Al pasar la vista desaprensivamente por una turba de análisis, el panorama universal no podría pintar mejor para los poderosos. Como apunta, con suma agudeza, Máximo Luffiego García, colaborador de la digital Rebelión, tenemos el caso señero de la Unión Europea, la cual ha dado por zanjada, diez años después, la mayor crisis que ha […]
Al pasar la vista desaprensivamente por una turba de análisis, el panorama universal no podría pintar mejor para los poderosos. Como apunta, con suma agudeza, Máximo Luffiego García, colaborador de la digital Rebelión, tenemos el caso señero de la Unión Europea, la cual ha dado por zanjada, diez años después, la mayor crisis que ha golpeado al Viejo Continente.
Los datos, en la superficie, resultan la mar de lozanos: el sistema bancario muestra solidez, la progresión del PIB parece consolidada tras cinco años consecutivos en alza, a un ritmo de 2,2 por ciento en el conjunto de la UE, cada uno de cuyos miembros, excepto Grecia, muestra un aumento continuo; con la exclusión de tres países, los demás han logrado controlar el déficit, por debajo del tres por ciento… Pero, como siempre, aquí, allá y acullá aparecen los «aguafiestas», que no andan descaminados cuando ponen en tela de juicio el optimismo, basando sus «cábalas» no solo en que las cifras de desempleo y endeudamiento continúan siendo asignaturas pendientes, sino en que no se han corregido los desequilibrios que provocaron el crack «o, más radicalmente, en que el crecimiento, tanto de la economía como de la población está chocando con los límites naturales».
Por cierto, para la perspectiva postkeynesiana la causa profunda del desastre no fue la apoteosis de la especulación, sino la acentuación de la desigualdad tras la rotura del Pacto Social establecido entre el Capital y el Trabajo finalizada la Segunda Guerra Mundial -¿recuerdan el cacareado Estado de Bienestar?-, que provocó una disminución de los salarios y del poder adquisitivo, llevando a un desequilibrio entre la oferta y la demanda, derivado en una situación de subconsumo, y, como contrapartida, de sobreproducción, con el consiguiente achicamiento de la inversión productiva, de las pagas, y el despegue del paro y la recesión. Para evitar la hecatombe, los bancos centrales animaron a la banca privada a que abriera el crédito a familias y empresas. «De esta manera, el endeudamiento retrasó la crisis maquillando la enorme brecha de desigualdad que se estaba abriendo en todos los países, hasta que estalló la burbuja inmobiliaria y, con ella, la crisis financiera, en 2007.»
O sea, en apariencia el paroxismo de la deuda se originó a causa de los bajos sueldos impuestos por la miopía de muchos patronos, mas en esencia, coincidamos con los demás marxistas, con el propio Luffiego, la razón es la tendencia al descenso de la tasa de beneficio de las compañías. De ahí, en realidad, la quiebra del susodicho Pacto Social, «del auge del neoliberalismo para tratar de restablecerla y del endeudamiento de empresas y trabajadores para mantener la inversión productiva y el poder adquisitivo».
Empecinada, la catástrofe
Para un pensador como William I. Robinson, traducido en la socorrida Rebelión, no vale el que la clase burguesa transnacional esté destinando miles de millones de dólares a la rápida digitalización del sistema universalizado como salida para el excedente de su capital acumulado, a la vez que busque nuevas oportunidades en la construcción de un Estado policiaco generalizado. La catástrofe resulta empecinada en su inmediatez. «Las condiciones estructurales subyacentes que desataron la Gran Recesión de 2008 siguen vigentes mientras la nueva ronda de reestructuración de la economía global ya en marcha tenderá a agravar las mismas. Estas condiciones incluyen niveles sin precedente de desigualdad, de endeudamiento público y privado, y de especulación financiera. El detonante de una nueva crisis podría ser el estallido de la burbuja bursátil, sobre todo en el sector tecnológico, el impago de la deuda pública o de los hogares, o el estallido de una nueva conflagración militar internacional.»
Conforme al perito, «el débil crecimiento económico se ha mantenido desde 2008 gracias a los instrumentos monetarios tales como la ´facilitación cuantitativa´ y los rescates financieros, junto con una escalada de deuda de consumo, una oleada de inversión especulativa -sobre todo en el sector tecnológico- y niveles cada vez mayores de especulación financiera en el casino global. Sin embargo, ahora los bancos centrales están llegando a los límites de los instrumentos monetarios.»
En EE.UU., que desde hace tiempo ha servido de «mercado de última instancia» para toda la Tierra, el débito de los domicilios se halla en el nivel más alto desde la postguerra. En 2016, «los hogares debían casi 13 billones de dólares en préstamos estudiantiles, deuda de tarjetas de crédito, préstamos automovilísticos, e hipotecas. En casi todos los países de la OCDE la relación de ingresos a la deuda de los hogares se mantiene en niveles históricos y ha seguido en franco deterioro desde 2008. El mercado global de bonos -un indicador de la deuda total gubernamental a nivel mundial- ha disparado desde 2008 y ahora rebasa los 100 billones.»
A ojos vista, y continuando en la lógica del comentador, la brecha entre la economía real y el «capital ficticio» se ensancha cada vez más, mientras la especulación financiera se convierte en una espiral fuera de control. «El producto mundial bruto, es decir, el valor total de los bienes y servicios producidos a nivel mundial, era de $75 billones en 2015, mientras la especulación en monedas ascendió ese año [2017] a $5.3 billones al día y el mercado global de derivados se estimó en un alucinante $1.2 trillones. Los más previsores entre la élite transnacional han expresado una creciente preocupación sobre la fragilidad de la economía global y el espectro del estancamiento crónico a largo plazo […] Sin embargo, estas élites no están dispuestas a reconocer el telón de fondo del malestar económico, como es el problema insoluble del capitalismo, la sobreacumulación.»
Esa última, se sabe, supone el talón de Aquiles de la formación económico-social. La polarización de los ingresos resulta endémica, ya que la clase capitalista es tal por poseer los medios de producción, y por ende se apropia en forma de ganancia la mayor cuota de la riqueza que emana colectivamente de la sociedad. En buen romance, «si los capitalistas no pueden vender los productos de sus plantaciones, fábricas, y oficinas, no pueden sacar ganancia. Esta polarización, si no se controla, resulta en crisis -en estancamiento, recesiones, depresiones y convulsiones sociales.»
La desigualdad
Hoy se afrontan niveles sin precedente de desigualdad, que, lejos de remitir, se han desalado desde 2008. «De acuerdo con la agencia prodesarrollo Oxfam, el uno por ciento de la humanidad controla más de la mitad de la riqueza del mundo y el 20 por ciento más rico posee el 94.5 por ciento de esa riqueza, mientras el restante 80 por ciento tiene que conformarse con tan solo el 5.5 por ciento. Dada esta extrema concentración de la riqueza, el mercado global no puede absorber la producción de la economía global. La Gran Recesión de 2008 marcó el inicio de una nueva crisis estructural de la sobreacumulación. Las corporaciones están inundadas de efectivo pero no tienen oportunidades de invertir ese efectivo rentablemente. Las ganancias corporativas se dispararon a raíz de la crisis del 2008 y han llegado a niveles casi récord al mismo tiempo que los niveles de inversión corporativa han disminuido.»
Ahora, comulguemos también con Robinson en que, en la medida en que se va «apilando» este capital no invertido, se explayan enormes presiones con vistas a encontrar puertas para el excedente. Verbigracia: el trumpismo refleja una «respuesta ultraderechista a la crisis mundial que abarca un neoliberalismo autoritario al lado de una movilización neofascista de los sectores descontentos, y a menudo nativistas, de la clase obrera. Sin embargo, este neoliberalismo represivo termina con restringir aún más el mercado y por lo tanto agrava la crisis subyacente de la sobreacumulación.»
Como variantes concretas para deshacer el entuerto se ensaya la acumulación militarizada. «Las guerras contra las drogas y el terrorismo, la construcción de los muros fronterizos, la expansión de los complejos prisión-industrial, los regímenes de deportación, los aparatos policiacos, militares y de seguridad, se convierten en mayores fuentes de generación de ganancias promovidas por el Estado. El presupuesto del Pentágono se incrementó 91 por ciento en términos reales entre 1998 y 2011, mientras las ganancias de la industria militar casi se cuadruplicaron.»
He aquí, de acuerdo con William I. Robinson, una convergencia alrededor de la necesidad política del control social y la represión, y el imperativo económico de perpetuar la acumulación frente al estancamiento. «Poniendo al lado la cada vez mayor retórica guerrerista de Trump, existe un impulso intrínseco hacia la guerra del rumbo actual de la globalización capitalista. Históricamente las guerras tienden a sacar al sistema capitalista de la crisis mientras también sirven para desviar la atención de las tensiones políticas y de los problemas de la legitimidad.»
Pero es que pifian también diversos observadores en (y sobre) el Tío Sam. No obstante el hecho de que la economía gringa logre crecer alrededor del tres por ciento que se propuso el inefable Donald para 2018, no deviene probable la condición de florecimiento indefinido que algunos le auguran, en el criterio de serios especialistas, entre los cuales tomamos de botón de muestra a Larry Summers, exsecretario del Tesoro, para quien los optimistas se equivocan radicalmente.
«Sí, estamos creciendo a un ritmo razonablemente rápido -aseveró a Yahoo Finanzas-; pero para llevarnos hasta ese punto de crecimiento, [se] están asumiendo créditos insostenibles. [Se] están incrementando los precios de los activos de manera insostenible. Siempre se puede generar un pico de crecimiento, el verdadero problema para nosotros no es alcanzar ese crecimiento, sino lograr un desarrollo sostenido y saludable en un entorno financiero sostenible».
¿Crisis? Más bien colapso
¿Lo común entre miríadas de expertos? El que la crisis pasada no constituye sino el preludio de un colapso ya comenzado. Y que, en el leal saber y entender del arriba aludido Máximo Luffiego García, habría que mirar medularmente desde el ecosocialismo. Porque ninguna de las perspectivas más en boga, opina, reconoce explícitamente la dependencia de las sociedades humanas de los ecosistemas, por lo tanto ninguna de ellas puede considerarse integral.
Salvo la corriente ecológica del marxismo, todas, «incluida la economía verde», comparten la idea de que la naturaleza es simplemente un reservorio de recursos y un receptor de residuos, y no un «sistema necesario para el sostenimiento de la vida y cualquier forma de la economía humana; en otras palabras, […] prevalece el crecimiento económico sobre la sostenibilidad ecológica […] A pesar de los datos científicos cada vez más abrumadores, la mayoría de la ciudadanía, abducida por el consumismo, es presa de la idea metafísica del progreso entendido como un crecimiento ilimitado y cree que la tecnología y la política sabrán resolver los problemas ecológicos, económicos y sociales.»
Una teoría ecosocialista resulta interdisciplinar y, por ello, compleja y multifactorial. Trabaja con variables que corresponden a diferentes campos de conocimiento, y recibe innumerables aportaciones. «Nuestro análisis de la situación económica no puede separarse de las transformaciones que está sufriendo la ecosfera. Se fundamenta en tres tendencias que afectan a la economía capitalista, dos de las cuales, la tendencia a la caída de la tasa de ganancia [ley enunciada por Marx] y la tendencia a la inestabilidad financiera, han sido protagonistas de crisis pasadas, pero a partir de la Crisis Financiera y de la Gran Recesión del 2007-2008, una tercera, la tendencia al declive de los recursos naturales (y, en general, al cambio global), ha entrado en escena y es la que va a tomar el protagonismo en el futuro. Estas tendencias y su interacción afectan negativamente a la economía capitalista y niegan el optimismo reinante acerca de la superación de esta crisis.»
Sin duda, las inclinaciones al declive de la tasa de ganancia y a la inestabilidad financiera revisten un carácter cíclico y ocurren como consecuencia del intento de maximizar los beneficios en situación de competencia. En tanto la primera obedece a la ampliación de la productividad o de la plusvalía, las cuales, al expandirse, conducen al desplome de los precios, un descenso de las utilidades y a una crisis de sobreproducción; la segunda lo hace porque las condiciones para facilitar crédito después de una debacle se van relajando con el restablecimiento de la recuperación y el despegue, en razón de que, en abierta rivalidad, los bancos se animan a obtener más dividendos. Como resultado, una sobreacumulación de capital hasta la formación de burbujas insostenibles.
«Dependiendo de qué tipo de capital, el financiero o el productivo, domine en cada momento histórico, tendrá mayor o menor protagonismo en el desencadenamiento de las crisis. No obstante, gracias a la realimentación entre ambos sectores, ninguno de ellos podrá evitar el contagio mutuo y ambos quedarán afectados».
Precariedad de natura
Empero, el articulista se exhibe quizás más convencido de la que llama tendencia al empobrecimiento de los recursos naturales, la crisis y el estancamiento. Para él todo queda tan nítido como agua de manantial: el estudio de los Límites del crecimiento de 1972 por los integrantes del Club de Roma y sus posteriores actualizaciones, en 1992 y 2004, ya predecían las dificultades a las que se tendría que enfrentar la civilización industrial, a partir del primer tercio del siglo XXI. «En un contexto de recursos menguantes, los procesos productivos comenzarán a declinar y el endeudamiento se cortocircuitará. El endeudamiento es un sistema que proporciona recursos al presente sustrayéndolos del futuro. De esta manera, retrasa la llegada de la crisis proporcionando liquidez a las empresas que quieren invertir y producir, así como capacidad adquisitiva a las familias para el consumo. Sin embargo, en la situación de choque con los límites de los recursos naturales en la que nos encontramos, el futuro del crecimiento es inviable. El mecanismo de la deuda se vuelve inoperante, es un mal negocio tanto para el acreedor como para el deudor. Fueron los Odum [Odum, H.T. y Odum, E.C. Hombre y naturaleza. Bases energéticas. Ed. Omega. Barcelona. 1981] quienes se percataron de que la circulación del dinero que se emplea en actividades productivas tiene un sentido inverso a la de los recursos naturales. Por eso, estos constituyen el primer eslabón de todas las cadenas productivas y el último aval del proceso productivo financiado. ¿Qué banco se aprestaría a financiar la explotación de un yacimiento mineral de baja ley y situado a gran profundidad? ¿Qué empresa correría el riesgo de endeudarse para explotar tal yacimiento? No es de extrañar que el sector financiero prefiera invertir el capital en la economía de casino antes de embarcarse en negocios ruinosos.»
Ayuntado con la extrema volatilidad de los precios, sería este el mecanismo económico por el que empiezan a hacerse evidentes los lindes físicos, tanto de energía como de materiales. «La razón es que el declive geológico aumenta los costes e impide que la capacidad de crédito pueda crecer indefinidamente. Con los recursos naturales en declive entramos de lleno en la era del decrecimiento impuesto por la naturaleza».
Como soldados de un mismo regimiento, la contaminación, la expansión destructiva de la humanidad, el cambio climático. Lo cierto es que estamos entrando en un colapso por «sobrepasamiento de las capacidades del planeta y ya es demasiado tarde [¿absolutista el planteamiento?] para tomar medidas que puedan enderezar el rumbo de colisión de la civilización industrial contra los límites planetarios, aunque no para sortear sus efectos más preocupantes. El cambio que nos espera es de un calibre semejante al de las grandes transiciones del pasado que dieron paso de la etapa cazadora recolectora a la de la civilización neolítica y de ésta a la era industrial. La diferencia es que en estas transiciones la disponibilidad de energía aumentó significativamente en cada una ellas, mientras que en la actual sucederá lo contrario; la disponibilidad de energía se reducirá en varias veces la que se consume actualmente en los países desarrollados. Tal reducción vendrá acompañada de una pérdida de complejidad de las sociedades futuras y de un descenso demográfico importante, hasta llegar a sociedades de un tamaño demográfico y económico compatible con las capacidades de los ecosistemas.»
Pequen o no de harto pesimistas los asertos, la realidad es que más temprano que tarde la máxima según la cual la suma de las acciones individuales egoístas, mezquinas, en busca del supremo beneficio arrastra de coda el acrecentamiento de la riqueza y del bienestar de la sociedad se revelará completamente falsa, cuando el PIB comience a menguar, prosigue Luffiago, y la desigualdad llegue a extremos todavía más astronómicos. ¿Lo indispensable? Proponer una alternativa ecológica, igualitaria (de igualdad, que no de igualitarismo) y democrática al neoliberalismo, con el fin explícito de desmontar el disfraz del nuevo capitalismo rentista y especulador, «parásito de empresas y Estados, y evitar que pueda imponer una política de sálvese quien pueda favorable al 1%.» Ah, y desmontar por todos los medios ese clisé de que la UE, los EE.UU., el orbe industrializado, ya conjuraron el peligro de un cataclismo tan colosal (o mayor) como el que estalló en 2008.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.