De manera provocativa para la intelectualidad contemporánea, que nos ha acostumbrado en las últimas dos décadas a todo tipo de ejercicios teóricos posibles (desde retomar a los clásicos griegos a la recuperación de los grandes pensadores políticos de los inicios de la modernidad como Spinoza o Maquiavelo), Slavoj Zizek viene dedicando un aspecto de su […]
De manera provocativa para la intelectualidad contemporánea, que nos ha acostumbrado en las últimas dos décadas a todo tipo de ejercicios teóricos posibles (desde retomar a los clásicos griegos a la recuperación de los grandes pensadores políticos de los inicios de la modernidad como Spinoza o Maquiavelo), Slavoj Zizek viene dedicando un aspecto de su reflexión y elaboración a plantear la pertinencia de la «figura maldita» de Lenin, protagonista central de la revolución social del siglo XX.
Las últimas dos décadas estuvieron signadas por la pérdida del horizonte de la revolución social como guía para la acción de las masas. El «pensamiento posmoderno» suprimió en sus teorías cualquier referencia a su actualidad, producto de la derrota de los ’70, la imposición de la ofensiva capitalista «neoliberal» y la caída del muro de Berlín, que de conjunto configuraron una relación de fuerzas negativa para la clase obrera y los pueblos oprimidos. El hecho de que pueda volver a ser discutido el aporte de Lenin, que está identificado con un marxismo imbricado directamente con la acción revolucionaria, es un elemento claro de cambio ideológico producido por el desprestigio del discurso capitalista, un aumento en la lucha de clases y la convulsión mundial por la invasión imperialista de Irak.
El filósofo esloveno estuvo durante el año 2000/01 dedicado a dirigir un seminario anual en Alemania sobre la actualidad de Lenin, la nación que «simbolizó» en el ’89, con la caída del muro, la declaración ideológica de la muerte final del proyecto de Lenin y con él, de todo el marxismo. El seminario culminó con la realización de un Simposio Internacional donde estuvieron presentes intelectuales de la talla de F. Jameson y Alain Badiou, debatiendo sobre la pertinencia de retomar a Lenin para la crítica actual al capitalismo. Este año se publicó en castellano A propósito de Lenin1, un pequeño libro compuesto por los ensayos de Zizek, fruto de estos debates.
La «provocación» de Zizek nos parece pertinente para poder realizar el ejercicio de develar la figura revolucionaria de Lenin, desprendiéndola de una doble degradación ideológica. La primera la realizó el naciente stalinismo que luego de la muerte de Lenin en 1924 buscó transformarlo en un ícono de legitimación del curso contrarrevolucionario en la URSS2. La burocracia que dominaba dictatorialmente la URSS había ubicado en el centro de esta degradación a Lenin convirtiéndolo progresivamente desde su muerte en el centro del «leninismo» como nueva ideología de Estado. Con la caída del stalinismo, las masas, que durante la posguerra y el ascenso de los ’70 no pudieron superar a éste de forma revolucionaria, rechazaron al marxismo y a Lenin identificándolo con la burocracia totalitaria. El predominio del stalinismo degradó el marxismo a los ojos del mundo y permitió el paso a otra gran operación ideológica: luego de la caída del Muro de Berlín ya no había lugar para el marxismo de Lenin. Fue el momento donde predominaron las coordenadas ideológicas y políticas «posleninistas».
Hoy el debate preanuncia una vuelta a los tópicos más clásicos de la política, producto de la reconfiguración que provocó la convulsión mundial post 11/09. La intelectualidad se ve obligada a debatir sobre los límites de su anterior aceptación «posmoderna y globalizada» para pensar y teorizar una nueva práctica emancipatoria.
Zizek parte de señalar los límites del anticapitalismo, y por ende del autonomismo que se referencia en ese movimiento, por negarse a abordar un plano más directo de confrontación política con el Estado capitalista. Al mismo tiempo se muestra disconforme con las opciones posmodernas liberales que aceptan la democracia capitalista como un terreno insuperable. El reconocimiento de la obra de Lenin sólo puede ser bienvenido para enriquecer el debate de la estrategia revolucionaria en el siglo XXI. Sin embargo el trabajo de Zizek no responde a un ejercicio de «recuperación histórica» sino a una intervención propia de nuestro autor en el debate teórico y político de la intelectualidad contemporánea. Su apelación a la «lucha de clases» o a la «política leninista» no es en ningún sentido una reactualización de la política marxista revolucionaria en las condiciones actuales sino una «utilización» ecléctica que no puede superar la «condición posmoderna», donde está destituida la revolución, y asimismo es impotente para retomar en su justo valor histórico la originalidad del proyecto comunista de Lenin para superar la antinomia democracia – totalitarismo, dentro de la cual se plantea como las únicas alternativas de la historia o el orden de la democracia capitalista o un «socialismo real» stalinista3. En esta nota vamos a debatir sobre el tipo de reapropiación que realiza Zizek sobre Lenin.
Crítica a la democracia capitalista
Zizek lleva adelante, en sus distintos escritos y en éste en particular, una crítica ideológica, cultural y política a la democracia capitalista. Correctamente y con mucho sarcasmo desmonta las operaciones «ideológicas» corrientes que en los últimos años, luego del triunfo «definitivo» del capitalismo, refuerzan mediante un discurso democrático la legitimación institucional de los Estados imperialistas. Ve en el «multiculturalismo», que tiñe la producción académica en las ciencias humanas, un cínico reconocimiento del dominador para con los que domina, sojuzga y oprime. Ya Edward Said en su libro Cultura e imperialismo descubría en la literatura del siglo XIX los rasgos básicos de esta operación: era el colonizador el único que podía otorgar sentido a la historia y a la propia existencia del colonizado. De igual manera es el pensamiento «progresista occidental» el único que podría otorgar el reconocimiento, e incluso el propio sentido histórico, a los pueblos semicoloniales; solo él podría adentrarlo en la empresa civilizadora. Hoy lo vemos en Irak donde los EE. UU. «legitiman» su política neocolonialista mediante el discurso de «llevar la democracia a Medio Oriente». Zizek ve en la «ética de la tolerancia» pregonada por la intelectualidad liberal y en el «multiculturalismo» progresista esta operación legitimadora del sojuzgamiento del Otro: «para abreviar, la tolerancia es la tolerancia hacia el otro en la medida en que este otro no es un ‘fundamentalista intolerante’- lo que significa simplemente: en la medida en que no es realmente un Otro»4. La aceptación de la diversidad en tanto ésta no atente contra los márgenes sociales y culturales ya establecidos por el dominador, la tolerancia de las «verdades relativas» en tanto éstas no pongan en cuestión los fundamentos de la democracia imperialista. «Los liberales conceden el derecho a creer, a la vez que rechazan toda creencia particular como «fundamentalista», excepto la propia. Basta ver como en los EE.UU. se permite el «fundamentalismo cristiano» mientras se condena a los musulmanes.
Esta manipulación realizada en el terreno de la cultura es parte de la misma operación en el terreno de la ideología democrática. Zizek critica la hipocresía del discurso liberal, que desde Habermas a Rorty conciben el libre juego de opiniones, cuando éstas no atentan contra la institucionalidad vigente, la práctica política basada en los «acuerdos» y «compromisos» entre las diferentes posiciones, siempre y cuando la acción de los explotados y oprimidos no comprometa esta falsa «igualdad». Las masas son llamadas a «elegir», siempre y cuando elijan lo correcto. Retomando a Lenin, la democracia burguesa se concibe como el régimen en donde los pueblos tienen la opción de elegir quien será su próximo verdugo.
El limite de la intelectualidad «radical»
Prosiguiendo con esta argumentación, Zizek critica a la tendencia del pensamiento «radical» que plantea la posibilidad de una fuerza o momento emancipador, pero sin romper los fundamentos tácitos de la «democracia» capitalista.
En el actual panorama ideológico la intelectualidad se ha adaptado al horizonte insuperable de la democracia capitalista bajo dos formas: el politicismo reformista y el autonomismo. Por un lado, Zizek rechaza a la corriente expresada por Toni Negri, muy en boga desde fines de los ’90, que realza la inmanencia de lo social bajo la idea de la recuperación del protagonismo directo de la «multitud» pero sin enfrentar a los Estados capitalistas. También rechaza a la que realza la inevitable trascendencia de la política: sólo a partir de la «trascendencia» del campo político con respecto a lo social podemos hablar de verdaderos sujetos. Pero si bien es en el campo político desde donde puede plantearse algún tipo de transformación efectiva de la realidad, para esta corriente la política pasa a ser el lugar de la constitución de múltiples «identidades» con objetivos modestos, de «corto plazo» y nunca pensables a través de la destitución del orden democrático, sino sólo a través del reconocimiento dentro de él.
Para nosotros «en los últimos años, luego del colapso del stalinismo, predomina en el campo de las ideas una posición que para decirlo de un modo esquemático, es el reverso de la anterior, es decir, una reafirmación unilateral del otro polo de la ecuación, de que es posible la ‘libertad’ independientemente de la ‘liberación’. Esto se expresa en dos tendencias en la teoría política: la ‘democracia plural’ por un lado y el ‘autonomismo’ por otro, que niegan la emancipación política, por dos caminos aparentemente antagónicos»5. Zizek representa una posición discordante con estas coordenadas, disconforme con la forma limitada que ha adoptado el movimiento anticapitalista al centrar sus cuestionamientos en el poder de las grandes corporaciones dejando intacto los «juegos de la democracia». Tanto es así que a pesar del llamado a los éxodos y fugas en pos de una nueva sociabilidad poscapitalista, Negri, quien es de todos los teóricos autonomistas el autor que más apelaciones al comunismo, ha señalado, en su último libro Multitud la tarea de conquistar una nueva «democracia global»6. Frente al predominio autonomista de los últimos años ganan peso aquellos que recuperan la dimensión de «lo político». Zizek toma a Lenin para contraponer su propia lectura de la especificidad de lo político y criticar los limites democráticos de su recuperación por parte de los teóricos posmodernos. Acertadamente apunta: «Si hay un acuerdo general entre la Izquierda radical hoy, es que para resucitar un proyecto político radical, uno debe dejar atrás el legado leninista: la implacable apelación a la lucha de clases, el Partido como forma privilegiada de organización, la toma revolucionaria violenta del poder, la subsiguiente ‘dictadura del proletariado’ […] ¿No son todos estos ‘conceptos -zombis’, que deben ser abandonados si la izquierda quiere tener alguna oportunidad en las condiciones del capitalismo tardío ‘postindustrial’?»7. Ciertamente esos son los tópicos comunes que aún predominan. Zizek intenta buscar en Lenin la forma de salir del atolladero actual. Su ensayo indaga en una tercera posición entre los autonomistas y los reformistas que llaman a recuperar la política y las luchas hegemónicas dentro de una democracia sin contenidos, pero al compartir muchos de sus presupuestos, se constituyen también en su propio límite «radical».
Crítica a la Política Pura
Lo que se intenta evitar para la recuperación de la política es su reducción a un simple reflejo de clase, a una univoca determinación que impida ser concebida como el lugar propio de la voluntad y la acción creadora. Para Zizek «la crítica ‘política’ al marxismo (la objeción de que, cuando se reduce la política a una expresión ‘formal’ de algún proceso socio-económico ‘objetivo’ subyacente, se pierde la apertura y la contingencia constitutiva del campo político como tal), debe complementarse así con su anverso: el campo de la economía es en su forma misma irreductible a la política -este nivel de la forma de la economía (de la economía como forma determinante de lo social) es lo que pierden los ‘políticos post marxistas’ franceses, cuando reducen la economía a una más de las esferas sociales positivas»8. En lo esencial el clima posleninista desde el cual se intenta retomar el lugar de la «política radical» cercena su propio campo de acción, la reduce a su mínima posibilidad, y, con ello, la emparenta a la pragmática búsqueda liberal de perfeccionar la esfera de la representación política sin poner en cuestión su fundamento económico-social. Justamente es el Estado capitalista y la democracia (burguesa) -como su «mejor envoltura»- la que posibilita la ilusión de «formas y juegos autónomos» con respecto a los intereses en pugna en la sociedad. Si la idea de una «democracia» plebeya en sus orígenes revolucionarios estaba asociada a la búsqueda de una cierta igualdad material entre los hombres, aunque los concibiera en forma limitada como igualdad de la propiedad (privada), hoy quienes recuperan la «política pura» parten del presupuesto posmoderno de que cualquier intento de conquistar un verdadero cambio en las condiciones materiales, que revierta las terribles realidades del capitalismo, nos lleva inevitablemente a la negación de toda capacidad creadora autónoma y por ende de toda política.
Este ángulo plantea el desgarramiento de la relación que el marxismo clásico intentó buscar entre la economía y la política cayendo en una «despolitización de la economía». Nuestro autor llama a hacer de la economía un terreno de lucha, pero no lo hace desde el punto de vista del antagonismo de las clases sociales. Contrasta en esto con Lenin para quien una transformación radical del orden social sólo puede hacerse desde la clase más avanzada del desarrollo moderno: la clase trabajadora. Amparado en las ideas de que las transformaciones del capitalismo y del mundo del trabajo han desplazado la figura de la clase y el antagonismo de clases hacia un capitalismo donde la propiedad se ha abstraído de su sustrato material hacia una «pos-propiedad» simbólica, las clases han mutado de tal forma que la «lucha de clases» se define en torno a una lógica de inclusión y exclusión del mercado y ya no a través de la posición social en el proceso productivo. Por ello Zizek realiza una reconceptualización fenoménica de las clases: «por un lado tenemos la llamada ‘clase simbólica’: no sólo los directivos y banqueros, sino también los académicos, periodistas, abogados, etc.- todos aquellos cuyo ámbito de trabajo es el universo simbólico virtual-. Por el otro, están los excluidos en todas sus variaciones (los desocupados permanentes, los sin techo, las minorías étnicas y religiosas no privilegiadas, etc.). En el medio, está la notoria ‘clase media’ apegada con pasión a los modos de producción y las ideologías tradicionales (digamos, un trabajador manual calificado cuyo empleo se ve amenazado), que ataca ambos extremos, a la gran empresa y a los académicos y también a los excluidos»9. Se nos propone una «politización» posmoderna de la economía capitalista donde ha desaparecido la potencialidad anticapitalista del proletariado.
Si los intelectuales de la «política pura» abandonan el terreno de la economía y de las clases transformando el propio proceso de la acción política en un pasaje idealista, en el que figuras autónomas, ya sea bajo la forma de un «acontecimiento» (Badiou), o de un juego «hegemónico» (Laclau), afirman en sí mismas su propia realidad, Zizek, quien realiza una crítica a estos intelectuales, plantea una teoría de la subjetividad política encerrada 7en estas mismas coordenadas.
Acto político
Zizek acierta al señalar que: «Hoy mas que nunca deberíamos volver a Lenin: si la economía es el dominio clave, la batalla se decidirá allí, se debe romper el hechizo del capitalismo global -pero la intervención debe ser propiamente política, no económica»10. Desde el comienzo del libro Zizek nos advierte de una lectura que puede hacerse sobre la política de Lenin: tanto en la imagen tradicional que impuso el stalinismo, como su actual «recuperación posmoderna», tomaron al Lenin del ¿Qué hacer? para extraer de allí una concepción de la autonomía del campo político. Si el stalinismo lo hacía de forma instrumental para justificar una dictadura contra las masas, hoy se lo toma así para una «política» que prescinde de éstas. Zizek critica esta lectura contraponiéndole otro Lenin, uno que pueda intervenir políticamente para resolver las reivindicaciones sociales de las masas. Para esto plantea que hay que poner en el centro del terreno político el «acto revolucionario», construyendo así una teoría del «acontecimiento leninista», como aquel que se abre paso en la situación de manera repentina y contingente aprovechando la oportunidad única: «Tenemos aquí dos modelos, dos lógicas incompatibles de la revolución: aquellos que esperan el momento teleológicamente maduro de la crisis final, en el que la Revolución estallará ‘en su momento apropiado’ por necesidad de la evolución histórica; y aquellos que son concientes de que la revolución no tiene ningún ‘tiempo propio’, aquellos que perciben la oportunidad revolucionaria como algo que surge y que tiene que ser atrapado en los desvíos mismos del desarrollo histórico ‘normal’. Lenin no es un voluntarista ‘subjetivista’- en lo que él insiste es en que la excepción (el juego extraordinario de las circunstancias, como aquellas en la Rusia de 1917) ofrece una manera de socavar la norma misma»11.
Zizek intenta buscar en Lenin y su experiencia en la revolución rusa la comprensión de la relación existente entre la necesidad de la transformación social y el acto político. Concibe cómo Lenin frente a la guerra pudo aceptar la «verdad» de esta «catástrofe» que reactualizaba la revolución. En su intervención entre las «dos revoluciones» (febrero y octubre de 1917) pudo asirse de una situación excepcional para dar lugar al «acontecimiento leninista», que sin ningún tipo de garantías, ni desde una espera conservadora a la «apelación a la necesidad social» (el momento histórico no estaba maduro según el reformismo de la IIº Internacional) o «a una legitimidad democrática normativa», se lanza al acto revolucionario que no se autoriza más que por sí mismo aprovechando las circunstancias excepcionales que le dan origen.
El filósofo esloveno intenta aquí rebatir la «común» acusación a Lenin de «determinista histórico», afirmando la «excepcionalidad» del acto político. Intentando no caer en la trampa de algún «gradualismo político». De una manera u otra los teóricos del pensamiento radical posmoderno conciben las múltiples y pequeñas «emancipaciones» como la conquista de transformaciones sucesivas bajo un cierto gradualismo: ya sea para el bernsteinismo de Laclau, donde la conquista de una democracia completa es un imposible que guía las construcciones precarias de «bloques hegemónicos» en un proceso de «radicalización de la democracia»12; o para el autonomismo, que al tomar el concepto de «biopoder» rechaza la idea de una ruptura revolucionaria y un cambio sustancial en el orden de la dominación capitalista. La misteriosa «multitud» podría hacer emerger una «nueva sociabilidad inmediata» sin ruptura revolucionaria de los Estados capitalistas, que seguirán estando presentes a pesar de la afirmación antagonista «alternativa»13. En ambas concepciones no hay ruptura o corte revolucionario, no hay momento del enfrentamiento antagónico decisivo, ni hay política revolucionaria.
Bensaid y el acontecimiento revolucionario
Sin embargo Zizek se equivoca al pensar que el acto subjetivo impone su propia temporalidad y no se amolda a ningún «tiempo propio» de la revolución, la lucha de clases y la organización revolucionaria de la clase obrera. Daniel Bensaid realiza una recuperación en cierto sentido similar del acontecimiento revolucionario en Lenin pero considera correctamente que hay un «tiempo propio de la revolución»14. Define la política leninista como la política de los eslabones débiles, los momentos favorables y la crisis. Para él: «La revolución tiene su propio tempo, acompasado por aceleraciones y marchas lentas. También tiene su propia geometría donde la línea recta se rompe en las bifurcaciones y giros bruscos de la historia. El partido se nos muestra así bajo un nuevo prisma. En Lenin ya no es el resultado de una experiencia acumulativa, ni el modesto pedagogo encargado de guiar a los proletarios desde la oscura ignorancia hasta las luces de la razón. Se convierte en un operador estratégico, una especie de cambista y señalero de la lucha de clases. Walter Benjamin lo percibió muy bien: el tiempo estratégico de la política no es el de la mecánica clásica, lineal, sino un tiempo discontinuo, enzarzado en nudos de acontecimientos»15.
Se desliza así a una teoría del acontecimiento que expresa la influencia de la intelectualidad académica francesa, claro que lo hace «recuperando» un elemento de la teoría marxista, al superar todo mecanicismo mediante el «salto dialéctico» que implica la ruptura temporal de la revolución, pero abstrayéndolo del marco que le otorga sentido y cambiando su contenido profundamente. En Bensaid el vértigo del acto revolucionario en cierta manera adquiere sentido en sí mismo definido por un «tiempo de la crisis» establecido por fuera de la relación entre el tiempo de la experiencia y la hegemonía de la clase obrera expresada en los Soviets, y el tiempo de la acción de la organización revolucionaria expresada en partido de vanguardia, pues éste no es reductible al tiempo corto de la revolución. Trotsky lo teorizó así en su interpretación de la revolución rusa: «La mecánica política de la revolución consiste en el paso del poder de una a otra clase. La transformación violenta se efectúa generalmente en un lapso de tiempo muy corto. Pero no hay ninguna clase histórica que pase de la situación de subordinada a la de dominadora súbitamente, de la noche a la mañana, aunque esta noche sea la de la revolución. Es necesario que ya en la víspera ocupe una situación de extraordinaria independencia con respecto a la clase oficialmente dominante; más aún, es preciso que en ella se concentren las esperanzas de las clases y de las capas intermedias, descontentas con lo existente, pero incapaces de desempeñar un papel propio»16.
La concepción de Bensaid, si bien niega todo evolucionismo, lo limita a la espera del momento de la oportunidad que abre la crisis desdeñando de toda tarea preparatoria. El marxismo revolucionario sacó de la experiencia de la revolución rusa que su triunfo no sobreviene orgánicamente ni de la crisis del capitalismo, ni únicamente de la acción de las clases explotadas; tampoco de un acto «político» voluntarista de una élite de vanguardia. Para Lenin la revolución se prepara; el partido es «operador estratégico» en el sentido que acelera la experiencia de la clase obrera para ganar la hegemonía y preparar a la vanguardia del proletariado para la insurrección. Así, concebía que el «salto insurreccional» no se podía dar sin tres precondiciones: primero, que debe apoyarse en la clase de vanguardia, el proletariado autoorganizado en los soviets y dirigidos por el partido revolucionario; segundo, que debe apoyarse en el entusiasmo revolucionario del pueblo, en un alzamiento «nacional»; y en tercer lugar, que debe apoyarse en el momento crítico de la historia, la vacilación de los enemigos, la división de la burguesía, abriendo una crisis de poder que da lugar a la coyuntura estratégica17.
La teoría del «salto» de Bensaid se asemeja más a una teoría del «acontecimiento contingente» que cubre una autonomía plena de la política con respecto a la clase obrera, más que a la «coyuntura estratégica» leninista. Bensaid, como dirigente de la LCR, corriente que acaba de abandonar la dictadura del proletariado, teoriza la autonomía política de la «oportunidad estratégica» no porque conciba la insurrección como un arte sino más bien para adecuarse teóricamente a una práctica reformista de «aprovechar las oportunidades»18.
¿Un sujeto contingente?
Si Bensaid construye un Lenin amoldado a una filosofía política del acontecimiento, Zizek se reapropia de la figura de Lenin para construir un subjetivismo sin sujeto propio de los aires posmodernos. En Zizek esto se expresa como una recuperación de la acción política como acto violento de ruptura del «concenso establecido» por las coordenadas del capitalismo, manteniendo así el «momento unilateral» de «autoafirmación» que constituye a la política y por el cual emergería un sujeto. Para Zizek este sujeto es «contingente», basta con que se asuma como tal ya que previamente nada nos lleva a reconocerlo. Pero ¿cuál es el fundamento de esta «contigencia» absoluta del sujeto? Podríamos realizarle a Zizek la misma pregunta que éste le hace a Laclau: ¿la forma a través de la cual piensa hoy la constitución de un sujeto político, es producto de algún cambio histórico contemporáneo, o, por el contrario, es la forma en la cual siempre habría que haber pensado el sujeto político radical?19. En su ensayo, Zizek juega con la mezcla de estas dos argumentaciones. Para él, los cambios en el capitalismo están considerados superficialmente, como cuando acepta los análisis de Imperio de Hardt y Negri como un trasfondo ecléctico de su verdadera concepción. Para él el sujeto es «contingente» producto de que las coordenadas del acto se definen por el encuentro con lo «Real traumático» que constituye al sujeto como tal al adoptar una actitud intransigente haciéndose cargo de las consecuencias de romper el marco simbólico y de dar lugar al «acontecimiento».
En esto reside la mayor confusión y eclecticismo del ensayo de Zizek. Su «leninismo» pone en el centro el acto «decisional» del sujeto, irreductible, que cambia el terreno al aceptar las consecuencias de su acto, y donde la apelación subjetiva sólo adquiere sentido porque niega el «marco simbólico» establecido. Esta concepción meramente individualista de la acción política, niega la constitución de un sujeto colectivo capaz de cambiar realmente la realidad capitalista mediante la revolución social. Si bien no hay una relación lineal entre el sujeto social que es la clase obrera y su constitución como sujeto histórico, su lugar en la producción social le da la potencialidad de emerger como una fuerza social capaz de transformar y subvertir la sociedad, como de hecho lo fue en distintos momentos de la historia. Esta realidad de su poder social y de su historia es lo que permite luchar por su constitución en un sujeto revolucionario. El Lenin de Zizek adquiere actualidad sólo como un «significante» vacío, eliminado el contenido histórico concreto del proyecto leninista, que se desvanece para dar lugar a un «acto subjetivo» pero sin sujeto histórico.
Violencia revolucionaria…
Desde su particular percepción de un acto político «radical» que no posee fundamentos en una política de clase, Zizek debe profundizar su argumentación realizando una apología de la violencia como la única acción capaz de otorgarle autenticidad al acto revolucionario: «Alain Badiou identificó la passion du reel [la pasión de lo real] como el rasgo más importante del siglo XX […] La experiencia más paradigmática y definitoria del siglo XX fue la experiencia directa de lo Real como opuesto a la realidad social cotidiana- lo Real en su violencia extrema como el precio a pagar por desgajar las capas engañosas de la realidad»20.
Si la democracia capitalista es denunciada como la forma de dominación del fetichismo de la mercancía sobre la existencia «alienada» de los hombres bajo el capitalismo, tal dominación, es verdad, no puede ser destituida sin quebrar sus mecanismos de legitimación. De más está decir que esta «democracia» apela a la violencia para mantener su propia dominación. Si uno rechaza esta operación planteando la necesidad de una ruptura radical del orden «democrático», debe aceptar y ver en la violencia contra el opresor un medio necesario para ser utilizado por las masas explotadas y oprimidas si se desea instaurar verdaderamente una nueva sociedad. La violencia revolucionaria es el acto desenfrenado de emanciparse del viejo orden de cosas, de romper con el pasado para otorgar realidad al proyecto revolucionario, ante esto Hannah Arendt sostenía que «…ningún origen puede realizarse sin apelar a la violencia, sin la usurpación»21. Huir de la violencia revolucionaria como una de las realidades a aceptar de la revolución sería caer nuevamente en un prejuicio «democratista», pero Zizek no apela a la violencia como un medio para destruir el orden capitalista sino como «el precio a pagar» «por desgajar las capas engañosas de la realidad». Su núcleo conceptual lo abre a la posibilidad, por ejemplo, de identificar violencia en tanto elemento constitutivo de la «subjetivación» política revolucionaria con la violencia del stalinismo, como la única manera de mantener y recrear la «verdad ontológica» del acto de la «destrucción revolucionaria».
Zizek ve en el momento del Terror en la revolución rusa la afirmación sin velos de esta necesidad, pero para él el terror no es un momento excepcional de la revolución contra el viejo orden, sino la relación necesaria que lo mantiene en el tiempo con el Thermidor stalinista, es decir, con el acto de la violencia contrarrevolucionaria de la burocracia stalinista contra la generación que quería proseguir la revolución.
…y Thermidor
Su posición idealista en torno al acto político y su apología de la violencia como el lugar del encuentro de los sujetos con «lo Real», lleva a Zizek ha aceptar el Thermidor como la continuación necesaria del proyecto de Lenin. Preguntándose el porqué de la exaltación del aplastamiento del levantamiento obrero de Moscú en 1956 por parte de Brecht: «¿no es este un caso ejemplar de lo que Alain Badiou llamo la pasión du reel, que define el siglo XX? No es que Brecht tolerara la crueldad de la lucha con la esperanza de que ésta traería un futuro próspero: la crudeza de la violencia presente como tal era percibida y advocada como signo de autenticidad»22.
Contra los peligros de una lectura «libertaria» de Lenin basada en algunas de las afirmaciones que realiza en El estado y la Revolución, como ser su llamado a terminar con toda «política» y por lo tanto con toda «representación» partidaria en pos de una apelación constante a la acción directa de las masas, Zizek debe buscar un fundamento a su propia postura «totalitaria»: «la premisa clave de El estado y la revolución es que no se puede «democratizar» totalmente el Estado, que el Estado «como tal», en su noción misma, es una dictadura de una clase sobre la otra; la conclusión lógica de esta premisa es que, en la medida en que todavía estemos dentro del dominio del Estado, estamos legitimados para ejercer el terror violento, ya que dentro de este dominio, toda democracia es un fraude. De manera que, como el Estado es un instrumento de opresión, no vale la pena tratar de mejorar sus aparatos: protección del orden legal, elecciones, leyes que garantizan las libertades individuales… -todo esto se vuelve irrelevante-«23 [negritas nuestras]. Claro que todo Estado es la dictadura de una clase sobre otras y que la democracia burguesa es un fraude. Pero Zizek, al señalar toda democracia como fraude abstraída de cuál es la clase que la ejerce, nos impone una verdadera amalgama fraudulenta. Nos intenta llevar a la falsa conclusión de que la dictadura del proletariado no implica una democracia superior para las masas y una dictadura para las clases explotadoras, sino un Estado totalitario como resultado institucional de la revolución Rusa.
Para Lenin el orden estatal soviético es la dictadura del proletariado la cual implica una democracia proletaria que plantee su propia «extinción». La tensión que albergaba esta apuesta era el movimiento revolucionario permanente de las masas, ejerciendo el poder en los soviets, que no decantaban en un poder totalitario sino que en cada fase se planteaba nuevas tareas constituyentes de su propio poder. Dice Lenin: «Esto parece, a primera vista, muy extraño. Pero sólo es incomprensible para quien no haya comprendido que la democracia también desaparecerá cuando desaparezca el Estado. El Estado burgués sólo puede ser ‘destruido’ por la revolución. El Estado en general, es decir, la más completa democracia, ‘sólo’ puede ‘extinguirse'»24 [negritas nuestras]. El Estado de los Soviet era para Lenin la forma de la «más completa democracia» pues planteaba la necesidad de incorporar a los trabajadores y campesinos al manejo de los asuntos públicos. Tarea acompañada con el programa de la Comuna de París intentando subordinar el aparato de la administración a los intereses de la nueva sociedad. Como órgano de la dictadura era una institución de la defensa del Estado obrero, excluyendo del mismo a las antiguas clases explotadoras, como órgano del socialismo era una anticipación de su proyecto de un verdadero y efectivo gobierno de las masas. El posterior desarrollo stalinista hace incomprensible a los ojos de los pensadores actuales semejante idea de un estado «agónico» que lleva implícito su «extinción».
¿La grandeza interna del stalinismo?
En Zizek se descarta la lucha de Lenin por concebir al soviet como la anticipación de la tarea socialista de acabar con la distinción entre gobernantes y gobernados. Este corte le permite afirmar que: «la misma constelación que hizo posible la revolución (el descontento de los campesinos, la intelectualidad organizada, etc.) condujo al giro ‘stalinista’ como su consecuencia -en ello reside propiamente la tragedia leninista». La tendencia de Zizek, a pesar de sus críticas, es a aceptar al stalinismo como el destino insuperable de todo intento de constituir un nuevo orden estatal. Incluso ve que este fenómeno social, la institucionalización de la revolución, es producto de la misma «constelación de fuerzas», y no del cambio de las circunstancias y los nuevos desafíos que debe enfrentar el intento revolucionario. Podemos nombrar algunas de estas «constelaciones» que van a configurar la «tragedia leninista»: la enorme mutación de los agrupamientos sociales en la Rusia de los Soviet que no había eliminado «las clases sociales» sino sólo a la capitalista y la terrateniente, y seguía mostrando la variedad de intereses organizados en su seno (por ejemplo los campesinos que habían ganado la tierra en la revolución tendiendo a transformarse en una fuerza conservadora); el aislamiento y la derrota de los intentos de expandir la revolución en Alemania y Europa; el desgaste en la composición de la clase obrera urbana producto de que sobre sus hombros se sostuvo la guerra civil. Christian Rakovsky decía que la revolución «es una gran devoradora de energías individuales y colectivas», ellas tensan y consumen los músculos y las mentes de generaciones y agotan las fuerzas de otras tantas25. Tanto para él como para Trotsky, en estas condiciones la energía de la generación que había alcanzado la revolución no pudo vencer el proceso de la burocratización que Lenin previó como uno de los grandes peligros. El triunfo del «espíritu» del Estado sobre el espíritu de la generación comunista era la expresión de esta primera derrota. El combate contra la nueva situación sólo podía concebirse como lucha por la continuidad del proyecto de Lenin, en el enfrentamiento político al stalinismo. Zizek, quien teoriza irónicamente sobre «La grandeza interna del stalinismo», no puede romper la paradoja, que sufrió toda una generación de intelectuales de la posguerra, del repudio a sus métodos y la aceptación pasiva de su existencia, paradoja que llevo a Lukács a afirmar en sus últimos escritos políticos: «Creo poder decir con tranquilidad que fui, objetivamente, un enemigo de los métodos stalinistas, incluso cuando yo mismo creía seguir a Stalin»26.
Conclusión: De la empatía con la resignación, al vacío del presente
Zizek, como vimos a lo largo de nuestra polémica, queda atrapado en las paradojas en las que fue encerrada la revolución en el siglo XX. Ante la antinomia entre democracia y totalitarismo, su crítica teórica a la democracia capitalista lejos está de pensar un proyecto instituyente de los trabajadores. Así, expresa frente al «destino stalinista» una posición resignada, empática con la que tuvo Lukács. Para Zizek: «El texto de Lukács debe ser leído así como una respuesta a Trotsky: él acepta la caracterización de Trotsky del régimen de Stalin como «thermidoriano», dándole un giro positivo -en lugar de lamentar la pérdida de la energía utópica, uno debe, en forma heroicamente resignada, aceptar sus consecuencias como el único espacio real de progreso social»27. Si antes se buscaba una justificación de esto en la realización histórica de la idea del comunismo en el Estado Obrero como lo hizo Lukács, hoy la resignación se expresa como un vacío presente de la «época posmoderna». Por eso no logra elevarse a la alternativa que fue Trotsky y que mantiene actualidad hoy, como él mismo reconoce en la conclusión de su libro: «No hay lugar para Trotsky ni en el socialismo real- existente pre-1990 ni en el Capitalismo real- existente post-1990, en el que ni siquiera los comunistas nostálgicos saben qué hacer con la revolución permanente de Trotsky- quizás, el significante ‘Trotsky’ es la designación más apropiada de lo que vale la pena recuperar en el legado leninista»28. No puede hacerlo porque una recuperación del legado de Lenin y de Trotsky no debe partir de «lamentar la pérdida de la energía utópica» y «resignarse heroicamente» sino de buscar esa potencia en la lucha presente de la clase obrera y en la tradición histórica del marxismo revolucionario.
Notas
1 Slavoj Zizek, A propósito de Lenin. Política y subjetividad en el capitalismo tardío, Bs. As., Atuel, 2004.
2 Ver el libro de E. H. Carr, Historia de la Rusia Soviética: El Interregno (1923-1924), Madrid, Alianza, 1974.
3 Para este debate ver Claudia Cinatti y Emilio Albamonte, «Más allá de la democracia liberal y el totalitarismo. Trotsky y la democracia soviética», Estrategia Internacional Nº 21, septiembre 2004.
4 Slavoj Zizek, op.cit., pág. 26.
5 Claudia Cinatti y Emilio Albamonte, op.cit., pág. 259.
6 Antonio Negri y Michael Hardt, «Vida en Común», prefacio a Multitud (versión electrónica en www.nph.com.ar): «La multitud, en contraste con la burguesía y todas las otras exclusivas, limitadas formaciones de clase, es capaz de formar autonómicamente la sociedad; esto, como podemos ver, es central para sus posibilidades democráticas».
7 Slavoj Zizek, op.cit., pág. 11.
8 «Es decir que todas las nuevas teorías francesas (o de orientación francesa) de lo Político, desde Balibar a Rancière, y de Badiou a Laclau y Mouffe, se orientan – para ponerlo en los términos filosóficos tradicionales- a la reducción de la esfera de la economía (de la producción material) a una esfera ‘óntica’ privada de dignidad ‘ontológica’. Dentro de este horizonte, no hay simplemente ningún lugar para la ‘crítica de la economía política’ marxista…». Slavoj Zizek, op.cit., pág. 98 y 100.
9 Incluso Zizek realiza esta división de la sociedad en torno a la tríada lacaniana de lo Simbólico, lo Imaginario y lo Real. Slavoj Zizek, «Mantener el lugar», en S. Zizek, E. Laclau y J. Butler, Contingencia, Hegemonía, Universalidad, Bs. As., FCE, 2003, pág. 323. Para ver una crítica teórica al lacanismo de Zizek ver Claudia Cinatti, «A propósito de una lectura de El espinoso sujeto de Slavoj Zizek» en Estrategia Internacional Nº 19, Enero del 2003.
10 Slavoj Zizek, op.cit., pág. 102.
11 Slavoj Zizek, op.cit.,pág. 19.
12 Laclau expresa este problema de forma clara y transparente. Analizando a Negri (y con él a todo el autonomismo) y a su propia política «radical», describe cómo en Imperio la distinción entre la táctica y la estrategia se desmorona ya que es evidente que las luchas autónomas pertenecen a la esfera de la táctica antes que al cálculo estratégico, aunque aclara que igualmente ya no hay que aceptar la división de táctica y estrategia cayendo en una búsqueda de «estrategias» de corto plazo: «…Y justamente por este supuesto, en mi opinión, el que debe ser puesto en tela de juicio, pues la actual proliferación de una pluralidad de identidades y puntos de ruptura hace que los sujetos de la acción política se vuelvan esencialmente inestables, lo cual imposibilita un cálculo estratégico que abarque largos períodos históricos. Esto no quiere decir que la noción de estrategia haya llegado a ser totalmente obsoleta, pero sí, decididamente que las estrategias deben ser de corto plazo y que las diversas tácticas deben ser más autónomas. Lo que es evidente, de todos modos, es que esta situación coloca en una posición cada vez más central el momento de la articulación política, el momento, justamente, que no figura para nada en los análisis de Hardt y Negri, como consecuencia de su concepción de las luchas que convergen espontáneamente en su asalto a un centro sistémico». E. Laclau, «¿Puede la inmanencia explicar las luchas sociales? Crítica a Imperio», en www.fsoc.uba.ar.
13 Para una crítica a la teoría autonomista ver Christian Castillo, Estado, Poder & Comunismo, Escritos marxistas sobre los desafíos de nuestro tiempo, Bs. As., Imago Mundi, 2003.
14 Daniel Bensaid, filósofo marxista y dirigente de la Liga Comunista Revolucionaria -SU- la corriente trotskista cuyo dirigente histórico fue Ernest Mandel.
15 Daniel Bensaid, «Lenin: ¡Saltos! ¡Saltos! ¡Saltos!» en International Socialism Nº 95, 2002. Versión electrónica en Panorama Internacional, www.ft.org.ar.
16 León Trotsky, Historia de la revolución rusa, Madrid, Sarpe, 1985, pág. 177.
17 Para la concepción marxista de la insurrección en la revolución ver V. I. Lenin, «El marxismo y la insurrección», Tomo VII de Obras Escogidas, Moscú, Progreso, 1977 y León Trotsky, Historia de la revolución rusa, op.cit., capítulo XLII y capítulo XLIII.
18 La LCR viene realizando un abandono en toda la línea del marxismo revolucionario: abandono de la distinción entre reformistas y revolucionarios; abandono de la clase obrera y de los soviets; de la dictadura del proletariado en pos de una democracia hasta el final bajo la forma de la «república social», tan cara a la historia de la revolución francesa de 1848. Bensaid incluso debe «defender» a Lenin de los ataques ‘posmarxistas’ de Joshua o Artous.
19 Zizek le discute a Laclau que su argumentación no es clara: no se sabe si la crítica al «esencialismo» era pertinente o no en la época de Marx o si, por el contrario, su rechazo es producto de los cambios contemporáneos. Ver S. Zizek, «¿Lucha de clases o posmodernismo? Sí, por favor», en Contingencia, hegemonía…., op. cit., pág. 117.
20 Slavoj Zizek, op.cit., pág., 161.
21 H. Arendt, Sobre la revolución, pág. 245, E. Alianza, Argentina, 1992.
22 Slavoj Zizek, op.cit., pág. 48.
23 Slavoj Zizek, op.cit., pág. 45.
24 V. I. Lenin, El estado y la revolución, Obras Escogidas, Tomo VII, Ed. Progreso, Moscú, 1977.
25 Decía Rakovsky: «la clase obrera y el Partido -no ya físicamente, sino moralmente- ya no son lo que eran hace diez años. No exagero cuando digo que el militante de 1917, habría tenido dificultad para reconocerse en la persona del militante de 1928. Un cambio profundo ha tenido lugar en la anatomía y la fisiología de la clase obrera». Los peligros profesionales del poder, MIA, versión electrónica.
26 Georgy Lukács, «Más allá de Stalin» en Testamento Político y otros escritos sobre política y filosofía, Bs. As., Herramienta, 2003.
27 Slavoj Zizek, op.cit., pág. 184.
28 Slavoj Zizek, op.cit., pág. 185.
22/11/2004