Desde que comenzaron las revoluciones y grandes rebeliones del hombre en busca de la libertad, se ha enfrentado un grave problema: se está en peligro de que algunos que participan en la lucha se aprovechen de esto para hacer valer sus intereses en pro de su beneficio personal, llegando incluso a invertir todo lo revolucionario […]
Desde que comenzaron las revoluciones y grandes rebeliones del hombre en busca de la libertad, se ha enfrentado un grave problema: se está en peligro de que algunos que participan en la lucha se aprovechen de esto para hacer valer sus intereses en pro de su beneficio personal, llegando incluso a invertir todo lo revolucionario que pudo ser la causa inicial.
Martí, precursor de la independencia cubana y defensor de la unidad latinoamericana, advirtió sobre tal riesgo. Pudo comprender que en el contexto de un capitalismo mundial, algunos sabrían elaborar un discurso conmovedor a los obreros. Así, sentenció de entre los peligros de las ideas socialistas, la de los hombres que se suben en los hombros de otros.
Al otro lado del mundo, y muchos años antes, otro grande, Hegel, que aunque ha habido esos macabros intentos de asociarlo al fascismo por su condición de hombre estado, también habló de tener cuidado con los profetas de la libertad, considerando a estos buscadores de gloria: «Tales escenas…mediante las cuales debe ser instruido el mundo en contra de su voluntad, tienen el defecto…de que a la vez humillan, y quien las maquina habrá querido con ello hacerse una pequeña fama.»
Por si fuera poco, el hombre que mejor ha intentado aplicar la lógica dialéctica-Marx-, también tenía bien claro esa consecuencias y advirtió que se corría el riesgo, tras esos intentos emancipatorios de la clase obrera de terminar viviendo en una sociedad «…supedita el movimiento total a uno de sus aspectos, que suplanta la producción colectiva, social, por la actividad cerebral de un pedante suelto…»
El simple hecho de que pensadores tan grandes y separados en todos los sentidos, Martí, y Marx y Hegel, coincidieran hasta cierto punto sobre tal cuestión, es algo a tener en cuenta.
Al parecer, muchos que encabezan grandes cambios sociales, intentan cambiar el mundo, pero dejan escapar la máxima gandhiana de cambiarse a sí mismos antecediendo dicho proceso. Comienzan con un discurso conmovedor, hacen uso de su audacia física e intelectualidad para luchar contra la pobreza, pero no hacen más que acomodarse con grandes riquezas y lujos.
Nuestro continente ya lo sufrió con un Henri Christophe, donde tal parecía que la lucha solo había sido para cambiar al amo europeo por uno criollo. La historia ha dado más de un movimiento de liberación nacional que ha desafiado al imperio, pero que tras años en el poder han terminado degenerando su esencia revolucionaria. Incluso algunos, que siquiera llegaron al poder-como los Panteras Negras-, tuvieron una máxima dirección corrompida y viviendo en los máximos lujos mientras sus demás miembros luchaban.
Tales antecedentes, lo que han hecho, ha sido, debilitar la concepción que se tiene dentro de ciertas ideologías progresistas, del papel de la vanguardia. Si bien, pilares de la revolución como el Che Guevara apoyaban y defendían tal concepción, no podemos convertir el papel de la vanguardia en un dogma en la lucha social. Solo pocos casos como los del Che, fueron completamente consecuencias con la teoría de la vanguardia y no le fallaron, lo que hace que la estadística apuesta en contra y la generalización apunte en contra del uso de la vanguardia-al menos como se ha entendido ahora-.
Por otro lado, no se trata ahora -de cómo la mayoría de las vanguardias revolucionarias han perdido su carácter progresista-, renunciar a esto. En realidad, considero que como toda práctica cuando falla, hay que repensarla, por lo que estos tiempos exigen rearmar el papel de la vanguardia.
Al igual que el mártir del marxismo Antonio Gramsci, debería entenderse la vanguardia solo como un momento necesario dentro de la lucha. Punto tal que es transitorio, y de cierto modo un incipiente estado de la descomposición de la sociedad burguesa. En esta reconceptualización, escapa todo lo referente al proceso de la lucha, ya que los verdaderos problemas comienzan en el ejercicio del poder.
Uno de los dogmas que debiera eliminarse es aquel de la sabiduría y facultades omnímodas que envuelven a la vanguardia. Es decir, se tiene una dirección que sabe cómo se hacen las cosas y puede ejecutarlo, y las masas se guían por estos. A lo que se le suma, que estos guías de la sociedad, comienzan a pensarse -y hacer que los demás lo piensen- como inamovibles y que el lugar que ocupan es solo para ellos. De esa forma, el ejercicio del poder se hace de manera vertical y no encuentra un mecanismo de contenerlo si se desborda. La vanguardia, son siempre otros seres humanos, susceptibles de cometer errores, y es deber del pueblo señalarlos, y de esta, rectificarlos.
En relación con esto, está el tabú de las huelgas. Sobre el cual el Che negaba su necesidad, y el comandante Chávez ya señalo- que si bien puede ser manipulado esto por el enemigo- es un mecanismo del pueblo para llamar la atención y apuntar con el dedo a los errores de la dirección de la sociedad.
Cuestiones como esas, esconden lo que ha representado las condiciones que han ocasionado que la vanguardia pierda su condición de guía revolucionaria, y es el no limitar su poder, o no poseer un mecanismo regulador o revocador de este.
Si bien la lógica de vanguardia intenta evitar que el enemigo penetre el funcionamiento de la nueva sociedad que se pretende construir, no se puede en nombre de eso permitir generar poderes altamente autoritarios. No se puede esperar por un mero acto de fe, que la dirección de una sociedad, no pierda su esencia. Hay que crear las condiciones para obtener el efecto deseado.
Pero si hasta ahora la mayoría de las experiencias históricas no han cumplido tan esperado deseo de liderazgo a lo largo de toda su existencia, ha sido porque su propia dinámica lo ha condicionado.
Es por eso, que una de las tareas de la izquierda es comprender que es necesaria crear la estructura social que garantice la lógica de reproducción de una vanguardia verdadera, en constante retroalimentación con las masas, y subordinándose a estas y siempre acompañado de dinámicas de relaciones sociales, en las que el contenido de la vanguardia -quienes pertenezcan a esta- estén sujetos, a las necesidades sociales y que esto determine su desenvolvimiento.
El fenómeno es mucho más complejo, y el debate traería a colación extraordinarios conceptos como aparatos ideológicos del estado, que harán más difícil de entender cómo conceptualizar una vanguardia. Sin embargo, un cambio de paradigma puede ser un regreso a la utopía, a pesar que bloque a bloque, se destruirá el muro del capitalismo.
Por lo pronto, ante los tropezones de la izquierda por los excesos de esos sujetos más activos de las revoluciones, en el socialismo real, en los movimientos de liberación nacional en África, Asia y América Latina en siglo pasado y parte del presente; hay que pensar seriamente en cómo tener una vanguardia que no termine usando los hombros de otros hombres para mantenerse arriba, porque todavía, es necesaria.
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