Dos crónicas sobre un debate televisivo. 1.- Escribía en Gara el periodista e historiador alemán, Ingo Niebel, entre otras cosas que «el único debate televisado entre los dos principales candidatos, la actual jefa de Gobierno Angela Merkel (CDU), y el presidente socialdemócrata Martin Schulz (SPD), no convenció a los indecisos a tres semanas antes de […]
Dos crónicas sobre un debate televisivo.
1.- Escribía en Gara el periodista e historiador alemán, Ingo Niebel, entre otras cosas que «el único debate televisado entre los dos principales candidatos, la actual jefa de Gobierno Angela Merkel (CDU), y el presidente socialdemócrata Martin Schulz (SPD), no convenció a los indecisos a tres semanas antes de las elecciones generales. Más bien fue un evento para la «casta», en el que ambos ignoraron los problemas que preocupan la sociedad… Quedó claro que ambos partidos están atrapados en la Gran Coalición. Al SPD le faltan la fuerza propia y los socios para romper ese consenso…, la canciller democristiana utilizó todo su peso político para imponer el formato que unos 16 millones de espectadores vieron el domingo en los cuatro principales canales de TV, los dos públicos (ARD y ZDF) y los dos privados (RTL y SAT1)…, Merkel y Schulz se enfrentaron a cuatro periodistas, respetando la paridad de sexo y representando a las respectivas cadenas de TV. Dado que Schulz contestó varias veces como si estuviera recitando una respuesta anteriormente memorizada, dejó patente que él y la jefa de Gobierno sabían con antelación las preguntas que les iban a caer… En los 97 minutos que duró el espectáculo se tocaron más bien los temas que interesan a la élite política y mediática, es decir a la «casta». Marginados o incluso excluidos quedaron los que preocupan ante todo a la mayoría social como la igualdad para todos los niños en la educación y el miedo a vivir una vejez en la pobreza por tener una pensión que no supera los gastos reales de la vida diaria. Durante casi una hora las preguntas y respuestas giraron en torno a la política exterior, que no tiene importancia para la sociedad alemana, centrándose en la acogida de refugiados. En este aspecto se notó cierta tendencia derechista, no sólo por parte de determinados periodistas sino, entre líneas, también de Schulz».
2.- Y en Der Spiegel el periodista Jakob Augstein calificaba al señor Schulz de chico bueno (der brave Herr Schulz«)
Escribía: «Martin Schulz se comportó como alguien que no quiere ser canciller. Su duelo en TV fue su última oportunidad para acceder al puesto y debió aprovecharla.
Sin lucha no se llega a canciller, y en este debate en nada molestó a Angela Merkel. Y sin zarandeo ella seguirá en su puesto. Schulz debió comportarse como un aguafiestas, como un alborotador, como un agitador que llama a la pelea, a ponerse las pilas, debía despertar al votante, que sintiera cosquilleo por la democracia, que insuflara coraje donde habita el miedo, En ese duelo televisivo Schulz no fue tal, quizá no es así, quizá tan sólo es un hombre formal sin ingenio ni chispa.
El debate fue del regusto de Merkel sin mérito de su parte. Pareció cansada. Le bastó no cometer fallos. Cuando se tiene una oportunidad hay que aprovecharla, más si las encuestas auguran malos presagios para el SPD. Sólo una minoría confía en su victoria y son muchos los indecisos. Martin Schulz debió saltar al ruedo para atraerlos a su proyecto, tal como anunció al inicio del debate. Pero no lo hizo. ¿Por qué? Tuvo una oportunidad y la desaprovechó.
Por algo se llama Wahlkampf, combate, lucha electoral, los cancilleres en Alemania no son elegidos sino destituidos por los electores (Kanzler werden in Deutschland nicht gewählt – sie werden abgewählt). La tarea del desafiador consiste en desenmascarar a la canciller como amortizable. El candidato se encuentra ante un dilema porque la agresividad también puede provocar miedo. La agresividad deforma, desfigura y borra rasgos. ¿Y a quién le gusta un pendenciero? Y en este caso un problema añadido: un hombre apaleando, molestando y zahiriendo -aun cuando sólo verbalmente- a una mujer por su puesto. Pero quien no lucha que no se presente. Quien no da la sensación de ir a por el puesto no lo va a conseguir. Tiene que ser un duelo, un combate, y no un dúo. Por algo se llama lucha electoral.
¿Y ese señor con barba y gafas quiere ser canciller? ¿Por qué?
Cuando al inicio del año se anunció la candidatura a canciller de Martín Schulz éste entusiasmó a la gente con una palabra: respeto. Respeto por los trabajadores, por su labor y su aportación, respeto hacia la persona en una sociedad cada vez más injusta y desigual. Esta desigualdad y esta injusticia son temas con los que Schulz se lanzó al ruedo, pero que en este debate brillaron por su ausencia, o no aparecieron o si asomaron apenas se desarrollaron.
El final de Merkel hablando de «un país socialmente justo, consistente y solidario» sonó a broma y chanza. ¿En qué país pensaba? No podía ser la Alemania de la que ella es canciller. La Alemania de Merkel no es país de la solidaridad y del compañerismo sino de la división. Es un mito moderno eso de que Merkel es algo así como una canciller socialdemócrata, igual que lo es que su partido haya girado a la izquierda restando de ese modo base y razón de ser al SPD. Nada de esto es verdad. La desigualdad y la injusticia han aumentado en la Alemania de Merkel. Lo que sí ha disminuido es la disposición de los votantes a reconocerlo y la de los periodistas a sacarlo a la luz y describirlo, a llamar al pan pan y al vino vino.
Apenas se ha hablado de otros temas que no fueran los musulmanes y los emigrantes
En esa tarde-noche del debate, por el contrario, los periodistas hicieron lo posible por contrarrestar la acusación de que los medios alemanes huelen a «verdes izquierdosos». Largos, eternos minutos sobre musulmanes y emigrantes, extranjeros y refugiados, traficantes de humanos y gente dañina. ¿Es acaso ése el tema central de la campaña, la capacidad para expulsar?
En esta lucha electoral, que hasta el momento no aparece, todo el país aguardaba este debate, debía ser el vendaval que hasta el momento no soplaba. Demasiadas esperanzas para un debate, y porque sólo debía haber un debate la canciller y su gente sabían que no debían cometer errores, que debían evitar riesgos innecesarios. Es absurdo en 97 minutos tratar todos los temas de campaña, incluido en ellos el minuto final de conclusión y agur.
Además en los estudios reinó un tono amigable, de compañerismo, de confraternidad político-publicitaria, que a uno debiera avergonzarle. Los periodistas se comportaron como si fueran empleados de Merkel, cuando debieran ser sus controladores.
Pero no, en nada ayuda a Schulz ni al SPD cargar la responsabilidad en el formato o echar la culpa a los moderadores. Schulz debiera haber hablado de sus temas y sus sentires contra viento y marea, en contra de la canciller, de los moderadores y del formato. Debía haber convertido la emisión en su emisión. Y en lugar de ello apareció el hombre formal, un buen chico.
Y es posible que los buenos chicos vayan al cielo, pero seguro que no llegarán nunca a cancilleres de Alemania».
Es música que me suena: la de los candidatos, la del formato y también la de los moderadores.
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