Ahora que vamos despacio, vamos a contar mentiras, ¡tra-la-rá!, por el mar corren las liebres, por el monte las sardinas… Pues sí oiga, que bien nos lo hemos pasado de fiesta. Y no, no voy a ser yo el que tire la primera piedra a ese templo del patriotismo que es la constitución, ese «libro […]
Ahora que vamos despacio, vamos a contar mentiras, ¡tra-la-rá!, por el mar corren las liebres, por el monte las sardinas…
Pues sí oiga, que bien nos lo hemos pasado de fiesta. Y no, no voy a ser yo el que tire la primera piedra a ese templo del patriotismo que es la constitución, ese «libro sagrado» y «revelado», repleto de verdades axiomáticas, cuestionables solo por el infiel de esta nueva -o no tan nueva- religión. Me refiero a los paganos, o peor aún, los ateos que no creen o -valga el galimatías- que creen que las leyes están hechas para servir a la sociedad y no viceversa. Podremos perdonar a los que cometen delitos y se financian «como buenamente pueden» pero nunca perdonaremos a los que sueñan con mundos mejores. Las leyes no se tocan y menos si se amparan en un modelo incuestionable como el nuestro, un «reino de justicia» cimentado en la transición a la democracia, esa misma en la que muchos se empeñan en prologar. Pero no, no me llame escéptico, créame soy un creyente, estoy convencido que todos los que abanderan con orgullo la rojigualda en día tan señalado leyeron y estudiaron la constitución. A los hechos me remito. Basta con ojear -más que hojear- el artículo 14 de la Constitución para ver que todo se cumple: «Los españoles -mucho españoles- son iguales ante la ley». Evidentemente, todos somos juzgados de igual manera, tal y como se aprecia en el día a día. Y si no, observe el juicio por la caja B. ¿Tanto ruido por una caja? Menos mal que el letrado que llamó a declarar a Rajoy ha sido apartado del caso. ¡Maldito anticonstitucionalista! Bien sigamos, pasemos al artículo 35. Ciertamente, puede parecerle que no se cumple eso de que «todos los españoles tienen el derecho al trabajo y una remuneración suficiente para satisfacer sus necesidades y las de su familia». Pero todos sabemos que hay mucho vago y al fin y al cabo las ratio de pobreza tienden a ser incrementadas por un afán de celo… tal y como versa el famoso aforismo «solo somos iguales cuando nacemos y lloramos». Luego ya… luego ya nada.
Continuemos con nuestro libro de cabecera, nuestra sagrada constitución ¿Qué le parece el famoso artículo 47: «Todos los españoles tienen derecho a disfrutar de una vivienda digna y adecuada (…)»? Sin duda coincidirá conmigo en que es impensable que haya gente que no tenga una vivienda digna en España y si los hay seguro que es porque son «ninis» o no supieron ahorrar en su momento. Tal y como promulgan los defensores a ultranza del papá Estado, aquí todo el mundo está de fábula. «España va bien», ya lo decía el ilustre político que presumía de codearse con Geogre Bush en el pasado, José María Aznar, el que concediera un mayor número de indultos a políticos acusados de delitos relacionados con la corrupción: 141 entre 1996 y 2004. España, esa gran nación con sus muy españoles y mucho españoles, siempre ha ido bien. Y si no lo quiere ver es que es un cínico, empeñado en ver las cosas como realmente son, y no como se quiere que sean.
Cómo evitar enfundarse el mejor traje, ponerse de capa la bandera y salir a celebrar la constitución y la democracia como corresponde: fuera de España. ¿Sol o montaña? En efecto, qué mejor manera que no pensar en la credibilidad del gobierno financiado ilegalmente, a saber, los que defienden el cumplimiento de la ley. ¿Qué el sistema judicial evidencie, cada vez con mayor constancia, injerencias del poder político? Pelillos a la mar… o lo dicho, a la montaña. ¿O acaso usted no piensa lo mismo? ¿No será uno de esos que cree que vivimos aletargados en un templo de cristal que evidencia sus grietas? Bueno, sí es así en el fondo no deja de ser peccata minuta, ya que será señalado como disidente y así, acabará por servir la causa como cabeza de turco y aunar en su caza y captura, banderas y corazones. Ya se sabe que la oveja negra acaba reforzando el sentimiento de cohesión y pertenencia ante el enemigo común. Todo aquel que procese ideas contrarias a esta nueva -e insisto, no tan nueva- religión, toda oveja descarriada, será llamada al orden o acabará en el matadero ¿Qué es eso de alzarse contra el discurso monolítico anclado en el paradigma escatológico por antonomasia: «anticonsticucional caca, eso no se toca»? Es cierto que es posible que solo se pretenda cambiarla para que todo siga igual. Pero mejor asegurarse. Aquí no se cambia nada, ni una tilde. La transición a la democracia fue intachable, incuestionable y su constitución la mejor de las mejores posibles. ¡Y hay de aquellos que critiquen «las fallas del sistema»!. ¡Esos arderán en el infierno del Estado, pues todo conflicto político será solventado con el Código Penal, los jueces y las fuerzas y seguridad del Estado!.
Y así vamos, con un simulacro de democracia en el que el todo y la nada se confunden: Todo es incuestionable conforme a los mandamientos de la nueva religión resumidos en dos: «amarás a la constitución sobre todos las cosas y a España como a ti mismo». Todo… y nada: España, su constitución y su democracia ejemplar. ¡Ni que hubiéramos olvidado que toda bandera, todo gobierno y todo Estado son solo justificables conforme defiendan el bien común, la justicia social y los intereses de todos y todas! Las Constituciones tienen siempre, así nos lo muestra la historia, una vocación de permanencia temporal. Es algo que está en su ADN. Además, por lo general, se adaptan a la realidad fundamentalmente por medio de su interpretación. Ya puede escribir en un libro que todos somos iguales que si en la praxis no se aplica, es solo eso, tinta sobre blanco. Por tanto centrémonos en debatir posibles reformas constitucionales, hagamos de eso nuestro «gran problema de Estado» y dividamos a la sociedad entre buenos y malos, reformistas o no, sin plantearnos hasta qué punto se aplican ciertos valores de solidaridad, igualdad y justicia social.
Ahora, pasado el puente «muy constitucional y mucho constitucional» en esta «España de charanga y pandereta», tan solo cabe arroparse con la bandera y si alguien se desvela por alguna pesadilla que no se apure, todos sabemos que la crítica se cura con más somníferos. Lo importante es no pensar y disfrutar de este país auspiciado por los dioses. Seguir con la fantasía y el color rosa, las golosinas y las piruletas y decir que sí, que el bienestar de todos y todas se evidencia día a día. A seguir viendo las estrellas desde la cloaca, a decir que todo gobierno será siempre intachable y por ende, magnánimo con la sociedad -su sociedad- y la Constitución, el instrumento para controlar a la sociedad y no para que la sociedad controle al gobierno…. Y a seguir contando mentiras ¡tra-la-rá!…
José Antonio Mérida Donoso, profesor asociado en la Universidad de Zaragoza.
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