Desde los saqueados patios traseros de gringolandia se están levantando multitudes de desdichados para emprender un largo camino hacia el norte, en busca de una suerte de mítica tierra prometida o Eldorado. En realidad, se dirigen hacia el mayor responsable de su miseria, lo que, por cierto, muchos de ellos saben perfectamente. Pero siguen adelante, […]
Desde los saqueados patios traseros de gringolandia se están levantando multitudes de desdichados para emprender un largo camino hacia el norte, en busca de una suerte de mítica tierra prometida o Eldorado. En realidad, se dirigen hacia el mayor responsable de su miseria, lo que, por cierto, muchos de ellos saben perfectamente. Pero siguen adelante, pese a sentir el intenso desprecio y el odio del rimbombante caudillo cuando, borracho de xenofobia y racismo, los tilda de «pistoleros» y «violadores». Un discurso que sirve de invocación para que muchos civiles se disfracen y armen, deseosos de enseñar a la chusma quien manda. Por supuesto, se buscará cualquier excusa para recibir a la caravana de migrantes con la cruda fuerza policial y militar que se espera de un imperio.
Conforme han ido superando los límites de sus países de origen, estos nómadas han dejado de ser hondureños, guatemaltecos o salvadoreños. A primera vista, pueden parecer vulnerables, abandonados y sin derechos. Pero, frente a la lógica del sentido común, ellos continúan poniendo un pie delante de otro, siempre hacia delante. Nadie creía que fuera posible el surgimiento de una columna así. El relato apocalíptico postdarwinista propio del capitalismo se había asentado en el imaginario colectivo con tal fuerza que era imposible anticipar una demostración de voluntad semejante. Se esperaba de los pobres que pelearan entre ellos por las migajas del sistema, que se unieran a las maras, las mafias o los paramilitares, o que murieran humildemente, pero nunca que se unieran para hacer emerger un pueblo en movimiento.
Esta no es la primera vez que sucede, pero hasta ahora eran pueblos expulsados por la guerra que huían atemorizados. En semejante situación de indigencia, a los refugiados se les supone cierta actitud de ruego y agradecimiento, incluso de sumisa humillación, para poder ser tratados con condescendencia, en el mejor de los casos, o con directo desprecio, como están haciendo los países europeos en estos momentos. Hasta ahora los migrantes han sido sujetos sin derechos, cuyo periplo se convertía en una experiencia despiadada: expuestos a la codicia y maltrato de las mafias que gestionan los viajes; sometidos a la arbitrariedad de policías y guardias fronterizos; con suerte atendidos con las sobras caritativas; seguramente explotados por las sanguijuelas; para, finalmente, como seres intercambiables sin verdadera entidad, ser expulsados por un sistema burocrático que no muestra ni odio, ni empatía.
En contraste, los migrantes americanos están poniendo en práctica lo que parecía imposible. Esa caravana, que se mantiene en perpetuo estado de excepción, mutando de manera constante, sumando y restando gente por el camino, va haciéndose fuerte mientras resiste. Los nómadas americanos esperan, por una vez, no ser tratados como meras cosas de las que disponer o deshacerse. En respuesta, Trump usará las tácticas más viles para reprimirles de manera violenta; será una demostración de fuerza ejemplar, porque detrás de esta caravana pueden venir muchas más. Pero, igual que la lluvia desborda los ríos y se traga los puentes, retoma cauces secos y se lleva por delante coches y edificios, los migrantes van arrasando, con la sola fuerza de sus cuerpos, las ideas de nación, de fronteras, de derechos, de legalidad, de necesidad, preparando fatalmente ese momento en que la autodefensa del capitalismo revelará su verdadero rostro salvaje e inhumano.
El camino es todo, la meta nada… Pocas veces, esas palabras han tenido un sentido tan potente, tan dramático. Una mujer con dos hijas adolescentes habla sonriente con los medias: por lo menos será una gran e inolvidable experiencia humana para ellas. Otros toman fotos con sus móviles con el fin de documentar su odisea. Pero lo más probable es que las caravanas nunca logren entrar en la fortaleza. ¿O es posible que haya un despertar solidario y masivo de su explotada población latina que fuerce las puertas? Por el momento, los caminantes parecen ajenos a esta preocupación, porque viven un espacio que es un no-lugar en el que todo es posible (lo mejor y lo peor). A cada paso que dan como colectivo no sólo caminan sobre un territorio, dejando atrás pueblos y ciudades, sino que habitan un mundo en tránsito que, evidentemente, ha de tener sus propios ritmos y regulaciones para solucionar problemas prácticos, como el descanso o la búsqueda de comida. Y luego las relaciones personales, los maravillosos encuentros imprevistos, las nuevas amistades. Entre ellos es imprescindible que se estén dando prácticas de generosidad, cuidado y solidaridad, aunque también habrá desprotección y egoísmo. Al fin y al cabo, están unidos por un vínculo efímero, que se sostiene en la medida en que se mantienen en movimiento.
Pero, mientras tanto marchan juntos, cruzando por mitad de pueblos donde les miran con asombro, les aplauden y les ayudan, para el resto de desposeídos son una esperanza, no un sueño, porque están marcando el paso de una humanidad que se ha cansado de esperar la condescendencia del capitalismo. Deberían ser el orgullo, la lucha y la fuerza de un internacionalismo obrero que se había perdido en mitad de una crisis en la que el narcisismo y el cinismo son premiados. Los migrantes son olas vitales en movimiento y, por eso, producen un fuerte, aunque sordo contraste con el arraigado sedentarismo intrínseco de todo un mundo y de toda una cultura de rutinas bien en encajadas y engrasadas. Confortablemente acomodados en su letargo social, los obedientes occidentales contemplan desconcertados la emergencia de esta movilización. Posiblemente asustados por la llegada de un Gran Desconocido. Por eso, si no queremos que el miedo dé lugar al odio y el desprecio, es imprescindible sostener y apoyar esta esperanza en devenir. Señalar su fuerza y valor como una muestra de solidaridad humana, frente a la crueldad de un capitalismo explotador y empobrecedor.
No han emprendido una huida, sino una lucha. Van a enfrentarse con la hostilidad del capitalismo sin armas, pero también sin cuartel (*). El capitalismo se ha sujetado a expensas de una permanente y terrible injusticia, ha llegado la hora de asumir sus consecuencias económicas, medioambientales y sociales, en la que cada cual deberá decidir si lo hace aplicando la solidaridad y la cooperación o tomando el garrote para defender las sobras del banquete.
• Igual que los centenares de migrantes que están saltando las vallas que les separan de Europa o que están navegando hasta las costas de Andalucía. El 1 de noviembre de 1988 se encontró en una playa de Tarifa el primer migrante fallecido tratando de llegar a Europa, a un mundo que sigue intentando ignorar las 6.714 muertes que se han producido desde entonces en las aguas del Estrecho.
La grieta, Movimiento surrealista Cádiz/Sevilla.
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