Imponerle a la humanidad el «sentido común» de esa inmensa minoría que es la burguesía, es un sinsentido descomunal que reina a sus anchas en un mundo donde: «La súper concentración de riqueza, imparable. Indica que la desigualdad social es una traba para eliminar la pobreza en el mundo. Tiene 1% de la población más recursos […]
Imponerle a la humanidad el «sentido común» de esa inmensa minoría que es la burguesía, es un sinsentido descomunal que reina a sus anchas en un mundo donde: «La súper concentración de riqueza, imparable. Indica que la desigualdad social es una traba para eliminar la pobreza en el mundo. Tiene 1% de la población más recursos que todo el resto» [1]. Todo «Patas Arriba» decía Galeano. Al margen de cierto desprecio «popperiano» por el «sentido común» y lejos de algunas disquisiciones cientificistas, entiéndase aquí el «sentido común» como ese principio de cordura que una comunidad fija para delimitar conductas y y hacer valer acuerdos de convivencia. Especie de «leyes» sociales no escritas, sabiduría basada en el ensayo y el error y en cierto carácter conjetural del conocimiento venido de la experiencia común.
Dicho con obviedades a destajo: en un mundo apremiado por el hambre, la pobreza, el desempleo, la exclusión y la humillación debiera ser inaceptable la explotación inhumana de los trabajadores y la producción de bienes suntuarios. Y, sin embargo, la moral burguesa lo acepta, y exhibe, con naturalidad irritante y con desparpajo insultante. En un mundo aterrorizado por la barbarie del belicismo mercantil, bañado con sangre de inocentes y ahogado en lágrimas de amarguras incalculables… no debería aceptarse forma alguna de colonialismo, esclavitud ni explotación por más felices que se sientan sus beneficiaros. En un mundo amenazado en todas sus formas de vida, agobiado por la contaminación de mares, ríos y lagos; depredado en sus bosques y llanuras, sacrificado con herbicidas, insecticidas y plásticos… debiera ser inaceptable el cinismo mercantil de las empresas que han puesto al planeta, su flora, su fauna y su recursos naturales, al borde de colapsos múltiples. «Sentido común».
El director general de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), informó que más de mil millones de personas padecen hambre en el mundo debido a la «crisis económica y al aumento en el precio de los alimentos». He ahí, vivimos entre catálogos de aberraciones donde reina la irracionalidad de un modo de producción y un modelo de relaciones de producción que no sólo impide el desarrollo de la especie humana sino que la condena a la miseria y a su desaparición. Y aunque esto se ha dicho millones de veces, se ha denunciado en miles de foros, se ha explicado con razonamientos sencillos y complejos… las evidencias no consiguen, por sí mimas, hacerse carne en los pueblos para acelerar una transformación radical de las condiciones de vida predominantes. Y es que el aparato ideológico del «sentido común dominante» incluye el sinsentido de hacer valer más la irracionalidad destructora que la inteligencia creadora que transforme al mundo. Los ricos se reúnen, mientras tanto, y se aplauden sus hazañas.
Así, el «sentido común» de las clases dominantes (dueño del monopolio de la violencia y la muerte) «enseña» que es mejor guardar silencio, quedarse quieto y ayudar al verdugo. Impone una escala de conductas diarias donde la mansedumbre se premia con invisibilidad y sobrevivencia periféricas donde más vale «portarse bien» y «no meterse en problemas» para «ir pasándola» lo mejor que se pueda. Mientras tanto, en un lugar callado e íntimo, se siembran los anhelos más contradictorios para que la víctima sueñe con ser y vivir como es y vive su verdugo. Con sus lujos, manías y conductas consumistas. Son esos los «valores» que se desprenden de la ideología de la clase dominante desparramados a mansalva diariamente por todos los medios, incluidos los «medios de comunicación», opio de los pueblos.
Ese «sentido común» hegemónico también sirve para inducir aberraciones jurídicas y no pocas «leyes» oligarcas se fincan en la premisa de no molestar a los paladines de la «propiedad privada», no inmiscuirse con sus libros contables, no saber cómo se manejan las finanzas ni los presupuestos y, desde luego, santificar el uso de la «fuerza armada» contra todo aquello que le quite el sueño a los patrones. Hay que ver la retahíla de leyes, reglamentos y códigos inventados para mantener la «estabilidad» del sistema, para dar «seguridad» y predictibilidad a statu quo, para que no se toque la riqueza de los gerentes, empresariales o gubernamentales ni con el «pétalo de una rosa». Como harían «los países serios», si existieran. Mientras tanto la industria de la guerra multiplica sus ganancias; los monopolios mediáticos están cada vez en menos manos; la salud es un negocio obsceno; la vivienda es una mercancía que demuele salarios y anhelos de los trabajadores; el trabajo es más injusto más criminal y peor pagado; la política se ha convertido es un circo de mentiras alevosas y corruptas; las leyes son más seguras sólo para los ricos… la sinrazón y el sinsentido hacen de las suyas. Es el «sentido común» dominante.
Otro «sentido común» dice que «al pueblo lo que es del César». Que la salud de los niños y las niñas es sagrada y que no se juega con la educación, su salud mental ni con su alimentación. Que hombres y mujeres han de gozar toda la igualdad de derechos que la fraternidad exija y que debe reinar la justicia sin privilegios. Que las condiciones materiales de existencia deben ser suficientes y dignas con equidad y con solidaridad. Que a cada cual según sus necesidades y de cada cual según sus capacidades. Que todos merecemos vivir bien, con higiene y comodidad necesarias y toda la felicidad posible. Que estudiar no es una dádiva, que trabajar no es un dádiva, que divertirse no es una dadiva. Que la riqueza producida por el trabajador no debe concentrarse en unos cuantos y que el derecho a desarrollarnos debe garantizarse con justicia económica, política y cultural. Que no deben existir amos, esclavos ni clases sociales.
Una gran revolución cultural debe desplegar las banderas de un humanismo de nuevo género socialista. Eso es sentido de comunidad. Debe desplegarse en las cabezas, los estómagos y los corazones de los pueblos y debe transformar todo el conocimiento y todos los enunciados para dar a luz una era comunitaria con sentido nuevo. Eso es comunidad de sentido. Sentido común. Que cobre comunidad de sentido el amor y la justicia, que cobre sentido de comunidad todo bien material y todo bien «espiritual». Que cobre sentido común la comunidad misma como el eje del interés supremo que no hubiera de ser otro que la felicidad inteligente en un mundo de humanos creadores y felices. Sin cursilerías y sin idealismos. Sin capitalismo. No es mucho pedir. De esto no se habla en Davos.
Nota:
[1] http://www.jornada.unam.mx/
Fernando Buen Abad Domínguez. Director del Instituto de Cultura y Comunicación. Universidad Nacional de Lanús.
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