Cuando se habla del «marxismo occidental» o «europeo», se hace atendiendo a los criterios diferenciados con el llamado «marxismo soviético» o «ruso». Diferencias que se sustentan, según sus autores, en el enriquecimiento de los principios en unos casos y en una explicación más fidedigna de la filosofía de Marx y Engels en otros. En este […]
Cuando se habla del «marxismo occidental» o «europeo», se hace atendiendo a los criterios diferenciados con el llamado «marxismo soviético» o «ruso». Diferencias que se sustentan, según sus autores, en el enriquecimiento de los principios en unos casos y en una explicación más fidedigna de la filosofía de Marx y Engels en otros. En este caso, nos surge la pregunta clave: ¿Puede el marxismo ser objeto de interpretación y de aplicación variada y contradictoria?
Durante la vigencia de la Unión Soviética, son muchos los teóricos componentes de las llamadas corrientes del «marxismo occidental» y de la «Escuela de Frankfurt» que la critican desde un plano intelectual, por su alejamiento del marxismo verdadero. Denuncian, sin embargo, aspectos sobre la interpretación que el socialismo ruso hace de las obras de Marx y Engels, que habían sido puestos en discusión anteriormente, como en el caso de Labriola, el padre del marxismo italiano (marxismo occidental), si bien, el autor realiza su investigación filosófica con arraigo en Marx y Engels, sin desviarse aún sustancialmente de sus esencias. A partir de este momento, y al profundizar en las obras de los sustentadores del marxismo occidental, observamos cómo, poco a poco, sus lecturas producen en sus seguidores un distanciamiento cada vez mas pronunciado de las obras clásicas. Y vemos, también, que en la actualidad, como consecuencia del reflujo del movimiento obrero, del período de relativa «calma social» que estamos viviendo, algunos de los padres mas destacados del marxismo occidental, especialmente Gramsci y Lukács, están siendo recuperados por sectores de la intelectualidad comunista.
Pero ¿Cuáles son los rasgos diferenciales entre el marxismo occidental y el marxismo ruso? Ante todo, encontramos que mientras el marxismo soviético tiende a organizarse bajo la forma dialéctica, es decir, presidida por la comprensión universal del mundo; en cambio, el occidental reduce el ámbito de su validez a la sociedad y a la historia recelando, en oposición a Engels y Lenin, de la veracidad de la aplicación de la dialéctica en la naturaleza. «Esta limitación del método a la realidad histórico-social es muy importante. Los equívocos que se originan de la exposición engelsiana de la dialéctica se apoyan principalmente en el hecho de que Engels -siguiendo el falso ejemplo de Hegel- extiende también el método dialéctico al conocimiento de la naturaleza; mientras que en el conocimiento de la naturaleza no se hallan presentes las determinaciones decisivas de la dialéctica: la interacción entre sujeto y objeto, la unidad de teoría y praxis» (Lukács «Historia y conciencia de clase»).
Otro elemento dispar se concreta en que el marxismo ruso o soviético persiste en una dialéctica objetiva. Diría Stalin que la dialéctica «entiende las leyes de la ciencia -bien sean leyes de las ciencias naturales o leyes de la economía política»- como un reflejo de procesos objetivos que se desarrollan independientemente de la voluntad de los hombres. Los hombres pueden descubrir estas leyes, conocerlas, estudiarlas, tenerlas en cuenta en sus actuaciones, utilizarlas en interés de la sociedad, pero no pueden cambiarlas o abolirlas». Sin embargo, el marxismo occidental descifra la dialéctica como la relación especifica entre el sujeto y el objeto. Por consiguiente, si el primero considera la dialéctica ya constituida y que precede al hombre, el segundo sólo la entiende de forma empírica, es decir, se construye en virtud de la asociación de los individuos y por la praxis de esta unión. Recordemos que Gramsci decía de Labriola que éste «al afirmar que la filosofía de la praxis es autosuficiente e independiente de cualquier otra corriente filosófica, es el único que ha intentado construir científicamente la filosofía de la praxis».
Por último, encontramos en el discurso sobre el pensamiento, una nueva oposición entre ambos «marxismos». El marxismo ruso defiende la teoría que afirma que el conocimiento no es más que el reflejo de la realidad objetiva en el sujeto, por esta razón, objeto y sujeto son independientes, aunque se interrelacionen (léase Materialismo y Empirocriticismo de Lenin). Por su parte, el marxismo occidental no admite ninguna separación entre pensamiento y ser.
Ateniéndose a los principios en que se basa el marxismo occidental una serie de filósofos nos han dejado sus legados, que en la actualidad podemos ver reflejados en las posiciones de determinados teóricos y partidos europeos. Sus principales valedores, Gramsci y Lukács, son abordados con especial atención y estudio.
Pero, como hemos señalado ya, y también veremos mas adelante, el marxismo occidental no es solo una interpretación diferente del marxismo de Marx y Engels con relación al marxismo soviético, sino que es, y este problema se manifiesta inapelable, una revisión profunda del marxismo-leninismo. La filosofía gramsciana difiere radicalmente de la definición que Lenin realiza en Materialismo y empirocriticismo, cuya tesis central trata de las cosas existentes fuera de nosotros e independientemente de nuestra conciencia. Gramsci por su parte, y lo podemos ver en su controversia con Bucharin, rechaza sin paliativos la explicación de un marxismo en términos puramente materialistas. Gramsci insiste en que, en la definición corriente del marxismo como materialismo histórico, se ha de «poner el acento sobre el segundo término «histórico» y no sobre el primero de origen metafísico».
Y como tuvimos ocasión de comprobar anteriormente el marxismo occidental, en este caso Gramsci, duda sobre la dialéctica de la naturaleza de Engels: «Es cierto que en Engels (Antidühring) se hallan muchos puntos que pueden llevar a las desviaciones del Ensayo. Se olvida que Engels, a pesar del mucho tiempo dedicado, ha dejado poco material sobre la obra prometida para demostrar la dialéctica ley cósmica y se exagera al afirmar la identidad de pensamiento entre los dos fundadores de la filosofía de la praxis» (Quaderni, vol. II, c.11, p. 1449).
También al atacar a la ortodoxia, Lukács defiende su derecho a separarse de Marx y Engels para mejorarlos: «Por lo que concierne al marxismo, la ortodoxia se refiere exclusivamente al método. Se trata de la convicción científica de que en el marxismo dialéctico se ha descubierto el correcto método de investigación que este método puede ser potenciado, desarrollado y profundizado únicamente en la dirección indicada por sus fundadores. Pero también: que todas las tentativas de superarlo o de «mejorarlo» no han tenido ni podrán tener otro efecto que el de convertirlo en superficial, banal y ecléctico».
Lukács es culpado firmemente, en la «Historia del marxismo» de Lubomír Sochor, «de limitar la ortodoxia marxista a método, y de devaluar los resultados obtenidos por aquel método; de rechazar la teoría del reflejo; de negar la dialéctica de la naturaleza y de proclamar un dualismo metodológico; de contraponer Marx a Engels; de negar la causalidad económica y la objetiva ley causal». De cuyas acusaciones, lejos de asimilarlas para proceder a su retractación, Lukács, incluso se enfrenta a ellas reafirmándose.
Las bases teóricas del marxismo occidental originan desviaciones «prácticas» materializadas en tácticas antileninistas. Es sabido que el marxismo occidental no concede especial atención al reflejo de la realidad objetiva en la mente del hombre como engendrador y conductor de la conciencia. Es el hombre el que conduce la historia. Desde esta base, el individuo subjetivamente, aunque se trate de la clase obrera, puede construir su historia futura (socialismo) desde las entrañas del capitalismo constituyéndose en la clase hegemónica.
La hegemonía gramsciana es contraria a las propugnas revolucionarias de Lenin. Pues si Lenin destaca la dirección política, ésta se transforma en Gramsci en dirección cultural, lo que implica que para Gramsci el momento de la fuerza es instrumental, quedando supeditada al instante de la hegemonía. En Lenin, no obstante, dictadura y hegemonía van unidas y en todo caso la fuerza es primaria y totalmente decisiva.
Gramsci defiende que el grupo revolucionario debe esforzarse en ser dirigente antes de conquistar el poder. Para el dirigente italiano, la actitud revolucionaria se hace posible cuando la clase en el poder, aun siendo dominante todavía, se muestra incapaz de resolver los problemas de orden colectivo, y de imponerse cultural y moralmente. Siendo éste el caso de la burguesía, por lo que el proletariado debe oponer un «bloque histórico» de fuerzas heterogéneas cimentadas por la visión contemporánea comunista del mundo. Una lectura exagerada de su obra ha contribuido a la formación del Eurocomunismo, a la táctica del compromiso histórico con la Democracia Cristiana, que desnaturalizó primero al Partido Comunista Italiano y después lo hizo desaparecer y dio lugar también a las teorías revisionistas de Lucien Seve, filósofo miembro del Partido Comunista Francés.
En consecuencia, Gramsci llega a la conclusión que en Occidente el choque revolucionario nunca será frontal y limitado a golpear al Estado. Se trata de atacar en profundidad a las instituciones civiles en su conjunto. En definitiva, para el partido comunista el objetivo, a diferencia de las posiciones leninistas, debe ser el de desgastar la sociedad burguesa, conquistando los puntos vitales de la sociedad civil, creando las premisas para acceder al poder, por desgaste. Algunos observadores modernos conceden crédito excesivo al planteamiento gramsciano y desde sus bases aplauden y ensalzan en conferencias, simposios, seminarios etc. la labor de Lula en Brasil, a la par que soslayan cualquier inferencia positiva que pueda emanar de Venezuela y Cuba.
Así pues, a diferencia de Marx y Lenin, que incluían la «sociedad civil» en las estructuras o relaciones económicas, Gramsci la identifica como parte de las superestructuras, que operan como momento de elaboración de las ideologías y de las técnicas de consenso.
En los años 90 y con motivo de la desaparición de la Unión Soviética, una pléyade de teóricos reavivan con mayores bríos tácticas y estrategias pseudorevolucionarias dimanantes de las ideas gramscianas de la lucha de desgaste. Tal es el caso de Lucien Seve, que apoyándose en supuestos fallos que llevaron a la URSS hacia su derrumbe, propone tácticamente la necesidad de ir conquistando los lugares estratégicos de la economía burguesa, hasta ir reduciendo las diferencias entre el trabajo manual y el intelectual. Sería la revolución procesal:
«Este cambio profundo en la manera de enfocar la visión histórica y sus contenidos estratégicos cambia otro tanto la cuestión del poder político. ¿»Conquistar el poder»? Pero ¿de qué manera cuando el dominio del capital parece tan aplastante, y empezando por la empresa o la localidad y hasta los poderes centrales y los grandes medios informativos, pasando por todos los campos de la «sociedad civil», su monopolio directo o indirecto casi no tiene límites? Aquí se pone en entredicho toda la concepción tradicional de la revolución vinculada a una percepción demasiado estrecha de lo político: si no hay «sencillamente un poder que tomar», derrocar el Estado solo puede consistir en un «proceso para tomar los poderes, transformarlos, dejar atrás algunos y sobre todo crear otros nuevos» – proceso en el cual los éxitos notables «de arriba» presuponen no solo nuevas relaciones de fuerzas «abajo» sino la transformación de todo el enfoque en todos los niveles, desde las acciones cotidianas hasta los importantes momentos institucionales» (Lucien Seve, Comunismo: ¿Qué segundo aliento?).
El propio pensamiento de Gramsci acerca de la congregación de fuerzas heterogéneas se convierte en su negación, pues éste es el reflejo de las condiciones históricas, económicas y políticas, resultando como aseguraba Lenin en la teoría sobre el reflejo. Las condiciones objetivas independientes de la voluntad del hombre son las que impelen a la III Internacional a formular el «Frente Único», para conseguir los frentes populares que instaurarían las Republicas Democráticas Populares. Pero a diferencia del «compromiso Histórico» y de la táctica de desgaste, los Frentes Populares se basaron en los principios revolucionarios leninistas y del conocimiento del momento histórico para culminar las tareas democráticas burguesas. Liquidados los vestigios feudales y finalizada la revolución democrática burguesa, la lucha es frontal contra el estado capitalista, después se sustituirán las instituciones capitalistas por las proletarias. Nada de proceso, nada de desgaste, sólo pura revolución.
Los continuadores del marxismo occidental, no tienen en cuenta la perennidad de las circunstancias que concurrieron entre 1920 y 1945 y que ocasionaron la necesidad de los frentes populares como instrumento de las democracias populares, en su constitución previa a la dictadura del proletariado. Y desde hace años especulan en torno a las superestructuras, en torno a la idea, con formulaciones estrictamente académicas, olvidándose de la práctica real, de la lucha de clases, de los movimientos de masas. Lo lamentable es que a esta dejación se la quiere alimentar con bases teóricas que niegan la lucha de clases: De esta manera, la formación marxista de varias generaciones fue marcadas por un determinismo algo primitivo según el cual el curso de la historia lo determinaría en «última instancia» el desarrollo de las fuerzas productivas «materiales» consideradas en sí, última garantía del porvenir socialista -al que corresponde de manera unilateral en los años setenta un voluntarismo izquierdista para el cual «la lucha de clases lo decide todo» (Lucien Seven, Comunismo: ¿Qué segundo aliento?).
Estemos alertas, prestemos gran atención, pues asistimos a un período (reflujo del movimiento obrero) propicio para la incubación de nuevas formas de revisionismos. La confusión, la inconcreción, las trampas teóricas, rasgos característicos que se desprenden del «marxismo occidental», se ocultan tras la verborrea radical. Los principios de la Dictadura del Proletariado, del acceso al poder por el proletariado y sus aliados tras derrocar al estado capitalista, sustituidos por Republicas Democráticas Populares anacrónicas, están en peligro de extinción en los programas de muchos partidos que se reclaman del marxismo-leninismo. Las influencias de un tiempo crítico para el Movimiento Comunista Internacional aún no superado son enormes, así como su distorsión teórica, y están siendo asumidas con dudosa facilidad. Pero, todo se lleva a cabo con el señuelo de la investigación para descubrir maneras modernas de hacer que entierren las inveteradas tácticas leninistas, que para muchos han quedado obsoletas, refutadas por la historia; aunque la vergüenza de manifestarlo públicamente les impida plasmarlas en los programas, problema, que sin embargo, solucionan en la practica porque ésta les abre la posibilidad de irlas rechazando.