Cuba ha de seguir avanzando en pos de la viabilidad de un nuevo paradigma de estado y sociedad de bienestar social. Un paradigma nuevo, esencialmente diferente, por cuanto así lo determinan las condiciones de subdesarrollo secular de las que intenta emerger, como país perteneciente al subproducto económico del llamado Primer Mundo. El camino alternativo no […]
Cuba ha de seguir avanzando en pos de la viabilidad de un nuevo paradigma de estado y sociedad de bienestar social. Un paradigma nuevo, esencialmente diferente, por cuanto así lo determinan las condiciones de subdesarrollo secular de las que intenta emerger, como país perteneciente al subproducto económico del llamado Primer Mundo.
El camino alternativo no se da como resultado de un ejercicio de laboratorio sino como necesidad vital, a fuerza de evitar con ello el retroceso histórico a la ruta del subdesarrollo capitalista que le asignan a las antiguas colonias las metrópolis occidentales, comprometidas hoy con modelos de acumulación y expansión económica esencialmente excluyentes y depredadores. Toda la ilusión puesta, aún aquellas llenas del utopismo librepensador, en que la lógica de la razón de ser de los Centros de poder económico occidentales sufrirá una metamorfosis renacentista que haga honor a los ideales de libertad, igualdad y fraternidad ha de asimilar, por perturbador que pueda ser, que la invasión de los EE.UU. a Irak constituye el grito de guerra a que estarán siempre prestos dichos Centros, explícita o implícitamente, en aras de preservar el ordenamiento global que favorece a sus intereses, que es decir, en primer lugar, al de sus grupos (anti)sociales, a los cuales no sólo las estadísticas identifican como minorías detentoras de la mayor parte del producto y el patrimonio nacional que la mayoría de sus congéneres logra generar. Ésos no son tampoco caprichos de laboratorio, sino comportamientos intrínsicos a procesos de un modo específico de organización de las relaciones socioeconómicas y políticas de sus sociedades. Las contradicciones internas hacia el seno de las mismas y los conflictos externos que habrán de seguir provocando tales procesos, mantendrán en vilo las angustias de millones de seres en las periferias propias y externas.
Las angustias del pueblo cubano no desaparecen por el hecho de estar pretendiendo un modo distinto de relacionamiento socioeconómico y político de su sociedad. El grado de las angustias encuentra el formidable contrapeso de la solidaridad socio humana con que la gente de pueblo – dígase pueblos y se habrá dicho todo – ha preferido identificarse. Ha logrado que así sea un Proyecto Socio-Político de desarrollo que, ante la difícil y azarosa caminata hacia un desarrollo económico avanzado, ha querido poner – lo que en otros términos significa suficiente voluntad política de estado – la satisfacción de los derechos humanos básicos del conjunto de la sociedad por encima del juego político deshonesto a que lo vienen incitando o compulsando hace más de 40 años los representantes de las elites gobernantes del mundo occidentalizado, el dominante y el periférico.
Ese mismo Proyecto Socio-Político adolece de un sin número de problemas e insuficiencias que lo hacen profundamente vulnerable ante la fuerza de expansión extorsiva de los capitales y mercados a los que por fuerza superior está obligado a recurrir. En Cuba el conflicto no está dado entre los grupos dirigentes del estado y la sociedad y los Centros capitalistas de poder, sino entre el estado-nación cubano y las políticas discriminatorias de dichos Centros. En la abrumadora mayoría de la población cubana ello resulta una convicción tan natural, como natural es en los países hermanos latinoamericanos el hecho de que el conflicto para ellos reviste el doble carácter de estado contra nación y al mismo tiempo de nación contra los intereses de los Centros de poder capitalista. Para Cuba, por tanto, las razones de estado son las razones del estado-nación.
La sensible vulnerabilidad del Proyecto Socio-Político cubano ha sido potenciada por la decidida política de los EE.UU. dirigida a liquidar, por cuantos medios sean necesarios, la posibilidad de la alternativa de desarrollo y sociedad que dicho proyecto representaba ya desde enero de 1959. La suma de las propias insuficiencias, profundamente legítimas, y el destructivo acoso económico, político y militar de los EE.UU. han inducido en Cuba el síndrome de plaza sitiada, pero también sus razones de ser, bajo cuyos nocivos efectos el estado-nación defiende su derecho a la autodeterminación y el pueblo trabaja y lucha con sus múltiples angustias y esperanzas. Cuba transita por la encrucijada que le plantea el problema de la viabilidad de su Proyecto Socio-Político y la necesidad de la definitiva superación del déficit que en materia de desarrollo económico y soberanía interna ciudadana continúa presentando.
Las limitaciones del derecho ciudadano a la libre opinión, expresión y defensa de las convicciones políticas propias, específicamente las contrarias al orden socio político establecido, constituyen una carencia de democracia lesiva precisamente a dicho orden, de igual forma que lo es la institución de la pena de muerte en el código penal cubano. Pero es preciso advertir que la posibilidad de superación de este déficit de ciudadanía viene siendo conculcada por la extrema agresión externa a la que es sometida Cuba por los EE.UU., mediante el bloqueo económico y la injerencia política subversiva en sus asuntos internos. El intento de vasallaje se produce con la complicidad explícita de Centros de poder como la Unión Europea, a través del acuerdo llamado «Posición Común» contra los intereses de Cuba pero a favor de los intereses en Cuba de su comunidad empresarial. Pero se da además con el apoyo velado o abierto de gobiernos de su entorno latinoamericano que una vez, entre el desconcierto ante un ejemplo perturbador como el de Cuba y el pánico a los EE.UU., la expulsaron de la Organización de Estados Latinoamericanos, y hoy, como cada año hace 14 años, se suman al ejercicio condenatorio estadounidense contra Cuba en la Comisión de DDHH en Ginebra, a sabiendas que ello constituye el factor político último justificativo del bloqueo económico que imponen de manera ilegal los EE.UU. a Cuba. ¿Cuáles son las verdaderas razones por las que precisamente ayer con el voto de 26 países, el espectro de los mismos que condenan a Cuba por violación de los derechos humanos, se haya rechazado en la Comisión de DDHH la propuesta cubana de condena al bloqueo económico de los EE.UU. contra Cuba, por constituir lo que en realidad es: una premeditada agresión contra los derechos humanos del pueblo cubano?.
Insuficiencias del modelo de ciudadanía cubano como las expuestas – por tomar dos ejemplos que agitan una vez más las opiniones enemigas del Proyecto cubano y sensibilizan las que abogan por su viabilidad – no constituyen atributos del Proyecto Socio-Político cubano, sino problemas circunstanciales a ser enteramente superados. Pero es el caso que sí constituyen atributos suyos soluciones políticas que intentan refrendar un orden socioeconómico y político de una otra naturaleza cualitativa, soberano en su derecho a las búsquedas fuera de los dictados de los Centros de poder capitalistas. Es decir, un sistema político monopartidista que se instituye a partir de los legados independentistas de su propia experiencia histórica; un sistema de propiedad y relaciones socioeconómicas que, sin que incluso haya de rechazar la multiplicidad de formas y movimiento en ambos espacios, ponga decididamente al ser humano por encima del lucro; un modelo de ciudadanía que antepone la solidaridad socio humana a los cánones de la beligerancia individualista que caracteriza al modo de producción y consumo capitalista; un sistema social que asume la democracia directa como una forma de participación a ser aprovechada en toda su extensión, superior al mal menor que para el capitalismo representa la democracia representativa; un sistema de garantías constitucionales y realizaciones reales que reivindican los derechos humanos básicos de los ciudadanos: pleno acceso a los servicios de salud pública y cuidados médicos especializados públicos, pleno acceso a la educación elemental y al desarrollo profesional superior, entre otros de igual importancia. ¿Por consiguiente, estarán dispuestos los representantes de los regímenes capitalistas, los dominantes y los subordinados, a reconocer el derecho de auto determinación de Cuba y su empeño en lograr la viabilidad de un modelo de estado y sociedad que no pretende sino avanzar hacia un estado de bienestar social cualitativamente distinto al que desenvuelven, lleguen a lograrlo o no, los estados capitalistas?
Si lo que a Cuba se le exige es la superación de las contradicciones, las insuficiencias y los problemas que frenan las potencialidades de proyección sociocultural creadora y avance económico de su Proyecto Socio-Político, entonces cabe esperar que lo que se ha convenido en llamar comunidad internacional, más allá de las críticas, incluso aquellas bien intencionadas, se pronuncie inequívocamente por el derecho de Cuba a la auto determinación. Más aún, resulta moral y ético reconocer de una vez por todas las relaciones políticas con Cuba, por difícil que sea aceptar el espíritu de soberanía de una nación tan pequeña, como relaciones entre iguales. Tal y como lo establece el derecho internacional. Quedarían justamente fuera de la ley y de las normas éticas del relacionamiento entre las naciones, comportamientos como los de EE.UU., la Unión Europea u otros estados que, al desnudado amparo de dobles y triples raseros, intentan imponer de hecho un pensamiento y una visión única del mundo moderno.
Los pecados de Cuba no están en que, a pesar de haber asegurado la seguridad básica alimentaria para todo el universo de su población, no haya logrado dejar atrás la situación de carencia material de su población; o en que no haya superado el déficit interno en materia de derechos ciudadanos, sino en que, teniendo a su favor el incuestionable progreso – inquietante para los escépticos de profesión o voluntarios – del desarrollo social alcanzado, se empeñe en superar lo que visiblemente aún la atrasa de acuerdo a sus propias prioridades, capacidad y formas de hacer. Ante tales evidencias, a Cuba le corresponde el derecho y a su gobierno la responsabilidad de resguardar sus conquistas socio humanas. Para el pueblo cubano no es ésa una determinación de connotación abstracta. Pongamos de relieve nuevamente que con las Plataformas I y II de Santa Fe, el gobierno del presidente R. Reagan, estableció la necesidad de solucionar definitivamente lo que acuñó como «el problema cubano», así como en su tiempo A. Hitler ideó la solución final «al problema judío». Una vez reestablecida con el gobierno del presidente J.W. Bush la línea de pensamiento y política guerrerista más insensata que conoce la historia moderna, Cuba ha sido recolocada como objetivo de la doctrina de las guerras preventivas que, ante los ojos impávidos e indignados del mundo, acaba de demostrar de qué lado están los argumentos de la fuerza. La responsabilidad moral que posee el mundo progresista de pronunciarse enérgicamente por el derecho a la soberanía nacional de los estados no admite espacios para la duda o para un eticismo químicamente puro, cuya virtud no es otra que la renuncia a la toma de partido. A Cuba la actual administración de los EE.UU. le ha declarado la guerra y no habrá que esperar a que el estado cubano cometa otros supuestos «errores políticos» para que, de forma igualmente cínica y cobarde a como bajo otros pretextos lo hicieran con Dominicana, Panamá o Granada, seamos testigos atónitos de una agresión militar estadounidense directa contra Cuba. La guerra de intervención de los EE.UU. contra Irak y el esperado desenlace militar seguido de la ocupación de un estado soberano, ha puesto de manifiesto una cuestión no menos peligrosa de la doctrina de la guerra eterna del establishment (neo) conservador estadounidense. Y es el hecho de que los Centros de poder capitalista y todos aquellos otros estados capitalistas simpatizantes, defensores abiertos, lacayos o sencillamente temerosos de la política hegemónica de los EE.UU., una vez concluido el «trabajo sucio» del imperio, se aprestan a sentir con dolor lo ocurrido, a olvidar las posibles diferencias pasadas, las de teatro o las más reales, y a procurarse los dividendos posibles del despojo.
El estado cubano ha venido demostrando a lo largo de los más de cuarenta años que enfrenta las agresiones de los EE.UU. su capacidad y madurez política para no hacer el juego a la línea de pensamiento y acción con que dicho estado pretende a todas luces la solución final del «problema cubano». Negar o desconocer ese hecho significa declarar que la aplicación de la pena de muerte a tres peligrosos terroristas y las penas de privación de libertad a conspiradores a favor del enemigo declarado de Cuba, llegan a justificar alguna o cualquier medida de violencia armada directa de los EE.UU. contra la nación cubana.
A Cuba le toca seguirle demostrando al mundo, pero ante todo a sí misma, que los actos de extrema dureza jurídica en defensa legítima de su soberanía, no impedirán que su Proyecto Socio-Político sea capaz de superar, por la naturaleza humanista de sus esencias, las barreras que amenazan su viabilidad. La concertación de los espacios ciudadanos que permitan el ejercicio soberano del derecho a la pluralidad del pensamiento y la expresión política y la extinción del código penal cubano de la pena de muerte, constituyen dos importantes momentos a ser definitivamente asumidos por el Proyecto Socio-Político cubano. Lejos de debilitarlo, las decisiones políticas que así lo determinen vendrán a consolidar su vocación democrática. Y no nos llamemos a engaño, superadas tales insuficiencias, los EE.UU., perturbados de la misma forma en que lo eran por los progresos del trabajo de los inspectores de la ONU en Irak, enfilarán sus visores electrónicos hacia otros y otros pretextos que le permitan mantener los dedos en los gatillos. Cuba deberá seguir incólume su paso sobre la tierra, aunque en ello le vaya la vida que para sí ha decidido como nación soberana.
Brasilia, 17.04.03