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Celibato, castidad y pedofilia

Fuentes: Rebelión

Las reflexiones que siguen son casi una obviedad. Pero a me­nudo nos ocurre en la sociedad que lo más obvio es lo más difícil de ver y lo más difícil de explicar. La pedofilia es consecuencia del celibato y de la castidad forzadas. Intentaré razonar lo que ya digo casi es obvio o al menos […]

Las reflexiones que siguen son casi una obviedad. Pero a me­nudo nos ocurre en la sociedad que lo más obvio es lo más difícil de ver y lo más difícil de explicar.

La pedofilia es consecuencia del celibato y de la castidad forzadas. Intentaré razonar lo que ya digo casi es obvio o al menos lógico de acuerdo a la Lógica formal…

¿Que también hay pedofilia en el seno de otras religiones, como la luterana y sus variantes, en las que el celibato no es forzoso? Es superflua la respuesta. Pues en estas cuestiones sociológicas y de tamaña envergadura lo que la sociedad en su conjunto valora no son la debilidad e imperfección huma­nas o la falta de voluntad ética individual, sino la tenden­cia y el riesgo de un determinado comportamiento individual más o menos generalizado que trae su causa de las circunstancias en que se encuentra habitualmente el indivi­duo…

Si un ser humano pasa hambre, no ha de extrañar que poco le importe el código penal y nos asalte. Del mismo modo, si está sano y se ha comprometido con una conducta cuyo cum­plimiento estricto va contra natura, lo más probable es que a la larga lo incumpla o lo esquive con una conducta des­viada o depravada por antinatural. Lo paradójico y contra­dictorio de la naturaleza humana presente en un indivi­duo, un colectivo o una institución se refleja en mu­chas cosas. Por ejemplo, en un determinado marco socioeconó­mico y cultural, desde una perspectiva primitiva se hizo virtud de la abstinencia vitalicia de un impulso humano natural como es el sexual, pero desde esa misma pers­pectiva primitiva, no sólo no se corrige sino que se fus­tiga la propensión a explotar individual o colectivamente a la Naturaleza hasta agotarla…

El filósofo de la antigüedad Epicuro distingue entre place­res naturales y necesarios, placeres naturales pero no necesa­rios, y placeres ni naturales ni necesarios. Pues bien, el celibato sacerdotal y la castidad aparejada respondería a la renuncia de por vida, del placer natural pero no necesa­rio, sexual. Si esa determinación es adoptada por la plena vo­luntad y con absoluta independencia del individuo, bien está y pudiera considerarse meritorio. Lo mismo que cual­quier otra decisión basada en razones religiosas o filosóficas que pese a no contravenir el curso de la naturaleza, incurre en una mal entendida higiene mental…

El caso es que en el celibato sacerdotal exigido por la Iglesia vaticana a sus pastores de almas para serlo, la decisión de estos está trufada por una trampa mortal. Pues la promesa, el compromiso o el juramento de castidad lo contrae el que habrá de ser sacerdote, después de haber pasado por un semi­nario aún niño o adolescente en el que fue internado por una dudosa voluntad personal suya, suplida casi siem­pre por la inducción o el mandato de sus progenitores a su vez en ocasiones seducidos por el eclesiástico con que se rela­ciona la familia, la padre o la madre del novicio. La prueba de que esto es así es lo que alarma a la institución católica: la progresiva y exponencial disminución de lo que llama vocaciones, al compás de una vertiginosa evolución social y de una no menos vertiginosa madurez mental de las generaciones sucesivas de niños y adolescentes.

Quizá esto que digo pueda parecer una simplificación, pues hay otras causas psicosociales que explican parcialmente esa regresión. Pero en todo caso el punto de partida es que un hombre se «prepara» a edad demasiado temprana para afron­tar una vida naturalmente mutilada. Y cuando ha de elegir «estado», después de haber pasado por un adoctrina­miento metódico recluido en un centro, lo más probable es que consienta en abrazar ese estado asimismo prematura­mente…

En tales condiciones, pese a que el voto de castidad no es un dogma de fe sino un reglamento de la Iglesia, ¿a quién puede ya sorprender, tras tantos siglos de historia de la opulen­cia, del abuso y de la impiedad en la Iglesia Vaticana, que esté infectada de pedófilos, unos descubiertos y muchos otros no?

Cuando el ser humano por activa o por pasiva no sigue las directrices de la naturaleza, la naturaleza tardo temprano le pasa su factura. Y si el individuo que actúa contra ella forma parte de un colectivo o institución, estos acaban conta­minados por aquél grave desarreglo o aquella torpe in­fracción. Sea como fuere, exigiendo la Iglesia Católica, la igle­sia vaticana, el celibato a sus ministros, la «salida» necesa­ria del absceso que es la contención forzosa sexual no puede ser otra que la transgresión, la autocomplacencia o la desviación, es decir, la depravación que es la pedofilia…

El caso es que con esos absurdos votos de castidad y celi­bato que no resisten el paso del tiempo, aunque también por otros motivos, la Iglesia católica está desmoronándose a sí misma a pasos agigantados en la medida que cada vez tiene menos vocaciones y salen a la luz más casos de pedofi­lia estructural escandalosos. Ciertas profecías dicen que este es el último Papa. Parece que todo se concita en esa Iglesia pese a los estériles esfuerzos del Papa, para que la profecía se cumpla en todos sus términos….

Jaime Richart, Antropólogo y jurista.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.