Rebelión: Empecemos por el asunto más espinoso. El pasado mes de abril, la condena a muerte de tres secuestradores y las elevadas penas de cárcel impuestas a «disidentes» acusados de operar a las órdenes o en favor de la Oficina de Negocios de EEUU en Cuba, fue utilizada -como era de esperar- para justificar o […]
Rebelión: Empecemos por el asunto más espinoso. El pasado mes de abril, la condena a muerte de tres secuestradores y las elevadas penas de cárcel impuestas a «disidentes» acusados de operar a las órdenes o en favor de la Oficina de Negocios de EEUU en Cuba, fue utilizada -como era de esperar- para justificar o aumentar las presiones imperialistas sobre la isla. Pero provocó al mismo tiempo una auténtica tempestad en el seno de la izquierda mundial. Saramago, Sergio Ramírez, Galeano -en distintos tonos y grados- retiraron públicamente su apoyo al gobierno cubano; Susan Sontag y García Márquez se intercambiaron declaraciones opuestas; Noam Chomsky o Howard Zinn, entre otros intelectuales que protestaron también por el acoso estadounidense contra Cuba, firmaron un comunicado condenando las medidas de los tribunales cubanos. Incluso Dieterich escribió un artículo, muy irritado con aquellos de sus colegas que reculaban en su apoyo a la revolución, en el que -sin embargo- se ponía de alguna forma en duda que en Cuba hubiese una verdadera democracia «participativa». Los lectores de Rebelión han podido leer casi un centenar de textos en el marco de una a veces muy enconada polémica; han podido leer también las explicaciones del compañero Fidel Castro. Pero, por desgracia, no es éste un asunto todavía zanjado. Aparte las consideraciones jurídicas o morales, ¿había valorado de antemano el gobierno cubano las consecuencias de esta división en las filas de una izquierda anti-imperialista más unida que nunca frente al proyecto hegemonista de EEUU? Atraer en estos momentos las miradas sobre Cuba, víctima de un plan agresivo en todo similar al de Irak, ¿era un mal menor completamente necesario? ¿Habría algún ángulo desde el que poder considerar esta polémica incluso ventajosa o positiva? En todo caso, ¿en qué medida cree usted que va a debilitar el apoyo a Cuba en una de las coyunturas objetivamente más difíciles de los últimos 44 años?
Abel Prieto: Creo que es muy importante no hacer generalizaciones a la hora de evaluar la discusión que se generó en los medios de izquierda sobre Cuba. Hay muchos matices, que hay que reconocer, y tampoco debemos precipitarnos. Con un poco de tiempo, los que desde posiciones honestas no entendieron las medidas tomadas por Cuba, van a ver más claramente las cosas y muchos (estoy seguro) rectificarán, en silencio o públicamente. Va a ser cada vez más evidente para la gente honrada, sea de izquierda o no, tenga el signo político que tenga, que este pequeño país pasa por la coyuntura más peligrosa de su historia y se ha visto obligado a defenderse, con medidas duras pero estrictamente legales, ante la amenaza real de una agresión de la mayor potencia imperialista de todos los tiempos, con un poder destructivo monstruoso y totalmente desbocada en su pretensión neofascista de dominar el mundo. El precio en términos de opinión pública, era, obviamente, mucho menor al que hubiéramos tenido que pagar si los planes del eje Miami-Washington (un auténtico «eje del mal») se cumplían. Hay que tener en cuenta, además, que esta «tempestad» dentro de la izquierda fue impulsada con toda intención por la derecha y por todos los medios a su servicio: en el caso de España, fueron obvios los propósitos electorales internos, queriendo debilitar moralmente a los que se habían movilizado contra la guerra y contra el triste papel del gobierno español. A mucha gente la acosaron y llegaron a colocarla en un supuesto dilema ético, totalmente absurdo: si eres tan activo contra la guerra, ¿cómo no te pronuncias contra el gobierno cubano? Y, de pronto, fue necesario pronunciarse a toda velocidad contra Cuba para seguir teniendo algo así como «legitimidad» en el debate. Un amigo de México nos decía que todo esto le recordaba aquel chiste en que la maestra exige a Jaimito que conteste muy rápido, muy-muy rápido, cuánto suman dos y dos, y él responde de inmediato que cinco. La maestra se asombra por un error tan grueso y lo rectifica. Y entonces concluye Jaimito: «Usted me pidió rapidez, no precisión».
La campaña de propaganda anticubana funcionó, además, como un mecanismo de relojería: se dedicó a repetir un mensaje central (Cuba asociada a la violación de los «derechos humanos», a la represión de «opositores pacíficos», a la aborrecible pena de muerte; Cuba, sola, aislada, abandonada por sus amigos de siempre, por la gente de izquierda, etcétera) y, a partir de ahí, todo lo que reforzara ese mensaje central era magnificado y difundido hasta el delirio; por el contrario, todo lo que significara alguna discordancia con respecto al mismo, era disminuido, atenuado o simplemente silenciado. Si un intelectual con una tradición de izquierda hacía algún tipo de comentario crítico contra Cuba, sus palabras le daban la vuelta al planeta en titulares y encontraban espacio incluso en la prensa más reaccionaria, allí donde jamás lo habían tenido en cuenta. En caso contrario, si se alzaba una voz a favor de Cuba, no encontraba eco en los medios. Figuras como Rigoberta Menchú, Mario Benedetti, Oscar Niemeyer, Augusto Roa Bastos y Ernesto Cardenal, entre otras, se pronunciaron en el momento más álgido de la campaña a favor de Cuba, y sus declaraciones fueron desvergonzadamente censuradas o, en el mejor de los casos, reflejadas de modo muy parcial y pálido. Sólo en periódicos como La Jornada y en algunos medios digitales alternativos como Rebelión hubo sitio para opiniones discrepantes. Susan Sontag alcanzó la cumbre de su popularidad cuando emplazó a García Márquez para que hablara acerca de Cuba, para que se definiera. Jamás se le había dado cabida en los medios a ataques tan groseros como los que se hicieron contra el gran novelista colombiano ante su declaración de principios, que fue, por otra parte, tan útil para develar la esencia manipuladora de la campaña. Insultos, censura, silencio, ese era el precio inmediato de quienes apoyaban a nuestro pequeño país asediado por el Imperio; aplausos y luces, muchas luces y hasta algún premio demasiado oportuno, para quienes se unían a la campaña. La forma sesgada, tímida, en que la prensa reflejó (cuando lo hizo) el impactante «Llamamiento a la conciencia del mundo», promovido por un grupo de prestigiosos intelectuales mexicanos, que fue respaldado por cuatro Premios Nobel y por nombres imprescindibles de la intelectualidad latinoamericana y mundial y recibió en unos pocos días la adhesión de decenas y luego de cientos de firmas conocidas (que hoy suman más de cuatro mil), es un ejemplo de la desfachatez de los medios de difusión en su falta de apego a la verdad y su desconocimiento de toda forma de pluralidad. Claro, este documento constituye un mentís inequívoco a una de las tesis del mensaje central de la campaña: el presunto aislamiento de Cuba. Esta maquinaria propagandística no sólo ocultó y manipuló nuestros argumentos; no sólo tergiversó los hechos: también dijo y repitió sin pudor mentiras flagrantes, como que Cuba había usado la pena capital contra «disidentes» o contra ciudadanos «que querían huir del país», sin dar cabida a ningún desmentido en nombre de la verdad, que es, evidentemente, algo que cada día importa menos.
¿Dejó esta polémica algo de ventajoso o positivo? Creo que en cierto modo sí: primero, el entramado de la campaña anticubana ha quedado totalmente desnudo en el debate, en todo su esplendor, para aquel que lo quiera ver; segundo, han salido a flote nuevos argumentos, muy sólidos, en defensa de Cuba y de su significado para la izquierda mundial; tercero, la polémica ha enriquecido muchísimo las reflexiones, tan necesarias hoy, sobre el papel de los intelectuales ante la crecida neofascista; cuarto, a pesar de la censura mediática, hemos descubierto nuevas voces, nuevos amigos muy lúcidos, y ha crecido la solidaridad de los que no se dejan engañar por las campañas. Ahí está, como botón de muestra, ese acto increíble, mágico, en Buenos Aires, el pasado 26 de mayo, en una noche muy fría, donde decenas de miles de argentinos escucharon a Fidel durante más de dos horas. En América Latina, al menos, las mentiras sobre Cuba sólo hacen daño en determinados medios y circuitos: las masas populares no se dejan engañar.
Hay que recordar, por otra parte, lo que esas masas saben, por intuición o instinto: los cubanos no estamos defendiendo una abstracción ni una teoría ni un animalito de laboratorio. Aquí han trabajado varias generaciones para levantar una obra de justicia y democracia que en este mundo envilecido es, realmente, una de las pocas causas dignas de ser defendidas por alguien que se sienta de izquierda. Y está, por otro lado, esa pregunta que habría que hacerse en algún momento: ¿qué significa hoy ser de izquierda? Una respuesta podría ser: aquella persona que conserve su sentido crítico frente a la maquinaria de manipulación de las conciencias, piense que «otro mundo es posible» y de algún modo luche por eso. En tal caso, esa persona aferrada a la utopía en medio del páramo debería acercarse y echar un vistazo respetuoso al «otro mundo» imperfecto, sí, pero definitivamente «otro», que hemos construido en Cuba, que nació de nuestra propia historia y no es un «modelo-para-exportar» ni pretende serlo. Aparte de eso, creo que una persona de izquierda debería ser capaz de intuir que lo que está en juego ahora, más que el destino de Cuba y los cubanos, es el de toda la humanidad. Tiene que ser una prioridad de toda izquierda digna de ese nombre contribuir a la creación de un frente antifascista mundial.
Rebelión: Chomsky ha afirmado muchas veces que Cuba «ha sido víctima de más terrorismo y durante más años que cualquier otro país del mundo». Los que apoyamos la revolución, sabemos del bloqueo económico, el sabotaje permanente, las crisis migratorias inducidas, los atentados frustrados o consumados, las conspiraciones dentro y fuera de la isla, la propaganda asfixiante; sabemos de todos los instrumentos -en fin- de los que se sirve la única superpotencia del planeta, a 90 millas de sus costas, para devolver a Cuba al redil de las naciones subdesarrolladas, dependientes y saqueadas del planeta. Pero déjeme que haga un poco de abogado del diablo. La idea de que una situación de excepción autorizaría también medidas de excepción reproduce de alguna manera la lógica del enemigo, la cual -lo sabemos y lo denunciamos- viola derechos humanos y civiles, invade países soberanos y patea convenios internacionales invocando precisamente la «guerra contra el terrorismo». Cuando dos «lógicas» de este tipo chocan lo hacen sin duda en el marco de una «guerra», de una diferencia profunda y radical, que puede ser inter-imperialista (como durante la segunda guerra mundial) o iluminar una contradicción irreconciliable entre dos visiones del mundo (como ocurre, a mi juicio, en Cuba). Yo estoy convencido de que del lado de EEUU está la mayor fuerza y la mayor injusticia; y que del lado de Cuba está la mayor dignidad y la mayor justicia. Pero sobre un convencimiento así se construyen también los campos de concentración y se justifican los bombardeos de civiles si ese convencimiento no va acompañado de una mayor libertad y un mejor derecho. Cuba está en guerra, de acuerdo, y esa constatación realista y resignada me parece más útil a la hora de defender la revolución que la ilusión de que tenemos ya allí un modelo vivo -y no virtual- de democracia participativa y libertades edénicas. En un mundo en el que el «estado de excepción» es la norma -en España acaban de celebrarse una elecciones propias de una «democracia tutelada», como la que se reclama para Irak-, Cuba goza de enormes ventajas comparativas en términos sociales, sanitarios y educativos en contraste con todos los otros países de la región (y casi de cualquier región). Pero está en guerra y no puede permitirse poner en manos de sus enemigos la libertad de destruirla. Ese es también el discurso de Bush o de Aznar y la diferencia entre unos y otros, pues, está fuera de la libertad y del derecho, lo que es siempre peligroso. Mis dos preguntas son: ¿hay en Cuba tanto derecho y tanta libertad como puede permitirse una nación bloqueada, amenazada y permanentemente desestabilizada desde el exterior? ¿Cuál es la función de un ministro de Cultura en un país socialista en guerra contra el imperialismo?
Abel Prieto: En Cuba hemos aplicado con total transparencia nuestras leyes contra delitos debidamente probados. En Cuba no ha habido jamás terrorismo de estado, como en los propios Estados Unidos y sus satélites y aliados, incluidos algunos del primer mundo, ni ejecuciones extrajudiciales, ni desaparecidos, ni torturados, ni ningún otro de los tantísimos crímenes incalificables que se desprenden de «la lógica» del Imperio. Tampoco se aplica selectivamente la pena capital contra negros, latinos y pobres. Las que están enfrentadas aquí no son dos «lógicas» perversas, similares, en las que el fin justifica los medios: es, por una parte, el genocidio y el saqueo contra pueblos enteros, la más brutal violación de la legalidad internacional y de todos los principios de convivencia entre naciones, y, por otra, el derecho de un pequeño país a defenderse legal y limpiamente. Cuba está en guerra, es cierto, pero ni en las peores circunstancias acudiría al crimen. Hay un fundamento ético, de raíz martiana, en toda la historia de la Revolución cubana, en todas y cada una de sus acciones, que separa radicalmente nuestra «lógica» de la de nuestros enemigos, que ha sido construida desde el cinismo y desde la carencia total de valores morales. La ética y los principios no están de moda en los tiempos que corren, pero forman parte medular de nuestro patrimonio vivo y actuante. Entender esto es esencial para entender a Cuba.
En cuanto a mis funciones como ministro de Cultura, en mi país y en estas circunstancias, no tienen nada que ver con la de un administrador de cuotas de «libertad permisible en tiempo de guerra». Creo que la cultura entre nosotros es una buena expresión del espacio de libertad, participación e intercambio de ideas que están en las bases de la original democracia cubana. Como ministro, debo someter sistemáticamente a la aprobación de los artistas y escritores la política cultural que estamos aplicando: esa política es discutida, revisada y perfeccionada en continuos debates donde participa la gente más talentosa del país. Los que deciden qué se publica en las editoriales y revistas son los consejos formados por nuestros escritores. Es así, y no hay ningún «comisario político» supervisando eso. Esta fórmula de los consejos artísticos se aplica en el cine, el teatro, la danza, la música, en todas las manifestaciones. Nuestros artistas protagonizan la vida de las instituciones culturales. Hay miles de problemas, gravísimas limitaciones de recursos y brotes de burocracia; pero lo que ha garantizado la calidad y variedad del arte y la literatura en Cuba ha sido esa participación determinante de la vanguardia artística en las decisiones. Pero hay más: no sólo se reúnen los intelectuales para debatir la política cultural. En los congresos de la Unión de Escritores y Artistas se han discutido, con Fidel y la dirección del país, problemas muy complejos y profundos, desde la erosión que puede hacer el turismo en la identidad nacional hasta fenómenos asociados a la marginalidad y a la supervivencia entre nosotros de formas de discriminación racial. En Cuba, la influencia social de los intelectuales y artistas es muy notable y tiene que ver con estos modos peculiares, cubanísimos, de participación política y con el impacto masivo de su obra misma, que a menudo aborda críticamente, sin ningún tipo de maquillaje, los desgarramientos y conflictos de nuestra sociedad. Entre nosotros no prosperó aquella aberración que se llamó «realismo socialista», y se fundó, no sin contradicciones, una política cultural genuinamente cubana donde está presente la herejía como un componente imprescindible, fecundante, en la vida de la cultura. He dicho más de una vez que no hay peor censor que el mercado, que tiene un efecto mutilador mucho más terrible que el que ejercieron en su tiempo los censores de Stalin. En los Estados Unidos, por ejemplo, el mercado anuló aquel movimiento de la llamada «canción protesta» de los sesenta, como ha ido anulando y mediatizando muchas otras manifestaciones de la contracultura, y más recientemente le ha tratado de arrancar al rap su hondo sentido auténtico, de rebeldía, para contaminarlo de frivolidad y hacerlo inofensivo. Es increíble el efecto del mercado en la evolución de la obra de artistas talentosos que tuvieron cosas que decir: cómo va liquidando la experimentación, la búsqueda, y limando las aristas críticas y convirtiendo lo que era realmente creador y profundo en algo digerible para el sistema. Habría que analizar algún día el influjo subterráneo, de fondo, de estos mecanismos de censura en el ámbito de la izquierda intelectual y artística. Eso sin contar que en los propios Estados Unidos las más lúcidas inteligencias están excluidas de los grandes medios y reducidas a circuitos minoritarios, a guetos, mientras se promueve durante las veinticuatro horas del día, a escala de masas, mediocridad, estupidez y todo lo demás que conocemos.
Rebelión: En polémicas de este tipo siempre parecen enfrentarse dos líneas de argumentos: la de los que defienden principios abstractos muy honorables por encima de toda otra consideración y la de los que suspenderían la validez de esos principios mediante la introducción de datos históricos, sociales, estratégicos muy concretos. El problema es que, bien mirados, los datos son también muy abstractos; son hasta tal punto inagotables, infinitamente divisibles -como en la paradoja eleática-, que siempre podría añadirse uno más que alterase o invirtiese todo el razonamiento; cuando se trata de justificar una ejecución los datos, además, siempre presuponen una inercia determinista, la idea de que se puede predecir y gestionar el futuro sin margen de error: la argumentación, por ejemplo, de que «si no se hubiese condenado a muerte a los tres secuestradores, se habría producido una crisis migratoria como preámbulo de una invasión». Eso es moverse también en lo más abstracto, lo que sin duda es inevitable cuando se trata de trazar una estrategia de supervivencia frente a una agresión ininterrumpida y brutal. Creo que todos compartimos los mismos principios y muchos estamos dispuestos a oponernos a la pena de muerte por principio y apoyar a Cuba por realismo. Pero, ¿cuántos datos hace falta en este caso tener en cuenta, hasta dónde debemos saber, qué tenemos que conocer para poder explicar la necesidad de estas medidas? ¿Y por qué Cuba, a su juicio, no puede permitirse abolir la pena de muerte de su código penal?
Abel Prieto: Te propongo sumar una vez más los siguientes elementos: (1) estímulo sistemático y cotidiano de la emigración ilegal, a través de la radio subversiva y con una ley que, con propósitos desestabilizadores y publicitarios, promueve el tráfico de personas y todo tipo de aventuras y muertes; (2) restricciones de la emigración legal que se hacen cada vez mayores en los últimos meses (sólo estaban entregando un número irrisorio de visas, siempre muy selectivas); (3) insólita concesión de la libertad bajo fianza en Miami a secuestradores armados que han llegado hasta allí el mismo día que se inicia la guerra contra Iraq y usando el modus operandi de los que actuaron el nefasto 11 de septiembre; (4) advertencias oficiales a Cuba por parte del gobierno de los Estados Unidos acerca de que considerará «una amenaza a la seguridad nacional» los secuestros de aviones o barcos; (5) multiplicación de los intentos de secuestros, cada vez más descabellados (se detectaron casi treinta planes diferentes), por parte de personas con antecedentes penales que han recibido muy claramente la señal emitida desde Miami y saben que no obtendrían jamás una visa por la vía legal. Si se hace una suma simple de todos estos elementos, es fácil llegar a la conclusión de que estábamos en presencia de toda una trampa para provocar un conflicto y había que tomar medidas drásticas para detener lo que prometía ser una oleada. No estamos en Cuba ante un enigma filosófico, sino ante la necesidad y el deber de defender la vida de once millones de cubanos y la obra de cuarenta años de Revolución. En cuanto a la pena de muerte, la detestamos y hemos evitado aplicarla durante años y estoy seguro de que algún día la aboliremos. Todo lo que hemos hecho en Cuba desde 1959 hasta hoy ha sido por la vida y para la vida.
Rebelión: Tiene usted fama de ser un hombre tolerante y abierto e incluso sus enemigos políticos se inclinan ante sus méritos como intelectual (el Nuevo Herald de Miami, por ejemplo, saludó positivamente su nombramiento como ministro de Cultura). Por lo demás, es usted un escritor de reconocido talento. ¿Cómo reacciona usted ante el hecho de que algunos de sus compañeros de generación, incluidos algunos antiguos amigos suyos, hayan dado la espalda a la revolución? Entre los condenados de abril, por otra parte, había algunos escritores y periodistas -pienso, por ejemplo, en Raul Rivero-, ¿cómo ha vivido usted – desde el punto de vista personal- su encarcelamiento?
Abel Prieto: Si ese periódico que mencionas saludó mi nombramiento (es algo que no recordaba), tengo que «revisarme autocríticamente», como diría un amigo mío, experto en frases hechas. Pero, aparte de eso, habría que empezar señalando algo muy obvio: los yanquis han fracasado de manera patética en su intento de fabricar dentro de Cuba una quintacolumna intelectual. Hay una tradición patriótica de la intelectualidad cubana que hace muy difícil que prosperen intentos de ese tipo y también ha estado esa política cultural antidogmática, antisectaria, que ya te comenté, que ha garantizado una gran unidad de nuestros escritores y artistas en torno a la Revolución. Por eso, en nuestro ámbito cultural, resulta tan ridícula esa propaganda que presenta a los llamados «disidentes» como intelectuales. En cuanto a los famosos «desertores», tengo que confesarte que para mí ha sido amargo, efectivamente, ver de pronto del lado de allá a algunas personas cercanas (pocas, por suerte), gente con cierto talento, con cierta cultura, que se transfiguran en militantes activos y vociferantes de la contrarrevolución y empiezan a inventarse un pasado, a mentir y a hablar de «la tiranía castrista», mezclados con los más desprestigiados agentes de los yanquis, con batistianos, terroristas y toda esa gente lamentable del núcleo de Miami al que llamamos «mafia» (y no es, que conste, una metáfora). Son en particular muy tristes los casos de personas que tuvieron una militancia revolucionaria, a veces muy activa y hasta «vociferante», y terminaron recibiendo dinero yanqui a través de la National Endowment for Democracy, que es, como se sabe, una fachada de la CIA, o de la Oficina de Intereses de los Estados Unidos en la Habana. Especialmente abominable es el espectáculo de gente nacida en este país trabajando para preparar la agresión de la superpotencia fascista contra Cuba. Conozco y sigo apreciando a personas decentes que emigraron y se alejaron geográfica y espiritualmente; o que se desencantaron, dejaron de creer en todo tipo de utopía colectiva y hoy practican con entusiasmo el sálvese-quien-pueda; y hasta a algunas que están resentidas a causa de algún error nuestro que las dañó y no tienen la objetividad imprescindible para juzgar lo que ocurre en Cuba. Todo eso puede ser comprensible; pero lo que resulta vergonzoso, realmente atroz, es el oportunismo, bien pagado hoy en día, que alcanza tanta resonancia en los medios. He pensado a veces que tal vez estos «conversos», cuando por azar se despiertan en medio de la madrugada, en medio del silencio, y se sorprenden en total soledad con su conciencia, no pueden evitarlo y sienten vergüenza de sí mismos. Ya sé que no se les puede pedir que se «revisen autocríticamente», pero ¿habrán perdido también la capacidad de avergonzarse?
Rebelión: Los haitianos que tratan de llegar en pateras a las costas estadounidenses nunca son «disidentes» y son devueltos por tanto a su país; los disidentes en Latinoamérica -muchos de ellos, como recuerda también Chomsky, periodistas, profesores o escritores de gran envergadura- nunca son «intelectuales» y por tanto nadie les hace ni caso, ni siquiera cuando son asesinados. Lo más curioso del caso Cuba es que todos los que huyen de la isla son «disidentes» y todos los «disidentes» son «intelectuales» señeros. Paradójicamente la propaganda anticubana rinde así homenaje sin quererlo a la revolución, bajo cuyas alas se habrían empollado tantos talentos. ¿Qué opina usted, por ejemplo, de la reciente concesión de uno de los premios literarios mejor dotados económicamente de España a la más que mediocre escritora Zoe Valdés? ¿O del Premio Sajarov -hace unos meses- a Oswaldo Payá, quien habría declarado al diario El País que bajo la dictadura de Batista había «una prensa increíblemente libre»?
Abel Prieto: Todos esos premios pertenecen a la misma maquinaria y no deben sorprendernos. Lo que todavía me sigue sorprendiendo, de verdad, es que haya quien compre los libros de Zoe Valdés y (lo que es peor) que llegue a leerlos creyendo hacer algo que tiene que ver con la literatura. Es una muestra de la decadencia en que ha caído el mercado literario y de cómo las jerarquías se han ido deformando hasta límites insospechables. Ya ves cómo trabaja el gran censor.
Rebelión: Usted ha denostado críticamente un modelo de cultura basado en la «industria del entretenimiento», como es el de EEUU, y defiende – y quiere aplicar- una política que se sustraiga al fetichismo de la mercancía y al «consumo» y convierta la cultura misma en un valor de uso a disposición de todos los ciudadanos. Aparte la sombra de Miami -con sus medios de propaganda y sus moldes infiltrados-, en los últimos años el gobierno cubano ha tenido que acometer, por razones de supervivencia, una serie de reformas económicas que introducen dentro de la isla una fuente de interferencias culturales en contradicción con su proyecto. Pienso concretamente en la influencia del turismo, que es siempre un elemento corruptor -se mire como se mire- allí donde la pobreza o la ideología no permiten disolverlo en el tejido social. ¿Cómo cree que Cuba podrá mantener su modelo cultural alternativo manteniendo al mismo tiempo esta clase de turismo y sin ejercer una cierta represión? ¿Se ha avanzado o retrocedido en los últimos años en ese terreno?
Abel Prieto: Nuestro «modelo cultural alternativo» ha tenido un impulso mucho mayor en los últimos tres años con una auténtica revolución en la educación (nuevos fondos para las bibliotecas escolares; aulas de no más de veinte alumnos en la primaria; televisores, videos y salas de computación en todas las escuelas del país, incluidas las de zonas montañosas) la creación de un canal televisivo de perfil educacional, de quince nuevas escuelas de instructores de arte y de siete de artes plásticas, con el impulso a la enseñanza del ballet y otros géneros de danza (con grandes saltos de matrícula), el aumento de la producción editorial y la ampliación de la Feria del Libro a treinta ciudades de todo el país y con otros muchos programas que se han llevado adelante con el apoyo personal de Fidel y ya están dando algunos frutos verificables. En los fundamentos conceptuales de esa política está la idea de José Martí que relaciona cultura y libertad: «Ser cultos (dijo) es el único modo de ser libres»; es decir, que sólo un individuo educado, informado, cultivado, con referencias culturales sólidas, puede escapar de la manipulación y ejercer plenamente su libertad. Hablar de democracia parece un chiste de mal gusto allí donde la política se ha convertido en un show mediático, donde no hay diferencias reales entre los programas de los candidatos y gana el que tenga más dinero y mejores asesores de imagen y los medios que forman opinión están en manos de las oligarquías. Queremos preparar a nuestra población para que sea realmente culta y no pueda ser hipnotizada ni manipulada. Sería un absurdo pretender que nuestro «modelo cultural alternativo» se desarrolle en una probeta o en una campana de cristal aislando a los cubanos de la contaminación del exterior: ese cubano culto y libre debe estar preparado para recibir todas las influencias imaginables y de toda índole, vengan de donde vengan, sea en forma de avalancha de películas hollywoodenses o de turistas norteamericanos con floridas camisas hawayanas. Todo cubano debe saber distinguir qué pudiera haber de atendible y qué debe desechar en todo tipo de avalanchas. Nuestra política cultural, por otra parte, si bien defiende nuestras tradiciones y la creación de nuestros intelectuales y artistas, no tiene nada de nacionalismo estrecho: trabaja para que nuestra población tenga acceso al patrimonio cultural universal, en toda su riqueza, incluido el proveniente de los Estados Unidos. Cuando les explico a algunos visitantes norteamericanos, que nuestras editoriales han publicado toda la gran literatura de su país, desde Melville hasta Gore Vidal, se sorprenden muchísimo, también a causa de los estereotipos que les ha hecho llegar la propaganda sobre Cuba.
Rebelión: Decía Martí que «ni el libro europeo ni el libro yanqui» sirven para explicar el enigma de Cuba. Usted, por su parte, en un artículo publicado en la revista de Casa de las Américas («Bush y Rambo») escribe unas palabras muy bonitas: dice que «en Cuba no le dijimos al pueblo CREE sino LEE». En España, donde se lanzan todos los años 60.000 nuevos títulos al mercado y donde sin embargo se lee muy poco, los libros más vendidos este mes son una guía de bares y locales nocturnos de Barcelona y un método infalible para dejar de fumar. ¿Cuáles son los libros más leídos en Cuba? ¿ Puede darnos cifras de lectores? ¿Y de nuevos títulos publicados cada año?
Abel Prieto: La frase que mencionas es de Fidel y tiene que ver, obviamente, con uno de los principios fundamentales de la Revolución cubana, que rechaza por naturaleza la idea de formar fanáticos y apuesta decididamente por la tesis citada de Martí. Ya hablé de la Feria del Libro, que empieza en la Habana, con un carácter internacional, y se extiende por todo el país en una verdadera fiesta de la cultura de carácter masivo. En la reciente Feria, se vendieron más de tres millones de ejemplares de libros. Fue algo muy impresionante y, cuando estudiamos los índices de venta, nos dimos cuenta de que en general los criterios de selección de la gente eran mejores, más exigentes, con respecto a otros años. Aparte de la literatura para niños y jóvenes, que siempre es lo más vendido, se agotaron la poesía de Nicolás Guillén y Dulce María Loynaz, junto a otros importantes escritores cubanos contemporáneos y maestros de la literatura universal. Del Ulises de Joyce se han agotado dos ediciones y lo mismo pasó con Memorias de Adriano, de Marguerite Yourcernar. Roscoe, de William Kennedy, Informe Lugano, de Susan George, y muchos otros títulos muy valiosos se agotaron en un santiamén en la última Feria. En Cuba estamos publicando actualmente entre 1800 y 2000 títulos anuales y unos 20 millones de ejemplares y, aunque las tiradas no satisfacen la demanda, las editoriales están obligadas a garantizar que todos sus títulos estén presentes en la red de bibliotecas públicas. Nuestro programa de impulso a la lectura articula los esfuerzos de escritores, editores, maestros, bibliotecarios, de organizaciones estudiantiles, de la radio y la televisión, y los resultados son notables.
Rebelión: Durante el mes de mayo se ha celebrado en La Habana -ante el silencio, naturalmente, de los medios de comunicación europeos- un congreso internacional para conmemorar el 120 aniversario de la muerte de Marx y subrayar la vigencia de su pensamiento. Más allá del número y calidad de los ponentes, sin duda extraordinarios, ¿cuál es a su juicio la importancia del legado de Marx? ¿Y en qué medida cree que su obra sigue guiando el rumbo de la revolución cubana?
Abel Prieto: El despiadado sistema que Marx estudió a fondo como filósofo y combatió sin tregua como revolucionario, impera hoy sobre la mayor parte de la humanidad, es cada vez más cruel y está poniendo en peligro, incluso, la supervivencia de la especie. ¿Cómo Marx puede haber perdido vigencia? Yo diría que lo necesitamos más que nunca. Y hay algo además de lo que podemos estar seguros: el sueño de Marx de una sociedad superior, sin clases, verdaderamente humana, va a multiplicarse y a crecer en este siglo XXI, con los nombres más diversos. En Cuba jamás hemos tratado en forma vergonzante la presencia viva de los fundadores del marxismo entre nosotros. A ninguno de ellos se les puede culpar de los extravíos y absurdos cometidos por otros que se autotitulaban comunistas y habría que preguntarse qué cosa eran realmente. Con la definitiva obra de Martí, con la del Che y Fidel, el legado de Marx, Engels y Lenin forma parte esencial de nuestro ideario socialista, que es creador y revolucionario por excelencia, siempre guerrillero, dinamitador de manuales, etiquetas y dogmas. Me gustaría añadir otro nombre, el de Gramsci, que leído desde Cuba viene a construir un misterioso enlace entre el marxismo y algunos conceptos martianos de máxima importancia para nosotros.
Rebelión: Desde hace algunos años un movimiento cada vez más potente en Europa defiende la libre reproducción y difusión de las obras (discográficas, editoriales), rehenes de empresas privadas, y pone en cuestión el concepto mismo de «derechos de autor», en el convencimiento -como decía Rafael Barrett hace casi cien años- de que «el arte futuro debe ser una función colectiva». Es el movimiento del copyleft, muy amenazador para el oligopolio capitalista de la cultura, que reclama el derecho del usuario a acceder libremente a los productos culturales y el derecho del autor a difundir libremente su obra, como inalienable patrimonio común, en un mundo en el que la cultura deje de estar expuesta a explotación económica. Naturalmente este proyecto es incompatible con el capitalismo. En Cuba, donde el control de las obras no está en manos de intereses económicos privados, imagino que este problema está resuelto. ¿Cómo? ¿Cuáles son los «derechos de autor» reconocidos en Cuba? ¿Cuál es la relación, en este sentido, entre el Estado, como vehículo de difusión de la cultura, y los productores, los artistas (músicos, artistas gráficos, poetas, escritores)? ¿Cree que es el cubano un modelo satisfactorio para todas las partes en el que productores y usuarios pueden disponer libremente los unos de los otros?
Abel Prieto: En ese «otro mundo posible» por el que hay que seguir luchando, el autor, el artista, tendrá condiciones idóneas para la creación, y la sociedad no encontrará limitación alguna para acceder al resultado de su trabajo. Una de las más chocantes paradojas de este orden de cosas tan irracional, consiste en que, mientras la tecnología pone en nuestras manos cada vez más y mejores vías para comunicarnos, para conocernos mejor los unos a los otros, para que el fruto del talento humano llegue a todas partes y pueda convertirse en patrimonio realmente universal, crece la presión para levantar fronteras y limitar esa socialización del conocimiento, de la cultura, por intereses económicos. Creo que es importante identificar cuándo se están defendiendo verdaderamente los derechos de los autores y artistas y cuándo son enarbolados por las transnacionales para defender sus ganancias. Lo vemos en la industria discográfica, en la audiovisual: cómo la protección de las legislaciones se va desplazando hacia la inversión en detrimento de la creación, y vemos cómo el producto cultural se intenta manejar como una mercancía más. En Cuba, específicamente, tenemos una ley vigente desde 1977 que (aunque requiere ser actualizada) reconoce los principios fundamentales del derecho de autor, con las excepciones que nos garantizan llevar adelante nuestra política educativa, científica y cultural. En nuestro caso, además, las ganancias de las empresas o entidades que difunden y comercializan el fruto del talento artístico (disqueras, productoras de audiovisuales, etc.) se reinvierten en el desarrollo cultural del país, en las escuelas de arte, en la conservación del patrimonio.
Rebelión: Una última pregunta. Después del 11-S y aún más tras la ocupación de Irak por EEUU, los que seguimos creyendo que en Cuba se juega en buena parte la suerte del movimiento anticapitalista y anti-imperialista (valga la redundancia) miramos hacia Cuba con redoblada angustia. ¿ Cree usted que la revolución está hoy más amenazada que nunca? ¿Qué forma adoptarán, a su juicio, los próximos ataques contra Cuba decididos por la ultra-reaccionaria administración Bush y el poderoso lobby de Miami que tanta influencia tiene sobre ella? ¿Y en qué cree usted que deben ponerse de acuerdo todos los militantes e intelectuales del mundo para ayudar a Cuba a resistir, a seguir resistiendo?
Abel Prieto: Para mí (para nosotros) es obvio que existe la amenaza real de un ataque militar de los Estados Unidos contra Cuba: jamás un gobierno yanqui ha tenido tanto poder sin contrapeso alguno, tanta estúpida soberbia, tanto desprecio por la opinión pública internacional, tantos apetitos imperiales y tan sueltas las manos para intervenir en cualquier parte; jamás, tampoco, se había atentado de una forma tan impúdica contra los principios de la soberanía y la autodeterminación de las naciones; jamás ha habido lazos tan íntimos, de verdadera consanguinidad, entre el gobierno yanqui y el núcleo mafioso de Miami. Fidel ha dicho que Cuba sería la última aventura fascista de ese gobierno, y el país se prepara para eso y sigue trabajando sin perder el sueño en el impulso de todos nuestros programas educativos y culturales y en todo lo demás. Por otro lado, más que reclamar solidaridad específicamente para nosotros, creo que es un momento en que habría que convocar a toda la gente honesta trabajar por tejer un amplísimo frente antifascista mundial: lograr que se extienda la conciencia del peligro que significa este IV Reich y la necesidad de enfrentarlo y crear una cultura global de resistencia.