En nuestro estudio «Intervencionismo o liberalismo: un falso dilema» (ALAI: 23/09/2016), concluimos que ambas estrategias/modelos económicos, instrumentados recurrentemente en América Latina desde mediados del siglo pasado, operan correlativamente con las fases de auge o recesión del ahora mundializado modo de producción capitalista, contrariamente a lo sostenido por la CEPAL de los años 60. Este aserto […]
En nuestro estudio «Intervencionismo o liberalismo: un falso dilema» (ALAI: 23/09/2016), concluimos que ambas estrategias/modelos económicos, instrumentados recurrentemente en América Latina desde mediados del siglo pasado, operan correlativamente con las fases de auge o recesión del ahora mundializado modo de producción capitalista, contrariamente a lo sostenido por la CEPAL de los años 60. Este aserto teórico-histórico ha sido refrendado a fechas recientes por acontecimientos regionales sintomáticos del agotamiento del modelo intervencionista de corte recolonizador en diversos países de nuestra subAmérica. Aludimos a la derrota electoral del kirchnerismo en Argentina (2015), a la destitución de Dilma Rousseff en Brasil el año pasado (defenestración legal o ilegal, poco importa para este análisis), a la agudización de la multifacética crisis de la Venezuela madurista y a la autoexclusión de Rafael Correa de la baza presidencial a cumplirse en Ecuador el próximo 19 de febrero.
¿Cuál es la lógica íntima del desplome o deterioro irreversible de los referidos gobiernos, autoidentificados como progresistas, nacionalistas… y hasta socialistas? Trataremos de articularla a partir de una disección del intervencionismo/subalterno de la «revolución ciudadana» ecuatoriana.
1. El legado del caudillismo correísta
Correa Delgado accedió al poder, al despuntar el 2007, con una franquicia del amarillista PSE, enarbolando una plataforma de transformaciones radicales en los siguientes ámbitos: economía, política, ética, educación/salud y relaciones internacionales.
Condensamos a continuación la performance del régimen de Alianza País a través de un escrutinio de las cruciales esferas complementarias de la economía y la política.
En cuanto a la primera de ellas, y más allá de la retórica del oficialismo que hasta hace poco se ufanaba del «milagro ecuatoriano» y de haber convertido al país en el «jaguar sudamericano»-, la realidad más cruda del Ecuador de los días que corren no es otra que la implosión de una estrategia de modernización capitalista bajo comando de lo que, en términos marxistas, se denominaría lumpen/pequeño/burguesía para impulsar un proceso de acumulación de capital de corte reprimarizante -un lumpendesarrollo- funcional a viejas/nuevas metrópolis, particularmente a través de la creación/ampliación de la infraestructura física y energética y la explotación de bienes agrícolas, energéticos y mineros. Todo esto a costa de una desestructuración de la agricultura para el consumo interno y un nuevo infanticidio de la pequeña y mediana industria con vocación por el mercado doméstico, amén de los irreparables daños ambientales.
El inocultable colapso de la estrategia/modelo de marras se evidencia en una deuda estatal estimada en 50 mil millones de dólares al cierre del 2016 (superior a la actual de la Venezuela chavista-madurista) (1) y en un nivel de desempleo/subempleo que castiga al 60 por ciento de la fuerza laboral.
En su intento por insuflar «vida artificial» al modelo intervencionista de marras, el actual inquilino de Carondelet -especialmente a partir del 2014, fecha de inicio de una nueva caída internacional de los precios de los bienes primarios, particularmente el petróleo- , se decidirá, aparte de acicatear el endeudamiento externo-interno, a instrumentar una serie de medidas típicas del otrora denostado recetario neoliberal fondomonetarista, mediante una congelación de los salarios, insistiendo en reformas tributarias de teleología fiscalista, elevando las tarifas de los servicios públicos, eliminando subsidios (especialmente los asignados a los pensionistas del Estado), privatizando las «joyas de la corona» petroleras, concesionando puertos y carreteras al capital transnacional, impulsando contra viento y marea la megaminería en la región austral (especialmente a favor del Tío Chang), adhiriendo a un TLC (Tratado de Libre Colonización) con la declinante Unión Europea, etc. .
En suma, instrumentando acciones a favor del capital corporativo en la línea inaugurada en Latinoamérica por los Chicago boys de las dictaduras conosureñas de los años 70 y 80 del siglo pasado,
Todo esto con el agravante de que, en el caso ecuatoriano, tales ajustes recesivos se han mostrado impotentes para equilibrar medianamente las cuentas externas y el presupuesto estatal, panorama económico/financiero que ha bloqueado para un futuro previsible una salida no-catastrofista de la dolarización.
En la esfera de lo político/institucional, el hara kiri del caudillo aliancista heredará a su sucesor un panorama parecido al laberinto de Dédalo.
Aludimos a que el modelo intervencionista/subalterno, cada vez más hibridado con las recetas neoliberales, ontológicamente antinacionales y antipopulares, sólo podía operar mediante un hiperpresidencialismo, que se ha reflejado en facetas del tenor siguiente:
° La tradicional dominación oligárquico/burguesa -resquebrajada después de los gobiernos «partidocráticos» pro establecimiento de Jamil Mahuad (1998-2000), Gustavo Noboa (2000-2002), Lucio Gutiérrez (2002-2005) y Alfredo Palacio (2005-2007)- ha sido sustituida por un esquema de sojuzmiento de raigambre /lumpenpequeñoburgués; es decir, por la hegemonía de una fracción degradada de la clase media con represados apetitos por usufructuar de un Estado rentista, en asocio con fracciones internas y/o externas del capital monopólico. (2)
° Lumpemburguesía (pequeña o grande), lumpendesarrollo. Tal sería la clave teórico/histórica para comprender la puesta en marcha de las transformaciones jurídicas e institucionales del correísmo, reformas orientadas a galvanizar un Estado de corte totalitario. Aludimos a cambios que, con soporte en la Carta Política de Montecristi (2008), han devenido en la domesticación de la Asamblea Nacional, la Justicia, el denominado Consejo de Participación Ciudadana, los órganos de control como la Contralaría y la Fiscalía. Amén de una maraña de leyes y decretos enfilados a fragmentar a partidos y movimientos de oposición, sindicatos, magisterio en todos sus niveles, pueblos originarios, ecologistas, mujeres, etc., etc.
° Particular mención en este recuento de reformas absolutistas merece la configuración de un Estado de propaganda edificado a partir de la concentración de gran parte de los mass media en manos del Gobierno, para difundir las volubles verdades oficiales ya mediante rigurosos enlaces cotidianos, ya a través de zafias sabatinas.
° Métodos adicionales de control y alienación social aplicados por el correísmo han sido la cooptación de una izquierda de Ripley (Partido Comunista, Partido Comunista, Mir); la falsificación de discursos genuinamente libertarios y latinoamericanistas como los de Simón Bolívar, Eloy Alfaro o el «Che» Guevara,; la introyección de antivalores de raíz capitalista como la competencia y el exitismo individual a título de modernización educativa; los linchamientos mediáticos; la judicialización de la política, corrientemente orquestada por la agresión física, la persecución, la cárcel y el cobro de reparaciones por supuestos daños morales.
° No obstante, acaso el legado más abyecto del maximato correísta haya sido las reformas legales -tipo COIP- encaminadas a consagrar a la corrupción como una suerte de política de Estado, política que, por un curioso cortocircuito histórico, ha salido a la superficie comprometiendo a personajes de la cúpula oficial. Nos referimos a los affaires de Petroecuador y Odebrecht que, más que ningún análisis académico, han puesto al descubierto el verdadero carácter del régimen de Alianza País y que, eventualmente, se convertirían en el fiel de los inminentes comicios destinados a elegir al nuevo huésped de Carondelet.
2. Presidenciales 2017: derecha vs. derecha
Con este deprimente telón fondo, concurrirán a cumplir con el ritual mayor de la democracia delegativa entre 11-12 millones de compatriotas para elegir a un nuevo mandatario, renovar una nómina de 137 asambleístas y responder a un diversionista referendo planteado por el Ejecutivo respecto de paraísos fiscales. Todo esto en un proceso permeado por sospechas sobre la imparcialidad de un TSE ultraaliancista.
La lista de presidenciables se ha configurado con los nombres de Lenin Moreno, por el oficialista Alianza País, acompañado en la papeleta por el actual vicepresidente Jorge Glas, sospechado de máximo protagonismo en los escándalos de venalidad arriba señalados; Guillermo Lasso, banquero fundador de Creo, miembro del ultramontano Opus Dei, superministro de Jamil Mahuad, el «sepulturero del sucre»; Cynthia Viteri, asambleísta por el Partido Social Cristiano, tienda política que en su momento postuló para la silla de Carondelet a «Corleone» Febres Cordero; Paco Moncayo, general en servicio pasivo y ex alcalde de Quito, nominado por el Acuerdo Nacional por el Cambio, una heterogénea amalgama de partidos y movimientos con eje en la resucitada Izquierda Democrática; amén de cuatro candidaturas «menores», conforme a los reportes más recientes de las encuestadoras.
Contrariamente a la opinión de Atilio Boron (3) -acaso el principal panegirista regional de los regímenes del Socialismo del Siglo XXI y adherente a la tesis de un solo polo imperialista- quien visualiza en las presidenciales en referencia una reedición de la «batalla de Stalingrado», confrontación bélica que marcó el principio del fin del sueño hitleriano del «Imperio de los Mil Años», nuestra opinión es que, sin negar alguna significación geopolítica a nuestros comicios febreristas, lo concreto es que tal evento -más allá de la feria de ilusiones de la campaña- supondrá en la práctica una confrontación en el seno de la derecha político/económica, donde un extremo -la candidatura de Moreno- representará el intento continuista de un intervencionismo y asistencialismo en soletas y el otro -la candidatura de Lasso- expresará una propuesta de retorno a un neoliberalismo puro y duro a cumplirse a través de un desmantelamiento inmediato de la tributación directa e indirecta. La oferta del candidato oficialista de ejecutar un Plan de Vivienda para la construcción de 325 mil casas con financiamiento externo a entregarse gratuitamente a los pobres, por un lado, y por otro, el compromiso del banquero de crear un millón de empleos en el cuatrenio próximo apelando a la inversión foránea y al establecimiento de zonas francas ilustran sobre las borrosas diferencias entre los protagonistas de la puja electoral.
Expuesto en otras palabras, singulariza al torneo eleccionario a punto de culminar a) la no alusión ni siquiera epidérmica a los problemas histórico/estructurales del país (incluida la sobredeterminante victoria del nacionalismo imperialista representado por Donald Trump o el hundimiento de la Europa de Maastrich) y b) la ausencia de un postulante que represente genuinamente a la clase trabajadora y popular o que, al menos, exhiba un perfil socialdemócrata.
Notas
(1) Cf. el estudio «Deuda, presiones y emergencias: ¿hay alternativa para Venezuela» (ALAI: 02/02/2017)
(2) Por cierto, las raíces de esta forma de acumulación pequeñoburguesa en nuestro país las identificó Agustín Cueva en su clásico historiográfico El proceso de dominación política en el Ecuador (Ediciones Crítica, Quito, 1972), al analizar la fase degradada de la revolución «juliana».
(3) Cf. «La ‘batalla de Stalingrado’ se librará en Ecuador». (ALAI: 05/02/2017)
René Báez. International Writers Association