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Historia del Tiempo

Fuentes: Rebelión

Hay un libro de Stephen W. Hawking llamado Historia del tiempo donde este científico pasa revista a las grandes teorías cosmológicas desde Aristóteles hasta nuestros días. Se pregunta Hawking, entre otras cosas profanas, si hay leyes que puedan ex-plicarnos cuál es la naturaleza del tiempo, si al colapsarse un universo en expansión éste, el tiempo, […]

Hay un libro de Stephen W. Hawking llamado Historia del tiempo donde este científico pasa revista a las grandes teorías cosmológicas desde Aristóteles hasta nuestros días. Se pregunta Hawking, entre otras cosas profanas, si hay leyes que puedan ex-plicarnos cuál es la naturaleza del tiempo, si al colapsarse un universo en expansión éste, el tiempo, puede viajar hacia atrás y si el universo puede ser un continuum sin principios ni fronteras. Esta obra de Hawking, sin embargo, como casi todas las de su género, falla al colocar sus elucubraciones científicas en el plano de la no realidad cotidiana o al hacerse eco de una tautología cosmológica que nada nos dice, por ejemplo, en relación con el hecho de que si la historia del tiempo importa como historia de los hombres o como historia de la materia.

No se han escrito muchas historias del tiempo, pero el tiempo tiene su historia, que es nuestra propia historia como una forma de vida, privilegiada, pensante, que ha adoptado la materia que integra el universo. Somos, como sostiene Carl E. Sagan, en su libro La conexión cósmica, criaturas de polvo de las estrellas; porque «la materia de la que cada uno de nosotros está hecho, está íntimamente ligada a los procesos que ocurrieron en inmensos intervalos de tiempo y a enormes distancias de nosotros en el espacio. Nuestro sol es una estrella de segunda o tercera generación. Todo el material rocoso y los materiales metálicos sobre los que vivimos, el hierro en nuestra sangre, el calcio de nuestros dientes o el carbono en nuestros genes fueron producidos billones de años atrás en el interior de una gran estrella roja gigante. Estamos hechos de polvo cósmico».

Este razonamiento, herético para el hombre común, también lo recoge la Biblia (Génesis 3, 19) al recordarnos: «Polvo eres, y al polvo volverás». Y es que la vida, en cualquiera de sus formas, siempre resultará un accidente de la materia. La vida es producto de complejos procesos químicos que ocurren en ciclos de millones de millones de años y en remotos páramos siderales; la vida viaja incansablemente a través del espacio buscando climas propicios para afincarse y multiplicarse; la vida es maravillosa porque resulta de una eventualidad tan extraordinaria como la de poder almacenar nuestros sueños en un disco compacto indestructible o como la de poder viajar en el tiempo -hacia el pasado o hacia el futuro- en una canoa sin remos.

Los seres vivos estamos hechos de elementos pesados: carbono, oxígeno, nitrógeno, potasio, hierro y demás. Cuando el universo nació, sostienen científicos de la talla de Robert J. Sawyer, prácticamente los únicos elementos que existían eran el hidrógeno y el helio, en una proporción más o menos de tres a uno. «Pero en los hornos nucleares de las estrellas, el hidrógeno se fusiona formando elementos más pesados, produciendo carbono, oxígeno y el resto de la tabla periódica de elementos. Todos los elementos pesados que forman nuestros cuerpos se fraguaron en los núcleos de estrellas muertas hace mucho tiempo». La vida resulta así una fortuita carambola atómica que ocurre en el escenario ilimitado del universo y del tiempo donde todo cambia sin dejar de ser materia.

El hombre vino de espacio, y al espacio volverá. Todo es cuestión de tiempo para que sus átomos intranquilos vuelvan a formar parte de las estrellas, cometas u otros cuerpos celestes. No es cierto que al morir dios separe las almas de los cuerpos y se las lleve a un paraíso de vida eterna. El alma, la conciencia o como quieran llamarla, es un producto de complejos procesos químicos que se interrumpen, sin detenerse, con la muerte física. ¡Yo soy materia! ¡Tú eres materia! ¡Todos los seres vivos somos materia! ¡Materia que se trasmuta en forma lenta e incesante sin dejar de ser materia!

La historia del tiempo, más que una caprichosa historia exclusiva de los hombres, es la historia inenarrable de la materia, de la naturaleza, del polvo y de la vida en todas sus formas; es cómputo siempre impreciso de una evolución biológica que camina con «pies» de caracol y de una la involución sideral que viaja a la velocidad de la luz para acelerar procesos planetarios inevitables, pero que están destinados a ocurrir a largo plazo y por causas exógenas que no dependen de la voluntad de los hombres.

El citado Sawyer sostiene: «Todas las formas de vida que conocemos evolucionaron en el agua, y todas ellas la exigen para sus procesos biológicos». En el libro Un punto azul pálido, Sagan nos hace ver lo ridículos que sonamos cuando sostenemos que estamos hechos a imagen y semejanza de dios para eximirnos de culpa por todas las estupideces que diariamente hacemos para echar a perder este hermoso planeta donde la naturaleza es nuestra madre, los animales nuestros hermanos, el agua nuestra sangre, el aire nuestra alma. ¿Y qué puede ser la historia del tiempo, desde la perspectiva humana, sino la invalorada historia de todas las cosas que hay en el planeta y en el universo y que se hallan relacionadas entre sí?

——– César Samudio es periodista independiente de Chiriquí, república de Panamá.