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A propósito de la campana electoral en Chile

Oportunidades versus derechos

Fuentes: La Rendija

De un tiempo a esta parte, l@s candidat@s a las presidenciales, buscando subir en las encuestas, reiteran hasta la saciedad la cantinela de que: «en este país, lo que la gente necesita son OPORTUNIDADES». Al punto que el último encuentro de l@s candidat@s en Casa Piedra se llamó «Desigualdad de oportunidades: la gran vergüenza de […]

De un tiempo a esta parte, l@s candidat@s a las presidenciales, buscando subir en las encuestas, reiteran hasta la saciedad la cantinela de que: «en este país, lo que la gente necesita son OPORTUNIDADES». Al punto que el último encuentro de l@s candidat@s en Casa Piedra se llamó «Desigualdad de oportunidades: la gran vergüenza de Chile». Coincidimos en que es una vergüenza, pero más vergonzoso es que, sobre todo la candidata Bachelet, halla «olvidado» los verdaderos significados de las palabras. ¿A qué se refieren l@s candidat@s con oportunidades? Para intentar entenderlo, buscamos en el diccionario su significado, y nuestra perplejidad aumenta:

«OPORTUNIDAD: Momento propicio para algo. Venta de artículos de consumo a bajo precio».

¿Significa esto que lo que nos ofrecen es vendernos la salud, la educación, el trabajo, la vivienda, la previsión, la recreación, a bajos precios? ¿y, además, siempre que estemos en un momento propicio para ello? ¡¡Exigimos una explicación!! Pero ¿a quién se la exigimos? ¿A ellos, los vendedores de ilusiones a cambio de votos? No. Sería perder el tiempo. Optamos por conversar con ustedes, los lectores de La Rendija, y en ese diálogo construir NUESTRO PROPIO TIEMPO. Dicen que recordar es volver a pasar por el corazón… y recordamos los grandes movimientos sociales que fueron necesarios en nuestro país, para elevar a la categoría de «derechos» lo que hoy se nos vende como «oportunidades». Tremendos esfuerzos y sacrificios de un pueblo que se resistía a vivir de rodillas. No quisiéramos parecer nostálgicos -al menos no en el sentido de añorar el pasado-, sólo que sentimos que debemos recordar la historia para que el corazón se nos llene de la fuerza que necesitamos para enfrentar el presente y construir el futuro. Volvemos a buscar en el diccionario para estar seguros de que no nos equivocamos, y encontramos esto:

«DERECHOS: Justo, fundado, legítimo. Facultad del ser humano para hacer legítimamente lo que conduce a los fines de su vida».

Nos queda claro por qué se nos habla de oportunidades y no de derechos. El modelo actual no contempla este término; el único derecho consagrado es el derecho de propiedad. Para los demás derechos, los ciudadanos tenemos que buscar la «oportunidad» de que nos sean concedidos. Pero lo que ganamos en claridad lo perdemos en tranquilidad (porque no olvidemos que el lenguaje construye realidades). Está claro que el país se está construyendo sin nuestro consentimiento, pero sí, por sobre nuestra pasividad. Se ha impuesto un «carácter privado» a los asuntos de «interés público». Desde este punto de vista, la cesantía, por ejemplo, es un problema de cada cesante, al que se le reprocha que probablemente no supo jugar bien sus cartas. Si algún ciudadano tiene problemas con su Isapre, o su empleador no pagó sus cotizaciones previsionales, o fue estafado por una empresa constructora, es catalogado como un problema «entre privados», y el Estado se hace un lado porque en realidad ya no tiene ningún derecho colectivo que defender. Todo se achaca a la mala suerte, la imprevisión, la ignorancia, a que no somos «emprendedores», y se nos obliga a enfrentarnos, como individuos atomizados -por lo tanto en inferioridad de condiciones-, a las grandes corporaciones privadas que lucran en las áreas de los servicios básicos. Los «derechos de ciudadanía» han pasado a ser mercancías que se transan en el mercado. A esto debemos sumarle el fatalismo que se ha instalado en nuestra sociedad, de percibir el «orden impuesto» como un «orden natural». El fatalismo, al asentarse en nuestra subjetividad, nos inmoviliza, nos deprime, aumenta la sensación de impotencia frente una realidad que percibimos como inmodificable. El «deber ser» que se nos impone, nubla el «querer ser» y nos impide descubrir las causas reales de los problemas que vivimos y las formas colectivas de enfrentarlos. Así, las decisiones macro y micro que nos incumben, son tomadas desde los centros de poder, sin mayor oposición social. Tenemos que ponernos en movimiento por la recuperación del concepto «derechos» y para establecer que la vulneración de éstos no es un problema «privado» ni «entre privados», sino un atentado al «interés público», por lo tanto se ubica dentro del ámbito de lo que tenemos «derecho» a deliberar como sociedad. Desde la sociedad en movimiento iremos construyendo la cultura que nos constituye e identifica, la economía que nos importa desarrollar, la democracia en que queremos vivir.

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