Somos muchos y muchas los que acudimos con gran indignación al tratamiento mediático que le está dando al último episodio que la barbarie salafista ha protagonizado dentro de nuestras fronteras. Nos repugna ser testigos una vez más de la hipocresía y el cinismo con el que procede el imperialismo, pues mientras que la guerra global […]
Somos muchos y muchas los que acudimos con gran indignación al tratamiento mediático que le está dando al último episodio que la barbarie salafista ha protagonizado dentro de nuestras fronteras. Nos repugna ser testigos una vez más de la hipocresía y el cinismo con el que procede el imperialismo, pues mientras que la guerra global que desataron sus fuerzas llega a nuestros hogares, sus diferentes mamporreros y profesionales de la manipulación, siervos del capital y de los monopolios, llevan a cabo una estrategia mediática que trata de dirigir a la opinión pública hacia debates absurdos – como el que se está dando acerca de los bolardos-, que esconde las miserias de un pacto antiterrorista que en ningún momento ha planteado el conflicto desde la raíz y que está siendo utilizado para justificar el refuerzo del aparato represivo del Estado y el recorte de libertades civiles, y que se esfuerza en crear un sentimentalismo acrítico en la ciudadanía, usando el dolor y la tristeza para construir una especie de narración dramática de los acontecimientos que despierte las pasiones y los sentimientos más desgarradores en unos espectadores que no necesitan saber más allá de ese relato narrado de forma conjunta y coordinada por todos los medios de masas, pues dicho relato dispone de todos los elementos necesarios para satisfacer las conciencias de nuestras sociedades: un grupo de villanos liberados por un ser siniestro, víctimas civiles e inocentes, un o unos héroes vencedores y una elite salvadora en la que confiar y a la que estar agradecidos.
Pero hay quien intentamos ver mucho más allá de ese relato y profundizar en lo ocurrido, y cuando comienzas a realizar las preguntas oportunas: ¿quiénes son los responsables?, ¿Dónde se encuentra el verdadero origen del conflicto?, ¿cuál es el contexto en el que se desarrolla? Y, sobre todo ¿qué podemos hacer para frenarlo y poner fin a la barbarie?, empiezas a comprender el interés que existe por parte de las potencias imperialistas en mantener el cerco mediático, un imperialismo preso de ese interés que se bate en una serie de contradicciones que lo demuestran impotente a la hora de contestar a nuestra última pregunta.
Ronald Dumas, exministro francés de asuntos exteriores, afirma que desde el año 2001 Gran Bretaña ha formado a personas para que desestabilizasen a la república árabe de Siria, la cual representa una verdadera piedra en el zapato para las intenciones económicas de las grandes empresas y de los monopolios occidentales, los cuales, a través de los Estados que ellos mismos gestionan, han tratado de destruir el gobierno antiimperialista sirio en repetidas ocasiones desde que lo intentasen por primera vez en 1957, con un plan orquestado por la CIA y el MI6 que consistía en provocar disturbios en Damasco, capitaneados estos por los Hermanos Musulmanes, para provocar una gran crisis que facilitase la imposición de un gobierno títere.
John Bolton, subsecretario de Estado con Bush, afirma en 2002 la existencia de un plan para acabar con los gobiernos de Siria y Libia.
Amine Hoteit, general de brigada libanés, estima que el Estado Islámico se crea en Irak en 2004 y, tras el veto ruso a la intervención en Siria en el Consejo de Seguridad de la ONU en 2011, es enviado a Siria a combatir. Uno de sus miembros funda en 2012 el frente Al Nusra, aunque más tarde, ya en 2014, estos grupos fanáticos llegarán a enfrentarse entre sí por el control de los territorios y de la hegemonía, llegando a provocarse 1500 muertos en dichos enfrentamientos.
Esta continua injerencia sobre suelo árabe tiene razones de distinto significado. Por un lado, las potencias imperialistas quieren hacerse con el control de los recursos y de sus vías de transporte, como es el caso del oleoducto que transporta el petróleo de Irak a Turquía, y por otro pretenden aniquilar las luchas políticas antiimperialistas encaminadas a la construcción de gobiernos progresistas basados en la unidad de los pueblos árabes, una unidad que haría inviable dicha injerencia y que ha motivado a las citadas potencias imperiales a fragmentar la región en estados débiles que fuesen dependientes y manejables, y que a su vez no supusiesen desafío alguno para las monarquías artificiales – esas mismas que patrocinan el wahabismo – creadas por el imperialismo inglés.
Como vemos, hay décadas de trabajo por parte de los gobiernos occidentales para hacerse con el control de los territorios árabes y de sus recursos.
Tras la llamada por la prensa occidental «Primavera Árabe» en 2010 cayeron dictaduras proimperialistas como las de Túnez y Egipto. Aprovechando las legítimas protestas de los pueblos árabes, la OTAN se lanzó al asalto de sus antiguos enemigos apoyada por diferentes grupos terroristas, tales como Al Qaeda, quienes fueron imprescindibles en el derrocamiento del gobierno libio de Muammar El Gadafi en 2011.
Según se ha sabido a través de Wikileaks, de 2006 a 2010 EEUU gastó doce millones de dólares en la elaboración del plan que comenzó a desatarse violentamente en marzo de 2011 en la ciudad siria de Daraa y que se extendió a otras ciudades del país, degenerando lo que había comenzado como una protesta legítima contra el gobierno sirio en actos de terror llevados a cabo por los grupos criminales takfiries al servicio de EEUU y traídos desde países como Libia, Túnez, Turquía o Irak.
En ese mismo año el periodista Wayne Madsen acusa al embajador gringo en Damasco de ser responsable del reclutamiento de «insurgentes» provenientes de Al Qaeda para enviarles a atacar a las autoridades sirias y al propio pueblo.
En 2012, el New York Times saca a la luz la operación que daba comienzo por entonces en Siria, donde la CIA organiza con la ayuda financiera de Arabia Saudí, Qatar y sus petro-fascistas la entrega de 3500 toneladas de armas a través de las bases en Turquía y Jordania a los terroristas salafistas que están sembrando el terror en la resistente república árabe. Turquía recordemos, al igual que Israel, son Estados totalmente al servicio del imperialismo y han respaldado la agresión contra Siria no sólo a nivel logístico y financiero, sino que, directamente, han realizado continuos ataques militares contra el ejército Árabe Sirio, así como el reclutamiento y envío de mercenarios salafistas.
También en el 2012 tiene lugar una reunión en Túnez de los servicios secretos de EEUU, Francia, Gran Bretaña, Turquía, Arabia Saudí y Qatar para dar comienzo a un plan golpista llamado «Volcán de Damasco y seísmo de Siria». El 18 de Julio los mercenarios de las potencias imperialistas se lanzan al asalto de Damasco tras una serie de atentados contra personalidades públicas del gobierno sirio, pero este demuestra más apoyo popular y más capacidad para el combate que otros a los que anteriormente ataco el imperialismo y resiste al golpe.
Para entonces los grupos terroristas que defienden las posiciones del imperialismo ya reinan en ciudades como Alepo, donde los salafistas de Al Nusra imponen la ley islámica mediante el terror de sus autodenominados «tribunales».
Desde el portal Worldnet Daily informan de que ya en 2012 se entrenaba a los fanáticos del EI en una base secreta en Jordania por instructores norteamericanos. Así mismo sucedía en la base yankee de Incirlik, en Turquía.
Este monstruo fabricado desde Washington sirvió a las potencias imperialistas en su misión de arrasar y controlar países como Afganistán, Irak o Siria, pero ahora se muestra incontrolable en su afán por imponer su fanatismo, su implacable fascismo al servicio de la burguesía traidora que lo financia y apoya, sosteniendo ideológicamente en su demencial extremismo religioso, el salafismo, una corriente marginal del Islam fundada por Ibn Taymiyyah en el siglo XIII y que nunca ha sido reconocida por los sabios del Islam. Estos grupos terroristas (Al Qaeda, Al Nursa, Estado Islámico, Ejercito Libre Sirio…), estas organizaciones islámico-fascistas, han sido entrenadas militarmente y enviadas por el imperialismo occidental y las monarquías wahabistas aliadas para destruir cualquier atisbo de proyecto socializante en los países árabes. A su vez, nuestros medios de comunicación y hasta diferentes organizaciones de izquierda se han sumado a justificar la agresión imperialista en países como Libia o Siria sin tener en cuenta que a quienes se lanza contra estos estados soberanos es a los representantes del fascismo en el mundo árabe, los cuales afirman que «una sociedad laica, multiconfesional y socialista es una sociedad corrompida». En definitiva, lo que pretenden es imponer allí donde atacan una sociedad regida por leyes religiosas, que imposibilitan el desarrollo, que truncan la convivencia entre credos, etnias o razas y en donde opere libremente el capital privado extranjero en beneficio de una corporación gobernante impuesta por las armas. Algo muy parecido a lo que sucedió en el estado español en 1939 y que tuvo consecuencias calamitosas.
Los datos son sin duda sangrantes, y es mucho lo que se queda en el tintero, pero no menos sangrante es acudir estos días a nuestros medios de comunicación. Ya vemos que son muchos y muy vergonzosos los motivos por los que necesitan vaciar de contenido político lo ocurrido el 17 de agosto en Barcelona, y si para frenar la reflexión y la crítica política que alberga la tragedia tienen que echar mano del sufrimiento de las víctimas, ya hemos comprobado en otras ocasiones que no les tiembla el pulso.
Si queremos la paz, si queremos poner cerco al genocidio al que el capitalismo, hoy en su fase más brutal, el imperialismo, nos está llevando, es urgente que desalojemos del poder en Occidente a los gobiernos y las monarquías que trabajan en beneficio exclusivo del capital, que gestionan sin escrúpulos desde los estados sus asuntos de clase, unos asuntos de clase de una burguesía imperial cada vez más corrompida y degenerada.
Debemos poner en marcha todos los resortes de la solidaridad activa con los y las internacionalistas que resisten en este mismo instante en lugares como Siria, Palestina, Kurdistán o Turquía contra la maquinaria de terror islamofacistas al servicio del imperialismo.
Cuando nos dijeron que ya no tendría sentido, vuelve con más fuerza que nunca la vieja consigna:
¡¡Ni guerra entre pueblos, ni paz entre clases!!
* Los datos e informaciones aquí expuestas han sido recopilados del portentoso y necesario trabajo llevado a cabo por el Doctor José Antonio Egido en su obra ‘Siria es el centro del mundo’, de la editorial Templando el Acero.
Prisión de Navalcarnero, agosto de 2017
Fuente: http://blogs.publico.es/otrasmiradas/10003/donde-se-dirigen-las-miradas/