1. Introducción. El día 23 de mayo de 2005 Rebelión publicó el artículo de Enrico Sabatino «ONG: se acabó la fiesta» (1). En éste me propongo profundizar en los objetivos que la propias ongs dicen perseguir con sus actuaciones y exponer en qué consisten realmente esas actuaciones. La distancia resultante entre unos y otras ofrece […]
1. Introducción.
El día 23 de mayo de 2005 Rebelión publicó el artículo de Enrico Sabatino «ONG: se acabó la fiesta» (1). En éste me propongo profundizar en los objetivos que la propias ongs dicen perseguir con sus actuaciones y exponer en qué consisten realmente esas actuaciones.
La distancia resultante entre unos y otras ofrece pocas dudas de la imposibilidad de las ongs de cumplir sus objetivos. Se trasluce, más bien, que trabajan -aunque sea involuntariamente- a favor del sistema injusto y violento con los débiles.
2. Lo que se proponen las organizaciones no gubernamentales en la actualidad.
La Coordinadora de ongd-España, o sea, la agrupación de organizaciones no gubernamentales para el desarrollo españolas, ha elaborado recientemente un código de conducta (aprobado el 28 de marzo de 1998), cuyo punto de partida es que «luchan por erradicar la pobreza (que) es, fundamentalmente, resultado de la explotación de los pueblos y de la naturaleza. Y que la causa de las desigualdades sociales está en el acceso desigual a los recursos y en la exclusión de los pueblos de la toma de decisiones que les atañen». Añaden que «las ongd practican la cooperación con los pueblos del Sur, entendiendo que ésta es un intercambio entre iguales, mutuo y enriquecedor para todos, que pretende fomentar el desarrollo y lograr la erradicación de la pobreza».
Lo que llama la atención es que se afirma sin ambages que en el mundo actual, en las relaciones entre países, se niega a algunos hombres lo que necesitan para vivir. Con ello se establece una relación de desigualdad, de injusticia, de abuso, de exclusión, de opresión, en fin, como quiera calificarse esta situación, que a la postre siempre se trata de la violación de los Derechos Humanos. Es a transformar esta situación a lo que se orientan estas asociaciones. De acuerdo con lo previsto en el código, «esto implica la necesidad de que entre los principales objetivos de las ongd del norte figuren la cooperación para el desarrollo, la lucha contra las desigualdades y la pobreza y sus causas. Además, exige que su práctica sea coherente y consecuente con este fin».
Surge de inmediato más de una pregunta sobre la capacidad de las asociaciones de lograr sus aspiraciones, porque ¿cómo van a hacer desaparecer esta pobreza que alcanza a millones sin cuento con el trabajo -necesario y loable- de unos pocos miles? ¿cómo van a contrarrestar el poder de los que desean y mantienen la situación de pobreza, que por otra parte así ha existido durante todos los siglos de los que hay memoria en la humanidad? No se ha conseguido la justicia (y por ende la paz) entre las naciones (ni dentro de ellas en muchos casos) con el progreso material, la ciencia, las leyes, los pactos, las declaraciones… pero se espera que la consiga las ongs. Con toda probabilidad los líderes de estas ongs tienen en su mente constantemente la cuestión de que no se adivina el fin de la injusticia mediante la actividad de estas asociaciones, y que su empeño y eficacia apenas hace mella en la realidad. Y, sin embargo, sin una respuesta clara ahí se propagan, ahí funcionan, ahí son financiadas por unos y apoyadas por otros.
Se supone que para impulsar el progreso y alcanzar el bienestar general basado en la justicia, la explotación sostenible y el reparto equitativo de los recursos terrestres, por una parte, y evitar los males, especialmente los que llevan consigo los conflictos armados entre naciones, por otra, existen las asociaciones de Estados en sus variadas formas. Entre todos disponen de los medios legales y técnicos que permiten alcanzarlo. Por eso causa extrañeza que a la vista de la evolución de las sociedades humanas, las ongs crezcan y se haga tan necesaria su actuación.
3. Lo que hacen las organizaciones de voluntarios en la actualidad.
Con un repaso a los principales problemas del mundo, se aprecia qué hacen las instituciones internacionales y qué hacen las ongs para lograr el cumplimiento de la Carta de las Naciones Unidas, firmada el 26 de junio de 1945, y lo acordado en la Declaración Universal de Derechos Humanos, adoptada y proclamada por la Asamblea General de las Naciones Unidas en su resolución 217 A (III), de 10 de diciembre de 1948. No son, desde luego, los únicos instrumentos, pero por su importancia y general aceptación, son la medida más apropiada para evaluar las actuaciones de unos y otras.
La primera y principal afirmación de la Carta alude a la resolución de las naciones para evitar la guerra y reafirmar los derechos humanos y la dignidad del hombre. Lo que hacen los Estados es justo lo contrario, independientemente de las palabras que se usen para justificar las acciones contrarias a lo que se establece en la Carta. En 1998 el gasto militar mundial alcanzó 745 mil millones de dólares, según se lee en la página web del Instituto de Investigación para la Paz Internacional de Estocolmo, más conocido por siglas en inglés, SIPRI, http://www.sipri.se/. No es que los Estados gasten incomparablemente más en armas que en desarrollo (unos 55 mil millones, de los cuales muchos son ligados, o sea, que vuelven al donante en forma de servicios que presta y bienes que vende), a pesar de lo declarado con solemnidad, sino que con ese gasto no disminuye, más bien aumenta, el peligro que dicen querer evitar, mientras que los riesgos derivados de la situación de pobreza también crecen. Además, hay que afirmar sin rodeos que esas cantidades desviadas del bienestar a la muerte son en sí mismas un crimen contra la humanidad aun antes de que las balas lleguen a sus destinos, o incluso si no se utilizan, pues con ellas se podría terminar con la situación de pobreza y carencias en todo el globo.
Interesa ahora observar el papel de las ongs en esta cuestión, ya que precisamente han adquirido gran notoriedad por la campaña contra las minas terrestres. ¿Qué ha ocurrido con ésta? No sólo, como afirma el SIPRI, que «su éxito se ha limitado a algunos pasos concretos», sino que una de las que encabeza la campaña, una acción en bloque de mil trescientas ongs, Amnistía Internacional, reconoce en la página 32 del número de agosto-septiembre de 2000 de la revista del mismo nombre, que «en algunos países, el uso de minas terrestres está aumentando», que «dieciocho Estados asiáticos no han firmado aún el tratado que prohíbe las minas terrestres» y que «China, Corea del Sur, India y Pakistán han fabricado minas terrestres para su propio uso».
Resulta evidente que esas ongs no son culpables del fracaso de su campaña. También lo es que incluso si hubiera tenido éxito, aún habría un sinfín de armas de todo tipo listas para ser usadas. Hay que admitir que la campaña, más allá de los mortíferos objetos que no van a explosionar -quizás-, tiene un efecto educativo importante, por lo que aporta a las conciencias, aunque de difícil evaluación, pues no hay forma de medir el resultado. En todo caso se puede concluir que el principal beneficio que se obtiene de esta campaña y otras de este tenor es que los ciudadanos reflexionen sobre el terrible mal que causan las armas. A pesar de lo loable de esta acción, los problemas no desaparecen. ¿A cuánta gente alcanza este tipo de campañas? ¿En qué medida las actuaciones de los que participan van a pasar más allá de asistir a una exposición o firmar una petición? Una vez firmadas las peticiones, la vida sigue y las personas siguen contribuyendo con sus impuestos, sus votos, el resto de sus actitudes y acciones, a que todo lo demás, excepto las minas terrestres, en el mejor de los casos, siga su curso.
De nuevo, no es culpa de las ongs que su poder no llegue donde llegan sus deseos, pero si se acepta que el éxito es casi nulo, cabe al menos una reflexión sobre sus objetivos, sus acciones y sobre su propia existencia. Parece que si las ongs no hacen un esfuerzo mucho mayor en el ámbito en el que más capacidad tienen, el educativo, las campañas difícilmente pueden conducir al éxito. Un efecto pernicioso no buscado es que el ciudadano, satisfecho y tranquilo por haber participado en la campaña contra las minas, piense que ya ha hecho lo que está en su mano para mejorar el mundo, y no sea capaz de seguir adelante. Es difícil admitir como argumento que algo se va consiguiendo, aunque así sea, pues algo en este asunto es tan poco que no es suficiente para alterar el statu quo. ¿Cómo van a conseguir las ongs que el presupuesto anual español de defensa, alrededor de 900 mil millones de pesetas, esto es, veinte veces el dinero de que disponen todas las ongs españolas juntas, y la exportación de material bélico a países en los que se violan los derechos humanos desaparezcan, como cabe pensar que es su objetivo a la luz de la Carta y la Declaración?
La actuación de las ongs en zonas de conflicto requiere especial atención. En el teatro a la vista de todos en que se ha convertido el mundo, por lo pequeño, se representa últimamente, entre otras, la obra «Los negros se matan entre ellos, pobrecillos». He aquí cómo se desarrolla una representación: las armas de todo tipo vendidas por los países desarrollados a los países en desarrollo, que manejan con gran dedicación soldados tercermundistas contra sus compatriotas o los habitantes del país vecino -no contra la población de los cinco vendedores que se sientan en el Consejo de Seguridad y sus aliados-, producen una enorme cantidad de muerte y de sufrimiento durante, inmediatamente después y muchos años después de la guerra, en forma de heridos, huérfanos, enfermedades y descenso general del nivel de vida en el área y en los alrededores y otras zonas -gracias en parte al enorme flujo de refugiados que se genera. Los medios de comunicación ponen a los ciudadanos de los países ricos al corriente del destrozo.
Más bien tarde que pronto, quizás aparecen en la zona soldados de las Naciones Unidas, u otra organización menor, incluso un país por su cuenta, con una misión de pacificación, aunque nadie parece caer en la cuenta de que si esos mismos pacificadores no hubieran vendido las armas en primer lugar, seguramente no estarían allí, aunque bien pensado unas maniobras militares en el extranjero nunca vienen mal a la tropa. Con esta aparición, a veces el destrozo es mayor, a veces no. Acompañándoles, o por su cuenta, las ongs también hacen acto de presencia con el material de socorro y el dinero que han podido obtener del primer mundo, nunca en cantidad similar, ni remotamente, a la que en primer lugar se destinó a la destrucción. Allí intentan salvar lo que se puede, aunque es obvio que lo que consiguen es infinitamente menor que el daño que antes se ha causado. La representación, con algunas variaciones superficiales, cambia de escenario de vez en cuando y también se repite en el mismo lugar. Mientras tanto, a muy pocos les resulta chocante que los mismos que patrocinan primero el daño luego intenten restañar algo las heridas.
Estas actuaciones esquizofrénicas del bien y del mal se producen a veces tan juntas en el espacio y el tiempo, van tan unidas, que los medios de comunicación nos muestran a militares y cooperantes mientras comparten vehículos, materiales, viviendas, proyectos… y se reparten los clientes, que son los que hay que armar, pacificar, curar, alojar y alimentar. Esta colaboración enseña un mundo casi ideal en occidente en el que no sólo los conflictos se producen más allá de los salones de estar y se ven sólo por la televisión y sin riesgo, sino que los impuestos para los enormes gastos de defensa ya no son para hacer la guerra. Aquéllos sirven para llevar a cabo misiones de paz y para mantener la legalidad internacional, con lo que ese gasto molesta menos al contribuyente. Si, por lo que sea, se producen daños colaterales, no pasa nada, se envía en aviones y barcos militares un grupo de voluntarios junto con los uniformados y se cierra el círculo de la labor humanitaria.
La respuesta de las ongs cuando se plantea que su labor en esas zonas catastróficas lleva consigo en ocasiones que, como se ha dicho con crudeza y acierto, «sea el servicio post-venta» del primer mundo, es que hay que salvar vidas, proteger huérfanos y alimentar desplazados. Sin embargo, cada vez más cabe pensar que las ongs son arrastradas a realizar ese servicio, que aunque justifica su existencia a primera vista, trabaja en definitiva en contra de su objetivo final, nuevamente el de la Carta y la Declaración, o a favor del estado actual de las cosas, profundamente injusto e inhumano. Y ello porque resulta absurdo dar con una mano lo que se quita con la otra, esto es, que los países ricos den a los pobres armas con una mano y con la otra les ofrezcan las vendas y las tiendas de campaña.
A pesar de toda la buena voluntad que se les supone, quizás conviene, en contra de la tendencia actual, suspender las acciones humanitarias y en su lugar realizar una reflexión sobre si es más acorde con la dignidad humana tener más ongs y más capaces de actuar -hoy día parecen comandos especializados en llevar botes de leche en polvo a las selvas más perdidas-, o ninguna dedicada a lavar la ropa sucia de los gobiernos que las mantienen económicamente. Quizás no es exagerado pensar que más que salvar vidas en el tercer mundo -¿cuántas realmente respecto del número de víctimas si no actuaran?- lo que hacen es acallar las conciencias de los más sensibles ciudadanos de los países ricos. La respuesta de las ongs es que salvar vidas humanas, aunque sean pocas cada vez, es lo fundamental, especialmente cuando la alternativa es no hacer nada o reflexionar. Pero la estrategia y la eficiencia sin más quizás no las acerquen a su objetivo último. Es preciso pararse y reflexionar sobre tantas actuaciones y sus estrategias.
De la misma forma que, con orgullo no disimulado, agencias internacionales y ongs multinacionales anuncian que son capaces de acudir en cuestión de horas a cualquier punto del globo en el que tiene lugar un conflicto, y situar en él personal médico, ingenieros y especialistas en logística, junto con sus medicinas, tiendas de campaña y sacos de harina, también son capaces de enviar esos mismos equipos adonde haga falta si es que ha pasado un huracán, se ha producido una inundación o, por el contrario, no llueve ni gota desde hace meses. La Coordinadora de ONGDs -CONGDE- hizo notar en un comunicado hecho público en marzo de 2000 que éstas han tenido que hacer frente a un número creciente de emergencias en los últimos tiempos. Por ello se trata de reflexionar sobre si las ongs no están contribuyendo, precisamente por su aumento constante de eficacia a corto plazo para contribuir a aliviar desgracias -¿en qué medida, en realidad?-, a erosionar el fin último de lograr el bienestar global. Resulta por lo menos extraño que la Organización Mundial de la Salud (OMS), en una nota de prensa hecha pública el 26 de julio de 2000 -que se puede ver en su página electrónica http://www.who.int/inf-pr-2000/en/pr2000-50.htm – se lamente de que «los países ricos no están respondiendo a las necesidades sanitarias de los pobres en casos de emergencias». Por lo que dice, entre otros casos que presenta, no encuentra un donante que aporte doscientos mil dólares para restablecer el sistema de salud que evite los numerosos casos de mujeres que mueren durante el parto en Burundi.
La OMS afirma en otra de sus notas de prensa de 29 de junio de 2000 que «25 millones de dólares podrían evitar una catástrofe sanitaria en el cuerno de África azotado por la sequía». Si tenemos en cuenta que en esa zona, Etiopía, Eritrea, Kenia, Somalia, Sudán, Uganda y Yibuti viven entre 13 y 14 millones de personas, con dos dólares para cada uno ahora no habrá que enviar mañana a los «aguadores sin fronteras». Pero, encima que llevan el agua, no van a ser culpados éstos por hacer un trabajo humanitario.
Cuanto más potentes se hacen las ongs, sobre todo cuanto más notoriedad adquieren y parece que se hacen imprescindibles para salvar vidas y resolver problemas graves, a pesar de que los Estados son inmensamente más potentes y se espera de ellos que cumplan con lo manifestado en la Carta y en la Declaración, más expuesta sigue la población pobre a esas catástrofes supuestamente provocadas en exclusiva por las fuerzas de la naturaleza. Es inevitable pensar que en esta tragicomedia repetida hasta la saciedad y a la que no se le ve el final, cada uno ha escogido un papel, que representa de acuerdo a un guión conocido por todos, y que a unos no les conviene alterar porque no les resulta rentable económicamente, o sea, por puro egoísmo, mientras que los otros no lo abandonan porque no alcanzan a ver uno mejor para ellos mismos, ni un fin a la representación que no sea más perjudicial aún para las víctimas.
Aunque en el caso de conflictos bélicos y emergencias se aprecia bien la sinrazón del statu quo, y por ello se han tomado aquí como ejemplo, en realidad se puede observar que no son otra cosa que las situaciones extremas de un sistema que es un continuo. En todas las partes de éste se produce la misma tensión. Si se piensa en el SIDA, por ejemplo, del que ya no hay duda sobre su impacto demoledor en África, resulta que otra vez se impone terca la sinrazón. El Banco Mundial calcula que África ha de realizar un desembolso de 2.300 millones de dólares al año en la lucha contra el sida, según recoge The Economist en la página 14 de su edición del 15 de julio de 2000. Esta cifra, más la que se adelanta respecto del número de muertos dentro de unos años, similar a la de habidos en la Segunda Guerra Mundial, y la astronómica de las pérdidas económicas, así como la incalculable en cuanto al sufrimiento humano, hace pensar que no hay ong ni coalición de ongs en el mundo entero que sea capaz de restañar siquiera en parte esta sangría. Por otro lado, la actuación de las instituciones internacionales puede preverse por lo anunciado: que el Banco Mundial va a destinar de momento 500 millones de dólares a esta causa. Así que también se puede prever que tras esta cantidad inicial saldrá más adelante otra, similar o más reducida, pero nunca ni remotamente igual a la que se precisa, en manos de «alguien sin fronteras» para hacer lo que puedan.
Los datos y cifras que expresan la injusticia del sistema son muy conocidos. Incluso se puede acudir a los que publican las propias organizaciones internacionales encargadas de velar por el cumplimiento de la Carta y la Declaración, porque llegan a reconocer el fracaso del sistema, aunque no entonan el mea culpa, y a veces sorprenden por el tono de sinceridad con el que se refieren a los problemas de que se ocupan -sin arreglarlos. Veámoslo a través de la literatura gris de reciente publicación. El Secretario General de las Naciones Unidas afirma que «el SIDA en África es tan grave que está causando una crisis social y económica, la cual a su vez amenaza la estabilidad política». Por su parte, UNAIDS, la agencia de las Naciones Unidas para el sida, se hace eco y anuncia que «la enorme distancia que separa a los países ricos de los pobres en esta enfermedad, probablemente va a aumentar en el próximo siglo».
Preocupada por este aviso, la UNCTAD, la Conferencia sobre Comercio y Desarrollo de las Naciones Unidas, hace sus propios estudios sobre cómo salvar esa distancia y calcula que «en los próximos 10 años harán falta unos 20 mil millones de dólares en ayuda para que África escape de la trampa de la deuda». Como la UNESCO reconoce que sin enseñanza básica no hay salida de la deuda ni desarrollo posible para ningún país, pues reunió a los líderes del mundo en Dakar el pasado mes de abril de 2000 y declaró solemnemente -por si alguien no lo sabía- que «todos los niños, jóvenes y adultos, en su condición de seres humanos, tienen derecho a beneficiarse de una educación que satisfaga sus necesidades básicas». Ahora bien, el caso es que, según sus palabras, «resulta inaceptable que en el año 2000 haya todavía más de 113 millones de niños sin acceso a la enseñanza primaria y 880 millones de adultos analfabetos».
A nadie se le escapa que la pobreza que resulte de todo lo anterior producirá conflictos, pero ahí está el ACNUR, el Alto Comisionado de la Naciones Unidas para los Refugiados, para avisar de que les espera mucho trabajo. Advierte la Alta Comisionada: «se requiere una estrategia preventiva para asegurar que la gente sea capaz de vivir en paz (…) debemos intensificar nuestros esfuerzos para prevenir y resolver esas situaciones». No dice quién ni cuándo traerá la solución, pero no hay que preocuparse porque el UNICEF ya nos avisa de que hacia el año 2010, las muertes infantiles aumentarán, con lo que los niños muertos no podrán convertirse en refugiados.
Los que sobrevivan podrán contar con el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional y sus cientos de programas de ajuste estructural, que se renuevan año tras año desde hace cincuenta, con los resultados conocidos. A pesar de todos estos esfuerzos del primer mundo, la cosa no parece que se arregle, según lo afirma la edición de 1999 del Informe sobre el Desarrollo Humano del UNDP, Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, que no se ha dado cuenta ahora, sino que lleva años publicándolos: «los activos de las tres personas más ricas del mundo son superiores al producto interior bruto combinado de los países más pobres y sus 600 millones de habitantes». Finalmente, hoy día lo que está de moda es la AOD de los países miembros del CAD de la OCDE, siglas que significan algo pero que no merece la pena explicar, porque como dice intermón, fundación para el tercer mundo, en su estudio nº 2 de noviembre de 1998, el resultado final, como siempre, es que «en 1997 se ha producido una drástica caída de la ayuda a nivel mundial», mientras que en ese mismo año «los países de renta baja devolvieron 47.000 millones de dólares como pago por la deuda, sustancialmente más de lo que recibieron en concepto de ayudas».
4. Conclusión: se impone un esfuerzo de sinceridad y de reflexión.
No hay duda de que las ongs denuncian el estado presente de injusticia y violación de los derechos humanos y al tiempo trabajan con buena voluntad y gran esfuerzo por cambiarlo. Sin embargo, no parece que tengan opción alguna para lograr un cambio de sistema con su labor actual, e incluso parece que corren el peligro de que éste las absorba y pasen a formar parte de él. En todo caso una parte no influyente, desde luego, ya que son un elemento marginal si se piensa en lo que han conseguido. En el peor de los casos puede que su labor sea contraproducente para lo que afirman querer conseguir. Con otras palabras, en cuanto a su capacidad de «erradicar la pobreza», los datos presentados no dejan lugar a dudas. En cuanto a sus objetivos de «cambio social (…) surgido de la voluntad colectiva», puede que estén trabajando en una dirección equivocada.
Aunque no es razonable reprochar a las ongs que su objetivo de eliminar la pobreza es inalcanzable con sus actuaciones, conviene sin embargo que se tenga presente esta imposibilidad, con el fin de evitar el engaño y la desilusión de los voluntarios. Además, el objetivo educativo de sus actuaciones corre el peligro de verse pervertido. Hay que admitir que el sistema, tal y como está concebido y como funciona, no admite la eliminación de la pobreza sin más: o se cambia el sistema, o la pobreza seguirá. No existe uno sin lo otro. La pobreza no está ahí porque sí, es el sistema. No se trata solamente de contribuir con unas horas de trabajo voluntario, o con una cuota, ni de firmar peticiones. No se puede esperar que el sistema vaya a cambiar con un movimiento tan minoritario, no sólo por el número de miembros y simpatizantes, y de sus actuaciones, sino porque el resto del sistema, incluso ellos mismos -más o menos inadvertidamente- trabajan a favor de él.
Los voluntarios y los simpatizantes de las ongs pueden pensar que su contribución a los derechos humanos consiste en realizar una acción o apoyarlas de alguna manera. El cambio social al que éstas aspiran, desde luego, no va a tener lugar únicamente con sus actuaciones. Pretender dulcificar el cambio social mediante estrategias paso a paso, mediante campañas suaves, mediante mensajes indoloros, no sólo no sirve a la verdad, sino que no tiene visos de alcanzar los objetivos finales.
Hay que ser especialmente vigilantes con los medios, no vaya a ser que a las ongs les ocurra como a los Estados, que lleguen a un punto en que se pueda decir de ellas lo que advirtió Einstein, «perfección en los medios y confusión en los fines, en mi opinión, es lo que parece caracterizar nuestra época». Los Estados han diseñado todo tipo de instrumentos cada vez más sofisticados y más costosos para hacer funcionar el mundo, pero el balance global es muy negativo. Hay que cuidarse de que las ongs copien este comportamiento. Igual que no son capaces ni se les exige enmendar todo lo que los Estados destrozan, empeñarse en llegar en horas a cualquier rincón del mundo no va a cambiar el sistema, ni tampoco recaudar una cantidad récord en un programa de televisión. Esto es precisamente lo que le conviene al sistema, que necesita las ongs igual que una olla a presión necesita una espita.
Nota: este artículo es una versión de «The poor will always be with us -and so will NGOs» (Development in Practice, 15:2, 2005, 200-209) del mismo autor.
(1) ONG : se acabó la fiesta
23-05-2005