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El Festival Photon expone las imágenes del fotodocumentalista Javier Arcenillas

«Latidoamérica», fotografías del crimen en Honduras

Fuentes: Rebelión

En 2016 se produjeron 5.154 homicidios en Honduras, según el Observatorio de la Violencia de la Universidad Nacional Autónoma de Honduras (UNAH), una cifra similar a la del año 2015. Además las estadísticas policiales informaron de 341 muertes violentas en el país sólo en enero de 2017, lo que supone una media de más de […]

En 2016 se produjeron 5.154 homicidios en Honduras, según el Observatorio de la Violencia de la Universidad Nacional Autónoma de Honduras (UNAH), una cifra similar a la del año 2015. Además las estadísticas policiales informaron de 341 muertes violentas en el país sólo en enero de 2017, lo que supone una media de más de 11 asesinatos diarios. El pasado marzo, el Consejo de Derechos Humanos de la ONU señaló que en Honduras continúan siendo «alarmantes» las tasas de violencia e inseguridad. En 2014 Honduras era el país -en situación no bélica- más violento del mundo, y en 2015 la UNAH consideraba en un informe que el 96% de los homicidios permanecían en la impunidad. Asimismo se calcula que la cifra de personas desplazadas en la década 2004-2014 asciende a 174.000.

«La violencia en Honduras hunde sus raíces en el hambre; el entrenamiento de jóvenes y niños para utilizarlos como sicarios es habitual, atraídos por la facilidad de hacer dinero rápido», explican los paneles de la muestra «Latidoamérica», del fotodocumentalista Javier Arcenillas, que se exponen al público hasta el 28 de mayo en el Centre Cultural La Nau de la Universitat de València. Fruto de un trabajo de cinco años en el país centroamericano, Arcenillas ha retratado los lugares de la muerte -en las familias y el sistema policial-, así como la vida de los sicarios. La exposición se integra en las actividades del séptimo Festival Internacional de Fotoperiodismo Photon, celebrado en Valencia.

La muestra comienza con una fotografía a modo de panel con pistolas encuadradas; en un primer plano, figuran dos manos captadas por la cámara hasta el antebrazo. Las manos están sujetando un revólver. La exposición se cierra con la víctima de un homicidio, todavía sanguinolenta y con la zamarra hasta arriba en medio de la carretera. El crimen acaba de perpetrarse… En la sala pueden observarse asimismo las fotografías de un «marero» asesinado por asfixia en la prisión de la ciudad de San Pedro Sula, en agosto de 2014. Es conducido a la morgue del hospital, mientras dos menores observan el paso del cadáver tras las rejas. También en San Pedro Sula, la batida policial en torno a la colonia San Francisco para detener a algunos miembros de la banda de los Alegría. O los presos -todavía sin identificar- en dependencias policiales de esta ciudad, por robo y tráfico de drogas; y las mujeres detenidas por delitos menores en celdas de prevención de la comisaría del Distrito 15 de Belén en Tegucigalpa. El espectador puede acercarse asimismo a la fotografía de un sicario apuntando a la víctima con el cañón de una pistola, mientras le sella una marca en el cuello.

Después de trabajar como fotoperiodista en medios como Marca o Diario 16, Javier Arcenillas partió a Centroamérica en 2006 para trabajar en El Periódico de Guatemala. Allí publicaba en la sección «Nota Roja», en la que se informaba de las muertes habitualmente adscritas a «Sucesos». En esta etapa, en la que cobraba 550 euros mensuales, conoció a los primeros sicarios. Tras cuatro años de trabajo fotográfico, y de idas y venidas atravesando el océano, publicó el libro «Sicarios», cuyas imágenes han aparecido en cerca de 300 periódicos y revistas. De este modo financia los viajes para ejercer la fotografía documental.

Al tiempo que desarrollaba el proyecto, descubrió que existían tres escalas de sicariato. La de grado «bajo», que cumple un encargo de asesinato por 10-20 dólares. La «media», de la que forman parte militares que en ocasiones trabajan para cárteles. Y los profesionales o «free lance», que pueden «matarte cuando menos te lo esperes», afirma el fotógrafo. En este caso puede tratarse de exmilitares de Estados Unidos, México, Guatemala o Colombia, quienes muchas veces camuflan sus servicios bajo las siglas de una empresa de seguridad privada. Asesinos con los que conversó justificaban su actividad: «La responsabilidad es de quien nos contrata».

Ya editado el libro «Sicarios», el fotógrafo conoció al periodista Alberto Arce, quien trabajaba entonces en Honduras. Arcenillas tenía la idea de dirigirse a San Pedro Sula, «la ciudad más violenta de América Latina durante una década y, por lo tanto, del mundo». Describe la situación en esta ciudad como muy similar a las de las películas del Oeste: «En cualquier esquina te podían pegar dos tiros». Pero más allá de la estadística, las razones de fondo de la violencia en Honduras obedecen a su posición estratégica: «Es el país de tránsito para la droga que pasa de Colombia a Estados Unidos», explica durante una conferencia en el Centre Cultural La Nau de la Universitat de València. Alberto Arce trabajaba para la agencia francesa Associated press (AP), y Javier Arcenillas empezó a colaborar con el periódico La Tercera de Chile. Además en Honduras quería imprimir un viraje a sus fotografías: ya no se trataría tanto de captar a los sicarios, como a sus víctimas.

Arcenillas se confiesa un fotógrafo muy directo, que cree poco en frases ya resobadas como la de Robert Cappa: «Si vuestras fotos no son bastante buenas, es que no estáis suficientemente cerca». En la praxis diaria del fotodocumentalista uno de los factores capitales es el «Fixer» (guía que le orienta en el acceso a las fuentes). En Honduras le ayudó Orlin Castro, del Canal 6 de Televisión. «Él conocía a todos los policías y criminales de San Pedro Sula». Porque lo difícil para el fotógrafo es poder entrar con la cámara en una morgue, a los calabozos de una comisaría, acceder a un decomiso de armas o tomar instantáneas de un tiroteo. En Honduras consiguió fotos de una balacera entre dos bandas de criminales, en medio de una refriega a la que después se añadió el ejército y más tarde la policía. ¿Cómo se puede sobrevivir durante ocho horas en medio de los disparos? «Pasas mucho terror, pero si te bloqueas estás muerto». Como a la mayoría de fotoperiodistas que se exponen a situaciones de gran riesgo, le han disparado y herido.

En el siguiente destino, El Salvador, Arcenillas realizó fotografías a las pandillas. Resume su labor en este país con una imagen gráfica: «Niños de 16 años con pistola matando a diestro y siniestro». Y otra, lapidaria, para condensar su periplo de años en Centroamérica: «Todos los sicarios con los que trabajé en Guatemala y Honduras en 2007 están hoy muertos». Sobre la violencia, «vivimos en un mundo de mierda, estamos como anestesiados; igual que si fuéramos zombis; sólo con pensar que Trump y Rajoy ganan elecciones…». Hace tres años que Javier Arcenillas imprimió un giro a su labor de fotógrafo. Trabaja en equipo con el periodista Alberto G. Palomo, quien se encarga de la redacción de los reportajes. Pero al igual que hace dos décadas, cuando tomaba instantáneas en el Tour de Francia, en estadios de fútbol, de Rajoy y Zapatero o haciendo guardias en la Audiencia Nacional, tiene que hacer primero fotoperiodismo en la prensa diaria para después visibilizar a los «olvidados».

Entre diciembre y enero de 2017 el fotógrafo se desplazó a la Republica Dominicana y Haití, donde entre otros asuntos retrató los efectos del cólera. Es la vida del «free-lance», del autónomo y del «machaca», como se define Arcenillas. Tiene amigos, grandes profesionales en la especialidad documental, que se han reconvertido a fotógrafo de bodas. «Se gana dinero, y es un mundo mucho más feliz». La otra cara puede observarse en la exposición «Latidoamérica», con la fotografía de un tiroteo en la zona 10 de Ciudad de Guatemala por el que resulta asesinada Karina Marlene Guerra. Terminan con su vida diez disparos de bala realizados desde un taxi. Al fondo aparece un autobús desvencijado y en un primer plano, la silueta en tiza del cadáver de Karina, en el medio de la calzada.

El espectador puede también acercarse a la fotografía de un mapa estremecedor. El de las fosas comunes en El Salvador, realizado por el criminalista e investigador forense Israel Antonio Ticas, conocido como «el abogado de los muertos». Las fosas aparecen punteadas sobre el plano, y en la parte derecha de la imagen se advierte una gran calavera. Otro punto del recorrido por la sala es la imagen de un decomiso en los calabozos de la comisaría del municipio de La Unión. A los detenidos se les dirige, con las manos atadas por los pasillos, a que pasen los controles. Mientras, los policías se disponen a realizar los registros. Y también la fotografía de la morgue del hospital Mario Catalino Rubio, en San Pedro Sula, con el cuerpo amortajado de un hombre asesinado a tiros. Los restos permanecen en una destartalada habitación.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.