muy similar a lo que el partido de Blasco Ibáñez en Valencia. Aunque éste, con un contenido social y reformista bastante más potente.

-¿Hacía uso de estrategias «populistas» en sus novelas?

La literatura de Blasco Ibáñez trata de reflejar los problemas de la gente. Cuando escribe «La Barraca» (1898), da cuenta de cómo un arrendatario histórico se maneja malamente con la renta que le tiene que pagar al propietario de la tierra de huerta, que no pisa nunca. Identifica entonces su posición política con ese campesino. Blasco es un gran imitador, a veces plagia algunas páginas de Zola. En «La Bodega» (1905), se ocupó de la clase obrera, de ese jornalero que trabaja en el campo y en la primera industria rural que es la viticultura. Tanto Zola como Blasco Ibáñez son escritores naturalistas que reflejan la lucha de clases y se posicionan al lado de los perdedores. En «Arroz y tartana» (1894), trata de los talleres de la ciudad. Además, la novelística de Blasco constituyó un factor de movilización fundamental.

-¿Por qué razón?

Se trata de novelas que aparecen por entregas en el «faldón» del periódico «El Pueblo». No hay por tanto que adquirirlas en el quiosco o en la librería. Además estas novelas están construyendo el imaginario político del lector republicano.

-¿Y en cuanto a la oratoria política?

La retórica que emplea Blasco en la ciudad de Valencia y en los pueblos fue casi siempre en valenciano, porque quiso que le entendieran. El republicanismo se entendía como un factor de movilización social para la conquista de la democracia. Blasco Ibáñez tenía, además, una gran capacidad para congregar a las multitudes y las clases populares veían a este escritor de fama internacional -que incluso dio el salto a Hollywood- como a uno de los suyos. Hablaba muy bien, fue un líder carismático y un personaje vehemente. Diría que construyó una religión popular a través del republicanismo.

-Por otro lado, una parte de la historiografía ha calificado a Blasco Ibáñez de anticlerical y jacobino…

Sí que fue muy anticlerical, pero no estoy de acuerdo en considerar a Blasco un jacobino. En este punto se da un debate muy interesante entre los historiadores. Ocurre que al no ser Blasco Ibáñez un nacionalista «periférico» o valenciano y haber escrito sus novelas en castellano, a veces se le ha acusado de «jacobino». Pero Blasco no proviene de esta tradición, sino del republicanismo federal. De hecho, fue un discípulo directo de Pi i Margall, el máximo representante del republicanismo federal en España y autor de un libro muy conocido: «Las nacionalidades» (1877). Además, el primer periódico de Blasco Ibáñez antes que «El Pueblo» se llamó «La bandera federal» (1889). Por otro lado fue discípulo directo -siempre lo reconoció- de un gran valencianista (no nacionalista), Constantí Llombart. Dentro de la Renaixença (movimiento de la segunda mitad del siglo XIX para favorecer el renacimiento del catalán como lengua literaria) y del instituto cultural Lo Rat Penat, Llombart se opondrá al valencianismo conservador y culturalista de Teodoro Llorente, Vicente Wenceslao Querol y otros. En resumen, Blasco Ibáñez siempre defenderá el autonomismo, la inserción del País Valenciano en un estado compuesto y federalizante.

-¿Qué pensaba Blasco Ibáñez de los planteamientos nacionalistas?

Observaba, en Cataluña y el País Valenciano, que el nacionalismo significaba conservadurismo y retroceso. Por ejemplo en Cataluña, cuando se establece la coalición de partidos «Solidaritat Catalana» en 1906, dentro hay republicanos pero también carlistas. Y para Blasco el carlismo es muy «carca». Pero ello no implica que sea un jacobino.

-En «El Pueblo» Blasco escribió cerca de mil artículos. El periódico fue, según el historiador Ramiro Reig -autor de «Blasquistas y clericales: la lucha por la ciudad en la Valencia de 1900» (1986) y «Obrers i ciutadans: blasquisme i moviment obrer» (1982)- «el instrumento fundamental de su acción política». No exageraba el periódico cuando explicaba: «Han bastado veinticuatro horas para que respondiendo a nuestro llamamiento se reunieran varios centenares de personas. Así es nuestro partido, acude donde se le llama». La propagación de consignas por los casinos republicanos de los barrios hacía posible la rápida movilización. ¿Qué innovaciones introdujo el rotativo?

«El Pueblo» no contaba con una gran tirada (cerca de 10.000 ejemplares), ningún periódico en la época la tenía, sin embargo era muy leído. La lectura entre grupos sociales con una fuerte tasa de analfabetismo se multiplica por mucho, ya que se realiza en voz alta, «a la fresca» o en el lugar del trabajo. Fumar durante el descanso en el tajo implicaba también que el que sabía leer procedía a la lectura, en voz alta, del periódico. En cuanto a los contenidos, introdujo un sensacionalismo «avant la lettre». En alguna ocasión se ha dicho que las estrategias utilizadas por Pulitzer o Hearst a finales del siglo XIX en los grandes periódicos de Estados Unidos, fueron utilizadas -aunque en menor medida- por Blasco Ibáñez en Valencia.

-¿Por ejemplo?

La conversión del periódico en protagonista de la noticia. Pulitzer o Hearst lo hacen en las noticias de interés humano o de naturaleza bélica, mientras que «El Pueblo» utiliza estas estrategias en las informaciones de interés político. Es el principio de la autorreferencia. Así, «El Pueblo» es el que batalla frente a una serie de enemigos políticos que le convierten, a su vez, en diana. Por otro lado está la personalización de las noticias, que en la época era muy poco frecuente. Sin embargo, las informaciones en «El Pueblo» suelen tener nombres y apellidos de las personas, que a su vez representan a grupos sociales. Poco a poco el periódico irá mezclando texto con imágenes, también lo que hoy llamamos infografía, fotografías, algunas viñetas y grandes titulares que apelan a la agitación. Esto puede apreciarse en los artículos contra la guerra de Cuba, como el publicado el cinco de septiembre de 1896: «Que vayan todos, ricos y pobres». Este titular no tiene un sentido belicista, sino que critica la injusticia de que sólo los pobres vayan a la guerra. En 1914 «El Pueblo» fue «aliadófilo», los titulares se situaban a favor de Francia e Inglaterra, que representaban a las democracias europeas. Hay además una denuncia muy clara del caciquismo, pero en la práctica tangible: rotura de urnas, contratación de bandoleros, extorsiones a través del arrendamiento y del jornal… En definitiva, se publican artículos con gran capacidad para ser digeridos por la razón del lector, pero también desde las vísceras.

-Por último, el blasquismo irrumpió en la ciudad de Valencia frente a los partidos de la Restauración, y se fue extendiendo por las comarcas. Pero la influencia tuvo un alcance mucho mayor, en la política estatal. Se puede considerar al periódico de referencia -«El Pueblo»- como prensa de partido?

Blasco fundó en 1909 el Partido de Unión Republicana Autonomista (PURA) y «El Pueblo» funcionará como portavoz del partido, aunque siempre he sostenido que más bien es el PURA el que responde al «diktat» del periódico, por una razón: el líder del partido -primero Blasco Ibáñez y a partir de 1906 su colaborador, Félix Azzati- es el director del periódico. Una de las claves del PURA es que siempre estará dirigido por periodistas. En otros términos, no habrá fronteras entre el periodismo de agitación y la labor política de estructuración del partido a través de casinos, sedes y bibliotecas. De hecho, la construcción de una cultura popular forma parte del «blasquismo». Lo que Gramsci teorizará a finales de los años 20, cuando Mussolini lo encierre en la cárcel, ya lo estaban haciendo Blasco y «El Pueblo» en la Valencia de principios de siglo.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.