La imposición del modelo capitalista neoliberal extendido por todo el mundo a partir de finales de los años 80, no trajo años después, como vaticinaron sus más fervorosos propagandistas, ni más prosperidad ni tampoco mayor estabilidad social y política. Hoy es sabido que los mejores resultados de la entronización del capital privado en todas las […]
La imposición del modelo capitalista neoliberal extendido por todo el mundo a partir de finales de los años 80, no trajo años después, como vaticinaron sus más fervorosos propagandistas, ni más prosperidad ni tampoco mayor estabilidad social y política.
Hoy es sabido que los mejores resultados de la entronización del capital privado en todas las esferas de la sociedad, no llegó a beneficiar siquiera a un círculo mayor de ricos, mucho menos a sectores de las llamadas capas medias.
En cambio, tanto a nivel local como a nivel internacional lo que sí se produjo, fue una arrolladora mayor concentración del poder y la riqueza en un grupo mucho más reducido de supermillonarios caníbales que alcanzaron ese sitial a costa de la desaparición de antiguos sectores privilegiados, y de la ruina y marginación económico-social de millones y millones de seres humanos que se sumaron a aquellos pobres de siempre.
Al unísono los gobiernos pro neoliberales se volvieron sordos y mudos frente a los dramas sociales y humanos que engendraron las desalmadas políticas aplicadas sin vacilación, y se puso de moda una insensibilidad social de parte de los gobernantes hacia los gobernados que tenía olvidados antecedentes en épocas pretéritas de la Historia. Dejar sin trabajo, sin educación, sin atención sanitaria, sin comida al prójimo, no mereció ningún tipo de interés ni siquiera demagógico para el discurso político.
Se puso de moda como sloganes de políticos, tecnócratas y burócratas, el «hay que adaptarse», el «hay que ser realista» o «los tiempos son muy difíciles y hay que ahorrar», «hay que aceptar las cosas como son ahora» y otras mentiras cómplices de la imposición de la injusticia generalizada.
En América Latina en los últimos diez años han caído más gobiernos que en otros momentos de la historia, por efecto de sus propios fracasos y escándalos, o remecidos por rebeliones populares. La inestabilidad política ha sido permanente, y ningún país del continente se ha salvado, con excepción de Cuba que pese a todas las dificultades que vivió después de la disolución del campo socialista europeo no eligió aplicar políticas neoliberales y ha mantenido sus conquistas sociales y políticas.
En el resto, el crecimiento económico prometido no se vio por ningún lado. Durante todo el decenio de los 90 la tasa promedio de crecimiento económico fue un 3,5 inferior a lo que se creció entre 1945 y 1980. Y en el año 2000, los pobres en América Latina eran ya 224 millones. Nunca habían sido tantos.
La distribución del ingreso no ha mostrado tampoco una mejoría en los últimos decenios, ni siquiera en países como Chile que tuvo hasta 1998 una tasa elevada de crecimiento económico.
Por toda esa acumulación de elementos es que el sistema político alcanza su mayor desprestigio y desgaste político, al haber profundizado las crisis y sobre todo por no haber tenido voluntad política siquiera de atenuar por lo menos sus brutales efectos sobre la población.
Pero por otro lado, nuevos gobiernos surgidos de esas crisis, como por ejemplo en Ecuador, Perú, Brasil o Argentina, que no han querido o podido rectificar totalmente el rumbo de esas políticas neoliberales más allá de las buenas o inexistentes intenciones (según sea el caso), y permanecen aún maniatados a lo que impuso la ortodoxia neoliberal.
Incluso en países donde a corto plazo podría producirse un cambio político, (Uruguay y Bolivia), surgen políticos «sensatos de izquierda» que sólo se ofrecen para administrar la debacle neoliberal, pero no para romper definitivamente con el pasado reciente y aportar en la tarea de reparar urgentemente los desastres que dejó tan profunda depredación económica y social. Ellos no parecen estar «desesperados», quieren «hacerlo bien», «dentro de lo posible». Quizá porque a este tipo de gentes, no se les va la vida como a un desocupado, como a un niño de la calle con hambre y sin escuela, como a un viejo abandonado y enfermo.
Mientras tanto la gente que está más a la izquierda y es más «insensata», y porque cree que es posible lograrlo seguirá exigiendo y luchando por otra sociedad y otro mundo diferente a este que todavía soportamos.