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Aproximaciones a El siglo soviético, de Moshe Lewin

El sistema soviético (III)

Fuentes: Rebelión

Pero lo sustancial, el cambio del mundo que se esperaba, ese no se ha producido igual cuidando la eficacia que descuidándola. Si se me permite decirlo con una frase un poco provocativa, la eficacia ha sido tan ineficaz como la ineficacia. Ha habido cambios técnicos en la detentación del poder y nada más, con gran […]

Pero lo sustancial, el cambio del mundo que se esperaba, ese no se ha producido igual cuidando la eficacia que descuidándola. Si se me permite decirlo con una frase un poco provocativa, la eficacia ha sido tan ineficaz como la ineficacia. Ha habido cambios técnicos en la detentación del poder y nada más, con gran desesperación de los más clarividentes protagonistas del cambio. Sería hora de decir de una vez que Lenin ha muerto deprimido, convencido de haberlo hecho mal, y de que todo había fracasado.

Manuel Sacristán (1979)

 

 

Dos errores frecuentes, señala Moshe Lewin [ML] en el capítulo «¿Qué fue el sistema soviético?» (páginas 469-484), una sección muy importante de su libro, han perjudicado y perjudican el debate sobre la URSS. El primero es considerar el anticomunismo como un estudio de la Unión Soviética (cosa que no es por supuesto); el segundo, consecuencia del primero, consiste en estalinizar todo el conjunto del fenómeno soviético, todo, «como si de un gulag gigantesco se hubiera tratado de principio a fin».

Sobre el primer error: el anticomunismo, y sus doctrinas derivadas, no es propiamente una disciplina histórica sino «una ideología enmascarada de disciplina que no sólo no se correspondía con las realidades del «animal político» en cuestión, sino que, enarbolando la bandera de la democracia, explotó el régimen autoritario (dictatorial) de la URSS», en beneficio, remarca el autor, de causas autoritarias aún peores. Ejemplos: marcartismo o el papel subversivo de Hoover. Hay más casos: «las vergonzosas maniobras de la derecha alemana para lavar la imagen de Hitler poniendo en primer plano la figura de Stalin y sus atrocidades» es consecuencia del uso y abuso de la historia. La tesis, la reconocida tesis del autor: en su defensa, en su supuesta defensa de los derechos humanos, Occidente ha demostrado una actitud demasiado indulgente para con algunos régimenes al tiempo que se mostraba excesivamente duro con otros, por no hablar de sus propias violaciones de los derechos humanos que son legión: Guatemala, Chile, Vietnam, Colombia, Argentina, Panamá, Granada, etc.

Cita a continuación ML elogiosamente un artículo de David Joravsky; «Communism in Historical Perspective», The American Historical Review, vol. 99, junio de 1994, pp. 837-857. D. Joravsky, sostine ML; ha sido especialmente duro «en sus críticas a los métodos de los que se ha servido Occidente para maquillar su imagen, como si los himnos entonados por los «anticomunistas» por la economía de mercado y la defensa de los derechos humanos, de la democracia y de las libertades fueran a ayudarnos a entender la URSS». Su resumen del artículo referenciado: 1. El «totalitarismo», una herramienta históricamente inadecuada y puramente ideológica comenta, «servía para ocultar las diferentes etapas escabrosas de la historia de Occidente -a partir de las terroríficas carnicerías que se iniciaron con la primera guerra mundial- y para referirse a las contradicciones y a los puntos débiles de los regímenes democráticos occidentales, así como a las malas acciones de las políticas imperialistas que aún seguían en vigor». 2. También ha criticado Joravsky las contradicciones y los fracasos de la socialdemocracia alemana: «su tan loada renuncia al radicalismo de clase y la conversión a unos procedimientos presuntamente democráticos sirvieron para castrar al SPD y convertirlo en un adlátere y posteriormente en una víctima de los regímenes oscurantistas contra los que no estaba preparado para luchar». 3. Por lo demás, «la sensata llamada a dejar de correr un velo sobre los muchos errores de la civilización occidental y su terrible crisis (lo que lleva, por extensión, a magnificar la lúgubre realidad del otro lado) también era una llamada a devolver la dignidad a la investigación histórica y a admitir una verdad inevitable: por específica y modelada que esté a partir de sus propias tradiciones históricas, el «otro lado» también era un producto de la crisis de la civilización dominada por Occidente y su sistema imperialista mundial».

Con todo, prosigue ML, la pregunta central es la siguiente: ¿dónde podemos, dónde debemos situar, en el gran libro de la Historia, el sistema soviético? Su reflexión es que «la respuesta es mucho más compleja en tanto que hubo dos, o incluso tres, versiones de dicho sistema, sin contar el período de la guerra civil, años en los que no fue sino un campamento militar». La historia de Rusia es, en su opinión, «un extraordinario laboratorio para el estudio de todo un abanico de sistemas autoritarios y sus crisis, un laboratorio que llega hasta nuestros días». Formula entonces la pregunta con otras palabras, centrándose en el sistema después de la muerte de Stalin (antes ya hablado largo y tendido sobre el estalinismo): «¿era socialista?».

Sin lugar a dudas, no, no lo era. «El socialismo supone que la propiedad de los medios de producción es de la sociedad, no de una burocracia. Siempre se ha pensado en el socialismo como una etapa más de la democracia política, no como un rechazo. Por ello, seguir hablando de «socialismo soviético» es presentar una auténtica comedia de los errores». Asumir que el socialismo fuera factible «supondría la socialización de la economía y la democratización de la política». Lo que sucedió realmente en la Unión Soviética «no fue sino el dominio de la economía por parte del Estado y una burocratización de la economía y de la política». Su apostilla metodológica: «Si, ante un hipopótamo, alguien insistiera en afirmar que se trata de una jirafa, ¿se le otorgaría una cátedra en zoología? ¿Acaso las ciencias sociales son menos exactas que la zoología?»

¿Dónde se ubica la confusión? La confusión, señala ML, «emana del hecho de que la URSS no era capitalista: el control de la economía y de otros activos nacionales estaba en manos del Estado, es decir, el último escalafón de la burocracia. Nos hallamos ante una característica definitoria crucial, que provoca que debamos situar bajo el mismo paraguas al sistema soviético y a los regímenes tradicionales en los que la propiedad de un patrimonio extraordinario equivalía al poder del Estado». En el caso soviético, la burocracia se hizo «con un poder indiviso e incontestado. El «absolutismo burocrático», un pariente de los viejos «despotismos agrarios», era mucho más moderno que el de los zares o el de Stalin, pero pertenecía al mismo grupo, sobre todo cuando el Estado arrebataba el control político a la población».

Por otra parte, los argumentos esgrimidos, suponen también que «el Estado burocrático soviético, a pesar de las innovaciones revolucionarias tanto en el terreno de la terminología como en el reclutamiento de personal procedente de las clases bajas, se erigió en el heredero directo de muchas de las viejas instituciones zaristas, de modo que era inevitable que continuara con las tradiciones zaristas de construcción del Estado». Todo ello se debió,en gran parte, a que «después de la revolución, las agencias que volvieron a funcionar bajo los auspicios soviéticos tan sólo podían cumplir su misión con la intervención de funcionarios del antiguo régimen. El propio Lenin observó con pesar que secciones enteras de la administración zarista seguían en activo con el nuevo régimen, lo que propició un grado de continuidad histórica mayor que el imaginado antes de la Revolución de octubre».

El nuevo régimen, a diferencia de lo señalado por Lenin en El estado y la revolución, «tenía que aprender a llevar las finanzas, los asuntos exteriores, las cuestiones militares o las operaciones de inteligencia, y se veía obligado no sólo a recurrir a los conocimientos de algunos especialistas, sino de agencias, entes que, en buena medida, seguían funcionando de acuerdo con procedimientos ya establecidos». No fue posible sustituir, sin más, a los viejos funcionarios públicos o cambiarlos de un día para otro. Tal y como lo veía Lenin, el problema al que se enfrentaban era lograr que trabajaran mejor. Ese era el punto.

Continuamos la semana próxima en torno a esta misma problemática.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.